Fotografía: Luis Alberto Ambroggio, Argentina-USA
André Cruchaga,
responsabilidad poética de la vida.
Con Pie en Tierra (2007) camina humana y poéticamente André Cruchaga por “calles que son una trampa” una Oscuridad sin fecha (2006, edición bilingüe, español-vasco). Es el destino de este conocido poeta salvadoreño, en la síntesis de la presentación de Claudia Hérodier de estos dos últimos poemarios Se ha hablado de la cotidianidad en la imaginación (Delfina Acosta) y la fuerza en la formulación de sus poemas, su estructura y la presencia rigurosa en ellos de todos los artificios del lenguaje como obra de “finísima orfebrería” (María Eugenia Caseiro) y acabado nivel técnico (Claudia Hérodier) de este hombre de “romería interior” (David Escobar Galindo), dentro de lo que hoy se ha dado en llamar la “poesía de la dificultad” por el desbordante imaginario en el discurso de la crisis. En Oscuridad sin fecha, acaso en búsqueda incierta de una luz para sosegar la devastación ambiental, del universo circundante y personal, que corroe también al individuo navegando esa noche, el silencio, el paso del tiempo, a lo largo de “meses parecidos a los ojos de las rejas”, humeando en recuerdos a través de “esa chimenea de sueños imposibles”, ecos y olvidos, en donde “la muerte es un mundo”. La muerte un “leiv motiv” del libro como lo indican los títulos de los poemas y sus asociaciones, sobre todo en la segunda parte, “Presencia de las cosas”: “Final del viaje”, “Para toda la muerte”, “De par en par la muerte en el camino”, “Soñamos tanto para morir”, “Fuera de circulación”, “A pena tan esquiva, la muerte”, “Destrucción tú me has hecho”, “Al fondo de la noche”, “Testamento”, “Cementerio”, “Morir otro día”, “En los límites del polvo”, “Luego de aquel silencio”, “Viajes y cavernas del subsuelo”. Un testimonio poético sin proselitismos o abarrotado de juicios sobre la realidad vivida, sino simplemente creado en el marco del verso de Wallace Stevens de que “lo imperfecto/es nuestro paraíso”.y expresándose con la originalidad kafkiana de quien cristaliza lo que dicen que Kafka dijo: "Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte…”
Pie en Tierra equilibra ese fatalismo a partir de una cita de Vicente Aleixandre de que “El poeta es el hombre”, en una existencia y realidad cambiante, dentro de su historia a veces angustiante y poco conciliadora, que combina poesía y vida. La creación poética y humana surge de esta relación dialéctica y cuestionamiento kantiano, como lo expresa en sus versos “ya no sé si digo lo que siento;/ si vivo lo que digo; si me invento;/ si mi llanto es auténtico o fingido,/si mi amor que doy como perdido/existió más allá del pensamiento” De todos modos, este poemario establece que “…hay un poema en el respiro”. La interlocución con Daphne en muchos de los poemas suaviza la experiencia de la primera parte del poemario que luego transita, sin refugiarse necesariamente en un yo lírico, por la historia, la entidad política, las realidades sociales, para constatar, por ejemplo, que “uno sale a la calle/y no se encuentra pan,/sino una oscura sed”, o que “en este país uno aprende el arte del silencio” o que “ahora, la claridad resulta difícil/pese a bañar nuestra memoria”, etc. hasta finalizar con el poema “Próceres” y el epígrafe de José Emilio Pacheco: “Hicieron mal la guerra/mal el amor/mal el país que nos forjó malhechores”.
Claudia Hérodier acertadamente presentó la poética de André Cruchaga bajo el título de “El poeta y su destino”, porque estos dos poemarios que me regalara André Cruchaga una tarde de Octubre en el Hotel Novo de San Salvador confirman cabalmente de que “el valor de una obra está en razón del contacto patético del poeta con su destino”, como lo afirma sin adornos Pierre Reverdy y lo encarnó, como acaso ningún otro, el compatriota y, sin duda, influyente precursor de André Cruchaga, el gran poeta salvadoreño Roque Dalton.
©Luis Alberto Ambroggio,
André Cruchaga,
responsabilidad poética de la vida.
Con Pie en Tierra (2007) camina humana y poéticamente André Cruchaga por “calles que son una trampa” una Oscuridad sin fecha (2006, edición bilingüe, español-vasco). Es el destino de este conocido poeta salvadoreño, en la síntesis de la presentación de Claudia Hérodier de estos dos últimos poemarios Se ha hablado de la cotidianidad en la imaginación (Delfina Acosta) y la fuerza en la formulación de sus poemas, su estructura y la presencia rigurosa en ellos de todos los artificios del lenguaje como obra de “finísima orfebrería” (María Eugenia Caseiro) y acabado nivel técnico (Claudia Hérodier) de este hombre de “romería interior” (David Escobar Galindo), dentro de lo que hoy se ha dado en llamar la “poesía de la dificultad” por el desbordante imaginario en el discurso de la crisis. En Oscuridad sin fecha, acaso en búsqueda incierta de una luz para sosegar la devastación ambiental, del universo circundante y personal, que corroe también al individuo navegando esa noche, el silencio, el paso del tiempo, a lo largo de “meses parecidos a los ojos de las rejas”, humeando en recuerdos a través de “esa chimenea de sueños imposibles”, ecos y olvidos, en donde “la muerte es un mundo”. La muerte un “leiv motiv” del libro como lo indican los títulos de los poemas y sus asociaciones, sobre todo en la segunda parte, “Presencia de las cosas”: “Final del viaje”, “Para toda la muerte”, “De par en par la muerte en el camino”, “Soñamos tanto para morir”, “Fuera de circulación”, “A pena tan esquiva, la muerte”, “Destrucción tú me has hecho”, “Al fondo de la noche”, “Testamento”, “Cementerio”, “Morir otro día”, “En los límites del polvo”, “Luego de aquel silencio”, “Viajes y cavernas del subsuelo”. Un testimonio poético sin proselitismos o abarrotado de juicios sobre la realidad vivida, sino simplemente creado en el marco del verso de Wallace Stevens de que “lo imperfecto/es nuestro paraíso”.y expresándose con la originalidad kafkiana de quien cristaliza lo que dicen que Kafka dijo: "Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte…”
Pie en Tierra equilibra ese fatalismo a partir de una cita de Vicente Aleixandre de que “El poeta es el hombre”, en una existencia y realidad cambiante, dentro de su historia a veces angustiante y poco conciliadora, que combina poesía y vida. La creación poética y humana surge de esta relación dialéctica y cuestionamiento kantiano, como lo expresa en sus versos “ya no sé si digo lo que siento;/ si vivo lo que digo; si me invento;/ si mi llanto es auténtico o fingido,/si mi amor que doy como perdido/existió más allá del pensamiento” De todos modos, este poemario establece que “…hay un poema en el respiro”. La interlocución con Daphne en muchos de los poemas suaviza la experiencia de la primera parte del poemario que luego transita, sin refugiarse necesariamente en un yo lírico, por la historia, la entidad política, las realidades sociales, para constatar, por ejemplo, que “uno sale a la calle/y no se encuentra pan,/sino una oscura sed”, o que “en este país uno aprende el arte del silencio” o que “ahora, la claridad resulta difícil/pese a bañar nuestra memoria”, etc. hasta finalizar con el poema “Próceres” y el epígrafe de José Emilio Pacheco: “Hicieron mal la guerra/mal el amor/mal el país que nos forjó malhechores”.
Claudia Hérodier acertadamente presentó la poética de André Cruchaga bajo el título de “El poeta y su destino”, porque estos dos poemarios que me regalara André Cruchaga una tarde de Octubre en el Hotel Novo de San Salvador confirman cabalmente de que “el valor de una obra está en razón del contacto patético del poeta con su destino”, como lo afirma sin adornos Pierre Reverdy y lo encarnó, como acaso ningún otro, el compatriota y, sin duda, influyente precursor de André Cruchaga, el gran poeta salvadoreño Roque Dalton.
©Luis Alberto Ambroggio,
Academia Norteamericana de la Lengua Española
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