Ilustración: Carátula de libro_Pie en tierra
Se me ha sugerido, para la presente edición de mi libro: Pie en tierra, unas palabras introductorias; y, aunque sé lo complicado que resulta hablar de uno mismo, convengo, primero, en algunas reflexiones acompañado de Vicente Aleixandre. “El poeta es el hombre. Y todo intento de separar al poeta del hombre ha resultado siempre fallido. Por eso sentimos tantas veces como tentamos a través de la poesía del poeta algo de la carne mortal del hombre”. En el poeta y en el hombre está la intensa vena de la sangre, el continente de las ventanas persiguiendo eternos barcos y también, acumulando las huellas del viento y su vacía tempestad de espada.
Jamás he sido poeta social en el sentido que nunca he tenido —desde mi poesía― la pretensión didáctica proselitista de los temas sociales; pese a ello, mi poesía aborda con fidelidad y plena conciencia artística los problemas de nuestro tiempo histórico. Y también, la opaca dentadura de la lluvia, la neblina de los pinos, la ceniza mojada del desvelo y el obseso río de las venas que bulle y depreda como una fiebre de eufórico alambique.
Generacionalmente, aunque tales generaciones son poco visibles, por supuesto, ha habido diferentes opciones para la creación literaria. Mi opción y propensión, diferente a la de otros poetas, en cambio, deviene del existencialismo: la angustia, cuya raíz encontramos, en mi caso personalísimo en Jean Paul Sastre y Albert Camus. Pero más allá de cualquier divagación teórica, el ser humano cotidianamente se enfrenta a innumerables hechos de confrontación más que de conciliación que nutren la existencia de la poesía y la conciencia de ser parte de un mundo con significados divergentes, y caóticos. “Por eso mantengo en mis párpados la oscuridad de estos días y la escarcha dura de la tierra”.
Como creador siempre he tenido plena conciencia de que toda realidad es móvil y cambiante. Y cada una tiene un modo personal de abordarse. En mi individualidad y existencia —subrayo― opté más que por mera pose, habitar la luz atónita azotando las sienes como un relámpago carnívoro gimiendo en las despeinadas edificaciones de la tierra. Y en ello, tiene responsabilidad, mi particular entorno. Desde él reclamo al bostezo y a la saliva de la demencia, flameante en los dientes moribundos de la risa. Desde él las sombras escupen con sus ojos ciegos, el aliento precipita lluvias nocturnas, mientras pedazos de manos imploran lejanías y hacen más densa mi timidez inconfesada.
Este libro y dos títulos más son el punto medio entre mi anterior poesía y la actual. La temática del mismo se me impuso sobre el ojo cuyo tránsito guarda vagones de íntima desnudez y desvencijadas locomotoras. Es producto si se quiere también, de esa extraña sensación que produce en mí, la angustia, la soledad, los pálidos ladridos de la ceniza y la agonía; la vida y la muerte; la violencia y la deshumanización en sus plurales expresiones y matices. Y en esto: “ya no se si digo lo que siento;/ si vivo lo que digo; si me invento;/ si mi llanto es auténtico o fingido,/ ni si el amor que doy como perdido/ existió mas allá del pensamiento”.
Pero, al margen de las digresiones anteriores, en poesía interesa, creo enfáticamente, esa relación entrañable entre poesía y vida. En estos dos conceptos de difícil amalgama se desarrolla mi libro: la dimensión del hombre y, por consiguiente, dimensión humana donde el paisaje, la vida, la muerte, etc. Se constituyen en materia de creación poética. Las circunstancias, noches de aglomeradas miserias, y temperamento de este tiempo, hacen de mi poesía un “navegar la noche por la mar de fondo”. Al menos eso es lo que creo.
André Cruchaga,
Barataria, 1º. De enero de 2007
Cielo abierto, desnuda carne (Prólogo)
Se me ha sugerido, para la presente edición de mi libro: Pie en tierra, unas palabras introductorias; y, aunque sé lo complicado que resulta hablar de uno mismo, convengo, primero, en algunas reflexiones acompañado de Vicente Aleixandre. “El poeta es el hombre. Y todo intento de separar al poeta del hombre ha resultado siempre fallido. Por eso sentimos tantas veces como tentamos a través de la poesía del poeta algo de la carne mortal del hombre”. En el poeta y en el hombre está la intensa vena de la sangre, el continente de las ventanas persiguiendo eternos barcos y también, acumulando las huellas del viento y su vacía tempestad de espada.
Jamás he sido poeta social en el sentido que nunca he tenido —desde mi poesía― la pretensión didáctica proselitista de los temas sociales; pese a ello, mi poesía aborda con fidelidad y plena conciencia artística los problemas de nuestro tiempo histórico. Y también, la opaca dentadura de la lluvia, la neblina de los pinos, la ceniza mojada del desvelo y el obseso río de las venas que bulle y depreda como una fiebre de eufórico alambique.
Generacionalmente, aunque tales generaciones son poco visibles, por supuesto, ha habido diferentes opciones para la creación literaria. Mi opción y propensión, diferente a la de otros poetas, en cambio, deviene del existencialismo: la angustia, cuya raíz encontramos, en mi caso personalísimo en Jean Paul Sastre y Albert Camus. Pero más allá de cualquier divagación teórica, el ser humano cotidianamente se enfrenta a innumerables hechos de confrontación más que de conciliación que nutren la existencia de la poesía y la conciencia de ser parte de un mundo con significados divergentes, y caóticos. “Por eso mantengo en mis párpados la oscuridad de estos días y la escarcha dura de la tierra”.
Como creador siempre he tenido plena conciencia de que toda realidad es móvil y cambiante. Y cada una tiene un modo personal de abordarse. En mi individualidad y existencia —subrayo― opté más que por mera pose, habitar la luz atónita azotando las sienes como un relámpago carnívoro gimiendo en las despeinadas edificaciones de la tierra. Y en ello, tiene responsabilidad, mi particular entorno. Desde él reclamo al bostezo y a la saliva de la demencia, flameante en los dientes moribundos de la risa. Desde él las sombras escupen con sus ojos ciegos, el aliento precipita lluvias nocturnas, mientras pedazos de manos imploran lejanías y hacen más densa mi timidez inconfesada.
Este libro y dos títulos más son el punto medio entre mi anterior poesía y la actual. La temática del mismo se me impuso sobre el ojo cuyo tránsito guarda vagones de íntima desnudez y desvencijadas locomotoras. Es producto si se quiere también, de esa extraña sensación que produce en mí, la angustia, la soledad, los pálidos ladridos de la ceniza y la agonía; la vida y la muerte; la violencia y la deshumanización en sus plurales expresiones y matices. Y en esto: “ya no se si digo lo que siento;/ si vivo lo que digo; si me invento;/ si mi llanto es auténtico o fingido,/ ni si el amor que doy como perdido/ existió mas allá del pensamiento”.
Pero, al margen de las digresiones anteriores, en poesía interesa, creo enfáticamente, esa relación entrañable entre poesía y vida. En estos dos conceptos de difícil amalgama se desarrolla mi libro: la dimensión del hombre y, por consiguiente, dimensión humana donde el paisaje, la vida, la muerte, etc. Se constituyen en materia de creación poética. Las circunstancias, noches de aglomeradas miserias, y temperamento de este tiempo, hacen de mi poesía un “navegar la noche por la mar de fondo”. Al menos eso es lo que creo.
André Cruchaga,
Barataria, 1º. De enero de 2007
2 comentarios:
Querido poeta; qué buen testamento ha dejado a su poesía. Cuánto gusto da observar a un colega hablar así de su oficio, del suyo propio que es como su caballo, su pegaso, su fiera un tanto domesticada, no tanto como para no seguir sorprendiendo...
Abrazos,
Nora
Para los amantes de la poesía, este libro: Pie en tierra y Oscuridad sin fecha, pueden ser adquiridos en la librería Clásicos Roxsil de Santa Tecla.
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