Miguel Crispín Sotomayor, Cuba
CORRE EL AMOR
Corre
el amor entre mis dedos,
salta a mis ojos. Muere en el
corazón,
todas las noches.
Corre
el amor por mujeres descalzas
y el futuro en la espalda.
En el
color del negro amarillento
y en la tos perenne que lo ahoga.
Corre el amor en la cabeza
que se prepara para el vuelo del yugo,
en el “milho” que hierve y la mandioca.
EL AMOR PUEDE SER MUCHAS COSAS.
El amor puede ser muchas cosas:
una calle,
una esquina, el banco de un
parque.
Una pared que sostuvo una espalda y un pie.
Puede ser la luz de una ventana,
la caída del sol sobre dos manos
aprisionadas
o el despertar de dos cuerpos
enlazados.
La luna.
Pero aún, hay más amor:
hay amor
cuando se besa a un niño que reclama
la misma luz que alguna vez
ansiamos recibir de una ventana
y dormir bajo esa Luna,
que en una noche de placer nos
alumbró,
con la seguridad de que al
despertar
encontrará el sol
y no el hambre que lo devora.
Hay amor
cuando esos niños, desde su
infortunio,
lanzan un reto a nuestra
rebeldía.
SIEMPRE
En todas las calles
las casas
los puentes
los ríos.
En cada niño
y cada mujer que pasa.
En cada risa
y cada palabra que oigo.
En cada café.
Me persigue tu voz
y me miran tus ojos.
ROCINANTE GALOPA SIN
JINETE
Cuando campana y campanero se
disputan
la asistencia de más o menos
feligreses.
Cuando las ratas corren al
maullido del gato.
Cuando la calma contiene
indiferencia
y se traga la palabra rebeldía.
Cuando el amigo se transforma en
moneda.
Cuando amantes aman,
según la plata que promete el
bolsillo.
Cuando simulo alegría, mientras
rabio
con más rabia la impotencia.
Cuando todo está bien y mucho
anda mal
y viro la cara para no ver.
Cuando me importa un bledo
comer y otros no coman,
vestir y otros desnudos,
techarme, y otros a pleno sol,
lluvia
y sereno:
Es que el Quijote ha muerto.
Rocinante galopa sin jinete.
CAPERUCITA
A una niña
iraquí.
Caperucita se va
sin despedirse. Escapa del lobo uniformado.
Su mirada va al
cielo. Intenta encontrar algún dios,
apresar para sí
reyes magos. No sabe.
Los reyes
escaparon del Oriente y los dioses están lejos.
De sus ojos gotean
primaveras
y ante el asombro
de un retoño humedecido
crecen sus manos.
Pretende encontrar a la Tierra las entrañas.
Un viejo carretón
transita entre dos siglos.
La madrugada
oculta los luceros.
Las estrellas
fugaces excretan la metralla,
secuestran la
inocencia para llevarla al cielo.
Caperucita escapa.
Serpentea el
camino de la muerte,
de la mina que la
llama, cuando estalla.
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