Fotografía: Ángel Augier, Cuba.
El dolor de ser triste
El dolor de ser triste
No reside en la causa de la propia tristeza,
puesto que en la tristeza hondo placer existe
que es recóndito germen de armoniosa belleza.
El dolor de ser triste reside en el prurito
de ostentar el grotesco disfraz de la alegría
cuando el alma nostálgica, ansiosa de infinito,
goza las plenitudes de su melancolía.
En la tristeza hay una diafanidad secreta,
–fuga de lo banal y refugio en sí mismo–
que satura las almas de su esencia discreta
pródiga en el milagro de un fecundo idealismo.
Es algo indefinible que nos deja sus huellas
luminosas en toda la psiquis anhelante:
huellas como de estrellas
que en sus destellos vuelcan un hálito fragante.
Pero todos no saben de estas íntimas cosas
inefables, no saben de estas excelsitudes
interiores, no pueden comprender la armoniosa
belleza que hay en esas sutiles inquietudes.
Y hay que ocultar la dulce distinción de ser triste
y mezclar nuestras risas con las risas del mundo.
Y es esa alborozada máscara la que viste
de dolor tan profundo
el gozo de ser triste.
El dolor de ser triste
El dolor de ser triste
No reside en la causa de la propia tristeza,
puesto que en la tristeza hondo placer existe
que es recóndito germen de armoniosa belleza.
El dolor de ser triste reside en el prurito
de ostentar el grotesco disfraz de la alegría
cuando el alma nostálgica, ansiosa de infinito,
goza las plenitudes de su melancolía.
En la tristeza hay una diafanidad secreta,
–fuga de lo banal y refugio en sí mismo–
que satura las almas de su esencia discreta
pródiga en el milagro de un fecundo idealismo.
Es algo indefinible que nos deja sus huellas
luminosas en toda la psiquis anhelante:
huellas como de estrellas
que en sus destellos vuelcan un hálito fragante.
Pero todos no saben de estas íntimas cosas
inefables, no saben de estas excelsitudes
interiores, no pueden comprender la armoniosa
belleza que hay en esas sutiles inquietudes.
Y hay que ocultar la dulce distinción de ser triste
y mezclar nuestras risas con las risas del mundo.
Y es esa alborozada máscara la que viste
de dolor tan profundo
el gozo de ser triste.
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