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jueves, 8 de septiembre de 2022

ALEJANDRA PIZARNIK: 50 AÑOS DE PRESENCIA/AUSENTE

Miguel Fajardo Korea



ALEJANDRA PIZARNIK: 50 AÑOS DE PRESENCIA/AUSENTE

 

Lic. MIGUEL FAJARDO KOREA

Premio Nacional de Promoción y Difusión Cultural de Costa Rica

minalusa-dra56@hotmail.com

 

(Costa Rica). Alejandra Pizarnik (1936-1972), a 50 años de su ausencia (1972-2022), su poderosa y desgarrada voz poética sigue creciendo en innumerables confines de la poesía. Con motivo del cincuentenario de su ausencia, he leído un maravilloso libro de dos de las más exigentes estudiosas e investigadoras de la obra de la Pizarnik. 

Cristina Piña y Patricia Venti. Alejandra Pizarnik.  Biografía de un mito. Madrid: Lumen, 2022: 428 pp. Libro dividido en cinco capítulos.

Entré en contacto con el universo poético de Alejandra Pizarnik, cuando el escritor argentino Marcelo Constanzó me envió el libro “Los trabajos y las noches, en 1981. Luego, durante mi visita a Buenos Aires, en 1988, encontré dos de sus libros en una venta de frutas “Árbol de Diana” y “Poemas”.

Luego adquirí dos textos: Ivonne Bordelois y Pedro Cuperman. Point of contact. Alejandra.  Syracuse University Press, New York, 2010: 227. En otro orden, el libro antológico de Ana Becciú. “Alejandra Pizarnik. Poesía completa (1955-1972)”. 10ª. reimp. Barcelona: Lumen, 2021: 470 pp.

La revista “Hojas de Guanacaste”, Costa Rica, en la portada de su número inicial (setiembre-octubre de 1982), incluyó el poema “Decido llamarte”, de Alejandra Pizarnik.  Posteriormente, en el núm. 5 (mayo-junio 1983:17-24), el poeta argentino Rubén Vela le dedicó el artículo “Alejandra Pizarnik: una poesía existencial”, e incluyó siete poemas de la Pizarnik.

Rubén Vela (+), José Antonio Porras (+) y Miguel Fajardo, fundamos la revista literaria Hojas de Guanacaste (1982-1984), durante un almuerzo de trabajo en el hotel “El Bramadero”, Liberia, Costa Rica, el 30 de julio de 1982, a las 11:20 a.m. Como testigos, su familia: Nina, Alejandra, Fernanda Nicolás.  Ese día lo conservo en mi memoria con la emoción y la nostalgia del hacer, antes que el decir. Fue un proyecto espiritual, único. El auspicio y apoyo del diplomático y poeta argentino Rubén Vela fue increíble y será irrepetible.

En mi libro “Extensión del agua” (Costa Rica: Ministerio de Cultura, 1981: pp.21-22), le dediqué el poema “Alejandra Pizarnik” -que se incluye al final de este artículo-.  Asimismo, publiqué los artículos “Alejandra Pizarnik: la pequeña dormida”. Diario “La República”, San José, Costa Rica, 8-12-1981, p. 11, y “Alejandra Pizarnik: perseguidora de la noche”. Diario “La República”, San José, Costa Rica, 5-1-1991, p. 9 A. Además, tres de mis libros de poesía consignan epígrafes suyos.

El gran poeta argentino, Dr. Rubén Vela (1928-2018) la describe así: “¡Cómo era Alejandra Pizarnik a los 19 años? Menuda, no sobrepasaba el metro sesenta de estatura, usaba melena corta y un flequillo rebelde parecía no terminar nunca de acomodarse sobre su frente amplia.  Cejas espesas y firmes, nariz pequeña muy proporcionada en relación con su rostro (apenas ovalado) y marcado insistentemente por las huellas de un acné moroso que debía haberla torturado durante los primeros años de su adolescencia.  Su boca y sus labios finos y apretados, sin pintar. Iba envuelta en un sacón gris, sin forma, demasiado grande para su cuerpo; y salvo sus ojos brillantes, profundos, todo en ella pasaba inadvertido. ¿Pero sus ojos, Dios mío, esos ojos de Alejandra parecían abrirse en sorpresas desde un país lejano y distinto que solo a ella pertenecía! Sus ojos -que podían ser marrones claros o de pronto volverse verduscos- transformaban ese rostro gris, esas ropas demasiados grandes, esos zapatones desgastados, ese desaliño que en ocasiones era casi negación exterior y que, en muchos momentos cruciales de su vida, se transformó en un doloroso y patético abandono.

Pero de pronto, Alejandra se transformaba, adquiría una gracia distinta. Era cuando vestía “sus mejores mortajas de gala”, (como ella decía con su terrible y penetrante humor), pintaba su rostro e irradiaba felicidad” (Rubén Vela. Hojas de Guanacaste, Costa Rica. Número 5 (mayo-junio, 1983:17).

Alejandra Pizarnik ganó el Premio Municipal de Poesía de Buenos Aires en 1965. Asimismo, la Beca Guggenheim, en 1968, y en 1971 la Beca Fulbright, que no aceptó.

La gran obra de investigación de las dos talentosas y exigentes investigadoras ahonda en innumerables detalles de vida y obra de Alejandra Pizarnik (Argentina, 29 de abril de 1936; 25 de setiembre de 1972). Sus padres Elías Pizarnik y Rosa Bromiker. Dos hijas: Myriam y ella.

El documentado libro de las investigadoras y académicas Cristina Piña y Patricia Venti cita “cinco nombres para un mismo desamparo”: Buma, Flora, Blímele, Alejandra y Sasha. Cada uno utilizado en un contexto diferente.

Alejandra tuvo que enfrentar adversas condiciones corporales que la afectaron: gordura, acné, tartamudeo, asma. Padeció de escarlatina, miedo, angustia, desamparo, tristeza, adicciones, intentos suicidas previos, temores a lugares públicos, inseguridades, entre otras, de una serie de condiciones negativas que enumera el libro.

“Quiero lograr que la gente no me dañe. Es lo único que me impide vivir en paz” (Diarios: 6-1-1955:259). “Los libros serán mis únicos hijos, los únicos que deseo, los únicos que me corresponde entregar para embellecer un poco la suciedad de este mundo” (Papeles Pizarnik). “Afuera hay sol. / Yo me visto de cenizas”.

Su familia depositó todos sus diarios, cuadernos, borradores, textos inéditos, papeles y correspondencia a la Biblioteca de la Universidad de Princeton. Alejandra frecuentó los grupos culturales más importantes de Argentina.  Igualmente, tuvo acceso a un círculo selecto de escritores y artistas en París.

De ahí, entonces, que pueden citarse grandes y renombrados escritores y artistas de diversos países, con quienes compartió tiempo de vida cultural, entre ellos: Olga Orozco, Ana Becciú, Ivonne Bordelois, Rubén Vela, Juan Jacobo Bajarlía, Antonio Porchia, Antonio Requeni, Enrique Molina, Raúl Gustavo Aguirre, Elizabeth Azcona, Rodolfo Alonso, Antonio Beneyto, Octavio Paz, Victoria Ocampo, Julio Cortázar, Roberto Juarroz, Orestes Silva, Silvina Ocampo, Martha Moia, Alberto Girri, Édgar Bayley, Leda Valladares, Roberto Yahni, Edgardo Cozarinsky, León Ostrov, Jorge Gaitán Durán, Marguerite Duras, José Bianco, Fernando Noy, Juan José Hernández, Raúl Vera Ocampo, Arturo Carrera, Pablo Azcona, Antonio López Crespo, entre un lujoso etcétera.

Los 36 años de vida de Alejandra fueron intensos. Su obra así lo constata, a saber: La tierra más ajena,1955; La última inocencia, 1956; Las aventuras perdidas, 1958; Árbol de Diana, 1962; Los trabajos y las noches, 1965; Extracción de la piedra de locura, 1968; El infierno musical, 1971; La condesa sangrienta, 1971; Textos de sombras y últimos poemas, 1982; La Bucanera de Pernambuco o Hilda la Polígrafa, 1982.

Asimismo, se han publicado diversos compendios y estudios de la integral obra pizarnikiana, entre ellos: Poesía completa y prosa selecta, 1993; Correspondencia Pizarnik, 1998; Diarios, 2013; Nueva correspondencia Pizarnik, 2014; Prosa completa, 2016; Poesía completa, 2021.  Y un considerable número de ediciones de su obra, así como estudios sobre su obra en diversos países del mundo.

Las investigadoras sostienen que “Los continuos desengaños la condujeron al abismo” (2022, p.165). en otro orden, aducen que a Alejandra le costó “Reinterpretar esa incapacidad de hacerse cargo de su propia vida en lo material y la ubicación de su rebeldía en el plano de las convenciones laborales, sexuales, simbólicas” (p.244).

La selección de algunos poemas de Alejandra Pizarnik, ofrece algunas perspectivas de sus universos humanos y creativos, a saber:

 

1.     “alejandra alejandra

debajo estoy yo

alejandra”.

 

 

2.     “del otro lado de la noche

la espera su nombre,

un subrepticio anhelo de vivir,

¡del otro lado de la noche!

 

3.     “espacio de color cerrado.

Alguien golpea y arma

un ataúd para la hora,

otro ataúd para la luz”.

 

4.     “solo la sed

el silencio

ningún encuentro”.

 

5.     “Alguien entra en silencio y me abandona.

Ahora la soledad no está sola.

Tú hablas como la noche.

Te anuncias como la sed”.

 

6.     “he sido toda ofrenda

un puro errar

de loba en el bosque

en la noche de los cuerpos

para decir la palabra inocente”.

 

7.     “La muerte siempre al lado.

Escucho su decir,

solo me oigo”.

 

8.     “no

las palabras

no hacen el amor

hacen la ausencia”.

 

9.     “una mirada desde la alcantarilla

puede ser una visión del mundo”.

 

10.                       La última inocencia

Partir
en cuerpo y alma
partir.

Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.

He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más formar fila para morir.

He de partir

Pero arremete, ¡viajera!

En mi criterio, ella fue una oficiante.  En su universo interior existe un empeño de transformación y misterio; de concentración e intensidad, de angustia celebrada.  Es, por decirlo así, una convocatoria onírica, honda, traviesa, de patética inteligencia, de ternura y sueño, de conmoción.  Es el suyo. Un mundo de análisis, de contención y delirio, de experiencias y búsquedas.  No exento de la desolación y lo patético, es el de Alejandra un nudo de pérdidas y carencias, tanto es así, que la experiencia vital, incesante, es cauce para tratar de buscar una salvación, un asidero noctívago de silencio, soledad, vacío, amores y desamores o luchas.

En Alejandra, su actitud poética fue una vocación irrenunciable.  Los mundos secretos, inapresados, las galerías ocultas, desvestidas; el yo ejerciendo en forma plural; la voz de la memoria desgastándose, el temor de ser la otra, todo lo posible y lo imposible, la convergencia mandálica. Su caso tipifica una voz personalísima frente a las situaciones límites de la existencia, la vida, la soledad, la poesía, el existir poético.

La trágica muerte de Alejandra Pizarnik, el 25 de setiembre de 1972, hace medio siglo, cuando ingirió 50 pastillas de Seconal sódico, puso fin a su vida difícil y a su obra extraordinaria, en su departamento de la Calle Montevideo, de Buenos Aires. Ese suicidio significó su ausencia física, pero dio inicio al mito de Alejandra Pizarnik.

Un adaggio de Albinoni la había acompañado durante esos momentos. Dejó la angustiosa nota final: “NO QUIERO IR NADA MÁS QUE HASTA EL FINAL”.  En opinión de Piña y Venti, “había entendido, definitivamente, que la palabra no es patria ni refugio sino la intemperie y la desolación” (p. 403)

Asimismo, su obra literaria sigue acrecentándose. El libro de Piña y Venti contiene un documentado registro de 107 entradas de bibliografía crítica, así como 43 entradas de referencias con textos de Alejandra Pizarnik.

En criterio de Cristina Piña, el material aportado por este libro “nos sitúa frente a una nueva Alejandra, mucho más compleja, desgarradora, entrañable, transgresora e insufrible que la que conocíamos hasta ahora” (Piña, 2022: 15).

Por su parte, Patricia Venti manifiesta que “En mis investigaciones sobre su biografía “atormentada y conflictiva”, para algunos, y “genial y transgresora”, para otros, me he topado con mucho secretismo, eso sí, procurando cubrirlo todo bajo un manto de idealización, admiración y reverencia en torno a su persona” (Venti, 2022: 23).

         En mi libro “Extensión del agua”. (Costa Rica: Ministerio de Cultura, 1981: pp.21-22), le dediqué el poema titulado “Alejandra Pizarnik”. 

 

ALEJANDRA PIZARNIK

      Por: Miguel Fajardo

                           (Costa Rica)

Lejos estoy en el vuelo de la alondra

con tu labio que retorna,

porque el dolor

que tenemos es un dolor de todos,

en la sangre de lo raro,

en la luz de las raíces

donde tu labio brilla

más allá de las magnolias.

Compañera de la brisa

en las estaciones del sueño.

Voz de alga

desnuda entre el abrojo.

Compañera de todos

a partir del idioma

de tu Árbol de Diana,

La tierra más ajena,

Las aventuras perdidas,

y La última inocencia

de Los trabajos y las noches.

Tu silencio huela a viento,

a condesa sangrienta,

a sueño traducido,

a espejo de miedos,

a pequeños fuegos

donde Dios nos sigue

con voz desconocida.

Alejandra, amor de vino,

rostro inocente en el silencio de las voces,

las espumas de lo puro,

las heridas de la lluvia.

Alejandra, lo voy sabiendo

               desde ahora que hoy es

                            nunca

y que en este       nunca

te voy buscando.

          A 50 años de su presencia/ausente, Alejandra Pizarnik sigue iluminando la poesía del mundo.  Mi hija Saray Alejandra lleva su nombre, en su honor. Desde Costa Rica la seguimos leyendo y admirando, porque no se puede “explicar con palabras de este mundo / que partió de mí un barco llevándome” (A.P.)



 

 

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