Ricardo Llopesa
MI PROPIA MUERTE
Hace 24 horas
me encontraba rebozante de vida
y anoche, a eso de las diez,
de pronto, morí.
Hoy me he levantado de la cama
como el muerto que resucita,
con dolor de cabeza,
la boca agria
y el peso de la nostalgia en los ojos.
Me miro al espejo y soy otro.
No me veo el mismo,
ni siquiera mi color es igual.
He amanecido con la palidez del cadáver.
Francamente, nadie desea su muerte,
mucho menos su entierro,
pero a mí me ha tocado sepultar
al hombre que hasta ayer vivía en mí,
ese pasado que todos odiamos,
para poder vivir el ahora
y proyectar, sin mucha perspectiva,
los días futuros por llegar.
La mujer que me ama acaba de decirme
que no esté triste, que no pasa nada;
por el contrario, debo estar alegre,
porque las grandes revoluciones interiores
padecen sacudidas violentas como terremotos,
sin anunciar muerte,
sino el nacimiento de una nueva vida,
a la que he de buscar acomodo,
no sé en qué lugar porque sólo dispongo
de mi mismo cuerpo viejo y desgastado.
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