Yván Silén:
El pez en llamas
o la inmolación del poeta
La
poesía de Rafael Trelles lo enfrenta a sí mismo. Su oscuridad es clarividente. Pez en llamas
es como decir Cristo en llamas, porque el pez, desde
la antigüedad cristiana, es el símbolo de Jesús y, posteriormente, el símbolo
de la cristiandad. El primer poema, “Adentro” (pág. 5), nos mete inmediatamente
en el poemario. “Adentro” es el no querer ser visto ni como “pez” ni como
“poeta”. La orden del poema está dada desde la objetividad subjetivamente: “no
mires”. Pero la orden oculta algo del pudor que late. O se está expresando de
forma mucho más intimista: ¡No me mires como poeta! Y la “confesión” arrastra
algo de Zen, la visión del pez mismo (la visión del poeta mismo).
La
otra llave que encontramos en El
pez en llamas[1]
es la del árbol. Lo que el lector no sabe hasta que
no se mueva el poemario es que el “Árbol” (pág. 16) está relacionado con el poeta.
El árbol “fue el primer espejo de Dios”. Los disfraces están funcionando
oníricamente. La relación con Adán está dada, como veremos más adelante, pero
no está dicha. Trelles se halla en el pozo de lo visto, pero no dice lo que ha
visto. Lo visto a través de todo el poemario está insinuado. El texto alcanzará
su propio tiempo. El “espacio-tiempo” está funcionando. La confesión oculta
todo lo dicho. Hay secretos. Su propio “decir”, el “decir” mismo del hombre
decapitado le permite expresar a Trelles-poeta otra confesión: “Estoy rodeado”
(pág. 9). Lo que lo “corrompe” es la misma luz que lo obsesiona y que lo acosa como
pintor-poeta. El poeta encierra al pintor entre las “palabras absurdas” y entre
las contradicciones constantes:
“los
caídos . . .
los artífices de la contradicción,
los
tecnócratas de la duda,
los
náufragos del análisis” (pág. 12)
Cantar no es pintar. En el sentir no
hay ni siquiera figuras. Hay sólo conceptos y símbolos. Las metáforas están borradas.
El pintor, debido a la “intromisión” del poeta, está lleno de fantasmas. Las
fotos son las huellas de lo que son los fantasmas, son la presencia misma del
ser y del Zen mismo. Son las huellas de “los caídos”. Los tecnócratas, los
enemigos del poeta, son los que trastean en la duda. Los “tecnócratas de la
duda”, dudan. Pero no pueden resolver las “palabras” de Dios. Porque éstas
están a la deriva. Las palabras de Dios, el logos del principio (Juan 1: 1),
son el discurso absurdo de Dios (pág. 12). Las “palabras de Dios” son la “cercanía”
y son la “lejanía”.[2]
Los breves poemas, este estilo de
Rafael Trelles, alargan al “poeta” hacia el pasado y a hacia la nada. Hay
“huesos mojados” (pág. 45) en el anuncio de ser del texto. “Huesos mojados” que
pesan como la muerte. ¿Algo ha traicionado a la espada: la luz, la oscuridad,
lo probable? Hay algo que traiciona a la luz: el principio, la velocidad, el
final. El tiempo que se expande espacio, y el espacio, todo peligro, que se
expande Ícaro. (El Zen está anunciando el fin del universo).
El poeta está olfateando a la muerte y
la muerte quiásmicamente está olfateando al poeta.
Todo es “hedor” (el decapitado, las cuchilladas) y “brevedad” (la casa –los
sueños--) en la poesía de Trelles. Todo es antiguo. El vértigo es inevitable y
Trelles lo siente y lo presiente: ¡el poeta cae! La
soledad es total. ¿Cómo es posible que el poeta
muera (Matos Paoli, Lima, Panero, Trakl, Martín Adán, Julia de Burgos, Pessoa,
Ramos Otero, Safo, etc.)? Los suicidas se aglomeran: “sin que nadie escuche el
grito de los silogismos suicidas” (pág. 55). Los poetas abandonan radicalmente
la poesía. Derrumbados los sueños son como la caída de una puerta: el pez
simbólico se torna poeta y el aëda simbólico se torna pez. En Trelles, en “La
muerte del poeta”, todo cae: ¡el ser cae! El poema dedicado a Edwin Reyes se
torna paradoja. El poeta cruza (a través de la voz del poeta que reminiscencia)
a través del pez para ser él mismo. El pez cruza a través del poeta para
hacerse llamas: “Las ruinas circulares”.[3]
Trelles, como el filósofo Adorno, sueña
(pág. 58) para escapar a las paradojas. El poeta sueña por aquellos que son
soñados por el Aquél
(por el “aquéllo”) [4]
[5]
[6]
que lo sueña a él mismo. Después del sueño “hay
nada”, o hay “lo mismo”. Los soñadores, los personajes, están siendo soñados
desde el insomnio. El inconsciente se ha puesto ha soñar desde los poemas o
desde el sueño. El inconsciente es constante. El inconsciente es “instantáneo”,
independientemente de donde se encuentre el poeta: las guaguas, los taxis, los
cafés, los ascensores, los orgasmos, los hospitales, los retretes, las lápidas,
las esquelas, la muerte. Los soñados sueñan desde el insomnio por el Dios de lo
constante (Zeus, Apolo, Orfeo, Baco) que se sueña a sí mismo en los extraños. El
fuego se devora a sí mismo: los peces arden (los laberintos arden [el universo
arde]).
El viandante que sueña “la casa / es el
camino” (pág. 57) no puede escapar a la “cárcel”. Todo ha caído en los espejos:
el poeta está delante de sí mismo. El vagabundo de la “visión”, del “pozo”, del
“dédalo” no sabe a dónde va y no sabe qué hacer con la caída.[7]
Según Heidegger el hombre ha sido arrojado.
Según Cortázar “la casa de los incestuosos” ha sido tomada. Según Borges, Asterión ha sido asesinado por el héroe.[8]
El sueño se ha detenido para siempre. La casa de la calle de Morfeo ha sido
cerrada bruscamente. Al final, sólo queda el incendio de los peces. Al final,
sólo queda el incendio del poeta.
*****
30
de diciembre de 2015
Puerto
Rico
[8] Aquiles arrastra a Héctor alrededor de Troya.
Platón, ante este hecho histórico, protesta por la bajeza y lo indigno de
Aquiles.
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