David Escobar Galindo, El Salvador
Señor, hoy quiero hablarte en lento alejandrino
—aunque alguno me tache de añejo y modernista:
A mí eso no me asusta, porque es añejo el vino,
Y es aún más añeja la luz de la amatista—.
Y quiero hablarte ahora, aquí, desde la hoja
En que a lápiz te escribo, usando las rodillas
Como mesa insegura, y hablarte de congoja,
De labios agrietados, de sienes amarillas.
No porque yo haya visto en la morgue o la calle
Esos restos que a diario la guerra nos depara,
Sino porque la sangre no deja que me calle;
La sangre que me sube, silenciosa, a la cara.
Voy a hablarte. Decido que voy a hacerlo ahora,
—a Ti. Como te llames, el nombre es lo de menos—.
Pero no sé por qué la lengua se demora.
¡Quizá porque en la lengua se esconden los venenos!
Una palabra apenas, me digo. Una palabra.
Dios es oído, pienso, Dios es tímpano. —¡Dile,
Voz cobarde y sufriente, lo que en el pecho se abra,
Y lo que, desde el pecho, goteando se destile!
¿Una oración, un treno, una queja, un gemido?
¿Un sollozo, un murmullo, una prez, un lamento?
¡Ya todo está dicho por los que han sucumbido!
Y nosotros, los vivos, temblamos en el viento…
Decirte, pues. Decirte. O pedirte. O clamarte.
(O hacer que los humores sulfurosos te lleguen).
Y con una palabra —no sé cuál— afirmarte,
Entre todas mis palabras que te nieguen.
Hablarte de una guerra…—¡Pero si tú bien sabes
Todo lo que es la guerra, con su angustia plenaria!
Y sabes, además, que lanzadas las naves,
La paz no sólo viene por sernos necesaria…
Una guerra es la guerra. La perpetua locura.
Un gesto sin su brazo. Una sed sin su voz.
El hombre que batalla con su propia espesura,
Reproduciendo el eco de la herencia feroz.
Pero aunque ya lo sepas, ¡qué urgente es recordarte
Los destructivos círculos que aprietan nuestra vida!
¡La vena que se rompe y el cráneo que se parte:
La luz que sobrevive y el sueño que se olvida!
Recordarte que somos un pedazo de tierra;
A Ti, que bien conoces el barro que nos alza…,
¡y el barro que nos hunde, por obra de la guerra,
Que nos hunde en la tierra que en su náusea rebalsa!
¿Y qué hacer? ¿Creer palabras? ¿Ser iluso? ¿Ser fiero?
¿Asirse a alguna parte mientras supura el todo?
¿Ser apenas el ansia de una paz sin alero?
—¿Cuál, Señor, es la forma de bracear en el lodo?
¡Tú lo sabes! Y de eso quiero hablarte, y me cuesta.
Porque quizás lo sabes como nosotros: dando
Rebotes en la arena donde la gracia apuesta
Su propia suerte al mar que la está reventando…
Y por eso, en la sombra, quiero hablarte de labios
Agrietados, de sienes amarillas, de huesos
Destruidos en un fuego de cruzados agravios;
De huidas sin retornos, de ausencias sin regresos…
De la guerra… Y pedirte… No sé qué… Simplemente
Tal vez que sigas dándonos lo que ya nos has dado:
¡Una esquirla de fe que se incrusta en la frente,
Y un temblor de esperanza que sangra en el costado!
____________
De: Oración en la guerra y otros poemas, (1985-1988), El Salvador.
__________________Oración en la guerra
Señor, hoy quiero hablarte en lento alejandrino
—aunque alguno me tache de añejo y modernista:
A mí eso no me asusta, porque es añejo el vino,
Y es aún más añeja la luz de la amatista—.
Y quiero hablarte ahora, aquí, desde la hoja
En que a lápiz te escribo, usando las rodillas
Como mesa insegura, y hablarte de congoja,
De labios agrietados, de sienes amarillas.
No porque yo haya visto en la morgue o la calle
Esos restos que a diario la guerra nos depara,
Sino porque la sangre no deja que me calle;
La sangre que me sube, silenciosa, a la cara.
Voy a hablarte. Decido que voy a hacerlo ahora,
—a Ti. Como te llames, el nombre es lo de menos—.
Pero no sé por qué la lengua se demora.
¡Quizá porque en la lengua se esconden los venenos!
Una palabra apenas, me digo. Una palabra.
Dios es oído, pienso, Dios es tímpano. —¡Dile,
Voz cobarde y sufriente, lo que en el pecho se abra,
Y lo que, desde el pecho, goteando se destile!
¿Una oración, un treno, una queja, un gemido?
¿Un sollozo, un murmullo, una prez, un lamento?
¡Ya todo está dicho por los que han sucumbido!
Y nosotros, los vivos, temblamos en el viento…
Decirte, pues. Decirte. O pedirte. O clamarte.
(O hacer que los humores sulfurosos te lleguen).
Y con una palabra —no sé cuál— afirmarte,
Entre todas mis palabras que te nieguen.
Hablarte de una guerra…—¡Pero si tú bien sabes
Todo lo que es la guerra, con su angustia plenaria!
Y sabes, además, que lanzadas las naves,
La paz no sólo viene por sernos necesaria…
Una guerra es la guerra. La perpetua locura.
Un gesto sin su brazo. Una sed sin su voz.
El hombre que batalla con su propia espesura,
Reproduciendo el eco de la herencia feroz.
Pero aunque ya lo sepas, ¡qué urgente es recordarte
Los destructivos círculos que aprietan nuestra vida!
¡La vena que se rompe y el cráneo que se parte:
La luz que sobrevive y el sueño que se olvida!
Recordarte que somos un pedazo de tierra;
A Ti, que bien conoces el barro que nos alza…,
¡y el barro que nos hunde, por obra de la guerra,
Que nos hunde en la tierra que en su náusea rebalsa!
¿Y qué hacer? ¿Creer palabras? ¿Ser iluso? ¿Ser fiero?
¿Asirse a alguna parte mientras supura el todo?
¿Ser apenas el ansia de una paz sin alero?
—¿Cuál, Señor, es la forma de bracear en el lodo?
¡Tú lo sabes! Y de eso quiero hablarte, y me cuesta.
Porque quizás lo sabes como nosotros: dando
Rebotes en la arena donde la gracia apuesta
Su propia suerte al mar que la está reventando…
Y por eso, en la sombra, quiero hablarte de labios
Agrietados, de sienes amarillas, de huesos
Destruidos en un fuego de cruzados agravios;
De huidas sin retornos, de ausencias sin regresos…
De la guerra… Y pedirte… No sé qué… Simplemente
Tal vez que sigas dándonos lo que ya nos has dado:
¡Una esquirla de fe que se incrusta en la frente,
Y un temblor de esperanza que sangra en el costado!
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De: Oración en la guerra y otros poemas, (1985-1988), El Salvador.
Leer más de David Escobar Galindo en Arte Poética-Rostros y Versos y en Laberinto del Torogoz, entre otros sitios virtuales.
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