Javier Alas, El Salvador
Estación violenta que escupes al polvo:
cava tus cerreras andanzas en nuestras huellas,
bébete el mar,
mézcanlo tus huracanes,
inunda esa erosión que no cree en tus derrumbes.
Nos hemos pasado la década ardiendo, tanto,
que orinaremos a quien nos llame hijos del crepitar:
racimos de un pétalo rojo —lanzado por Tlaloc
desde la alta montaña— somos.
Algún corazón de escarcha
debe pernoctar al fondo de toda esa niebla,
alguna rabia sedienta entre tanta lluvia.
Poseedores del secreto del relámpago, de su vértigo,
estrujamos todos los caminos que comuniquen al horizonte,
a esa gran luna naranja que nos delata contra el cielo.
Girasoles, el invierno está echado:
ninguna muerte puede matarnos,
por más huesos que traiga para soplar en la guitarra;
ningún signo lúteo va a pestañear en nuestra frente.
Por eso tú, poderosa estación del trueno,
arranca del aire las ciegas pavesas,
siembra, en él, aves
que no teman tu beso aguacerado,
abríguelas tu dulce ala de humedad.
Después lánzate a nuestro pecho
para caminar siempre en tu alfombra de lluvia.
(De Jabalíes, inédito)
©Javier Alas
_________________A la intemperie del relámpago
Estación violenta que escupes al polvo:
cava tus cerreras andanzas en nuestras huellas,
bébete el mar,
mézcanlo tus huracanes,
inunda esa erosión que no cree en tus derrumbes.
Nos hemos pasado la década ardiendo, tanto,
que orinaremos a quien nos llame hijos del crepitar:
racimos de un pétalo rojo —lanzado por Tlaloc
desde la alta montaña— somos.
Algún corazón de escarcha
debe pernoctar al fondo de toda esa niebla,
alguna rabia sedienta entre tanta lluvia.
Poseedores del secreto del relámpago, de su vértigo,
estrujamos todos los caminos que comuniquen al horizonte,
a esa gran luna naranja que nos delata contra el cielo.
Girasoles, el invierno está echado:
ninguna muerte puede matarnos,
por más huesos que traiga para soplar en la guitarra;
ningún signo lúteo va a pestañear en nuestra frente.
Por eso tú, poderosa estación del trueno,
arranca del aire las ciegas pavesas,
siembra, en él, aves
que no teman tu beso aguacerado,
abríguelas tu dulce ala de humedad.
Después lánzate a nuestro pecho
para caminar siempre en tu alfombra de lluvia.
(De Jabalíes, inédito)
©Javier Alas
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