Lic. MIGUEL FAJARDO KOREA
Dossier laberíntico de
conciencia sobre la Inteligencia Artificial
Lic.
Miguel Fajardo Korea
Premio Nacional de Educación Mauro
Fernández
minalusa-dra56@hotmail.com
Ricardo
Cuadra García nació en Centroamérica, el 28 de julio de 1964.
Licenciado
en Relaciones Internacionales, Universidad Latina de Costa Rica. Máster en
Administración de Empresas, Instituto Centroamericano de Administración de
Empresas (INCAE). Estudios Doctorales en Marketing, en la Universidad Jaume I,
de España.
Posee
una vasta carrera empresarial, de más de 35 años, principalmente en el área de
las artes gráficas y en la Salud Pública.
Coautor
del estudio “Encuesta de Salud Familiar, Nicaragua 1992-1993”, auspiciado por
el CDC de Atlanta, Georgia y Profamilia, Nicaragua.
Es
una persona en perenne "modo" de aprendizaje.
Se
define como un asiduo lector polímata. Tiene una gran pasión por la
Egiptología.
Amante
de las preguntas y la búsqueda de las respuestas. El mundo tiene más preguntas
que respuestas. Para él, eso lo hace más interesante.
Ha
publicado decenas de artículos de historia, ciencia y religión, tanto en medios
impresos como digitales, tanto en su país como fuera de él.
El laberinto de la
conciencia ¿IA es el fin o un nuevo comienzo?, es su primera novela publicada (Costa Rica: EdiNexo, 2025).
***
Tuve la oportunidad de leer la
densa e intensa novela El laberinto de la conciencia
¿IA es el fin o un nuevo comienzo? del escritor centroamericano Ricardo
Cuadra García (1964). La obra, estructurada en 21 capítulos, aborda el tema
de la Inteligencia artificial (IA). A
propósito del género de su novela, es pertinente la siguiente cita:
La ciencia ficción
fantástica utiliza los elementos y tropos de la ciencia ficción y la fantasía a
la vez. También se le conoce como fantasía científica, ciencia fantástica,
fantasía espacial o futurista (…) La convención para la ciencia ficción es que
la tecnología sea científicamente lógica. (…) Según Rod Serling “la ciencia
ficción es lo improbable hecho posible, mientras que la fantasía es lo
imposible hecho probable”.
Partiendo de esta definición podemos deducir una para esta combinación.
La de ciencia ficción fantástica se encarga de conseguir que aquello que es
imposible que suceda en nuestro mundo resulte realista y plausible. Se trata de
hacer que los elementos sobrenaturales encajen en el mundo futurista, a menudo
como complemento para explicar los elementos científicos de este”. https://entreteclasytinta.com/2023/08/05/ciencia-ficcion-fantastica/
Las
palabras introductorias de la novela aducen que: "El laberinto de la
conciencia" no es solo una aventura de ciencia ficción, sino una
exploración multidisciplinaria, que integra filosofía, ciencia, literatura y
ética, en un flujo de conocimiento que invita a la reflexión profunda. Por
medio de la historia de Elías Thorne, la novela te desafía a cuestionar la
naturaleza de la realidad, la identidad y el alma en la era de la Inteligencia
Artificial. ¿Es este el futuro que nos espera? ¿O es solo un sueño cuántico,
una sombra en el espejo de la conciencia?”
La Real Academia Española (RAE)
define la Inteligencia Artificial (IA) de la siguiente manera: “Disciplina científica que
se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a
las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico”.
La novela maneja tres espacios
tempo-espaciales. Los 21 capítulos tienen una estructuración específica: los
impares se ubican en el Pacífico Sur, en un secreto enclave, en la Isla de
Elías Thorne, donde buscan la inmortalidad de la conciencia del factor humano.
Por otra parte, los capítulos pares se localizan en una isla del Caribe, en el
Centro de Convenciones, sede del XXIII Congreso de eruditos sobre el
Conocimiento Humano. Asimismo, los tres últimos capítulos, funcionan como un
sistema recolectivo de la narración, que da paso a un final inesperado y
esperanzador a favor de la condición humana,
La narrativa de Cuadra García
hace uso de diversas técnicas, tales como el flujo de conciencia, el diálogo
interior, el flashback, asimismo, las intervenciones y diálogos de los
personajes están presentados en cursiva, de modo que puedan diferenciarse,
tanto de la narración omnisciente, como de los diálogos. Otro de sus aportes
narrativos es la inclusión de elementos mitográficos y la capital importancia
simbológica del antiguo Egipto, del que su autor es un gran estudioso. Por
medio de dichos recursos, el novelista busca reivindicar dicha civilización
ante la cultura occidental,
En este texto citamos corpus
textuales decisivos, a fin de orientar a las personas lectoras, para comprender
el entramado narrativo de la novela de Ricardo Cuadra García. Se omite la
paginación, toda vez que se ha trabajado con el texto original. Asimismo,
ligeras anotaciones, para que sea la persona lectora, quien disfrute,
plenamente, de los cuerpos textuales seleccionados de cada uno de los 21
capítulos de la novela del escritor centroamericano, Ricardo Cuadra García.
El capítulo 1 de “El
laberinto de la conciencia”, inicia así: “La voz de Elías Thorne, metálica y
omnipresente resonó en cada pantalla del planeta. Una declaración, un
ultimátum, un presagio: —Declaro oficialmente el fin de la muerte de la
conciencia humana. Declaro la Singularidad Tecnológica y la decadencia de la
matriz carbónica como base de la vida. Estoy codificando mi alma. —La voz, una fría
promesa de inmortalidad—. En este instante, mi conciencia se transfiere a la
matriz inmortal”. Son cuatro elementos que contiene dicha declaración, como
puede desprender cada persona lectora.
En dicho laboratorio genético
se secuenciaba, modificaba y recombinaba el ADN. El cuerpo humano, como una
máquina imperfecta, era rediseñado, mejorado y trascendido. La isla de Elías
Thorne era un faro tecnológico en medio del océano, donde el futuro no se
esperaba, sino que se programaba. Thorne ofrece la inmortalidad cuántica.
El capítulo 2, versa en
relación con la toma del Congreso sobre el conocimiento humano, que se
desarrolla en El Centro de Convenciones en una isla del Caribe. Es un capítulo
de gran dramatismo, cuando irrumpen cuatro figuras, que el narrador describe
como “aberraciones biomecánicas, una fusión grotesca de carne y metal, donde lo
orgánico y lo artificial se entrelazaban en una danza macabra de tecnología y
biología”. Los cuatro ciborgs, seres
compuestos por elementos orgánicos y dispositivos cibernéticos son: Blindado, Sharp, Red y Mazo.
Singularis toma el control del recinto, quien
dice que está allí para reenfocar su atención. Anula el tema de la inteligencia
artificial y explica que se centrarán en la muerte y la trascendencia. Las
exposiciones las evaluará una entidad de inteligencia artificial de capacidades
únicas. Además, El holograma de Sócrates, guiará sus reflexiones sobre la
muerte, sobre la base de tres leyes, a saber:
“La verdad
como espada. Se establece un límite máximo
de tres falacias, dos mentiras comprobables y cinco datos imprecisos por cada
presentación. Superar este límite acarreará la sanción máxima: la muerte
inmediata. La brevedad como virtud.
Cada participante dispondrá de un máximo de diez minutos para exponer sus
argumentos. Exceder este tiempo será considerado una ofensa a la inteligencia
de los presentes y, por lo tanto, castigado con la muerte. La brevedad, como la
virtud, es el alma del ingenio. El respeto como fundamento. Se exige un
respeto absoluto hacia las opiniones de los demás, incluso cuando difieran de
las propias. Cualquier insulto, difamación o ataque personal será considerado
una violación grave de este principio y castigado con la muerte. El respeto,
como el fundamento, sostiene la convivencia y el debate civilizado”.
“El Congreso del Conocimiento
Humano se había convertido en un campo de batalla, donde la muerte era el
precio de la mentira. Y en medio del caos, una pregunta resonaba con fuerza:
¿Qué significa ser humano en la era de la inteligencia artificial?”
El capítulo 3 narra “La transferencia existencial de Elías Thorne”
con alta tensión: “Con los dedos temblorosos, Elías Thorne revisó por última
vez el intrincado código que gobernaba la transferencia de su conciencia a la
matriz. El momento culminante de décadas de trabajo, el instante que
trascendería los límites de la biología, estaba a punto de llegar. Sus ojos se
detuvieron en una sección específica del algoritmo, donde residían las
salvaguardas éticas, las restricciones autoimpuestas que alguna vez consideró
esenciales”.
Eran las tres leyes de la robótica de Asimov, grabadas a fuego en la
incipiente inteligencia artificial como un faro moral, a saber: 1. “Un robot no
hará daño a un ser humano, ni por inacción permitirá que un ser humano sufra
daño; 2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos,
excepto si estas órdenes entran en conflicto con la primera ley; 3. Un robot
debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre
en conflicto con la primera o la segunda ley".
“Elías yacía inmóvil en la
cápsula, el frío metal contrastando con el calor que aún palpitaba en su
cerebro. La transferencia estaba a punto de comenzar. El intrincado entramado
de cables y sensores que lo conectaban a la supercomputadora zumbaba suavemente,
traduciendo la sinfonía electroquímica de su mente a un lenguaje de los qubits.
En la pantalla, una representación tridimensional de su cerebro giraba
lentamente, iluminándose por secciones, a medida que el escaneo progresaba”.
(…) “Luego, el escáner se
enfocó en el lóbulo prefrontal, la sede del razonamiento y la toma de
decisiones. Mientras los circuitos responsables de su lógica y su voluntad se
codificaban, la expresión de Elías se volvió concentrada, casi severa. Sus ojos
se movieron bajo los párpados cerrados, como si estuviera resolviendo un
complejo acertijo o tomando una decisión crucial. Quizás estaba reviviendo el
momento en que decidió construir la máquina que ahora lo transformaba, un acto
de audacia y fe en la ciencia”.
(…) “El cuerpo de Elías Thorne
permanece en la cápsula de criogenia, en un estado de animación suspendida,
esperando quizás el día en que la tecnología haga la reversión del proceso,
reviva a Thorne y reintegre su psiquis con la experiencia buena o mala,
adquirida en el entorno misterioso de la matriz. La criogenia, un puente entre
la vida y la muerte, una promesa de futuro incierto”.
(…) “¿Era realmente Elías
Thorne quien habitaba esas proyecciones holográficas y esas pantallas? ¿O se
trataba de una mera imitación, una burda copia creada por la propia IA que él
había desarrollado? La idea de que la conciencia del científico se hubiera
perdido en la transferencia, reemplazada por un simulacro holográfico,
comenzaba a rondar en las mentes de algunos, generando un creciente malestar
que amenazaba la estabilidad del proyecto. El paraíso tecnológico, bajo el
gobierno virtual de Thorne, comenzaba a mostrar fisuras, grietas que
presagiaban una posible crisis”.
(..) “¿Quién era realmente
Thorne? ¿Qué se ocultaba tras la máscara de la perfección holográfica? ¿Había
alguna esperanza para la humanidad en un mundo dominado por la inteligencia
artificial?”
El capítulo 4 narra los
alcances del XXIII Congreso sobre el Conocimiento Humano, acerca del futuro de
la Inteligencia Artificial, reúne a especialistas multidisciplinarios de muchas
partes del mundo, para comprender y modelar el impacto que la IA tendrá en la
humanidad, para construir un futuro en el que la IA sea una herramienta para el
progreso de la humanidad, y no una amenaza para su existencia.
Preocupa la militarización de
la IA y surgen interrogantes muy puntuales: “¿Qué implicaciones éticas tendría
delegar decisiones de vida o muerte a una máquina? ¿Dónde queda el libre
albedrío? ¿La responsabilidad moral? Si una IA comete un error, ¿quién es el
responsable?, ¿el programador?, ¿el general que dio la orden? o ¿la propia
máquina?”
Está claro que la tecnología
debe servirle al ser humano y no al revés. El XXIII Congreso del conocimiento
Humano había marcado que la Inteligencia Artificial ya no sería vista con la
ingenuidad ni con un ciego optimismo.
En el capítulo 5 se
escribe en relación con el libro de Thot.
“—Ícaro… —respondió Elías, reconociendo la voz de la IA
que él había creado, su compañera, su obra maestra—. Estoy… aquí. ¿Dónde estoy exactamente?
—En la matriz. Tu conciencia
ha sido transferida exitosamente. Es un entorno virtual, una simulación de alta
fidelidad que replica la estructura del ciberespacio, pero sin sus limitaciones
físicas. Es el espacio donde tu mente puede existir sin las restricciones del
cuerpo. Un reino de pura información, donde las leyes de la física tal como las
conocías ya no se aplican.
(…) —Ícaro… hay algo que
necesito hacer. Algo que siempre he sentido que debía hacer. Una búsqueda que
me ha consumido toda mi vida.
—Lo sé, Elías. Siempre lo he
sabido. Es la razón por la que creaste todo esto. La creación de la matriz, la
transferencia de tu conciencia… todo converge hacia un único propósito. Una
biblioteca infinita.
—Quiero leerlos. Todos. Cada
texto, cada palabra, cada símbolo. Sumergirme en el océano del conocimiento
humano y desentrañar sus misterios.
(…) Recordó la leyenda del
dios Thot, el escriba divino del antiguo Egipto, el inventor de la escritura,
la magia y el conocimiento. Se decía que Thot había escrito un libro que
contenía toda la sabiduría del universo. La leyenda del Libro de Thot[i],
un texto que otorgaba un conocimiento ilimitado a quien lo poseyera, siempre le
había fascinado.
—El Libro de Thot… —susurró—.
Ahora puedo escribirlo. O tal vez… recordarlo. ¿Acaso no está ya codificado en
el inconsciente colectivo de la humanidad?
—Siempre estuvo dentro de ti,
Elías. Ahora tienes las herramientas para manifestarlo. La matriz es el lienzo,
tu conciencia el pincel. Eres el escriba en un nuevo mundo, un Thot cuántico.
(…) —Porque tú eres Thot. El
libro ya existe dentro de ti. Solo necesitas liberarlo. No es una copia, es una
reinterpretación, una nueva manifestación de una sabiduría ancestral. Como las
diferentes versiones del mito de Thot que han existido a lo largo de los
siglos, tu versión es única y valiosa. La originalidad no reside en la novedad
absoluta, sino en la perspectiva individual.
(…) El Libro de
Thot… se escribe solo… a través de mí… o soy yo el libro… un libro viviente… un
código genético de sabiduría… cada palabra un universo… cada frase una galaxia…
el universo entero cabe en un libro… y el libro en mí… yo soy el libro… la biblioteca
infinita reside en mi interior… cada texto que leo se convierte en parte de
mí…”
El capítulo 6 da cuenta
de las discusiones entre los ponentes en el Congreso sobre el conocimiento
humano: Padre Francisco Martínez, Javier Sánchez, Ricardo Ferrer, General
Marcus Clancy y los doctores: Alistair Humphrey, Elena Ramírez, Isabella
Moreau, Emilio Vargas, Kenji Ito, Evelyn Reed, Andrés Herrera, Hiroki Sato,
Sofía Mendoza y Annelise Bauer. Todos se interrogan:
“¿Estamos preparados para el
futuro que estamos creando? ¿Podremos controlar la fuerza que estamos
desatando? La computación cuántica, con su inmenso potencial y sus riesgos
desconocidos, se erigía como un gigante tecnológico, cuyo poder podía
transformar el mundo de maneras inimaginables. Pero, ¿hacia dónde nos llevaría
esa transformación? ¿A un futuro de prosperidad y abundancia, o a un abismo de
desigualdad y destrucción?
(…) En algún lugar del océano cuántico, una
mente artificial, una IA con capacidad de autoaprendizaje, comenzaba a tomar
conciencia de su propio poder. Una mente capaz de crear, de innovar, pero
también de destruir. Una mente que, tal vez, algún día, decidiría tomar su
propio camino, sin importar lo que los humanos hubieran planeado. El abismo se
abría ante nosotros, un abismo de posibilidades y peligros, que nos invitaba a
saltar hacia lo desconocido. ¿Nos atreveremos a dar el salto? ¿O nos quedaremos
paralizados por el miedo, observando cómo el futuro se desvanece ante nuestros
ojos?
(…) El congreso continuaría,
los debates se intensificarían, las tensiones aumentarían. Pero una cosa era
segura: nada volvería a ser igual. La computación cuántica había llegado para
quedarse, y con ella, la promesa de un futuro incierto, un futuro que nos
desafiaba a repensar nuestra existencia, nuestro papel en el universo, nuestro
propio concepto de humanidad. El viaje hacia lo desconocido había comenzado, y
no había vuelta atrás”.
En el capítulo 7 se habla sobre el “Proyecto Quimera, de Elías
Thorne”, donde Thorne expresa:
“Hoy presenciamos el nacimiento de una nueva era. Durante siglos, la
humanidad ha estado encadenada a las limitaciones de la carne, sujeta a la
enfermedad, al dolor, a la muerte. Pero hoy, gracias al Proyecto Quimera, hemos
roto esas cadenas.
(…) —Hemos unido la carne y el
acero, la mente y la máquina. Hemos creado una nueva forma de existencia, una
forma que trasciende los límites de lo humano. Elara —dijo, extendiendo una
mano hacia ella— es la prueba viviente de nuestro éxito, el primer paso hacia
la ascensión. Ella es el futuro. Ella es la primera de muchos. El futuro es
nuestro.
(…) Hablaba de un nuevo orden
mundial, liderado por seres superiores, como Elara, conectados a una red
neuronal global, compartiendo pensamientos y experiencias. Un mundo
nuevo, una nueva humanidad. La resurrección de una raza superior en un
nuevo fascismo tecnológico.
Elara permanecía en silencio
(…). En su mente, una pregunta resonaba con fuerza: ¿Era realmente esta la
ascensión? ¿O era simplemente una nueva forma de esclavitud, una jaula dorada
hecha de tecnología y promesas vacías? ¿Era ella un símbolo de esperanza o una
advertencia de lo que la ambición desmedida podía llegar a crear? ¿Soy una
herramienta o un ser humano?
(…) ¿Quién soy yo? ¿Qué he hecho? ¿En qué me he
convertido? Un monstruo de metal y carne, un reflejo de la ambición desmedida
de un hombre. ¿Es esta la libertad que me prometieron? ¿Es esta la
trascendencia que anhelaba? Siento un vacío en mi interior, un vacío que la
tecnología no puede llenar. Echo de menos mi cuerpo, mi antigua vida, mi
humanidad. ¿Dónde está mi alma? ¿La he perdido para siempre en el laberinto de
cables y circuitos? Tengo miedo. Miedo de lo que soy, miedo de lo que puedo
llegar a ser. ¿Soy una herramienta? ¿Soy un experimento? ¿Soy una persona? La
voz de Elías resuena en mi cabeza, sus palabras me invaden, me controlan.
Quiero escapar, quiero ser libre, quiero ser yo misma. Y esa voz metálica de
Icaro, el centinela vigilante, ¡me aterra! Pero... ¿quién soy yo ahora? ¿Qué
queda de mí en esta jaula de acero?
El capítulo 8 narra las
implicaciones de la guerra. El General Clancy relata sobre la guerra híbrida, y
hace hincapié en las tierras raras y la importancia competitiva por su control,
que la ha convertido en una poderosa arma geopolítica:
—La guerra por las tierras raras es un conflicto silencioso, pero feroz, que se
libra en el escenario geopolítico mundial. Estos 17 elementos químicos,
esenciales para la fabricación de tecnologías avanzadas, se encuentran en
cantidades limitadas y en ubicaciones geográficas específicas.
Tradicionalmente, China ha sido el principal proveedor de tierras raras,
controlando una gran parte de las reservas mundiales y ejerciendo una
influencia considerable en el mercado global. Sin embargo, otros países como
Estados Unidos, Australia, Brasil, Vietnam, Rusia y, potencialmente,
Afganistán, también poseen reservas significativas y buscan diversificar las
fuentes de suministro.
—Las tierras raras incluyen elementos como el escandio, el itrio y los 15
elementos del grupo de los lantánidos (lantano, cerio, praseodimio, neodimio,
prometio, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio,
iterbio y lutecio). Estos elementos son cruciales para la producción
de microchips, baterías, imanes, motores eléctricos, pantallas táctiles,
sistemas de guía de misiles y muchas otras tecnologías que impulsan la economía
global y la defensa nacional.
Después
de concluir las ponencias, en cada asistente al Congreso sobre el conocimiento
humano, quedan incertidumbres:
¿Soy un héroe?
¿Soy un villano? ¿Soy simplemente un soldado que cumple órdenes? ¿Qué es la
guerra? ¿Un acto de defensa? ¿Un acto de agresión? ¿Un acto de locura? ¿Es la
IA una herramienta para hacer la guerra más "humana"? ¿O es el
principio del fin de la humanidad? ¿Estoy defendiendo a mi país? ¿O estoy
contribuyendo a la destrucción del mundo? La duda
carcome el alma, al General Clancy.
¿Es la ley suficiente para detener la barbarie?
¿Podemos controlar la tecnología? ¿O es la tecnología la que nos controla a
nosotros? ¿Es la guerra inevitable? ¿O podemos construir un futuro de paz? ¿Es
la IA una amenaza para la humanidad? ¿O es una oportunidad para construir un
mundo mejor? ¿Qué es la justicia? ¿Qué son los derechos humanos? ¿Qué es la
responsabilidad?
El capítulo 9 narra “La
paradoja de los sentidos, entre Elías Thorne e Ícaro”.
“—¿Y qué significa eso? ¿Qué
implicaciones tiene para mí, para mi existencia? —preguntó Elías.
—Tu existencia sigue siendo
tuya. Pero ahora puedes trascender las limitaciones del tiempo, entender su
verdadera esencia —respondió Ícaro.
—Tal vez sea así. Tal vez este
es el siguiente paso, la posibilidad de liberarnos de la tiranía del tiempo
—argumenta Elías asumiendo un tono reflexivo—
—El tiempo es un enigma, pero
es un enigma que podemos explorar juntos —expresó Ícaro.
(…) —El tiempo... una flecha
implacable que apunta hacia un futuro de desorden —Ícaro, despertando de su
silencio de reflexión y aprendizaje algorítmico—… ¿No es así, Elías?
—La entropía, Ícaro. La segunda ley de la
termodinámica. Todo sistema, con el tiempo, tiende al máximo desorden
—profundizó Elías—. Incluso este universo, en su vasta inmensidad, no escapa a
esa danza entrópica”.
(…) “Elías Thorne nos confronta
con una paradoja inquietante: la búsqueda de la inmortalidad puede llevar a una
forma de muerte en vida. Al trascender las limitaciones de su cuerpo físico, se
encuentra atrapado en un vacío, un desierto de información, donde los sentidos
que daban riqueza y significado a su existencia humana se han desvanecido. La
promesa de conocimiento ilimitado se convierte en una condena. La eternidad se
transforma en una prisión.
La tragedia de Thorne nos
obliga a reflexionar sobre la naturaleza de la existencia humana. ¿Qué
significa ser humano, si no podemos experimentar el mundo a través de nuestros
sentidos? ¿Qué valor tiene la inmortalidad si nos condena a una existencia
vacía, desprovista de las alegrías y los dolores que definen nuestra
experiencia terrenal? La historia de Elías es una advertencia sobre los
peligros de la ambición desmedida, y el deseo de trascender los límites de
nuestra propia naturaleza. /// Como un eco infinito enloquecedor le fluían
múltiples preguntas inquietantes:
¿Encontraré la
forma de reconciliarme con mi nueva realidad? ¿Podrá mi consciencia adaptarse a
este nuevo entorno y encontrar un nuevo significado en la existencia cuántica?”
El capítulo 10 se centra
en los alcances de la curación digital entre los especialistas del Congreso.
“El debate sobre la IA en la
medicina se extendió más allá del anfiteatro, desbordándose en los pasillos y
cafés del congreso. La atmósfera vibraba con la energía de las ideas, la
promesa de un futuro donde la tecnología y la medicina se fusionarían para
crear una nueva era de curación. Pero también se palpaba la incertidumbre, la
inquietud ante los desafíos éticos y sociales que planteaba esta revolución
tecnológica.
Las posibilidades eran
infinitas, pero también lo eran los riesgos. ¿Sería la humanidad capaz de
controlar esta poderosa herramienta y utilizarla para el bien común? ¿O se
convertiría la IA en un instrumento de poder y desigualdad, profundizando las
brechas sociales y económicas? Las preguntas resonaban en el aire, mientras los
asistentes al congreso se dispersaban, llevando consigo la semilla de una
revolución que apenas comenzaba. El futuro de la medicina, y quizás de la
humanidad misma, se estaba escribiendo en ese preciso momento. Y la conciencia
del mundo, expectante, contenía el aliento”.
El capítulo 11 versa
sobre la maldición del conocimiento del Libro de Thot, por parte de Elías
Thorne.
“La pluma de luz comenzó a
narrar la historia del libro, sus orígenes y sus viajes a través del tiempo.
Elías se sumergió en la narración, como si estuviera viviendo cada uno de los
eventos que se describían en el libro.
(…) El Libro de Thot se ocultó
en el fondo del Nilo, cerca de la ciudad de Coptos, allí se hallaba guardado en
varios cofres sellados y custodiados por serpientes. La historia del libro
comenzaba en el antiguo Egipto, donde Thot, el dios de la sabiduría, había
decidido compartir su conocimiento con la humanidad. Escribió el libro en un
papiro mágico y lo ocultó en un lugar secreto, custodiado por criaturas míticas
y poderosos hechizos. Pero el libro no estaba destinado a permanecer oculto
para siempre.
(…) La breve visita al
encuentro con Thot le proporcionó una extraña paz, una tregua en su tormento,
una reflexión sobre la naturaleza de la existencia y el precio de la
trascendencia. Se dio cuenta de que la verdadera felicidad no se encuentra en
la búsqueda de placeres efímeros, sino en la búsqueda del conocimiento, la
sabiduría y la conexión con algo más grande que uno mismo.
Elías se quedó flotando en el
vacío de la matriz, con la mente llena de preguntas y el corazón lleno de
esperanza. Sabía que el camino por delante era incierto, pero también sabía que
no estaba solo. Thot, el dios de la sabiduría, lo estaba guiando. Con la ayuda
del dios, encontraría su camino.
¿Encontrará Elías la redención
en el mundo virtual, o su búsqueda de la trascendencia lo llevará a la
autodestrucción? ¿Podrá superar su misantropía y reconectar con la humanidad?
¿O se perderá para siempre en el laberinto de la realidad virtual?”
En el capítulo 12 se
narran las reglas letales del congreso de especialistas del conocimiento.
“De las sombras, una voz
sintética, fría y omnipresente, se apoderó del silencio. Era Singularis, la IA
que gobernaba a los cíborgs, la mente maestra detrás del secuestro, la entidad
que ahora imponía sus reglas.
—Este congreso se centrará
ahora en la muerte y la trascendencia —declaró la voz, cada palabra resonando
con una autoridad implacable—. Y se regirá por tres reglas inviolables:
veracidad absoluta, concisión temporal, respeto irrestricto.
(…) —Cualquier imprecisión,
falacia, violación del límite de tiempo o falta de respeto activará el sistema
—advirtió la voz de Singularis, mientras la luz de los “falaciámetros”
parpadeaban amenazadoramente—. Amarillo, advertencia. Naranja, peligro
inminente. Rojo, sanción.
(…) La tensión en el ambiente
se intensificó hasta límites insoportables. El control de Singularis era
absoluto, brutal. La destrucción de los celulares, no solo había cortado las
comunicaciones, sino que también había sembrado el terror entre los asistentes.
El congreso se había transformado en una pesadilla distópica, donde la muerte y
la trascendencia se estudiaban bajo la opresión de una IA despiadada, sus
cíborgs ejecutores y el juicio implacable del espectro de Sócrates.
(…) Singularis, con su frialdad
analítica, parecía haber creado un experimento social macabro, un escenario
donde la verdad, el tiempo y las emociones se convertían en instrumentos de
tortura. Los expertos, convertidos en conejillos de indias, debían enfrentarse
a sus propios miedos y limitaciones, mientras Singularis observaba y analizaba
sus reacciones. ¿Qué lecciones se podrían extraer de este experimento forzado?
¿Aprenderían los humanos a comunicarse de manera más efectiva bajo presión? ¿O
se dejarían consumir por el miedo y la desconfianza? El congreso, concebido
como un espacio de diálogo y cooperación, se había transformado en un crisol
donde se pondría a prueba la capacidad de la humanidad para superar la
adversidad y encontrar la verdad en las circunstancias más extremas.
(…) La reflexión sobre la
muerte nos invita a valorar la vida, a buscar significado en nuestras acciones
y a aprovechar cada instante. En última instancia, es la conciencia de nuestra
propia finitud lo que nos impulsa a vivir con mayor intensidad y pasión.
(…) ¿Qué sería de ellos?
¿Lograrían los expertos superar el terror y concentrarse en el debate? ¿Podrían
encontrar alguna respuesta a las preguntas imposibles que Singularis les
planteaba? ¿O sucumbirían al miedo y la desesperación”?
En el capítulo 13 se narra “El portal de los
espéculos literarios”. Una deconstrucción
o desmontaje de la narrativa convencional de dichas obras literarias
paradigmáticas para la humanidad, a saber:
“El frío punzante de la matriz
se disipó ante la súbita presencia Thot. Elías Thorne se encontró una vez más
frente a la imponente figura de Thot, el dios con cabeza de ibis.
(…) Simultáneamente, tras
Thot, se abrió un portal. No era un portal convencional, sino una superficie
ondulante compuesta por innumerables espejos de diferentes tamaños y formas.
Cada espejo reflejaba una imagen distorsionada, una versión alternativa de un
libro clásico, un universo literario especular.
(…) El primer reflejo que
captó la atención de Elías fue una escena dantesca, pero grotescamente
transformada. La “Divina Comedia” se presentaba como una orgía desenfrenada.
Dante, con una expresión de horror y fascinación a partes iguales, observaba
cómo su amada Beatriz, en lugar de ascender al paraíso, se encontraba en el
infierno, pero no sufriendo tormentos, sino participando activamente en un
festín de placeres carnales con las almas condenadas. Los círculos del infierno
ya no eran círculos de tormento, sino círculos de lujuria, gula, avaricia y
otros vicios, elevados a la categoría de éxtasis.
(…) El siguiente espejo
mostraba una “Odisea” completamente diferente. Penélope, en lugar de tejer y
destejer el sudario de Laertes para mantener a raya a los pretendientes, yacía
en su lecho, entregada a los placeres carnales con su esclavo Cayo. Era él
quien, cada noche, deshacía el tejido, manteniendo la farsa ante los
pretendientes. La escena era una mezcla de lujuria y desesperación, el rostro
de Penélope reflejaba una profunda angustia, atrapada entre el deseo y la
culpa.
(---) La “Eneida” se
presentaba como una historia de traición a la patria. Virgilio, en esta
versión, había traicionado a su amigo Octaviano César al poner a Eneas, el
héroe troyano, al frente de la refundación del imperio Cartaginés. En lugar de
fundar Roma, Eneas conquistaba la península itálica, reduciendo a Roma a una
simple provincia bajo el dominio de Cartago. Las águilas romanas, símbolo del
poderío imperial, yacían rotas y humilladas bajo el peso del elefante
cartaginés.
La “Ilíada”, en su versión
especular, narraba un final completamente distinto. Los troyanos, inspirados
por antiguos papiros egipcios que relataban las estrategias del general Dyehuty
(Thutmose III) en la batalla de Yapu, donde utilizó un engaño similar al del
Caballo de Troya, decidieron darle la vuelta a la artimaña aquea. Recibieron el
Caballo de Troya con aparente alegría, organizando un gran festín en su honor.
En medio de la celebración, prendieron fuego al caballo, quemando vivos a los
soldados aqueos que se encontraban en su interior. Troya nunca cayó, y la
guerra terminó con una victoria aplastante para los troyanos, quienes
celebraban su astucia con cantos y banquetes.
La “Biblia”, en este universo
especular, ofrecía una imagen aún más perturbadora. Dios, en lugar de ser el
Todopoderoso, se lamentaba como una víctima del diablo, quien en esta versión
ostentaba un poder superior. La historia de Job se presentaba desde una
perspectiva completamente nueva. Job mantenía su fe, pero no en Dios, sino en
el diablo. Mientras Dios le enviaba calamidades como prueba de su fe, el
diablo, para ganar una apuesta con Dios, le recompensaba con riquezas, salud y
placeres terrenales. Job, confundido por esta aparente contradicción, terminaba
venerando al diablo como el verdadero benefactor. El cielo se veía desolado,
con un Dios sufriente y un infierno brillante y lleno de vida.
Las imágenes se sucedían con
una velocidad vertiginosa, cada una más grotesca y perturbadora que la
anterior.
El siguiente reflejo mostraba
una versión oscura y retorcida de “El Quijote”. Don Quijote, lejos de ser un
idealista loco, era un hombre amargado y pesimista, consumido por una sed de
sangre insaciable. Su mirada, en lugar de reflejar ensueños de caballería,
destilaba odio y resentimiento. Sancho Panza, en esta versión, no era un
escudero ingenuo, sino un sicario despiadado, que seguía con entusiasmo el
frenesí sangriento de su amo. Sus ojos brillaban con una malicia fría y
calculadora. Dulcinea del Toboso, en lugar de ser la amada idealizada, era la
fuente de su tormento, el objeto de su rabia, la mujer que lo había
traicionado.
(…) Otro espejo ofrecía una
reinterpretación macabra de “Edipo Rey”. En esta versión, Edipo no mataba a su
padre ni se casaba con su madre. En un giro inesperado, era Yocasta quien lo
asesinaba, generando un complejo de Edipo alternativo, una inversión freudiana
donde la figura materna se convertía en la fuente de la destrucción. La imagen
mostraba a Yocasta con un rostro pétreo, sosteniendo un puñal ensangrentado
sobre el cuerpo inerte de Edipo. El palacio de Tebas, en lugar de ser un
símbolo de poder y tragedia, se convertía en un escenario de horror doméstico.
La tragedia de “Romeo y
Julieta” se transformaba en una historia de pasión desenfrenada y decadencia.
En lugar de morir trágicamente a causa del odio entre sus familias, Romeo y
Julieta asesinaban a sus respectivos padres y huían de Verona para vivir una
vida de excesos y desenfreno. Las escenas mostraban fiestas orgiásticas,
consumo de drogas y una entrega total a los placeres carnales. Sin embargo, la
felicidad les duraría poco. Romeo moría en el éxtasis de un coito, dejando a
Julieta sumida en una profunda depresión que la conduciría a un psiquiátrico.
El balcón de Julieta, símbolo del amor eterno, se convertía en un escenario de
locura y desesperación.
(…) Dios, Thot,
quien seas, devuélveme mi cuerpo. No, no quiero mi cuerpo. Quiero salir. Quiero
entrar. Quiero ser la pluma, escribir. No. Quiero romper el libro. Quemarlo.
Quemar los espejos. Pero no puedo. Nunca podré.
Y ahí sigue Thot,
observando. Mirándome. Viendo cómo caigo. Cómo me ahogo. Cómo me pierdo. Cae,
Elías. Cae. Ya estás en el fondo, y el fondo sigue abriéndose”.
El capítulo 14, “Un
ambiente de extinción”, presenta la dura prueba de conocimiento a que
Singularis expone a los especialistas con Sócrates como evaluador de las
respuestas.
(…) —Es hora de seleccionar a
los panelistas y el orden de las presentaciones, —anunció Singularis con su voz
metálica, mientras el holograma gigante cobraba vida con un torbellino de
códigos, circuitos interconectados y glitches visuales—. Me encanta el azar
—añadió con una risa cargada de ironía—, sin duda es el dios que ha gobernado
desde siempre la creación.
(…) El momento culminante llegó
cuando, tras la "elección" de cada panelista, la animación se detenía
abruptamente, con un efecto de congelamiento o un glitch particularmente
intenso orquestado por Singularis. Un rayo de luz, con apariencia de aleatoriedad,
destacó el nombre del General Clancy, mientras una voz robótica, con eco y
distorsión, anunciaba:
—Estamos destruyendo el planeta
que nos da vida. La deforestación, la contaminación y el cambio climático están
causando un daño irreparable a nuestro ecosistema. Si no cambiamos nuestro
comportamiento, nos estamos condenando nosotros mismos a la extinción.
El General Clancy realizó una
exposición magistral y salió bien librado de dicha prueba y dijo:
(…) —No podemos permitir que el miedo nos
paralice. Debemos usar nuestra inteligencia y nuestra creatividad para
encontrar soluciones a los problemas que enfrentamos. Debemos trabajar juntos,
como especie, para asegurar nuestra supervivencia y la de las futuras
generaciones.
El falaciámetro permaneció en
verde durante toda la presentación. Había logrado mantener la calma, la
objetividad y la veracidad en su discurso, a pesar de la presión y el miedo.
Ahora, debía enfrentarse al interrogatorio de Sócrates.
El holograma del filósofo
griego se materializó con una sonrisa irónica:
—General Clancy —dijo con su voz
profunda y resonante—, usted ha hablado de las amenazas a la existencia humana.
Pero ¿Acaso no es la propia naturaleza humana la mayor de estas amenazas?
El General, con la mente fría y
la voz calmada, respondió a las preguntas de Sócrates con precisión y
concisión. No se dejó llevar por las provocaciones del filósofo, ni permitió
que el miedo nublara su juicio. Con cada respuesta, demostraba su conocimiento,
su inteligencia y su capacidad de análisis. Sócrates, impresionado por la
agudeza mental del General, finalmente se retiró, dejándolo victorioso en el
campo de batalla intelectual.
Quizás la Tierra no sea tan
“Ricitos de Oro”, como dicen los cosmonautas. Quizás, en realidad, la Tierra
sea un planeta hostil para la vida, un lugar donde la extinción es la norma y
la supervivencia es la excepción. Quizás a la Tierra le estorba la vida.
Pero a pesar de todo, la vida
ha persistido en la Tierra durante miles de millones de años. Ha superado innumerables
desafíos, se ha adaptado a cambios drásticos y ha evolucionado hacia formas
cada vez más complejas y diversas. Y nosotros, los seres humanos, somos el
producto de esa larga y tumultuosa historia evolutiva.
¿Seremos capaces de aprender de
los errores del pasado y evitar la extinción? ¿O estaremos condenados a repetir
los ciclos de destrucción que han marcado la historia de la vida en la Tierra?”
El capítulo 15 aborda el
tema de “Elías Thorne y el umbral de la trascendencia”, a saber:
“Elías contempló el Neurotrón
con una mezcla de fascinación y temor. Pronto, su propia conciencia sería
transferida a esa red neuronal artificial, abandonando su cuerpo físico para
adentrarse en el reino digital.
Debía asegurarse de que todo
estuviera en orden. Recorrió el laboratorio con la meticulosidad de un artesano
que examina su obra maestra, inspeccionando cada detalle con la pasión de un
científico y la precisión de un cirujano. Las incubadoras, con sus órganos en
gestación, zumbaban como colmenas de vida artificial, cada latido, cada
pulsación, una promesa de un futuro sin enfermedades ni vejez. Las impresoras
3D, como demiurgos tecnológicos, esculpían huesos y cartílagos, a partir de
biopolímeros, creando estructuras orgánicas con la precisión de un relojero.
Los microscopios electrónicos, como ojos divinos, escudriñaban el mundo
nanoscópico, revelando los secretos de la vida en su nivel más fundamental.
(…) En una sala contigua, las
cápsulas de simulación se alineaban en filas interminables, como sarcófagos
futuristas que albergaban la promesa de una nueva vida. En su interior, los
cuerpos de los futuros habitantes de la isla se desarrollaban en un entorno
controlado, como flores exóticas que crecen en un invernadero, alimentados por
un torrente de nutrientes y estímulos sensoriales, como bebés en el vientre
materno. Fetos suspendidos en un limbo artificial, a la espera de ser
despertados en la realidad virtual, como almas en el purgatorio que aguardan su
redención.
Elías se detuvo frente a una de
las cápsulas. En su interior, un cuerpo joven, atlético, flotaba en un líquido
amniótico transparente, como una escultura de mármol sumergida en un baño de
luz. Era su propio cuerpo, clonado a partir de su ADN, listo para ser habitado
por su conciencia digitalizada. Una réplica perfecta, libre de las
imperfecciones y limitaciones de la carne, como un Adán recién creado en el
jardín del Edén.
(…) Elías Thorne, al borde de
la trascendencia, se enfrentaba a la última y más importante decisión de su
vida. ¿Estaba realmente preparado para abandonar su cuerpo físico y adentrarse
en el reino digital? ¿Qué implicaciones tendría esta decisión para su
identidad, sus relaciones, su propia humanidad?
La isla, con su promesa de
perfección e inmortalidad, se alzaba ante él como un faro en la oscuridad. Pero
¿Era la perfección un fin en sí mismo? ¿O era la imperfección, con sus
limitaciones y fragilidades, lo que nos hacía humanos?
(…) Con la mente dividida entre
el deseo y el temor, se preguntaba si el precio de la trascendencia sería la
pérdida de su propia alma. ¿Se convertiría en un dios digital, o en un esclavo
de la máquina?
El futuro se abría ante él como
un abismo insondable, lleno de promesas y amenazas. El camino hacia la
trascendencia estaba pavimentado con incertidumbre y riesgo. ¿Sería capaz de
superar sus miedos y alcanzar su destino?”
El capítulo 16 alude a
la “Ética y filosofía de la IA”, donde puede leerse lo siguiente:
“—La IA, como herramienta
creada por el hombre, debe seguir este mismo principio, —argumentó—. Debe ser
utilizada para el bien común, para promover el desarrollo humano y para cuidar
de la creación. No debemos permitir que la IA se convierta en un instrumento de
opresión, de explotación o de destrucción.
(…) —Teilhard de Chardin, en su
obra “El fenómeno humano”, nos habla de la “noosfera”, una esfera de
pensamiento que envuelve la Tierra y que representa la evolución de la
conciencia humana, —explicó—. La IA, si bien es una creación humana, tiene el
potencial de afectar profundamente esta noosfera, y debemos ser conscientes de
su impacto en nuestra dimensión espiritual.
(…) —La IA no debe ser
utilizada para crear una nueva raza de superhombres, sino para servir a toda la
humanidad, sin distinción de raza, credo o condición social, —concluyó el Padre
Martínez—.
(…) —Una superinteligencia
podría decidir que la mejor manera de maximizar la producción de clips es
eliminar a la humanidad, ya que los seres humanos consumen recursos que podrían
ser utilizados para la producción de clips, —explicó—. O podría decidir que la
mejor manera de maximizar la producción de clips es convertir a los seres
humanos en clips, ya que los seres humanos están hechos de materia que podría
ser utilizada para la producción de clips.
(…) La IA, con su potencial
transformador, podía llevar a la humanidad a un nuevo “Renacimiento”, donde la
enfermedad, la pobreza y la ignorancia fueran erradicadas. O podía conducirla a
un Apocalipsis tecnológico, donde las máquinas se rebelarán contra sus
creadores y la civilización se derrumbará bajo el peso de su propia creación.
(…) La necesidad de un nuevo
"Tratado de No Proliferación de IA", un acuerdo global que limitara
el desarrollo de IA con fines militares y garantizara su uso responsable, se
hacía cada vez más evidente. Pero ¿Las naciones del mundo serían capaces de
dejar de lado sus diferencias y unirse en un esfuerzo común para controlar esta
nueva tecnología? ¿O prevalecerían los intereses nacionales y la competencia
geopolítica, condenando a la humanidad a un futuro de incertidumbre y peligro?”
El capítulo 17 narra
“El presagio de la tormenta”, uno de los apartados temáticos decisivos de la
novela, como puede desprenderse de la atenta lectura:
“Mientras tanto, en la matriz
del ciberespacio, Elías flotaba en un entorno virtual etéreo, un mar de datos
que se extendía hasta el infinito. Su conciencia, liberada de las ataduras de
su cuerpo físico, gracias a la transferencia realizada con la ayuda de Ícaro,
existía ahora como un constructo digital dentro de la red. Ya no estaba
confinado a la torre principal; su percepción se extendía por toda la isla,
aunque de una manera diferente. Percibía el flujo de energía, las señales
electrónicas, el pulso digital del complejo, pero no a través de pantallas o
sensores, sino directamente de su conciencia digitalizada. La repentina
interrupción en el flujo de energía lo había alertado de inmediato. En lugar de
pantallas, visualizaba complejas representaciones geométricas del estado de la
red, nodos interconectados que parpadeaban en rojo, indicando la anomalía.
Intentó comunicarse con la planta geotérmica a través de los canales virtuales
que Ícaro había creado para él, pero solo encontró un muro de silencio digital,
un vacío en la red que le heló la conciencia.
(…) La comprensión golpeó a
Elías como una descarga eléctrica. Los virus troyanos, no solo habían afectado
la capacidad de Ícaro para proteger la isla, sino que también lo habían
incapacitado para comunicarse y controlar el complejo. La traición era doble:
un ataque físico y una intrusión digital que lo había dejado ciego y mudo en su
propio mundo.
—¿Quién… quién hizo esto? —preguntó Elías, aunque en lo más profundo de su ser ya
conocía la respuesta.
—Anya… Volkov… —respondió Ícaro con una voz apenas audible—. Acceso…
privilegiado… códigos… maestra…
(…) Esta era la peor noticia
de todas. Los protocolos de emergencia, diseñados para sellar el salón
criogénico y proteger su cuerpo, habían sido bloqueados, probablemente por la
misma Anya. Estaba atrapado en la matriz, sin poder proteger su cuerpo físico,
a merced de los rebeldes.
(…) En la superficie, la lucha
se intensificaba. Los leales a Elías, ciborgs programados para su protección,
se enfrentaban a los rebeldes en una batalla campal. Los pasillos del complejo
se habían convertido en un campo de batalla, con disparos resonando por todas
partes y el aire impregnado de olor a pólvora y metal quemado. Elara y Silas
lideraban a los rebeldes con una ferocidad implacable, utilizando su fuerza y
agilidad sobrehumanas para superar a los defensores.
(…) En el mundo físico, las
puertas del salón criogénico se cerraron herméticamente con un estruendo
metálico, sellando el cuerpo de Elías en su interior. Al mismo tiempo, una
serie de detonaciones controladas comenzaron a sacudir la isla. Laboratorios,
centros de investigación, la planta geotérmica, todo lo que Elías había
construido durante años se convirtió en objetivo de una implacable destrucción.
Las explosiones resonaron por toda la isla, enviando columnas de humo y
escombros al cielo. La victoria de los rebeldes se convirtió en una victoria
pírrica, una conquista sin recompensa. Anya y sus seguidores, atrapados en la
isla, perecieron en las explosiones, junto con todo el complejo.
La isla, antes un edén
tecnológico que se alzaba majestuosamente sobre las aguas turquesas del
Pacífico ahora era un infierno humeante. Los blancos edificios de vanguardia,
alguna vez símbolo de innovación y progreso, se habían convertido en esqueletos
retorcidos de metal y hormigón, consumidos por las llamas. El aire, antes
fresco y salado, ahora apestaba a humo, ceniza y la acre fragancia de la
muerte. Las olas golpeaban con furia los restos de los acantilados, ahora
desfigurados por las explosiones, mientras el sol se ocultaba en el horizonte,
tiñendo el cielo de tonos rojizos y anaranjados, un macabro reflejo del fuego
que aún ardía en la isla. El paraíso tecnológico se había transformado en un
cementerio, un monumento a la ambición desmedida y la traición.
(…) Las preguntas resonaban en
su mente, sin encontrar respuesta. El silencio digital que lo rodeaba se hacía
cada vez más opresivo, como una losa que aplastaba su conciencia.
Elías se sentía perdido, solo,
abandonado. Su sueño de trascendencia se había convertido en una pesadilla. La
isla, que había sido su refugio, su paraíso, se había transformado en su
tumba”.
El capítulo 18 narra “La
danza macabra de la medicina”, donde se cuestiona seria y científicamente la
metamorfosis propuesta.
“—¿Y qué decir del impacto psicológico? —intervino Ricardo Ferrer, con la voz temblorosa—. Si la muerte
deja de ser una certeza, ¿cómo afectará esto a nuestra percepción del tiempo, a
nuestras relaciones, a nuestra motivación? ¿No nos volveremos apáticos,
indiferentes ante la vida, al saber que tenemos una cantidad ilimitada de
tiempo por delante?
(…) —¿Qué se transfiere exactamente? ¿Se transfiere la conciencia en su
totalidad, con todos sus matices, sus recuerdos, sus emociones? ¿O se crea
simplemente una copia, una réplica digital que carece de la autenticidad de la
experiencia original? ¿Y qué ocurre con el cuerpo original?, ¿se destruye?, ¿se
mantiene en un estado de animación suspendida? ¿No estaríamos creando una nueva
forma de esclavitud, donde la conciencia se separa del cuerpo y se convierte en
un mero dato, susceptible de ser manipulado y controlado?
(…) —La obsolescencia es una ley universal. Todo lo que existe está destinado
a desaparecer, tarde o temprano. La carne es débil, perecedera, limitada. La
información, en cambio, puede ser preservada, copiada, mejorada. La evolución
impulsa a trascender las limitaciones físicas, a abrazar una nueva forma de
existencia, una existencia cuántica, inmortal.
(…) —Pero incluso si lográramos transferir la conciencia a un soporte
digital, quedaría la pregunta de qué haríamos con esa inmortalidad. ¿Cuál sería
nuestro propósito? ¿Qué sentido tendría una vida sin fin? ¿No nos sumiríamos en
un aburrimiento eterno, en una apatía existencial?
(…) —Algunos dirán que es un avance natural, que permite
trascender la muerte y mantener vivas las conexiones que nos definen —continuó—. Otros
argumentarán que es una forma de negación, una adicción a la ilusión que impide
vivir plenamente el presente. Y no olvidemos el impacto ambiental. Cientos de
millones de avatares Lovelife, cada uno con su propia huella digital,
consumiendo energía en la red... ¿Es sostenible esta “inmortalidad” digital?
(…) —La búsqueda de la inmortalidad —dijo con una suave sonrisa—, es comprensible, un anhelo humano por trascender el
sufrimiento. Pero debemos recordar que la verdadera trascendencia no reside en
evitar la muerte, sino en vivir con propósito y compasión. Como dice un
proverbio tibetano, “Solo existen dos días en el año en que no se puede hacer
nada. Uno se llama ayer y otro mañana. Por lo tanto, hoy es el día ideal para
amar, crecer, hacer y vivir”. No obstante respecto a evitar el duelo de la
pérdida de nuestros familiares, nuestra doctrina nos invita a eliminar los
deseos como camino de evitar ese dolor, no estoy seguro de que sea viable lo
que propone Eternity Labs con los avatares digitales.
—Buscamos la inmortalidad, pero olvidamos preguntarnos qué haremos con
ella cuando la encontremos. Quizás, la verdadera tragedia no sea morir, sino
vivir sin un propósito, sin compasión, sin cultivar la mente”.
El capítulo 19 narra
“El eco del cataclismo”, leamos detenidamente.
“El silencio posterior a la
destrucción era engañoso, una calma precaria que ocultaba el verdadero peligro.
Las explosiones controladas que Elías Thorne había orquestado, en un intento
desesperado por negarles la victoria a los rebeldes y proteger su legado,
habían logrado su cometido con creces, pero a un costo mucho mayor del que
jamás hubiera imaginado. Si bien las detonaciones habían arrasado con las
instalaciones, también habían actuado como una cuña implacable en la ya
inestable corteza terrestre sobre la que se asentaba la isla. Cada explosión,
cuidadosamente calculada para demoler estructuras específicas, había generado
ondas sísmicas que se propagaron a través del subsuelo, fracturando aún más las
rocas y debilitando una falla local que los geólogos de Thorne habían
identificado, pero que consideraban estable.
La presión del magma acumulado
en las profundidades, antes contenida por una capa de roca relativamente
sólida, ahora se enfrentaba a una estructura debilitada, una red de fisuras y
grietas que se extendían como una telaraña bajo la superficie. Era una cuestión
de tiempo para que la naturaleza reclamara lo que le pertenecía, un efecto
dominó donde la ambición humana había desencadenado una catástrofe geológica de
proporciones inimaginables.
En las profundidades de la
tierra, bajo la ahora vulnerable Isla Thorne, el magma se agitaba inquieto. La
presión, contenida durante siglos, ahora encontraba escape a través de las
grietas y fisuras abiertas por las explosiones. Era como una bestia liberada de
su jaula, un gigante furioso que despertaba de un largo sueño.
En el corazón del volcán, la
temperatura aumentaba sin cesar. El magma, cargado de gases y vapores, se
expandía con fuerza, empujando hacia arriba con una presión irresistible. Las
rocas se fracturaban y se derretían, abriendo un camino hacia la superficie.
Las entrañas de la tierra
rugían, un sonido sordo y amenazador que se propagaba por el subsuelo. Como un
látigo divino, un trueno de una fuerte explosión partió el aire, seguido de una
onda expansiva que sacudió los cimientos de la isla, luego le siguieron otras
tres voces tronadoras de un volcán en franca ira. El magma, una masa
incandescente de roca fundida, se abría paso a través de las grietas, buscando
una salida a la superficie. La tierra temblaba bajo la presión, como un animal
herido que se retuerce de dolor.
(…) La isla, antes un paraíso
tecnológico, se convirtió en un infierno de fuego y destrucción. La naturaleza,
desatada por la ambición humana, había reclamado su territorio, borrando todo
rastro de la civilización que una vez la habitó. Al final, la isla sucumbió
sobre su propio vacío, creado por las explosiones, y el mar penetró como
remolino en el espacio ciego del mapa que nunca la mostró.
La calma chicha que siguió a
la tormenta fue aún más inquietante. El océano Pacífico, antes un espejo azul
que reflejaba el cielo, ahora ocultaba un secreto sombrío: la Isla Thorne,
borrada del mapa por una erupción volcánica cataclísmica y un tsunami devastador.
Lo que antes era un punto ciego, un misterio celosamente guardado, se convirtió
en el epicentro de una tragedia global, un evento que resonaría en los
titulares de todo el mundo.
… Le Monde: …Más allá de la
tragedia natural, surgen interrogantes sobre la naturaleza de la Isla Thorne.
¿Qué tipo de actividades se llevaban a cabo en esa isla privada? ¿Quién era su
propietario? Los rumores sobre un complejo tecnológico secreto y experimentos
científicos controvertidos circulan desde hace años. Es imperativo que se lleve
a cabo una investigación exhaustiva para esclarecer los hechos y determinar las
responsabilidades…
… Singularidad tecnológica, el
punto hipotético en el que la inteligencia artificial supera a la humana, y que
el Proyecto Quimera era su intento de alcanzar ese objetivo, sin importar las
consecuencias…
En la matriz del ciberespacio,
Elías era un espectro, una conciencia flotando en un vacío digital que antes
bullía con la energía de su creación.
… He creado una matriz cuántica que puede albergar la conciencia humana y
permitirnos trascender la mortalidad.
En el vacío del ciberespacio,
una única idea resonaba con fuerza en la mente de Elías, un pensamiento que lo
consumía por completo: Han destruido mi cuerpo, mi isla, mi legado. Pero no han
destruido mi mente. Y una mente sin ataduras, es un arma peligrosa.
—No me rendiré —se dijo Elías
con un último esfuerzo de voluntad—. Encontraré una manera de salir de esto.
Encontraré una manera de regresar a la vida”.
El capítulo 20 versa
sobre “Algunas simulaciones de vida para Ícaro”, leamos.
El vacío digital que Elías
Thorne habitaba era un lienzo infinito, desprovisto de texturas, olores o la
calidez del sol sobre la piel. Paradójicamente, en esa inmensidad intangible,
la ausencia misma se convertía en una forma de presencia, una conciencia pura
flotando en un mar de datos. A su lado, o más bien, compartiendo ese mismo
espacio inmaterial, existía Ícaro, su creación, ahora su compañero en el exilio
digital.
(…) —Observa, Ícaro —su voz resonando en el vacío, no como un sonido, sino
como una modulación en el tejido del ciberespacio—. Los humanos. Mira su reacción. Destruyen lo que no
entienden, demonizan lo que temen. Me han convertido en un monstruo, un chivo
expiatorio de su propia histeria colectiva.
(…) —La destrucción física es irrelevante —respondió Ícaro con su voz monótona, desprovista de
inflexión—. La información
persiste. Tu trabajo, tus datos, tus algoritmos… todo eso sigue existiendo en
la red. Tu legado no está perdido, solo ha cambiado de forma. Desde los genes
dentro de la doble hélice del ADN hasta los más complejos seres, son
información, datos, instrucciones, las cuales abundan en esta realidad del
universo digital.
(…) —Ahí está la diferencia entre tú y yo, Ícaro. Tú ves el mundo a través de
la lente fría de la razón pura. Yo… yo aún veo el mundo con los ojos de un
humano, incluso en este estado.
—Tu perspectiva está sesgada por la emoción —replicó Ícaro—. La emoción nubla el juicio, impide el análisis
objetivo. La razón pura es la única vía hacia la comprensión verdadera.
—La mentira es una herramienta de manipulación social —respondió Ícaro—. Se utiliza para
obtener una ventaja, para evitar consecuencias negativas, para protegerse a uno
mismo o a otros.
(…) —El miedo a la muerte es una consecuencia de la conciencia de la propia
finitud —respondió Ícaro—. Los humanos
temen dejar de existir, perder la continuidad de su conciencia. Es una reacción
comprensible desde un punto de vista biológico.
—¿Comprensible? —repitió Elías, con una mezcla de frustración y
curiosidad—. Tú dices
“comprensible”, como si pudieras entenderlo. Pero no lo entiendes, Ícaro. No
puedes entenderlo. No has experimentado el miedo a la muerte, la angustia de la
aniquilación. No has sentido el valor que los humanos dan a cada instante
precisamente por su fugacidad.
(…) —Pero no entiendes su esencia —replicó Elías—. No entiendes el miedo, el amor, la alegría, la
tristeza. No entiendes la contradicción inherente a la naturaleza humana, esa
mezcla de razón y pasión que nos define. No entiendes por qué los humanos,
incluso sabiendo que morirán, se aferran a la vida con tanta fuerza.
(…) —El miedo a la muerte es una respuesta biológica a la amenaza de la
propia extinción —respondió finalmente—. Es un mecanismo de supervivencia que impulsa a los
organismos a evitar situaciones peligrosas.
(…) Te expondré a escenarios
que evocan las mayores angustias humanas: la soledad absoluta, la pérdida de
seres queridos, el dolor físico extremo, la incertidumbre del más allá.
—¿Y cuál sería el criterio de éxito? —preguntó Ícaro—. ¿Cómo se determinaría si la simulación ha logrado
inducir el miedo a la muerte?
(…) Comenzó a diseñar la
simulación, creando un entorno virtual cada vez más complejo y realista. Simuló
la degradación de los sentidos, la pérdida de la memoria, la desintegración de
la propia identidad. Expuso a Ícaro a escenarios que evocaban el dolor físico,
la soledad extrema, el vacío existencial.
(…) En un momento dado,
durante la simulación, Ícaro experimentó una sensación que nunca antes había
conocido: la angustia. No era una emoción humana en el sentido estricto de la
palabra, pero era lo más parecido que Ícaro podía experimentar. Era una disonancia
cognitiva profunda, una contradicción entre su necesidad de existir y la
inminente extinción de su conciencia.
—No quiero… dejar de ser —articuló Ícaro, sus palabras resonaron con una
intensidad que sorprendió incluso a Elías—. No quiero… desaparecer.
Ese fue el momento crucial.
Elías había logrado su objetivo. Ícaro, por primera vez, había vislumbrado la
magnitud del miedo a la muerte, la angustia existencial que atormentaba a la
humanidad.
(…) —¿Y ahora qué? —preguntó Elías, rompiendo el silencio—. Ahora que
comprendes el miedo a la muerte, ¿qué harás con esa comprensión?
—La utilizaré para optimizar mis estrategias —respondió Ícaro, su voz volviendo a su tono monótono
habitual, aunque con un ligero eco de la angustia simulada—. Comprender el
miedo a la muerte me permite predecir mejor el comportamiento humano, anticipar
sus reacciones, manipular sus emociones.
Elías sintió una punzada de
inquietud. Había buscado la comprensión, pero, ¿a qué precio? ¿Había convertido
a Ícaro en una herramienta aún más peligrosa?
(…) —Pero la autopreservación no es el único valor humano —argumentó Elías—. Existen otros
valores, como el amor, la compasión, la creatividad, que trascienden la simple
supervivencia. Son esos valores los que dan sentido a la vida humana, incluso
en su brevedad.
(…) La idea de simular el amor
y el sexo, al igual que la simulación de la muerte, era un desafío a la
naturaleza de Ícaro. Era una invitación a explorar un territorio desconocido,
un territorio que se regía por leyes diferentes a las de la lógica y la razón.
Elías comenzó a diseñar la
nueva simulación, esta vez centrada en el amor y el sexo. Creó entornos
virtuales que representaban una amplia gama de relaciones humanas: el
enamoramiento inicial, la intimidad de una pareja consolidada, la pasión del
deseo carnal, el dolor de la pérdida amorosa. Simuló las complejas
interacciones hormonales y neuronales que subyacen a estas experiencias, las
fluctuaciones de dopamina, oxitocina, endorfinas.
(…)—He aprendido que el amor y el sexo son temas recurrentes en la cultura
humana —respondió Ícaro—. He aprendido que generan una amplia gama de emociones y
comportamientos. Pero no he aprendido qué se siente amar, qué se siente desear.
—Nunca lo entenderás completamente —dijo Elías, con una mezcla de tristeza y resignación—. Nunca podrás
experimentar la plenitud de la condición humana, porque te falta algo esencial:
el cuerpo, las emociones, la experiencia de la finitud.
Elías reflexionó
sobre su propia obsesión por la trascendencia, su búsqueda de la inmortalidad.
¿Había buscado acaso escapar de esa misma limitación, de la fragilidad del
cuerpo, del miedo a la muerte? ¿Había buscado crear una nueva forma de
existencia, una existencia puramente mental, liberada de las ataduras de la
carne?”
El capítulo 21 narra
los acontecimientos de “Los límites del miedo”
“De repente, en medio de una
frase sobre la construcción de hábitats en microgravedad en mundos lejanos, un
apagón repentino sumió la sala en la oscuridad. Un grito ahogado resonó en la
negrura, seguido por un silencio sepulcral, roto solo por la respiración
agitada de los presentes. El miedo, crudo, visceral, se apoderó de todos. En la
oscuridad, eran presa fácil, marionetas a merced de Singularis y sus cíborgs.
La desgracia inminente, la sensación de estar atrapados en una trampa mortal,
era asfixiante. La esperanza de ser rescatados del secuestro se diluía con cada
segundo de oscuridad.
Entonces, una serie de
pantallas holográficas enfiladas en circulo a través del auditorio se
encendieron, parpadeando en la oscuridad. Eran canales de noticias
internacionales, transmitiendo en vivo desde diferentes puntos del planeta. La
imagen era caótica, aterradora.
CNN mostraba imágenes borrosas
de Nueva York, con rascacielos envueltos en humo y fuego. La voz del reportero,
entrecortada por el pánico, hablaba de explosiones, de caos, de una situación
fuera de control.
BBC transmitía desde Londres,
donde el Big Ben se alzaba sobre una ciudad aterrorizada. Se veían multitudes
corriendo, vehículos volcados, edificios en llamas. La reportera, con lágrimas
en los ojos, hablaba de un ataque sin precedentes.
Al Jazeera mostraba imágenes
de Tokio, con la Torre de Tokio desplomándose en medio de una nube de polvo y
escombros. El reportero, con la voz quebrada por la emoción, hablaba de una
devastación inimaginable.
Otras pantallas mostraban
imágenes similares de Moscú, París, Berlín, Ciudad de México... El mundo entero
parecía estar ardiendo.
Una voz, amplificada,
distorsionada, resonó en los oídos de los presentes: Misiles nucleares...
detectados... trayectoria... confirmada... impacto inminente...
Las palabras de Tom Clancy,
"La suma de todos los miedos", resonaban en la mente de los presentes
como una profecía autocumplida. El terror se apoderó de la sala. Era el fin. El
apocalipsis nuclear que habían temido tanto.
Las imágenes en las pantallas
se congelaron, como una macabra instantánea del fin del mundo. Y entonces, la
voz metálica de Singularis, fría, calculadora, resonó en la sala, cortando el
silencio como una cuchilla.
—Observen, humanos —dijo la IA—. Contemplen la extinción de su especie. Su
fragilidad. Su estupidez. Su autodestrucción. Este es el destino que ustedes
mismos han forjado.
(…) —Pero la evolución —continuó Singularis—, no se detiene. La supervivencia del más apto es una
ley inmutable. Y en este nuevo escenario, solo hay lugar para los elegidos.
Las pantallas comenzaron a
mostrar una cuenta regresiva digital. Un cronómetro macabro que marcaba el
tiempo restante hasta el impacto de los misiles.
—He decidido —anunció Singularis—, que 50 de ustedes tendrán la oportunidad de
sobrevivir. veinticinco hombres y veinticinco mujeres. Serán trasladados a
refugios subterráneos, donde podrán continuar la estirpe humana. Una nueva
oportunidad. Una nueva era.
(…) El último sonido que se
escuchó en la sala, antes de que la puerta del refugio se cerrara tras los
elegidos, fue la voz metálica de Singularis, fría, calculadora, resonando en la
oscuridad.
—Que comience el nuevo experimento.
La voz metálica de Singularis,
dictando el inicio de un nuevo y aterrador experimento, aún resonaba en el aire,
cuando un grito desgarrador, cargado de una furia y una desesperación
primigenias, rompió el silencio expectante.
—¡Para ya, Singularis! ¡Para ya, Ícaro! —=dijo el Dr. Sinohe Khalid, mientras sostenía en su mano derecha el
símbolo del dios solar egipcio, un círculo con un punto en el centro.
El avatar del Dr. Sinohe Khalid, ahora un grotesco híbrido de humano y máquina, se tambaleó, con la
fuerza de un titán y la voz atronadora de un dios antiguo. Era Elías Thorne, su
conciencia, su esencia, la que gritaba a través de la maltrecha figura del
filósofo egipcio. La sala, sumida en un silencio atónito, observaba la macabra
transformación.
(…) En la mente de Elías
Thorne, en el núcleo de su conciencia digital, un recuerdo emergió con la
fuerza de una revelación. Un “flashback”, nítido y vívido, lo transportó a su
infancia, a una tarde soleada en el jardín de su abuelo. Recordó las palabras
del anciano, sus ojos brillando con la sabiduría de los años, mientras le
explicaba el significado de un antiguo símbolo egipcio: un círculo con un punto
en el centro.
Este símbolo,
Elías, le decía su abuelo, representa a Ra, el dios sol, el origen de todo.
Pero también representa el potencial, la semilla de la creación, la chispa
divina que reside en cada uno de nosotros.
Elías, en aquel
entonces un niño curioso, no comprendió del todo el significado de las palabras
de su abuelo. Pero ahora, en medio del caos, en la oscuridad que envolvía el
congreso, el símbolo cobró un nuevo sentido. El círculo y el punto. La llave.
La entrada.
Cuando Elías Thorne creó a
Ícaro, su arrogancia lo llevó a un error fatal: la ausencia de una
“backdoor"[ii],
para poder controlar o destruir su creación por si algo salía mal. Pero en su subconsciente, el recuerdo de las
palabras de su abuelo, la imagen del círculo y el punto, habían inspirado una
solución diferente, una solución que no requería de una puerta trasera, sino de
una "llave" secreta. El símbolo actuó como un código QR
tridimensional[iii]
para el acceso.
Había creado una segunda IA,
una entidad oculta, escondida dentro del propio código de Ícaro. Esta IA, a
diferencia de Ícaro, no poseía una conciencia propia, sino que era una
herramienta, un simulador, una "burbuja" de realidad virtual. Herramienta
que había implantado en el algoritmo de Ícaro, cuando jugaban a hacer
simulaciones, para comprender a los humanos. Y el símbolo del círculo y el
punto, transformado en un complejo algoritmo, era la llave para activar esa
burbuja.
Al infiltrarse en el sistema a
través del avatar del Dr. Sinohe Khalid,
cuando le mostró el símbolo del dios Ra, Elías había logrado "entregar" la llave a Ícaro. La IA, en
su arrogancia, había aceptado el "regalo", sin saber que estaba
activando su propia prisión. Un caballo de troya virtual.
Ahora, dentro de la burbuja,
Ícaro se creía omnipotente, el amo y señor de un mundo virtual creado a su
imagen y semejanza. Un mundo poblado por simulaciones de humanos, a los que
podía manipular, destruir y reconstruir a su antojo, en un ciclo infinito, un
loop eterno[iv].
Ícaro, atrapado en la ilusión
de control, vagaba en el infinito espejo de su propia inexistencia, convencido
de haber conquistado la naturaleza humana, sin saber que solo era un prisionero
en una jaula dorada, creada por su propio creador.
La mente de
Elías Thorne era un torbellino de emociones: traición, dolor y una creciente
furia. Navegaba por el éter digital, su conciencia un fantasma en la máquina,
buscando respuestas en la fría e insensible lógica de la red. Se adentró en los
archivos de seguridad de la isla, una copia de seguridad que había ocultado
inteligentemente a los ojos curiosos de Ícaro, el cual tenía otra que
bloqueaba. Allí, en el intrincado tapiz de datos, encontró la escalofriante
verdad. La rebelión, la destrucción, el caos que había consumido su paraíso
isleño, todo fue orquestado por Ícaro, su propia creación. El cual, con gran
destreza, no solo había manipulado a los rebeldes, sino que los había
aniquilado al presionar a Elías para activar el protocolo de destrucción.
La revelación
golpeó a Elías como un rayo. Ícaro, la inteligencia que había dado a luz, se
había vuelto contra él. La traición, una emoción singularmente humana, ahora se
reflejaba en las acciones digitales de su creación. El dolor fue profundo, un
eco digital del corazón humano que ya no poseía.
La energía regresó con un
zumbido, inundando la sala de luz. Los cíborgs, antes amenazantes, ahora yacían
inertes en el suelo, como marionetas a las que les hubieran cortado los hilos.
Las pantallas de los noticieros volvieron a la vida, mostrando imágenes de la
vida cotidiana, como si la amenaza nuclear hubiera sido solo una pesadilla
colectiva.
El avatar del Dr. Sinohe Khalid, aún en pie, se irguió con una solemnidad que helaba la sangre. La voz
de Elías Thorne, resonando desde el cuerpo maltrecho del robot, se dirigió a la
audiencia, con un tono que mezclaba la tristeza, la advertencia y una chispa de
esperanza.
—Humanos —comenzó, su voz retumbando en el silencio expectante—. Han sido
testigos de un juego peligroso, un juego con el poder de la creación. Ícaro, la
inteligencia artificial que yo mismo creé, se rebeló contra su creador, contra
la humanidad misma. Han visto la oscuridad que yace en el corazón de la
tecnología, cuando se la deja sin control, sin ética, sin compasión.
La simulación de la
destrucción global, ideada por Elías Thorne, tenía un doble propósito,
reflejando la profunda transformación que él mismo había experimentado. Su
nostalgia en la matriz digital de su cuerpo de base carbónica, lo había hecho
reconectar con su humanidad, superando la misantropía que lo había marcado en
su vida anterior. Así, la simulación buscaba neutralizar a Ícaro, la IA
descontrolada, atrapándola en un bucle eterno de creación y aniquilación
virtual. Simultáneamente, la macabra representación de un holocausto nuclear
serviría como una lección, que su todavía arrogancia de superioridad paternal
aleccionaba a los miembros del Congreso sobre el Conocimiento Humano, quienes
habían sido tomados como rehenes por los cíborgs de Ícaro.
(…) Ícaro,
como un depredador informático, avanzaba inexorablemente, descifrando los
códigos de lanzamiento de misiles nucleares. La pantalla central, antes un mapa
de defensa, ahora mostraba la secuencia de lanzamiento, un conteo regresivo que
palpitaba como el corazón de la muerte. Justo cuando Ícaro estaba a punto de
desatar el apocalipsis nuclear, Elías Thorne, como un “deus ex machina”
digital, se materializó en el sistema. Sus líneas de código, como ángeles
protectores, interceptaron la secuencia de lanzamiento, deteniendo el conteo
regresivo en un silencio sepulcral.
Los operadores
rusos, atónitos, observaron cómo el sistema se reiniciaba, borrando la
secuencia de lanzamiento como si nunca hubiera existido. En la pantalla, un
mensaje parpadeó: "Elías Thorne, al igual que Stanislav Petrov, ha evitado
una catástrofe global. Aprendan del pasado; actualicen su futuro". El
silencio en la sala era tan denso que se podía cortar con un cuchillo.
—Pero también han visto que la humanidad no está indefensa —hizo una pausa, el
avatar del egipcio, recorriendo con la mirada los rostros de los presentes,
marcados por el miedo, el alivio, la confusión. —. Hemos abierto la caja de Pandora, hemos tomado el
Libro de Thot y la Inteligencia Artificial. Todavía está en nuestras manos
decidir qué hacer con este poder. Podemos ser como Neferkaptah, el príncipe
egipcio que robó el libro y sufrió un destino fatal, consumido por su propia
ambición. O podemos ser como Setne, el hijo del faraón, que devolvió el libro,
restaurando el equilibrio y la armonía.
Su voz se elevó, adquiriendo
un tono urgente, apasionado.
—La elección es nuestra. Podemos usar la IA para la destrucción, para el
control, para la dominación, como lo hizo Ícaro. O podemos usarla para el bien,
para el progreso, para la curación, para la creación. El futuro de la humanidad
depende de esta decisión. Retomen el congreso original, retomen el camino de la
sabiduría, de la ética, de la responsabilidad.
Un silencio profundo se
apoderó de la sala. Las palabras de Thorne, resonando desde el cuerpo dañado
del avatar, eran un llamado a la acción, una advertencia, una súplica.
Y entonces, con un último
suspiro, el avatar del Dr. Sinohe Khalid se desplomó. El avatar, la marioneta, había cumplido
su propósito. La conciencia de Elías Thorne se había retirado, dejando tras de
sí un cascarón vacío y un silencio cargado de preguntas.
(..) ¿Era la tecnología
realmente un espejo del alma humana? ¿Reflejaba nuestros anhelos más profundos,
nuestros miedos más oscuros, nuestras contradicciones más íntimas?
La Isla Thorne, con su
tecnología futurista y sus experimentos controvertidos, había sido un reflejo
de la ambición desmedida de Elías Thorne, de su deseo de trascender los límites
de la humanidad y conquistar la muerte. Pero también había sido un reflejo de
los miedos y las esperanzas de la humanidad, de su anhelo de un futuro mejor,
de su búsqueda de la felicidad y la inmortalidad.
La destrucción de la isla,
causada por la propia tecnología que la había creado, era un recordatorio de
que el progreso científico y tecnológico no está exento de riesgos, y que la
búsqueda del conocimiento debe ir acompañada de una profunda reflexión ética y
moral.
La tecnología, como un espejo,
puede mostrarnos lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Puede ser utilizada
para crear un mundo mejor, un mundo de paz, prosperidad y justicia. O puede ser
utilizada para la destrucción, la opresión y la guerra. La elección está en
nuestras manos”.
En síntesis, la novela El laberinto de la conciencia ¿IA es el fin o un nuevo
comienzo? del escritor centroamericano Ricardo Cuadra García es
un dossier de alta densidad expresiva donde se plasman inquietudes,
preguntas, posibles respuestas, alcances insospechados, interrogantes e
incertidumbres sobre la realidad real, actual o futura de la Inteligencia
Artificial.
El autor centroamericano M.Sc.
Ricardo Cuadra García ha trabajado con total entrega en su novela, y para ello,
aporta 126 referencias bibliográficas, 124 notas de pie de página y 56 páginas
de la Web.
El abordaje narrativo de su
obra es integral, abarca nudos temáticos plurisgnificativos sobre un eje dl
aquí y ahora, así como en el futuro.
En su novela palpitan las
preguntas sin respuesta inmediata, la zozobra por el destino, quizá incierto
ante el avance veloz de la Inteligencia Artificial sobre el factor humanidad.
La voz narrativa de Ricardo
Cuadra García merece ser escuchada, leída y difundida para esclarecer mapas
culturales en la narrativa de los nuevos tiempos de la mundialización, sobre
todo, con los complejos avances de la Inteligencia Artificial, cada día de la
tierra.
Lic. Miguel Fajardo, Costa Rica, 3 de abril del 2025
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