Cuento
El niño que quería ser boyero
Licda. Francis
Barrantes Ruiz
(Guanacaste, Costa Rica)
Cuentan que, por los años de 1950, en un pequeño
pueblo llamado Tierras
Morenas, ubicado en el cantón de Tilarán, en la hermosa
provincia de Guanacaste, vivía Norman, un niño que soñaba
con ser boyero y tener sus propios bueyes.
Norman
creció entre muchas
limitaciones. Mientras iba a la escuela, también
trabajaba en la finca
de su familia. Junto con sus
hermanos,
cargaban leña desde la montaña hasta el pueblo, todo al hombro. Aquel
esfuerzo despertó en él el deseo de tener
una carreta, con la esperanza de que los bueyes
pudieran aliviar su carga y, de
paso, disfrutar del camino conduciéndolos
por las calles, como lo hacían los boyeros que veía a diario, trayendo
mercadería para abastecer a los vecinos.
La
ilusión crecía cuando escuchaba historias sobre cómo el mosaico de la iglesia y
varias de las mesas de la escuela habían
sido
trasladados
en carretas. Para él, aquellas historias eran prueba de que los bueyes no solo
eran fuerza, sino parte de la vida del pueblo.
Cuando
terminó la escuela, su padre lo envió —junto con sus hermanos— a trabajar en la
finca de un finquero local. Ahí, sembraban y cosechaban arroz, frijoles y
tiquisque. Norman quiso aprender sastrería o ser telegrafista, pero su padre no
lo permitió. Decía que eso era vagancia. Que lo necesitaba en la finca.
Aun
así, la idea de ser boyero seguía viva en su mente. En ese tiempo, el boyeo era
el principal medio de transporte. Tierras Morenas ya era distrito, pero aún no
se conectaba directamente con Tilarán. Las rutas más comunes eran tres:
·
Por el Llano Las Mulas: una ruta quebrada
y pedregosa.
· Por La Palma: más corta, pero con puentes en malestado y una cuesta temida, llamada “el Trepón del Magaleno”.
·
Por Aguilares:
la mejor opción, ya que pasaba por la Hacienda La Argentina, un centro activo
con comisariato, aserradero, trapiche y piladora. Esta zona desapareció años
después por la construcción del Embalse de Arenal.
La ruta de La Argentina llevaba
al cruce de Aguilares, donde uno podía ir hacia Tilarán o Los
Ángeles. En Los Ángeles estaba el famoso almacén El Emporio, de don Albino
Guzmán, que abastecía a La Palma, Tierras Morenas, Paraíso y Agua Caliente. Era
común ver carretas transportando productos como arroz, jabón en barra, manteca,
canfín, miel de purga, y hasta camas, guacales y piedras para reinstalar
fogones cuando una familia se mudaba.
También,
cuando alguien enfermaba, la carreta se convertía en ambulancia, llevando al
enfermo a Los Ángeles y, de ahí, a Cañas.
Norman,
ya con casi 15 años, trabajaba el campo cuando logró comprar sus primeros
novillos. Su abuelo Balbino le prestó 250 colones. Tardó tres años en
pagárselos, tras una buena cosecha de frijoles. Amansó los novillos con
paciencia, pero uno no resultó. Tuvo que venderlo y comprar otro ya amansado,
aprendiendo así que no cualquier novillo sirve para buey.
Norman
aprendió a escogerlos con detalle: buena contextura, cachos proporcionados,
ombligo y cola cortos, frente firme y casco redondo de pezuña ancha.
Con
su yunta finalmente lista, Norman comenzó su vida como boyero. En aquel tiempo,
no importaba si alguien era menor de edad: había que trabajar para ganarse el
pan.
Se cobraban
dos colones con cincuenta por cada quintal
de mercadería. La carga
usual era de unos 15
quintales. Norman salía de madrugada, dormía en el corredor de una pulpería en
Los Ángeles y cargaba a las seis de la mañana.
No usaba foco, solo la luz de los
luceros, porque tanto él como sus bueyes conocían el
camino de memoria.
En una de
sus tantas jornadas, sus bueyes estaban
cansados por una carga de
madera del día anterior, así
que pidió prestada una yunta a un tío para cumplir con un encargo liviano. Tomó
la ruta de La Palma.
Cargó la carreta
al mediodía en Los Ángeles
y emprendió el regreso a las tres de la tarde.
Ya en el Trepón
del Magaleno, al anochecer, los bueyes no lograron subir.
Se quedó varado. La luna llena lo acompañó y
decidió esperar al amanecer. Su idea era descargar parte de la mercadería y
subirla por tramos.
Pero en la
madrugada empezó a llover. Sin forma de cubrir
toda la carga
con su única lona, decidió
esperar un milagro. Y llegó.
Cerca
del mediodía, pasaron unos muchachos arriando cerdos. Uno de los chanchos se
quebró una pata, y uno de ellos regresó a Morenas por ayuda. Pronto apareció el
dueño, con buenos bueyes y una carreta. Norman le pidió ayuda: él llevaría el
chancho accidentado, y el otro usaría su yunta para arrastrar su carreta.
Aun así, el viaje
que debía durar
cuatro horas tardó
más de un día. Llegó
a Tierras Morenas a las cinco de la tarde
del día siguiente, agotado, con hambre, pero aliviado. A la entrada
del pueblo, se encontró con
su hermano, quien lo buscaba por la preocupación de su madre.
Esa
fue solo una de las muchas historias vividas con sus bueyes y su carreta.
Norman fue boyero por más de 25
años, oficio que le
dio sustento a él y su familia,
hasta que una enfermedad lo
obligó a dejarlo a los cuarenta.
Hoy,
don Norman tiene 84 años. Trabaja en un pequeño taller donde hace artículos de
madera que vende a sus vecinos. Y allí, a quien quiera
escucharlo, les cuenta
sus historias con los
bueyes, sus compañeros inseparables.
En
el año 2012, el desfile de boyeros de Tierras Morenas, celebrado cada 15 de
mayo en honor a San Isidro Labrador,
fue dedicado a él, como homenaje a su aporte al boyeo y al desarrollo
de su comunidad.
Ese homenaje
llenó de orgullo
a aquel niño que un día soñó con ser boyero y, con esfuerzo y
valentía, logró su sueño, convirtiéndose en ejemplo de perseverancia y amor por
sus raíces.
La
autora, Licda. Francis Barrantes Ruiz (1978), es Licda. en Educación
Primaria, Universidad de Costa Rica. Trabaja en el Ministerio de Educación
Pública desde el 2000, en Tilarán, Guanacaste.
En opinión del escritor Miguel
Fajardo, el cuento “El niño que quería ser boyero”, de la educadora Francis
Barrantes Ruiz, maneja y recupera hechos reales en el tiempo, pero en su texto
alcanza a perennizarlos.
El tratamiento temático de la autora
es muy humano, de gran introspección y conocimiento acerca de los avatares del
factor humanidad.
Realiza una notable recuperación
temática de uno de los personajes arquetípicos del trabajo cotidiano, sin
horarios.
Con un estilo directo y puntual, la
narradora envuelve al lector en el tejido argumental de su cuento, donde
destacan los valores de la convivencia y la solidaridad, tanto en el plano
familiar como laboral.
El
cuento “El niño que quería ser boyero”, de la Licda. Francis Barrantes Ruiz, se
encuentra incluido en la antología RELATOS DE MI TIERRA, producido por la M.Sc.
Meysbol Torres Herrera, de la Dirección Regional de Educación, Cañas,
Guanacaste, Costa Rica.
Dicha
antología incluye cinco cuentos de estudiantes de primaria, 11 textos de
alumnos de secundaria. La única educadora incluida es la Licda. Francis
Barrantes Ruiz.
Lic. MIGUEL FAJARDO
No hay comentarios:
Publicar un comentario