André Cruchaga, El Salvador
Francisco Basallote: Pintura y poesía de síntesis
Francisco basallote, España
Tengo sobre mis manos: Como agua sobre piedra, (Diputación de Huelva, 2007), Tiempo deshabitado (Aranda del Duero, 2006), Calendario Manuscrito (Madrid, 2007), Lujo de la pintura y En los senderos del bosque, (Cádiz, España, 2008) de Francisco Basallote Muñoz, (Vejer de la Frontera, Cádiz, España, 1941). Poeta, ensayista, arquitecto e investigador. Francisco Basallote es poeta de “riguroso pensamiento” y refinado lenguaje. Poesía intensa y emocionada, elegíaca, con “pinceladas de sutil humanismo”. El poeta construye de y hacia la pintura haciendo suya la pincelada y la grafía, el óleo y la palabra, la imagen que se torna hoguera en su memoria: esencia del poema y la pintura.
En tiempo deshabitado (2006) y con versos de José Ángel Valente empieza cada apartado del libro: “un día nos veremos/ al otro lado de la sombra de del sueño”. Sombra y sueño, fronteras de la nada, territorios, acaso, para oficiar la liturgia de la poesía, lecho donde sangran las fuerzas telúricas de los celajes, el enigma desvelado en la cábala: tiempo fugaz y sin embargo permanente en los espejos de la certeza que augura lo que está al otro lado de ese andar y convocar el retorno… Ese tiempo deshabitado es el de nuestros días: caótico, herrumbro, sin abrigo a menudo para la realización humana plena. Pero el poeta nos habla no sólo del tiempo cronológico, sino de ese tiempo vital que se nos escapa de las manos y que sólo la memoria rescata a manera de atenuar las desesperanzas.
De la vida a la muerte nos iniciamos en la inocencia, luego se es fuga y ceniza, sombra que en realidad no reivindica los pasos andados, ni los zapatos agotados de tanto trajinar. De repente nos perdemos en la heladez del mármol y ahí nos consume el reino de la inminencia y la impotencia. El calendario aún entre la bruma permanece; la vida en cambio, siempre se torna áspera noche o ansiosa ceniza: ráfaga de vacíos que sólo la nostalgia recobra. Sin duda el mundo y la vida son así: “transparente brevedad” donde la noche seduce con su espejo.
Como agua sobre piedra, (2007) nos introduce de la mano de un epígrafe de Alejandra Pizarnik: “A quien retorna en busca de su antiguo buscar/ la noche se le cierra como agua sobre una piedra”. Noche, destino y memoria se entrelazan en esa búsqueda de lo interminable para hallar la certeza, el fluir del tiempo como un fuego de ritos y designios.
El poeta busca en el río que se fue la transparencia de su sombra; en la piedra, el desvelo —el señuelo falaz de los espectros o la dureza hecha soledad de tanto aliento enardecido. Aquí los días van como ríos a la caverna, negros de principio a fin, herrumbrosos en la profundidad de su raíz, pero que es necesario olvidar para recobrar memoria, según Paul Celan. Así, al pie de la duda y todo lo que entraña el azogue, se torna revestido aliento de la herida.
A menudo el viento nos adentra en su pelaje, los espejos se tornan laberintos y en su asombro emergen inventarios, senderos transmutados, certezas, vahos, vitrales difuminados. Sin embargo, por suave que sea la niebla y albedrío la incertidumbre, la aurora inaugura párpados de luz. Si bien “La noche es muerte para quien habita/ en el dulce confín de la mirada”… el día nos da sus manos y así se construye la palabra y el “cuerpo interminable del pálpito”.
Calendario manuscrito, (Ayuntamiento de Villanueva de la Cañada, 2005), constituye una celebración al tiempo donde el poeta hace gala de diversas formas poéticas, entre la que destaca el haiku. “Este es el tiempo/ —acota el poeta— de tus contradicciones:/ el frío del olvido/ y las cálidas tardes/ que sube la memoria/ hasta el dolor/ y sus rituales”. Luego “la nada,/ la noche irreversible”, la brevedad del calendario que los ojos devoran en su destello.
Cada mes es tiempo de sorpresas. El ser humano se hace desnudando calendarios, cincelando en cada hora, en ese escenario, el rictus laborioso del devenir que puede ser edificante o caótico según las propias circunstancias. La memoria es el almanaque donde se guardan las indagaciones mientras la materia se yergue en su inicial desnudez. El día palpita en los cristales del aire: enigma, acaso, que el reloj avienta con la certeza que en el vivir se va construyendo un inventario de historias y espejos premonitorios.
Francisco Basallote hace gala en este libro de su fuerza poética y, reivindica como buen versador, formas métricas diversas que hoy en día muy poco se usan, pero que en manos del poeta se vuelven joyas de resplandeciente incienso. “De oro fundido/ —dice el poeta— la luz del mediodía/ sobre los árboles”. “El río de la memoria” no es de espejismos, sino de espejos: trasmutado tiempo en la alquimia de las campánulas, incendio que no caduca sino que se cristaliza en la geometría primera del designio.
Aquí surge el deseo y la brasa, la íntima certeza de las cornisas, los recuerdos, la sombra de los muros tratando de perder el latido de cada aurora. Libro de musicalidad envolvente, si bien la caducidad saca sus alfileres, la sed es más potente cuando se patean los guijarros y la ebriedad de los ojos llega al alba sin noches de azufre. En este calendario cada quien oficia la sombra que se aleja de su propio espejo. Porque “En el ocaso,/ tan cerca de su muerte,/ el día, alza la curvatura/ rebelde de su alfanje/ y certero en su oficio,/ cercena de la noche/ su decisión de vida.”
En la poesía de Francisco Basallote y en particular en este libro, “el tiempo alcanza una de las expresiones más sobresalientes a causa de las peculiaridades de la poesía del autor. Dentro de la variedad de su poesía, uno de los principales temas es, en efecto, el tiempo, pero no como ente metafísico, sino vinculado con el yo desde el sentimiento de la soledad y el sentimiento de la nostalgia”… “…trate el tema que trate, [su poesía] está transida de temporalidad, pues el poeta analiza los hechos desde varios puntos del tiempo: el del momento vivido o narrado y desde el momento de la escritura, donde el hecho se vuelve palabra.”
Lujo de la pintura, (Sevilla, 2004), constituye un homenaje a pintores de la talla de Monet, Cezanne, Paul Serusier, Van Gogh, Matisse, pasando por Picasso hasta Jackson Pollock. El libro es una perfecta simbiosis entre pintura y poesía, fusión que el poeta Basallote sabe aquilatar con su estro de auténtico orfebre. En cada poema-pintura el gozo nos ofrece un tafetán de presencias como la luz incandescente de los ríos. El poeta se reafirma en cada cuadro “Pues no existe la verdad/ sin el espejo de su magia”.
Ya poetas coterráneos suyos como Rafael Alberti en su larga tradición poética han hermanado la palabra y la pintura. A la pintura (poema del color y la línea, 1945-1976) se intitulan los poemas que Alberti escribió, “Al color”, “Goya”, “1917”, entre otros. En uno de esos poemas, nos dice el poeta gaditano: “El aroma a barnices, a madera encerada,/ a ramo de resina fresca recién llorada;/ el candor cotidiano de tender los colores/y copiar la paleta de los viejos pintores;/ la ilusión de soñarme siquiera un olvidado/ Alberti en los rincones del Museo del Prado;/ la sorprendente, agónica, desvelada alegría/ de buscar la Pintura y hallar la Poesía,/ con la pena enterrada de enterrar el dolor/ de nacer un poeta por morirse un pintor,/ hoy distantes me llevan, y en verso remordido,/a decirte,¡oh Pintura!, mi amor interrumpido.” [Biblioteca Cervantes]
Y por último tengo entre mis manos su más reciente libro publicado: En los senderos del bosque, Cádiz, 2008. Se trata de un poemario escrito a la usanza de la poesía japonesa, [Siglo VIII de nuestra era]. En él revive hoja a hoja el haiku. Esta composición muy ligada a la filosofía ha cobrado vida en poetas de Hispanoamérica de la talla de Jorge Luis Borges, Mario Benedetti, David Escobar Galindo, etc. Su estilo del cual no se aparta el poeta Basallote es “la naturalidad, la sencillez (no el simplismo), la sutileza, la austeridad, la aparente asimetría que sugiere a la libertad y con ésta a la eternidad.”
Rafael de Cózar, de la Universidad de Sevilla dice entre otras apreciaciones que la poesía de Basallote cumple con uno de los cometidos del haiku: la “relación entre paisaje y literatura”, es decir, la naturaleza en todo su esplendor. Para Basallote no es extraño este “prototipo poético dado que igual practica otras formas de similar construcción y condensación lírica”. Como andaluz, y según palabras de Cózar, Basallote trabaja la soleá y la poesía cancioneril que no son ajenas al haiku.( Prólogo, Rafael Cózar, pág.8).
Basallote acompaña estos haikus con acuarelas de su autoría. Esto hace doblemente atractivo el libro porque pintura y poemas, forman una unidad visual que pocas veces se ve en la poesía de síntesis. Y mientras “Arrecia el viento,/ revuelo de papeles/ en la plazuela”. “Conmigo va/ a mi compás, mi sombra,/ no me abandona”. Y en efecto, la poesía va alada al horizonte: uno la vive desde la propia sombra de transeúnte.
André Cruchaga,
Barataria, 03/../VIII/2008
En tiempo deshabitado (2006) y con versos de José Ángel Valente empieza cada apartado del libro: “un día nos veremos/ al otro lado de la sombra de del sueño”. Sombra y sueño, fronteras de la nada, territorios, acaso, para oficiar la liturgia de la poesía, lecho donde sangran las fuerzas telúricas de los celajes, el enigma desvelado en la cábala: tiempo fugaz y sin embargo permanente en los espejos de la certeza que augura lo que está al otro lado de ese andar y convocar el retorno… Ese tiempo deshabitado es el de nuestros días: caótico, herrumbro, sin abrigo a menudo para la realización humana plena. Pero el poeta nos habla no sólo del tiempo cronológico, sino de ese tiempo vital que se nos escapa de las manos y que sólo la memoria rescata a manera de atenuar las desesperanzas.
De la vida a la muerte nos iniciamos en la inocencia, luego se es fuga y ceniza, sombra que en realidad no reivindica los pasos andados, ni los zapatos agotados de tanto trajinar. De repente nos perdemos en la heladez del mármol y ahí nos consume el reino de la inminencia y la impotencia. El calendario aún entre la bruma permanece; la vida en cambio, siempre se torna áspera noche o ansiosa ceniza: ráfaga de vacíos que sólo la nostalgia recobra. Sin duda el mundo y la vida son así: “transparente brevedad” donde la noche seduce con su espejo.
Como agua sobre piedra, (2007) nos introduce de la mano de un epígrafe de Alejandra Pizarnik: “A quien retorna en busca de su antiguo buscar/ la noche se le cierra como agua sobre una piedra”. Noche, destino y memoria se entrelazan en esa búsqueda de lo interminable para hallar la certeza, el fluir del tiempo como un fuego de ritos y designios.
El poeta busca en el río que se fue la transparencia de su sombra; en la piedra, el desvelo —el señuelo falaz de los espectros o la dureza hecha soledad de tanto aliento enardecido. Aquí los días van como ríos a la caverna, negros de principio a fin, herrumbrosos en la profundidad de su raíz, pero que es necesario olvidar para recobrar memoria, según Paul Celan. Así, al pie de la duda y todo lo que entraña el azogue, se torna revestido aliento de la herida.
A menudo el viento nos adentra en su pelaje, los espejos se tornan laberintos y en su asombro emergen inventarios, senderos transmutados, certezas, vahos, vitrales difuminados. Sin embargo, por suave que sea la niebla y albedrío la incertidumbre, la aurora inaugura párpados de luz. Si bien “La noche es muerte para quien habita/ en el dulce confín de la mirada”… el día nos da sus manos y así se construye la palabra y el “cuerpo interminable del pálpito”.
Calendario manuscrito, (Ayuntamiento de Villanueva de la Cañada, 2005), constituye una celebración al tiempo donde el poeta hace gala de diversas formas poéticas, entre la que destaca el haiku. “Este es el tiempo/ —acota el poeta— de tus contradicciones:/ el frío del olvido/ y las cálidas tardes/ que sube la memoria/ hasta el dolor/ y sus rituales”. Luego “la nada,/ la noche irreversible”, la brevedad del calendario que los ojos devoran en su destello.
Cada mes es tiempo de sorpresas. El ser humano se hace desnudando calendarios, cincelando en cada hora, en ese escenario, el rictus laborioso del devenir que puede ser edificante o caótico según las propias circunstancias. La memoria es el almanaque donde se guardan las indagaciones mientras la materia se yergue en su inicial desnudez. El día palpita en los cristales del aire: enigma, acaso, que el reloj avienta con la certeza que en el vivir se va construyendo un inventario de historias y espejos premonitorios.
Francisco Basallote hace gala en este libro de su fuerza poética y, reivindica como buen versador, formas métricas diversas que hoy en día muy poco se usan, pero que en manos del poeta se vuelven joyas de resplandeciente incienso. “De oro fundido/ —dice el poeta— la luz del mediodía/ sobre los árboles”. “El río de la memoria” no es de espejismos, sino de espejos: trasmutado tiempo en la alquimia de las campánulas, incendio que no caduca sino que se cristaliza en la geometría primera del designio.
Aquí surge el deseo y la brasa, la íntima certeza de las cornisas, los recuerdos, la sombra de los muros tratando de perder el latido de cada aurora. Libro de musicalidad envolvente, si bien la caducidad saca sus alfileres, la sed es más potente cuando se patean los guijarros y la ebriedad de los ojos llega al alba sin noches de azufre. En este calendario cada quien oficia la sombra que se aleja de su propio espejo. Porque “En el ocaso,/ tan cerca de su muerte,/ el día, alza la curvatura/ rebelde de su alfanje/ y certero en su oficio,/ cercena de la noche/ su decisión de vida.”
En la poesía de Francisco Basallote y en particular en este libro, “el tiempo alcanza una de las expresiones más sobresalientes a causa de las peculiaridades de la poesía del autor. Dentro de la variedad de su poesía, uno de los principales temas es, en efecto, el tiempo, pero no como ente metafísico, sino vinculado con el yo desde el sentimiento de la soledad y el sentimiento de la nostalgia”… “…trate el tema que trate, [su poesía] está transida de temporalidad, pues el poeta analiza los hechos desde varios puntos del tiempo: el del momento vivido o narrado y desde el momento de la escritura, donde el hecho se vuelve palabra.”
Lujo de la pintura, (Sevilla, 2004), constituye un homenaje a pintores de la talla de Monet, Cezanne, Paul Serusier, Van Gogh, Matisse, pasando por Picasso hasta Jackson Pollock. El libro es una perfecta simbiosis entre pintura y poesía, fusión que el poeta Basallote sabe aquilatar con su estro de auténtico orfebre. En cada poema-pintura el gozo nos ofrece un tafetán de presencias como la luz incandescente de los ríos. El poeta se reafirma en cada cuadro “Pues no existe la verdad/ sin el espejo de su magia”.
Ya poetas coterráneos suyos como Rafael Alberti en su larga tradición poética han hermanado la palabra y la pintura. A la pintura (poema del color y la línea, 1945-1976) se intitulan los poemas que Alberti escribió, “Al color”, “Goya”, “1917”, entre otros. En uno de esos poemas, nos dice el poeta gaditano: “El aroma a barnices, a madera encerada,/ a ramo de resina fresca recién llorada;/ el candor cotidiano de tender los colores/y copiar la paleta de los viejos pintores;/ la ilusión de soñarme siquiera un olvidado/ Alberti en los rincones del Museo del Prado;/ la sorprendente, agónica, desvelada alegría/ de buscar la Pintura y hallar la Poesía,/ con la pena enterrada de enterrar el dolor/ de nacer un poeta por morirse un pintor,/ hoy distantes me llevan, y en verso remordido,/a decirte,¡oh Pintura!, mi amor interrumpido.” [Biblioteca Cervantes]
Y por último tengo entre mis manos su más reciente libro publicado: En los senderos del bosque, Cádiz, 2008. Se trata de un poemario escrito a la usanza de la poesía japonesa, [Siglo VIII de nuestra era]. En él revive hoja a hoja el haiku. Esta composición muy ligada a la filosofía ha cobrado vida en poetas de Hispanoamérica de la talla de Jorge Luis Borges, Mario Benedetti, David Escobar Galindo, etc. Su estilo del cual no se aparta el poeta Basallote es “la naturalidad, la sencillez (no el simplismo), la sutileza, la austeridad, la aparente asimetría que sugiere a la libertad y con ésta a la eternidad.”
Rafael de Cózar, de la Universidad de Sevilla dice entre otras apreciaciones que la poesía de Basallote cumple con uno de los cometidos del haiku: la “relación entre paisaje y literatura”, es decir, la naturaleza en todo su esplendor. Para Basallote no es extraño este “prototipo poético dado que igual practica otras formas de similar construcción y condensación lírica”. Como andaluz, y según palabras de Cózar, Basallote trabaja la soleá y la poesía cancioneril que no son ajenas al haiku.( Prólogo, Rafael Cózar, pág.8).
Basallote acompaña estos haikus con acuarelas de su autoría. Esto hace doblemente atractivo el libro porque pintura y poemas, forman una unidad visual que pocas veces se ve en la poesía de síntesis. Y mientras “Arrecia el viento,/ revuelo de papeles/ en la plazuela”. “Conmigo va/ a mi compás, mi sombra,/ no me abandona”. Y en efecto, la poesía va alada al horizonte: uno la vive desde la propia sombra de transeúnte.
André Cruchaga,
Barataria, 03/../VIII/2008
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1 comentario:
Tengo el gusto y privilegio de poder disfrutar en casa con la lectura de su libro “En los senderos del bosque”, y doy fe de las acuarelas que ilustran esta deliciosa lectura.
Gracias Fº por tan excelente trabajo.
Mª Ángeles Asensio
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