Ilustración: Juan Felipe Toruño, Nicaragua-El Salvador.
Mensaje a los hombres de América
El mundo entre ígneas tormentas envenénase.
Estalla en famélicos odios.
Caínes modernos. Brutos sanguinarios, asesinan, traicionan.
No fulgen auroras de redención ni de paz.
Tempestuosas pasiones trituran los dorsos del globo.
Millones de arpías destrozan alturas excelsas.
Perece la armonía. ¡Y no hay comprensión!
¡Y no hay conciliación! ¡Y ha muerto el amor!
Ante este tremendo bestial cataclismo, ¿qué hacemos?
¿Qué hacemos los hombres habiendo ideales lumínicos
Y fuegos angélicos en el corazón?
¡Hombres de América! ¡Hombres de América! ¡Escuchad!
¡A vosotros hablo constituidos en guión que se extiende
Entre la cultura de hoy y la cultura de mañana!
¡Hombres de América!: oíd los vocablos angustiosos
Que, amargos, nos llegan del caos insólito.
Mirad la sangre que mana de las arterias de la tierra.
Escuchad el estruendo de la tragedia bárbara.
Sentid el retorcimiento de los espasmos de las naciones
Y los estremecimientos zodiacales.
Pensad en que la catarata humana se despeña en odios.
Que el hombre, hartándose, no se sacia, cayendo
Bajo sus propias ambiciones.
Que claman piedad las desdentadas bocas de historiadas íconos
Y misericordia las madres de la humanidad.
¡Vivimos la hora repugnada que desoye la voz del criterio…!
La razón del sistema infernal, la lógica de la dinamita,
El argumento omnímodo de la destrucción y de la matanza,
Imponen sus materiales exterminadores.
Nosotros, los hombres de América,
Los que vimos pasar con su bosque de flechas a Manco Capac,
Y cargando simbólico trono de árbol a Caupolicán,
Y sufrir y luchar a Lempira y a Urraca,
A Tecún Umán, a Atlacatl y a Nicario,
Los que asistimos nervudos, totémicos, al baile del Tun;
Que escuchamos el canto de Tutecotzimi y que vimos
Morir bajo un arco de luna en creciente a Xalí
En el monte que quiebra en sus aguas el riente Cailahuat;
Los que somos hermanos por carne y por espíritu;
Los que tenemos visión de lo que es y será nuestra América,
Responsabilicémonos.
¡Aprontemos la idea y el alma y la lealtad en la tarea magna!
COMPRENDAMOS.
La América habrá de fijar su cultura perfecta,
Imprescindible, universal.
¡La América nueva que viene creciendo en los siglos!
Que tiene sorpresas para el hombre de extrañas costumbres;
Que oyó la canción de los astros con oídos mayábicos;
Que dio los gigantes de la antigua Lemuria;
Que sostuvo en sus hombros el peso de dioses y de enigmas;
Que habló con el fuego y el agua y el viento
Al buscar con sus fuerzas el lumínico signo
De Verdad y de Vida;
Que aprisionó al tiempo en símbolos pétreos
Que —de la Atlántida— asoma sus perlas de orientes magníficos
Bullentes, fulgentes;
Que, de prehistóricas épocas, sigue el rostro de Dios
Por montañas y lagos y ríos y mares
Sembrados de eternidad.
Hombres de América: tenemos que dar el aliento
A nuevas generaciones: civilización y cultura nuevas.
¡Y que en América quepa la humanidad!
Y que haya un emporio
De pujantes fuerzas felices en el Norte;
Agricultura y riqueza fértiles en el Sur,
Dos enormes bandejas de civilización.
Y en el centro, el fiel de la balanza,
El puente que apréstase a ser el conducto de savia:
Corazón que regule, pecho que se abra
Y por donde ya se abrazan dos océanos
Que han de sentir en sus lomos el viaje
De enormes mensajes llevándole al mundo novísimas normas.
Y el Cristo indicando las rutas
Desde las expectantes cumbres de los Andes.
Y la humanidad que quepa en América,
Pueblo de pueblos luchadores, trabajadores, soñadores.
Y la paz tenga asilo en el alma del pueblo titánico,
Y fije en los siglos esa alma sagrada…
—¡Así sea!
De: El Salvador: poesía escogida, selección de Rafael Lara Martínez, EDUCA, 1998.
Mensaje a los hombres de América
El mundo entre ígneas tormentas envenénase.
Estalla en famélicos odios.
Caínes modernos. Brutos sanguinarios, asesinan, traicionan.
No fulgen auroras de redención ni de paz.
Tempestuosas pasiones trituran los dorsos del globo.
Millones de arpías destrozan alturas excelsas.
Perece la armonía. ¡Y no hay comprensión!
¡Y no hay conciliación! ¡Y ha muerto el amor!
Ante este tremendo bestial cataclismo, ¿qué hacemos?
¿Qué hacemos los hombres habiendo ideales lumínicos
Y fuegos angélicos en el corazón?
¡Hombres de América! ¡Hombres de América! ¡Escuchad!
¡A vosotros hablo constituidos en guión que se extiende
Entre la cultura de hoy y la cultura de mañana!
¡Hombres de América!: oíd los vocablos angustiosos
Que, amargos, nos llegan del caos insólito.
Mirad la sangre que mana de las arterias de la tierra.
Escuchad el estruendo de la tragedia bárbara.
Sentid el retorcimiento de los espasmos de las naciones
Y los estremecimientos zodiacales.
Pensad en que la catarata humana se despeña en odios.
Que el hombre, hartándose, no se sacia, cayendo
Bajo sus propias ambiciones.
Que claman piedad las desdentadas bocas de historiadas íconos
Y misericordia las madres de la humanidad.
¡Vivimos la hora repugnada que desoye la voz del criterio…!
La razón del sistema infernal, la lógica de la dinamita,
El argumento omnímodo de la destrucción y de la matanza,
Imponen sus materiales exterminadores.
Nosotros, los hombres de América,
Los que vimos pasar con su bosque de flechas a Manco Capac,
Y cargando simbólico trono de árbol a Caupolicán,
Y sufrir y luchar a Lempira y a Urraca,
A Tecún Umán, a Atlacatl y a Nicario,
Los que asistimos nervudos, totémicos, al baile del Tun;
Que escuchamos el canto de Tutecotzimi y que vimos
Morir bajo un arco de luna en creciente a Xalí
En el monte que quiebra en sus aguas el riente Cailahuat;
Los que somos hermanos por carne y por espíritu;
Los que tenemos visión de lo que es y será nuestra América,
Responsabilicémonos.
¡Aprontemos la idea y el alma y la lealtad en la tarea magna!
COMPRENDAMOS.
La América habrá de fijar su cultura perfecta,
Imprescindible, universal.
¡La América nueva que viene creciendo en los siglos!
Que tiene sorpresas para el hombre de extrañas costumbres;
Que oyó la canción de los astros con oídos mayábicos;
Que dio los gigantes de la antigua Lemuria;
Que sostuvo en sus hombros el peso de dioses y de enigmas;
Que habló con el fuego y el agua y el viento
Al buscar con sus fuerzas el lumínico signo
De Verdad y de Vida;
Que aprisionó al tiempo en símbolos pétreos
Que —de la Atlántida— asoma sus perlas de orientes magníficos
Bullentes, fulgentes;
Que, de prehistóricas épocas, sigue el rostro de Dios
Por montañas y lagos y ríos y mares
Sembrados de eternidad.
Hombres de América: tenemos que dar el aliento
A nuevas generaciones: civilización y cultura nuevas.
¡Y que en América quepa la humanidad!
Y que haya un emporio
De pujantes fuerzas felices en el Norte;
Agricultura y riqueza fértiles en el Sur,
Dos enormes bandejas de civilización.
Y en el centro, el fiel de la balanza,
El puente que apréstase a ser el conducto de savia:
Corazón que regule, pecho que se abra
Y por donde ya se abrazan dos océanos
Que han de sentir en sus lomos el viaje
De enormes mensajes llevándole al mundo novísimas normas.
Y el Cristo indicando las rutas
Desde las expectantes cumbres de los Andes.
Y la humanidad que quepa en América,
Pueblo de pueblos luchadores, trabajadores, soñadores.
Y la paz tenga asilo en el alma del pueblo titánico,
Y fije en los siglos esa alma sagrada…
—¡Así sea!
De: El Salvador: poesía escogida, selección de Rafael Lara Martínez, EDUCA, 1998.
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