Alexis Díaz-Pimienta, Cuba
El hijo del divorciado
El hijo del divorciado
El hijo del divorciado
se orina en la cama, llora,
con telarañas decora
las paredes del pasado.
Prometeo encadenado
a la nostalgia y al miedo.
Todo se torna remedo,
esquirla de espejo roto,
sombra de un dolor remoto,
uña que no encuentra el dedo.
El hijo del divorciado
juega a crecer y no crece,
ríe cuando le parece,
habla en sueños. Lo han dejado
doblemente mutilado.
Hacia dónde sonreír,
cuándo y cómo y qué decir
para empatar sus mitades.
Soledad, por qué lo invades.
Noche, déjalo dormir.
El hijo del divorciadoso
y yo, el epicentro, el eje.
Pequeño Ulises que teje
su propio abandono. He dado
un plazo, pero es pecado
ordenar a los mayores.
Penélope busca flores
y Robin Hood otra aljaba.
Si la infancia se me acaba
no importa, vendrán peores
momentos en el futuro
(mi divorcio, por ejemplo).
Voy al espejo. Contemplo
mi rostro de niño duro.
«Hoy no he de orinarme. Juro
que voy a sobrevivir».
El vidrio se echa a reír,
el colchón se desternilla.
agrio charco en la mejilla.
Apago el foco. A dormir
El hijo del divorciadoso
y yo. Mi madre me besa,
mi padre siempre regresa
–no es que no esté: ha regresado–.
La vecinita de al lado
come bien, sueña en colores.
Miento: sueña con errores.
Miento: ella come muy poco.
Miento: su padre está loco.
Miento: son tres: dos mayores
y ella (como en los dibujos
que hacemos en el colegio
va en el centro: sortilegio
para fantasmas y embrujos,
para llantos y tapujos,
para camas orinadas...)
Miento: en todas las barriadas
hay niños con caras huecas,
y con mejillas entecas
y con sábanas mojadas.
El hijo del divorciado
no soy yo solo: son todos.
Si no, mírenles los codos:
cuando un niño está acodado
sobre su propio pasado
le queda esa marca oscura
y arrugada. ¿Quién procura
hacer que me sienta mal?
¡Viva el divorcio! Total:
la infancia no tiene cura.
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con telarañas decora
las paredes del pasado.
Prometeo encadenado
a la nostalgia y al miedo.
Todo se torna remedo,
esquirla de espejo roto,
sombra de un dolor remoto,
uña que no encuentra el dedo.
El hijo del divorciado
juega a crecer y no crece,
ríe cuando le parece,
habla en sueños. Lo han dejado
doblemente mutilado.
Hacia dónde sonreír,
cuándo y cómo y qué decir
para empatar sus mitades.
Soledad, por qué lo invades.
Noche, déjalo dormir.
El hijo del divorciadoso
y yo, el epicentro, el eje.
Pequeño Ulises que teje
su propio abandono. He dado
un plazo, pero es pecado
ordenar a los mayores.
Penélope busca flores
y Robin Hood otra aljaba.
Si la infancia se me acaba
no importa, vendrán peores
momentos en el futuro
(mi divorcio, por ejemplo).
Voy al espejo. Contemplo
mi rostro de niño duro.
«Hoy no he de orinarme. Juro
que voy a sobrevivir».
El vidrio se echa a reír,
el colchón se desternilla.
agrio charco en la mejilla.
Apago el foco. A dormir
El hijo del divorciadoso
y yo. Mi madre me besa,
mi padre siempre regresa
–no es que no esté: ha regresado–.
La vecinita de al lado
come bien, sueña en colores.
Miento: sueña con errores.
Miento: ella come muy poco.
Miento: su padre está loco.
Miento: son tres: dos mayores
y ella (como en los dibujos
que hacemos en el colegio
va en el centro: sortilegio
para fantasmas y embrujos,
para llantos y tapujos,
para camas orinadas...)
Miento: en todas las barriadas
hay niños con caras huecas,
y con mejillas entecas
y con sábanas mojadas.
El hijo del divorciado
no soy yo solo: son todos.
Si no, mírenles los codos:
cuando un niño está acodado
sobre su propio pasado
le queda esa marca oscura
y arrugada. ¿Quién procura
hacer que me sienta mal?
¡Viva el divorcio! Total:
la infancia no tiene cura.
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Leer más de Slexis Díaz-Pimienta en: Arte Poética_Rostros y Versos
Colaboración Cuba Ala Décima del Poeta Pedro Péglez, representante de Arte poética en Cuba.
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