ALEJANDRA PIZARNIK: 50 AÑOS DE PRESENCIA/AUSENTE
Lic.
MIGUEL FAJARDO KOREA
Premio
Nacional de Promoción y Difusión Cultural de Costa Rica
minalusa-dra56@hotmail.com
(Costa Rica).
Alejandra Pizarnik (1936-1972), a 50 años de su ausencia (1972-2022), su poderosa
y desgarrada voz poética sigue creciendo en innumerables confines de la poesía.
Con motivo del cincuentenario de su ausencia, he leído un maravilloso libro de
dos de las más exigentes estudiosas e investigadoras de la obra de la Pizarnik.
Cristina Piña y Patricia
Venti. Alejandra Pizarnik. Biografía
de un mito. Madrid: Lumen, 2022: 428 pp. Libro dividido en cinco capítulos.
Entré en contacto con el
universo poético de Alejandra Pizarnik, cuando el escritor argentino Marcelo
Constanzó me envió el libro “Los trabajos y las noches, en 1981. Luego, durante
mi visita a Buenos Aires, en 1988, encontré dos de sus libros en una venta de
frutas “Árbol de Diana” y “Poemas”.
Luego adquirí dos textos:
Ivonne Bordelois y Pedro Cuperman. Point of contact. Alejandra. Syracuse University Press, New York, 2010: 227.
En otro orden, el libro antológico de Ana Becciú. “Alejandra Pizarnik.
Poesía completa (1955-1972)”. 10ª. reimp. Barcelona: Lumen, 2021: 470 pp.
La revista “Hojas de Guanacaste”, Costa Rica, en la portada de su
número inicial (setiembre-octubre de 1982), incluyó el poema “Decido llamarte”,
de Alejandra Pizarnik. Posteriormente,
en el núm. 5 (mayo-junio 1983:17-24), el poeta argentino Rubén Vela le dedicó
el artículo “Alejandra Pizarnik: una poesía existencial”, e incluyó
siete poemas de la Pizarnik.
Rubén Vela (+), José Antonio Porras (+) y Miguel Fajardo,
fundamos la revista literaria Hojas de Guanacaste (1982-1984), durante un almuerzo de trabajo en el
hotel “El Bramadero”, Liberia, Costa Rica, el 30 de julio de 1982, a las 11:20
a.m. Como testigos, su familia: Nina, Alejandra, Fernanda y Nicolás. Ese día lo conservo en mi memoria
con la emoción y la nostalgia del hacer, antes que el decir. Fue un proyecto
espiritual, único. El auspicio y apoyo del diplomático y poeta argentino Rubén
Vela fue increíble y será irrepetible.
En
mi libro “Extensión del agua” (Costa Rica: Ministerio de Cultura, 1981:
pp.21-22), le dediqué el poema “Alejandra Pizarnik” -que se incluye al final de
este artículo-. Asimismo,
publiqué los artículos “Alejandra Pizarnik: la pequeña dormida”. Diario
“La República”, San José, Costa Rica, 8-12-1981, p. 11, y “Alejandra
Pizarnik: perseguidora de la noche”. Diario “La República”, San José, Costa
Rica, 5-1-1991, p. 9 A. Además, tres de mis libros de poesía consignan
epígrafes suyos.
El gran poeta argentino,
Dr. Rubén Vela (1928-2018) la describe así: “¡Cómo era Alejandra Pizarnik a los
19 años? Menuda, no sobrepasaba el metro sesenta de estatura, usaba melena
corta y un flequillo rebelde parecía no terminar nunca de acomodarse sobre su
frente amplia. Cejas espesas y firmes,
nariz pequeña muy proporcionada en relación con su rostro (apenas ovalado) y
marcado insistentemente por las huellas de un acné moroso que debía haberla
torturado durante los primeros años de su adolescencia. Su boca y sus labios finos y apretados, sin
pintar. Iba envuelta en un sacón gris, sin forma, demasiado grande para su
cuerpo; y salvo sus ojos brillantes, profundos, todo en ella pasaba
inadvertido. ¿Pero sus ojos, Dios mío, esos ojos de Alejandra parecían abrirse
en sorpresas desde un país lejano y distinto que solo a ella pertenecía! Sus
ojos -que podían ser marrones claros o de pronto volverse verduscos-
transformaban ese rostro gris, esas ropas demasiados grandes, esos zapatones
desgastados, ese desaliño que en ocasiones era casi negación exterior y que, en
muchos momentos cruciales de su vida, se transformó en un doloroso y patético
abandono.
Pero de pronto, Alejandra
se transformaba, adquiría una gracia distinta. Era cuando vestía “sus mejores
mortajas de gala”, (como ella decía con su terrible y penetrante humor), pintaba
su rostro e irradiaba felicidad” (Rubén Vela. Hojas de Guanacaste, Costa
Rica. Número 5 (mayo-junio, 1983:17).
Alejandra Pizarnik ganó
el Premio Municipal de Poesía de Buenos Aires en 1965. Asimismo, la Beca
Guggenheim, en 1968, y en 1971 la Beca Fulbright, que no aceptó.
La gran obra de
investigación de las dos talentosas y exigentes investigadoras ahonda en innumerables
detalles de vida y obra de Alejandra Pizarnik (Argentina, 29 de abril de 1936;
25 de setiembre de 1972). Sus padres Elías Pizarnik y Rosa Bromiker. Dos hijas:
Myriam y ella.
El documentado libro de las
investigadoras y académicas Cristina Piña y Patricia Venti cita “cinco nombres
para un mismo desamparo”: Buma, Flora, Blímele, Alejandra y Sasha. Cada uno
utilizado en un contexto diferente.
Alejandra tuvo que
enfrentar adversas condiciones corporales que la afectaron: gordura, acné,
tartamudeo, asma. Padeció de escarlatina, miedo, angustia, desamparo, tristeza,
adicciones, intentos suicidas previos, temores a lugares públicos, inseguridades,
entre otras, de una serie de condiciones negativas que enumera el libro.
“Quiero lograr que la
gente no me dañe. Es lo único que me impide vivir en paz” (Diarios:
6-1-1955:259). “Los libros serán mis únicos hijos, los únicos que deseo, los
únicos que me corresponde entregar para embellecer un poco la suciedad de este
mundo” (Papeles Pizarnik). “Afuera hay sol. / Yo me visto de cenizas”.
Su familia depositó todos
sus diarios, cuadernos, borradores, textos inéditos, papeles y correspondencia
a la Biblioteca de la Universidad de Princeton. Alejandra frecuentó los grupos
culturales más importantes de Argentina.
Igualmente, tuvo acceso a un círculo selecto de escritores y artistas en
París.
De ahí, entonces, que
pueden citarse grandes y renombrados escritores y artistas de diversos países, con
quienes compartió tiempo de vida cultural, entre ellos: Olga Orozco, Ana
Becciú, Ivonne Bordelois, Rubén Vela, Juan Jacobo Bajarlía, Antonio Porchia,
Antonio Requeni, Enrique Molina, Raúl Gustavo Aguirre, Elizabeth Azcona, Rodolfo
Alonso, Antonio Beneyto, Octavio Paz, Victoria Ocampo, Julio Cortázar, Roberto Juarroz,
Orestes Silva, Silvina Ocampo, Martha Moia, Alberto Girri, Édgar Bayley, Leda
Valladares, Roberto Yahni, Edgardo Cozarinsky, León Ostrov, Jorge Gaitán Durán,
Marguerite Duras, José Bianco, Fernando Noy, Juan José Hernández, Raúl Vera
Ocampo, Arturo Carrera, Pablo Azcona, Antonio López Crespo, entre un lujoso
etcétera.
Los 36 años de vida de
Alejandra fueron intensos. Su obra así lo constata, a saber: La tierra más
ajena,1955; La última inocencia, 1956; Las aventuras perdidas,
1958; Árbol de Diana, 1962; Los trabajos y las noches, 1965; Extracción
de la piedra de locura, 1968; El infierno musical, 1971; La
condesa sangrienta, 1971; Textos de sombras y últimos poemas, 1982; La Bucanera de Pernambuco o Hilda la
Polígrafa, 1982.
Asimismo, se han publicado
diversos compendios y estudios de la integral obra pizarnikiana, entre ellos: Poesía
completa y prosa selecta, 1993; Correspondencia Pizarnik, 1998; Diarios,
2013; Nueva correspondencia Pizarnik, 2014; Prosa completa, 2016;
Poesía completa, 2021. Y un
considerable número de ediciones de su obra, así como estudios sobre su obra en
diversos países del mundo.
Las investigadoras
sostienen que “Los continuos desengaños la condujeron al abismo” (2022, p.165).
en otro orden, aducen que a Alejandra le costó “Reinterpretar esa incapacidad
de hacerse cargo de su propia vida en lo material y la ubicación de su rebeldía
en el plano de las convenciones laborales, sexuales, simbólicas” (p.244).
La selección de algunos
poemas de Alejandra Pizarnik, ofrece algunas perspectivas de sus universos
humanos y creativos, a saber:
1. “alejandra
alejandra
debajo estoy yo
alejandra”.
2. “del
otro lado de la noche
la espera su nombre,
un subrepticio anhelo de
vivir,
¡del otro lado de la
noche!
3. “espacio
de color cerrado.
Alguien golpea y arma
un ataúd para la hora,
otro ataúd para la luz”.
4. “solo
la sed
el silencio
ningún encuentro”.
5. “Alguien
entra en silencio y me abandona.
Ahora la soledad no está
sola.
Tú hablas como la noche.
Te anuncias como la sed”.
6. “he
sido toda ofrenda
un puro errar
de loba en el bosque
en la noche de los
cuerpos
para decir la palabra
inocente”.
7. “La
muerte siempre al lado.
Escucho su decir,
solo me oigo”.
8. “no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia”.
9. “una
mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del
mundo”.
10.
La última inocencia
Partir
en cuerpo y alma
partir.
Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.
He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más formar fila para morir.
He de partir
Pero arremete, ¡viajera!
En mi criterio, ella fue
una oficiante. En su universo interior
existe un empeño de transformación y misterio; de concentración e intensidad,
de angustia celebrada. Es, por decirlo
así, una convocatoria onírica, honda, traviesa, de patética inteligencia, de
ternura y sueño, de conmoción. Es el
suyo. Un mundo de análisis, de contención y delirio, de experiencias y
búsquedas. No exento de la desolación y
lo patético, es el de Alejandra un nudo de pérdidas y carencias, tanto es así,
que la experiencia vital, incesante, es cauce para tratar de buscar una
salvación, un asidero noctívago de silencio, soledad, vacío, amores y desamores
o luchas.
En Alejandra, su actitud
poética fue una vocación irrenunciable.
Los mundos secretos, inapresados, las galerías ocultas, desvestidas; el
yo ejerciendo en forma plural; la voz de la memoria desgastándose, el temor de
ser la otra, todo lo posible y lo imposible, la convergencia mandálica. Su caso
tipifica una voz personalísima frente a las situaciones límites de la
existencia, la vida, la soledad, la poesía, el existir poético.
La trágica muerte de
Alejandra Pizarnik, el 25 de setiembre de 1972, hace medio siglo, cuando
ingirió 50 pastillas de Seconal sódico, puso fin a su vida difícil y a su obra
extraordinaria, en su departamento de la Calle Montevideo, de Buenos Aires. Ese
suicidio significó su ausencia física, pero dio inicio al mito de Alejandra
Pizarnik.
Un adaggio de Albinoni la
había acompañado durante esos momentos. Dejó la angustiosa nota final: “NO
QUIERO IR NADA MÁS QUE HASTA EL FINAL”.
En opinión de Piña y Venti, “había entendido, definitivamente, que la
palabra no es patria ni refugio sino la intemperie y la desolación” (p. 403)
Asimismo, su obra
literaria sigue acrecentándose. El libro de Piña y Venti contiene un
documentado registro de 107 entradas de bibliografía crítica, así como 43
entradas de referencias con textos de Alejandra Pizarnik.
En criterio de Cristina
Piña, el material aportado por este libro “nos sitúa frente a una nueva
Alejandra, mucho más compleja, desgarradora, entrañable, transgresora e
insufrible que la que conocíamos hasta ahora” (Piña, 2022: 15).
Por su parte, Patricia
Venti manifiesta que “En mis investigaciones sobre su biografía “atormentada y
conflictiva”, para algunos, y “genial y transgresora”, para otros, me he topado
con mucho secretismo, eso sí, procurando cubrirlo todo bajo un manto de
idealización, admiración y reverencia en torno a su persona” (Venti, 2022: 23).
En mi
libro “Extensión del agua”. (Costa Rica: Ministerio de Cultura, 1981:
pp.21-22), le dediqué el poema titulado “Alejandra Pizarnik”.
ALEJANDRA PIZARNIK
Por: Miguel Fajardo
(Costa Rica)
Lejos estoy en el vuelo de la alondra
con tu labio que retorna,
porque el dolor
que tenemos es un dolor de todos,
en la sangre de lo raro,
en la luz de las raíces
donde tu labio brilla
más allá de las magnolias.
Compañera de la brisa
en las estaciones del sueño.
Voz de alga
desnuda entre el abrojo.
Compañera de todos
a partir del idioma
de tu Árbol de Diana,
La tierra más ajena,
Las aventuras perdidas,
y La última inocencia
de Los trabajos y las noches.
Tu silencio huela a viento,
a condesa sangrienta,
a sueño traducido,
a espejo de miedos,
a pequeños fuegos
donde Dios nos sigue
con voz desconocida.
Alejandra, amor de vino,
rostro inocente en el silencio de las voces,
las espumas de lo puro,
las heridas de la lluvia.
Alejandra, lo voy sabiendo
desde ahora que hoy es
nunca
y que en este
nunca
te voy buscando.
A 50 años de su presencia/ausente, Alejandra Pizarnik sigue iluminando la poesía del mundo. Mi hija Saray Alejandra lleva su nombre, en su honor. Desde Costa Rica la seguimos leyendo y admirando, porque no se puede “explicar con palabras de este mundo / que partió de mí un barco llevándome” (A.P.)
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