Fotografía: Jorge Vargas Méndez, El Salvador
Y VINO UN DÍA MI PRIMERA MUERTE
Pero vino al fin la muerte a desatar sus aves agoreras,
en Paxaco las desató
y volaron hasta mí los cantos de bruñidos puñales,
en corceles malignos los vi llegar
con oleadas de muerte sucesiva al filo del disparo.
Muerte mía ya cundida de plumas,
toda tupida de cenizas, toda plétora de dolor.
Estoy de luto, debo estarlo,
muerto acaso.
Mi sangre se ha prendido a las sementeras,
tiembla mi corazón dentro de los niños
y lloran las mujeres con una lengua que casi desconozco.
Una sola mueca de cadáver soy:
una muerte plural en nombre del Santo Oficio.
Mi sangre corre en campanas que tañen en distintos ecos:
pokomán es mi primera queja,
lenca la mirada que cayó sin órbita,
chorti mi angustiada mano,
jinca la cadena futura que pesa sobre mi testa,
matagalpa mi siguiente herida
y náhuat este puño que alzo frente a la ballesta.
¡Cuscatlán, Cuscatlán, no te me mueras!
(Del libro Cuscatlán no te me mueras, 1991)
Y VINO UN DÍA MI PRIMERA MUERTE
Pero vino al fin la muerte a desatar sus aves agoreras,
en Paxaco las desató
y volaron hasta mí los cantos de bruñidos puñales,
en corceles malignos los vi llegar
con oleadas de muerte sucesiva al filo del disparo.
Muerte mía ya cundida de plumas,
toda tupida de cenizas, toda plétora de dolor.
Estoy de luto, debo estarlo,
muerto acaso.
Mi sangre se ha prendido a las sementeras,
tiembla mi corazón dentro de los niños
y lloran las mujeres con una lengua que casi desconozco.
Una sola mueca de cadáver soy:
una muerte plural en nombre del Santo Oficio.
Mi sangre corre en campanas que tañen en distintos ecos:
pokomán es mi primera queja,
lenca la mirada que cayó sin órbita,
chorti mi angustiada mano,
jinca la cadena futura que pesa sobre mi testa,
matagalpa mi siguiente herida
y náhuat este puño que alzo frente a la ballesta.
¡Cuscatlán, Cuscatlán, no te me mueras!
(Del libro Cuscatlán no te me mueras, 1991)
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