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jueves, 31 de julio de 2025

Cuento El niño que quería ser boyero Licda. Francis Barrantes Ruiz (Guanacaste, Costa Rica)

Cuento

E  niño   que   quería   ser   boyero

Licda. Francis Barrantes Ruiz

(Guanacaste, Costa Rica)







 


Cuentan que, por los años de 1950, en un pequeño pueblo llamado Tierras Morenas, ubicado en el cantón de Tilarán, en la hermosa provincia de Guanacaste, vivía Norman, un niño que soñaba con ser boyero y tener sus propios bueyes.

Norman creció entre muchas limitaciones. Mientras iba a la escuela, también trabajaba en la finca de su familia. Junto con sus

hermanos, cargaban leña desde la montaña hasta el pueblo, todo al hombro. Aquel esfuerzo despertó en él el deseo de tener una carreta, con la esperanza de que los bueyes pudieran aliviar su carga y, de
paso, disfrutar del camino conduciéndolos por las calles, como lo hacían los boyeros que veía a diario, trayendo mercadería para abastecer a los vecinos.

La ilusión crecía cuando escuchaba historias sobre cómo el mosaico de la iglesia y varias de las mesas de la escuela habían sido



trasladados en carretas. Para él, aquellas historias eran prueba de que los bueyes no solo eran fuerza, sino parte de la vida del pueblo.



Cuando terminó la escuela, su padre lo envió —junto con sus hermanos— a trabajar en la finca de un finquero local. Ahí, sembraban y cosechaban arroz, frijoles y tiquisque. Norman quiso aprender sastrería o ser telegrafista, pero su padre no lo permitió. Decía que eso era vagancia. Que lo necesitaba en la finca.

Aun así, la idea de ser boyero seguía viva en su mente. En ese tiempo, el boyeo era el principal medio de transporte. Tierras Morenas ya era distrito, pero aún no se conectaba directamente con Tilarán. Las rutas más comunes eran tres:

·                   Por el Llano Las Mulas: una ruta quebrada y pedregosa.

 ·                   Por La Palma: más corta, pero con puentes en malestado y una cuesta temida, llamada “el Trepón del Magaleno”.

·                   Por Aguilares: la mejor opción, ya que pasaba por la Hacienda La Argentina, un centro activo con comisariato, aserradero, trapiche y piladora. Esta zona desapareció años después por la construcción del Embalse de Arenal.

La ruta de La Argentina llevaba al cruce de Aguilares, donde uno podía ir hacia Tilarán o Los Ángeles. En Los Ángeles estaba el famoso almacén El Emporio, de don Albino Guzmán, que abastecía a La Palma, Tierras Morenas, Paraíso y Agua Caliente. Era común ver carretas transportando productos como arroz, jabón en barra, manteca, canfín, miel de purga, y hasta camas, guacales y piedras para reinstalar fogones cuando una familia se mudaba.


También, cuando alguien enfermaba, la carreta se convertía en ambulancia, llevando al enfermo a Los Ángeles y, de ahí, a Cañas.

Norman, ya con casi 15 años, trabajaba el campo cuando logró comprar sus primeros novillos. Su abuelo Balbino le prestó 250 colones. Tardó tres años en pagárselos, tras una buena cosecha de frijoles. Amansó los novillos con paciencia, pero uno no resultó. Tuvo que venderlo y comprar otro ya amansado, aprendiendo así que no cualquier novillo sirve para buey.

Norman aprendió a escogerlos con detalle: buena contextura, cachos proporcionados, ombligo y cola cortos, frente firme y casco redondo de pezuña ancha.

Con su yunta finalmente lista, Norman comenzó su vida como boyero. En aquel tiempo, no importaba si alguien era menor de edad: había que trabajar para ganarse el pan.

Se cobraban dos colones con cincuenta por cada quintal de mercadería. La carga usual era de unos 15 quintales. Norman salía de madrugada, dormía en el corredor de una pulpería en Los Ángeles y cargaba a las seis de la mañana. No usaba foco, solo la luz de los luceros, porque tanto él como sus bueyes conocían el camino de memoria.

En una de sus tantas jornadas, sus bueyes estaban cansados por una carga de madera del día anterior, así que pidió prestada una yunta a un tío para cumplir con un encargo liviano. Tomó la ruta de La Palma. Cargó la carreta al mediodía en Los Ángeles y emprendió el regreso a las tres de la tarde.

Ya en el Trepón del Magaleno, al anochecer, los bueyes no lograron subir. Se quedó varado. La luna llena lo acompañó y decidió esperar al amanecer. Su idea era descargar parte de la mercadería y subirla por tramos.


Pero en la madrugada empezó a llover. Sin forma de cubrir toda la carga con su única lona, decidió esperar un milagro. Y llegó.

Cerca del mediodía, pasaron unos muchachos arriando cerdos. Uno de los chanchos se quebró una pata, y uno de ellos regresó a Morenas por ayuda. Pronto apareció el dueño, con buenos bueyes y una carreta. Norman le pidió ayuda: él llevaría el chancho accidentado, y el otro usaría su yunta para arrastrar su carreta.

Aun así, el viaje que debía durar cuatro horas tardó más de un día. Llegó a Tierras Morenas a las cinco de la tarde del día siguiente, agotado, con hambre, pero aliviado. A la entrada del pueblo, se encontró con su hermano, quien lo buscaba por la preocupación de su madre.

Esa fue solo una de las muchas historias vividas con sus bueyes y su carreta. Norman fue boyero por más de 25 años, oficio que le dio sustento a él y su familia, hasta que una enfermedad lo obligó a dejarlo a los cuarenta.

Hoy, don Norman tiene 84 años. Trabaja en un pequeño taller donde hace artículos de madera que vende a sus vecinos. Y allí, a quien quiera escucharlo, les cuenta sus historias con los bueyes, sus compañeros inseparables.

En el año 2012, el desfile de boyeros de Tierras Morenas, celebrado cada 15 de mayo en honor a San Isidro Labrador, fue dedicado a él, como homenaje a su aporte al boyeo y al desarrollo de su comunidad.

Ese homenaje llenó de orgullo a aquel niño que un día soñó con ser boyero y, con esfuerzo y valentía, logró su sueño, convirtiéndose en ejemplo de perseverancia y amor por sus raíces.


La autora, Licda. Francis Barrantes Ruiz (1978), es Licda. en Educación Primaria, Universidad de Costa Rica. Trabaja en el Ministerio de Educación Pública desde el 2000, en Tilarán, Guanacaste.

          En opinión del escritor Miguel Fajardo, el cuento “El niño que quería ser boyero”, de la educadora Francis Barrantes Ruiz, maneja y recupera hechos reales en el tiempo, pero en su texto alcanza a perennizarlos.

          El tratamiento temático de la autora es muy humano, de gran introspección y conocimiento acerca de los avatares del factor humanidad.

          Realiza una notable recuperación temática de uno de los personajes arquetípicos del trabajo cotidiano, sin horarios.

          Con un estilo directo y puntual, la narradora envuelve al lector en el tejido argumental de su cuento, donde destacan los valores de la convivencia y la solidaridad, tanto en el plano familiar como laboral.               

El cuento “El niño que quería ser boyero”, de la Licda. Francis Barrantes Ruiz, se encuentra incluido en la antología RELATOS DE MI TIERRA, producido por la M.Sc. Meysbol Torres Herrera, de la Dirección Regional de Educación, Cañas, Guanacaste, Costa Rica.

Dicha antología incluye cinco cuentos de estudiantes de primaria, 11 textos de alumnos de secundaria. La única educadora incluida es la Licda. Francis Barrantes Ruiz.

Esta publicación se comparte en la revista electrónica ODISEO EN EL EREBO, dirigida por el gran escritor salvadoreño, André Cruchaga, con fines exclusivamente educativos.                                                     (MFK 

Lic. MIGUEL FAJARDO



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