Fotografía: Gabriel Otero, El Salvador-México.
*Poeta, Fundador del Suplemento Cultural Tres Mil,
Coordinador de 1990 a 1993
Advierto que noche tras noche he intentado deslindar mi biografía de los orígenes del Suplemento Cultural Tres Mil, no he podido, cada vez me sumerjo en terrenos pantanosos, intento caminar en otra dirección pero las memorias son obsesivamente circulares, como en alguna novela de Gustavo Sainz o José Agustín, siempre me llevan al punto de inicio. El Tres Mil determinó lo que viví después, es decir lo que vivo hoy y lo que viviré después de mañana.
En aquel arcano agosto de 1989, a los quince días de haber regresado de México conocí a Francisco Valencia, y aunque parezca trillado hasta frívolo, fue un encuentro que lacró mi vida. Él, recién asumía el cargo de Director de Diario Latino encabezando a los trabajadores y al Sindicato de Periodistas y Similares de El Salvador, un gremio que espantó a muchos de los dueños de medios acostumbrados a la lisonja y a la complacencia periodística. Las páginas editoriales de los diarios destilaban rabia y el balance informativo no existía y ni siquiera había intentos de que existiese.
Yo recién me incorporaba a ACAN EFE, agencia adonde confluían corresponsales de guerra, periodistas de todas partes del mundo y lugar en el que se conocía de primera mano el rumbo del país. La aldea tenía cáncer y la incertidumbre se esparcía en la esencia de la gente. Era terrible el odio respirado.
En ese contexto las páginas culturales de los diarios escaseaban y eran muy tímidas en cuanto a sus contenidos, estaban desdentadas. Uno podía leer la súbita vocación poética de alguna señora al declarar públicamente su amor al amor o bien imaginar paisajes celestiales de algún poeta fervoroso, pero nada más, lo único original eran los textos de David Escobar Galindo con sus Historias sin Cuento en La Prensa Gráfica. Además existían la sección Arte y Letras de Luis Fuentes en El Diario de Hoy y el Latino Cultural que se editaba por inercia desde que Eugenio Martínez Orantes lo dejó
Confieso, inmodestamente, que me sentí capaz de inventar mejores secciones culturales y con el arrojo y la petulancia de 23 años a cuestas le propuse a Valencia aplicarle un revulsivo a las páginas culturales del Latino. Le regalé una copia de una de mis crónicas, aquellos ejercicios estudiantiles imaginarios, manieristas, ingenuamente escritos. Él, se carcajeó y me dijo que escribiera sobre un tema salvadoreño y que él lo publicaría en el diario.
Así el 2 de septiembre de 1989 vio la luz mi primera crónica en el Latino Cultural, marcando mi debut profesional. A partir de ahí los sucesos rodaron como una bola de nieve creciendo ante el precipicio, el espacio que Valencia me brindaba se incrementó de dos planas a cuatro en menos de un mes.
Fue en la presión de esos reacomodos de papel cuando supe que César Ramírez (Caralvá) tenía un tiempo de haber regresado. Nos reunimos, lo que resultó en su inmediata incorporación al diario. A César lo había conocido dos años antes, tenía junto a René Rodas, un proyecto de revista cultural que nunca nació. Pero las pláticas previas estuvieron sibaríticas, César estaba claro de lo que quería, transpiraba fe, además tuve la oportunidad de leer los versos de René refrescantes y perversamente originales.
Sábado a sábado experimentamos con las planas del Latino Cultural, una especie de laboratorio del Dr. Jekyll criollo en el que se mezclaban pócimas y letras invocando al tenaz Mr. Hyde. Poetas y escritores nos enviaban sus textos porque las páginas transmitían estar vivas. La única vez que padecimos censura, fue cuando el COPREFA nos envió a la versión miope de Torquemada en los días de la ofensiva.
A inicios de 1990, Valencia nos ofreció ocho páginas para publicar un suplemento como tal. Vinieron épocas de presentar esbozos de lo que este sería y de la búsqueda de colaboradores. El nombre del suplemento surgió de una discusión de los propuestos por César que proteicos fueron cambiando de piel, pretendíamos transmitir juventud y el nacimiento de un nuevo milenio, debía ser identificable y fácil de recordar: Tres Mil.
La experiencia en el Latino Cultural había servido para detectar que las necesidades de difusión estaban enfocadas a la creación literaria, no tanto a la información, la noticia pasaría entonces a un segundo plano, la poesía tendría el sitio de privilegio. La irreverencia sería fundamental, había que sorprender a los lectores, una política editorial sistemática que nunca abandonaríamos. Otro ingrediente sería la pluralidad, y más en un periódico como el Latino, hecho de la fe de sus trabajadores, debíamos romper la cerrazón de los tiempos sombríos.
Todo fluyó con muy buena estrella. Conocimos a Javier Alas en una reunión de la CES en el Teatro Nacional. Un hallazgo enriquecedor, Javier, además de su amistad, aportó su talento para darle identidad gráfica al Tres Mil.
Había dos maneras de publicar: una como individuo, de la que a la larga nacerían muchos libros y la otra como grupo o entidad, intelectuales afines compartiendo posturas frente al arte o filiación política. Nunca se negaron los espacios, la puerta siempre permaneció abierta para el talento y sus multiformes manifestaciones.
El primer número del Tres Mil se publicó el 24 de marzo de 1990, por azar coincidió con el X aniversario del asesinato de Monseñor Romero. Contábamos con la portada del diario y el suplemento se encartaba en sus páginas centrales.
De ahí en adelante la labor de nosotros como editores sería dirigir con batutas invisibles ese concierto coral que asemejaba una babel del trópico intensa y expresiva.
No hubo sábado en el que el suplemento no apareciera, de una u otra forma se editaba incluso en condiciones extremas. En enero de 1991 gracias al atentado incendiario al Diario Latino perpetrado por la inmunda estulticia, que dejó un saldo de una rotativa descompuesta y de varias bobinas de papel calcinadas, la Universidad de El Salvador, en un gesto solidario e igualmente enaltecedor, ofreció su imprenta para que el periódico no dejara de circular. La palabra retomó entonces su fuerza abrumadora y los cilindros de la vieja rotativa mostraron desafiantes sus cicatrices para seguir en el bregar periodístico.
El Tres Mil vivió momentos culmenes en su primera época, dos de ellos fueron cuando editamos “El Pravda-Times” y “El Tataranieto del Ahuizote”, suplementos de caricatura originales del periódico La Jornada de México, cuyas publicaciones causaron además de sonrisas la renuncia de uno que otro colaborador, porque tocaban las fibras íntimas, la creencia de verdades históricas inmutables resquebrajadas por la luz del sol de la que nada se esconde.
Durante 1993, el Tres Mil se afincó en la preferencia de los lectores, era la sección más leída desplazando a los grandes periódicos, hubo encuestas y estudios de mercado que corroboraban lo insólito. Números enteros se agotaban porque se había logrado cimbrar el presente colectivo.
Se publicó a todo autor salvadoreño que se atravesara en nuestros ojos, con rarísimas excepciones, estas más bien correspondían a opciones personales de mantenerse al margen de la marejada, postura respetada y respetable.
No sé en qué momento César, ni recuerdo las circunstancias, decidió retirarse de la Subcoordinación del Tres Mil, lo sustituyó Javier con la mirada fija en el alba alada, seguimos durante un par de meses dejando al suplemento en la cúspide de las preferencias.
Dieciocho años han pasado y vamos navegando como la nave de Fellini en diferentes tonos y épocas. 943 números son casi un milenio, 992 años son los que le quedan al Tres Mil para extinguirse y reencarnar en otros rostros, para posesionarse en el ceño perenne e insatisfecho de sus colaboradores porque gracias a ellos y a sus obras el suplemento seguirá siendo presente y futuro.
Un fuerte abrazo a todos los que han coordinado el Tres Mil además de sus equipos de colaboradores, amigos, llegamos a la mayoría de edad, es hora de festejar lo aprendido.
Por la persistencia de los trabajadores de Diario Co Latino, el Tres Mil llegó para quedarse y vivir en pergaminos o en archivos pdf y no hubiese continuado de no ser por su visión del mañana.
Dieciocho años pasaron y nos hemos reunido Caralvá, Javier Alas, David Escobar Galindo, Francisco Andrés Escobar, André Cruchaga, Rafael Lara Martínez, Mario Noel Rodríguez, Julio Iraheta Santos y yo porque seguimos creyendo en el proyecto.
Tres Mil gracias a Otoniel Guevara, a Vladimir Baiza por su generosidad y permitirnos visitar nuestra casa.
El surgimiento del Tres Mil
*Poeta, Fundador del Suplemento Cultural Tres Mil,
Coordinador de 1990 a 1993
Advierto que noche tras noche he intentado deslindar mi biografía de los orígenes del Suplemento Cultural Tres Mil, no he podido, cada vez me sumerjo en terrenos pantanosos, intento caminar en otra dirección pero las memorias son obsesivamente circulares, como en alguna novela de Gustavo Sainz o José Agustín, siempre me llevan al punto de inicio. El Tres Mil determinó lo que viví después, es decir lo que vivo hoy y lo que viviré después de mañana.
En aquel arcano agosto de 1989, a los quince días de haber regresado de México conocí a Francisco Valencia, y aunque parezca trillado hasta frívolo, fue un encuentro que lacró mi vida. Él, recién asumía el cargo de Director de Diario Latino encabezando a los trabajadores y al Sindicato de Periodistas y Similares de El Salvador, un gremio que espantó a muchos de los dueños de medios acostumbrados a la lisonja y a la complacencia periodística. Las páginas editoriales de los diarios destilaban rabia y el balance informativo no existía y ni siquiera había intentos de que existiese.
Yo recién me incorporaba a ACAN EFE, agencia adonde confluían corresponsales de guerra, periodistas de todas partes del mundo y lugar en el que se conocía de primera mano el rumbo del país. La aldea tenía cáncer y la incertidumbre se esparcía en la esencia de la gente. Era terrible el odio respirado.
En ese contexto las páginas culturales de los diarios escaseaban y eran muy tímidas en cuanto a sus contenidos, estaban desdentadas. Uno podía leer la súbita vocación poética de alguna señora al declarar públicamente su amor al amor o bien imaginar paisajes celestiales de algún poeta fervoroso, pero nada más, lo único original eran los textos de David Escobar Galindo con sus Historias sin Cuento en La Prensa Gráfica. Además existían la sección Arte y Letras de Luis Fuentes en El Diario de Hoy y el Latino Cultural que se editaba por inercia desde que Eugenio Martínez Orantes lo dejó
Confieso, inmodestamente, que me sentí capaz de inventar mejores secciones culturales y con el arrojo y la petulancia de 23 años a cuestas le propuse a Valencia aplicarle un revulsivo a las páginas culturales del Latino. Le regalé una copia de una de mis crónicas, aquellos ejercicios estudiantiles imaginarios, manieristas, ingenuamente escritos. Él, se carcajeó y me dijo que escribiera sobre un tema salvadoreño y que él lo publicaría en el diario.
Así el 2 de septiembre de 1989 vio la luz mi primera crónica en el Latino Cultural, marcando mi debut profesional. A partir de ahí los sucesos rodaron como una bola de nieve creciendo ante el precipicio, el espacio que Valencia me brindaba se incrementó de dos planas a cuatro en menos de un mes.
Fue en la presión de esos reacomodos de papel cuando supe que César Ramírez (Caralvá) tenía un tiempo de haber regresado. Nos reunimos, lo que resultó en su inmediata incorporación al diario. A César lo había conocido dos años antes, tenía junto a René Rodas, un proyecto de revista cultural que nunca nació. Pero las pláticas previas estuvieron sibaríticas, César estaba claro de lo que quería, transpiraba fe, además tuve la oportunidad de leer los versos de René refrescantes y perversamente originales.
Sábado a sábado experimentamos con las planas del Latino Cultural, una especie de laboratorio del Dr. Jekyll criollo en el que se mezclaban pócimas y letras invocando al tenaz Mr. Hyde. Poetas y escritores nos enviaban sus textos porque las páginas transmitían estar vivas. La única vez que padecimos censura, fue cuando el COPREFA nos envió a la versión miope de Torquemada en los días de la ofensiva.
A inicios de 1990, Valencia nos ofreció ocho páginas para publicar un suplemento como tal. Vinieron épocas de presentar esbozos de lo que este sería y de la búsqueda de colaboradores. El nombre del suplemento surgió de una discusión de los propuestos por César que proteicos fueron cambiando de piel, pretendíamos transmitir juventud y el nacimiento de un nuevo milenio, debía ser identificable y fácil de recordar: Tres Mil.
La experiencia en el Latino Cultural había servido para detectar que las necesidades de difusión estaban enfocadas a la creación literaria, no tanto a la información, la noticia pasaría entonces a un segundo plano, la poesía tendría el sitio de privilegio. La irreverencia sería fundamental, había que sorprender a los lectores, una política editorial sistemática que nunca abandonaríamos. Otro ingrediente sería la pluralidad, y más en un periódico como el Latino, hecho de la fe de sus trabajadores, debíamos romper la cerrazón de los tiempos sombríos.
Todo fluyó con muy buena estrella. Conocimos a Javier Alas en una reunión de la CES en el Teatro Nacional. Un hallazgo enriquecedor, Javier, además de su amistad, aportó su talento para darle identidad gráfica al Tres Mil.
Había dos maneras de publicar: una como individuo, de la que a la larga nacerían muchos libros y la otra como grupo o entidad, intelectuales afines compartiendo posturas frente al arte o filiación política. Nunca se negaron los espacios, la puerta siempre permaneció abierta para el talento y sus multiformes manifestaciones.
El primer número del Tres Mil se publicó el 24 de marzo de 1990, por azar coincidió con el X aniversario del asesinato de Monseñor Romero. Contábamos con la portada del diario y el suplemento se encartaba en sus páginas centrales.
De ahí en adelante la labor de nosotros como editores sería dirigir con batutas invisibles ese concierto coral que asemejaba una babel del trópico intensa y expresiva.
No hubo sábado en el que el suplemento no apareciera, de una u otra forma se editaba incluso en condiciones extremas. En enero de 1991 gracias al atentado incendiario al Diario Latino perpetrado por la inmunda estulticia, que dejó un saldo de una rotativa descompuesta y de varias bobinas de papel calcinadas, la Universidad de El Salvador, en un gesto solidario e igualmente enaltecedor, ofreció su imprenta para que el periódico no dejara de circular. La palabra retomó entonces su fuerza abrumadora y los cilindros de la vieja rotativa mostraron desafiantes sus cicatrices para seguir en el bregar periodístico.
El Tres Mil vivió momentos culmenes en su primera época, dos de ellos fueron cuando editamos “El Pravda-Times” y “El Tataranieto del Ahuizote”, suplementos de caricatura originales del periódico La Jornada de México, cuyas publicaciones causaron además de sonrisas la renuncia de uno que otro colaborador, porque tocaban las fibras íntimas, la creencia de verdades históricas inmutables resquebrajadas por la luz del sol de la que nada se esconde.
Durante 1993, el Tres Mil se afincó en la preferencia de los lectores, era la sección más leída desplazando a los grandes periódicos, hubo encuestas y estudios de mercado que corroboraban lo insólito. Números enteros se agotaban porque se había logrado cimbrar el presente colectivo.
Se publicó a todo autor salvadoreño que se atravesara en nuestros ojos, con rarísimas excepciones, estas más bien correspondían a opciones personales de mantenerse al margen de la marejada, postura respetada y respetable.
No sé en qué momento César, ni recuerdo las circunstancias, decidió retirarse de la Subcoordinación del Tres Mil, lo sustituyó Javier con la mirada fija en el alba alada, seguimos durante un par de meses dejando al suplemento en la cúspide de las preferencias.
Dieciocho años han pasado y vamos navegando como la nave de Fellini en diferentes tonos y épocas. 943 números son casi un milenio, 992 años son los que le quedan al Tres Mil para extinguirse y reencarnar en otros rostros, para posesionarse en el ceño perenne e insatisfecho de sus colaboradores porque gracias a ellos y a sus obras el suplemento seguirá siendo presente y futuro.
Un fuerte abrazo a todos los que han coordinado el Tres Mil además de sus equipos de colaboradores, amigos, llegamos a la mayoría de edad, es hora de festejar lo aprendido.
Por la persistencia de los trabajadores de Diario Co Latino, el Tres Mil llegó para quedarse y vivir en pergaminos o en archivos pdf y no hubiese continuado de no ser por su visión del mañana.
Dieciocho años pasaron y nos hemos reunido Caralvá, Javier Alas, David Escobar Galindo, Francisco Andrés Escobar, André Cruchaga, Rafael Lara Martínez, Mario Noel Rodríguez, Julio Iraheta Santos y yo porque seguimos creyendo en el proyecto.
Tres Mil gracias a Otoniel Guevara, a Vladimir Baiza por su generosidad y permitirnos visitar nuestra casa.
Gabriel Otero,
México, 18.III.08.