En el presente blog puede leer poemas selectos, extraídos de la Antología Mundial de Poesía que publica Arte Poética- Rostros y versos, Fundada por André Cruchaga. También puede leer reseñas, ensayos, entrevistas, teatro. Puede ingresar, para ampliar su lectura a ARTE POÉTICA-ROSTROS Y VERSOS.



domingo, 30 de agosto de 2009

TODA LA LUZ-ANA MUELA SOPEÑA

Ana Muela Sopeña







TODA LA LUZ






Llevaba tras de sí
toda la luz,
para estrechar enlaces
con la vida
y sepultar lo oscuro
en los abismos
de lentitud disuelta
en los espectros.

Estableció sus pactos con la muerte,
para seguir creyendo en el gran sueño,
la proyección intensa de la infancia,
cuando de niños somos paraíso.

Alcanzó la fusión con las estrellas
y sintió de los árboles la voz,
inherente a los círculos de magia
de las dríades níveas de los bosques.

Olvidó entre la niebla
cualquier sombra
y danzó sobre el humus,
sin peligro,
obteniendo la alquimia
de la esencia
instaurada en el cosmos
primigenio.

viernes, 28 de agosto de 2009

NO TE DESPIERTES AÚN-PURA SALCEDA

Pura Salceda, España






NO TE DESPIERTES AÚN





No te despiertes aún, mi bien,
que la noche es muy corta en Ogigia.
Sueña todavía con mi nombre
con mi aroma de ninfa cautiva entre tus manos.

Recuérdame como era yo entonces,
cuando te rescaté de tus naufragios
y lamía todas tus heridas cada tarde.

Olvídate de los mares que te llaman,
no encontrarás quien mejor te adore
como yo lo he hecho,
desvía tu mirada del horizonte
y piérdete en mi sexo para retomar el camino.

Sólo tu dulce Calypso será la alfombra
por la que pasees tus pies, mi paraíso.
No mires las horas
ni los años
no te despiertes aún a la partida,
deja que me engañe de nuevo,
que crea que esto nuestro va a durar
un día más sin que te vayas.

De: Versos de perra negra)
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viernes, 14 de agosto de 2009

A los pescadores de Reta-Gabriel Impaglione

Gabriel Impaglione, Argentina-Italia





A los pescadores de Reta




Fue tarde entonces cuando estrené los brazos.
Cuando recibí barba y bandera
las orillas estiraban
su soliloquio entre los pájaros
y no había sino huecos espumosos
en el lugar donde se multiplicaron las barcazas.
Quién sabe dónde las redes,
en qué graves mareas se hundieron los oficios.
Llegaban cegando la luz horizontal del crepúsculo
cargados de plata refulgente,
agotados y sonrientes bajo sus sombreros.
Victoriosos burladores de arcanos marinos
llegaban a la costa montando las rompientes,
blandiendo sus puños mordidos por las cuerdas.
Allí latían revelaciones de ultramar,
se narraba la gran ciudad del agua y el salitre,
comenzaba la contabilidad pieza por pieza
de mano en mano, centavo a centavo.
Se le cantaba al cardumen como al sol o al aire.
Llegué tarde al vértigo del oleaje,
al perfume exacto de la rosa de los vientos.
Allí, de pie, en otro siglo de huellas descalzas
tan sólo un roído barco hundido en la arena
y lejos la estela de los pesqueros invisibles
sobre cuya ruta aún trazan su círculo las gaviotas.
De vez en cuando un viejo pescador emerge
vestido de algas, de peces de relámpago,
y desata los nudos marineros de los vientos
mientras un niño, calladamente alegre
rompe el límite del agua con la risa.
_____________
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miércoles, 12 de agosto de 2009

el fin de la historia-Francisco Cenamor

Francisco Cenamor, España


el fin de la historia

ya no tiene sentido la normalidad
ha llegado el momento de los disturbios espirituales
de cortar la calle con macetas

plantar magnolias en las autopistas
arruinar el futuro sembrando esperanzas
poner comas entre sujeto y predicado

correr de espaldas palpando el presente
condenar sin juicio, enjuiciar sin condena
subir de dos en dos las escaleras

abrir de par en par las ventanas
de los viejos aposentos modernos
vaciar las estanterías metálicas

acudir silbando a la biblioteca
enarbolar banderas transparentes
que no nos amordacen los ojos

sorprendernos abrazados al paria
al que vino de lejos, a la prostituta
matar de risa al desamor

ir a la oficina de empleo cantando a puccini
pagar la ópera con la cartilla del paro
recitar poesía desde el patíbulo

construir con firmeza en las nubes
y cada noche, soñarse escondido en el jardín
ignorando elecciones generales y tarjetas de crédito
_________________
Francisco Cenamor (1965, Leganés, España). De formación autodidacta, comienza tarde a escribir poesía. En 1999 Talasa Ediciones publica su primer libro, Amando nubes, lo que le posibilita viajar por toda España dando recitales. En 2003 sale su libro Ángeles sin cielo, editado por Ediciones Vitruvio, editorial que publica en 2007 su último libro, Asamblea de palabras. En breve, Ediciones Amargord publicará su poemario Casa de aire. Ha sido incluido también en numerosas antologías y revistas impresas y digitales. Ha organizado y organiza numerosas actividades poéticas. Dirige la revista digital Asamblea de palabras. Es coordinador del Festival de poesía erótica Colectivo Hetaira. Profesionalmente se dedica a la interpretación, apareciendo en televisión, teatro y cine.

martes, 11 de agosto de 2009

POEMAS DE CÉSAR CURIEL

César Curiel, México





Fantasía
Eres canto otoñal
que engrandece
la frágil nostalgia
de la aurora.

Eres luz penetrando
en la sombra
de un simple rincón
ya olvidado,
vuelas y te remontas
en las alturas
para desde lo alto
mirar el infinito
de una tierna y efímera
imagen.

La realzas con un pulido
encaje
que corta y se arrastra
por caminos inimaginables.

Eres vivo encuentro con todo
pues todo ante ti
cobra vida.

Eres luz entrando en mis ojos,
eres esperanza,
eres fantasía.
Pecado
Estoy pecando!
por desear a quién…
… no debo
por mirar a quién…
… no quiero
y sin embargo,
solo mirarla quiero.

Estoy pecando!
por soñar despierto,
por querer besar
al viento
he imaginar su rostro
sonriendo.

He pecado!
si, lo he hecho
día y noche
pensando que la abrazo
y le doy un beso,
que la veo y lloro
por ella en silencio
y más al ver
que esta tan cerca
y a la vez tan lejos;
que suspiro por ella
y lo hago en secreto,
que se muy bien que un día
dejare de verla
y la recordare siempre
con vehemencia.

Que me gusta,
que la quiero,
pero ese es mi secreto.

Estoy pecando!
por desear a una mujer…
… que no debo
.

Tras la ventana
Tras la ventana
veo un mundo que no es mío
la dicha de la gente
que camina frente a mi ventanal
el tumulto de la hojas
que vuelan sin cesar
removidas por los vientos
agitadas por el tiempo
que no cesa de parar.

Tras mi ventana
observo la vida como gira
como azota la dicha de la vejez
y la muerte reclama a su victima
cuando pisa sus dominios
y cruza la puerta del umbral,
a un mundo que no es de nadie
a mundo que no se puede regresar.

Tras mi ventana
la dicha de las mañanas
al ver un día empezar,
la risa de un niño acariciar
el mañana
sin saber que futuro le esperara.

Tras mi ventana
el llanto de la miseria
toca mi vidrio sin parar
Recordándome la pobreza
en que vive mucha gente
y la vida, es muy desigual.

Tras mi ventana
espero que el mañana
me de una nueva oportunidad
agitando las alas que nunca
en este mundo pude usar.

Tras mi ventana
observo y acaricio
el pasado ya marchito
de la vida
que he dejado atrás
y en la zozobra de los tiempos
muchos rostros
muchas vidas
muchas risas
que jamás volverán.

Tras mi ventana
observo el cielo infinito
que se pierdeen el horizonte
cubierto por las nubes
y los días que se van.
Un mañana que nunca
se sabe y un pasado
que no volverá.

Tras mi ventana
miro al mundo desde adentro
como gira sin parar.
___________________
Cesar Curiel, 1969, de origen mexicano, nacido en la ciudad de Durango, Dgo., empezó a escribir sus primeros versos a la edad de 11 años, trabajo en el periódico "el sol de Durango" por cinco años consecutivos como periodista en espectáculos, tenia a su cargo una columna de música en la que aparecía cada domingo, aparte de trabajar en la estación de radio "radio universidad" la cual difunde cultura en general a los radio escuchas, sus poemas han sido publicados en diferentes periódicos de la ciudad y algunos se llegaron a publicar para la revista "cultura" que salio a finales de los 80`s, de igual manera algunos de sus poemas fueron difundidos en la radio. Fue escogido en varias ocasiones por la ciudad para formar parte de los invitados a dar recitales de poesía que organizaba la ciudad de Durango.

En más de una ocasión se presento en la casa de la cultura y fue miembro de un grupo de protesta llamado "libertad" en donde mezclaban poesía con música y canciones al estilo Oscar Chávez, Facundo Cabral, etc.

Actualmente radica en la ciudad de Denver, Colorado. USA., por mucho tiempo se mantuvo alejado de todo lo relacionado con el arte, pero nunca sin dejar de escribir pues siempre ha formado parte de su vida y es una necesidad propia en su vida. Tiene un libro publicado con la editorial AUTHORHOUSE titulado "poemas libres", acaba de terminar de escribir una novela que saldrá el próximo año del 2010.

sábado, 8 de agosto de 2009

Honduras-Carlos López

Carlos López, Guatemala





Honduras*



El concepto del arte por el arte es una cosa que sería cruel si no fuera
afortunadamente cursi. Ningún hombre verdadero cree ya
en esa zarandaja del arte puro, arte por el arte mismo.
En este momento dramático del mundo el artista debe
llorar y reír con su pueblo. Hay que dejar el ramo de
azucenas y meterse en el fango hasta la cintura
para ayudar a los que buscan las azucenas.
Federico García Lorca




Qué honduras las de Honduras.
Los militares no quieren
dejar entrar la alegría, menos
la justicia social —«¡Qué palabras
tan obscenas!»—. La burguesía
no ilustrada ama lo decimonónico,
y a Mickey Mouse lo usa para la foto
cuando va en romería a Disneyworld,
pero no más, no como filósofo,
que no quieren parecer gringos
los burguesitos amaestrados en Yale
(una cosa es obtener ahí títulos y otra
que los quieran comparar con esos liberales).
Que un negro esté gobernando
su meca, es pasajero. Con suerte
se acaba el mundo y le echan la culpa.
«Honduras es nuestro, en nada se parece
a Latinoamérica con sus tiranos, tampoco
a Estados Unidos, todos manejados
por los judíos que se quieren adueñar del mundo».
Honduras duele muy hondo.
Pero desde lo más profundo de
su suelo se oyen rumores libertarios;
desde las honduras más hondas
crecen claveles rojos que pintan rebeliones,
son más las flores creciendo desde adentro
que los zopilotes creciendo con sangre negra.
Hasta los retoños más salvajes
tienen más dignidad que los gorilas
que hoy, como ayer, como siempre,
apagan el color de la vida.

*Cortesía de Isla Negra-Grabriel Impaglione

________________
Carlos López (Pajapita, San Marcos, Guatemala, 24 de febrero, 1954) obtuvo los títulos de maestro de educación primaria urbana en el Instituto Normal Mixto Rafael Aqueche (INMRA), de licenciado en lengua y literaturas hispánicas y en estudios latinoamericanos, y el grado de maestro en letras (literatura iberoamericana) en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Estudió las licenciaturas de derecho y de ciencia política en la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac) e historia en la UNAM. Es autor de los libros de ensayos Diccionario biobibliográfico de literatos guatemaltecos (1993), Redacción en movimiento. Herramientas para el cultivo de la palabra (1ª ed., 2003; 2ª ed., 2003; 3ª ed., 2004; 4ª ed., 2006), Voses de Guatemala (2005), Helarte de la errata (1ª ed., 2005; 2ª ed., 2007); del libro de calambures Uso de los anteojos para todo género de vistas (1996); de los libros de palíndromos Aten al planeta (2007), Naves se van (2003) y La roca coral (2002); de las antologías Los siete pecados capitales: la lujuria (2008), Decálogos, mandamientos, credos, consejos y preceptos para oficiantes de la escritura (2006), Los poemas de la poesía (t. I, 2001; t. II, 2003), Poética de Carlos Illescas (2001) y Arder sobre la hoja. Poética de Humberto Ak’abal (2000); de las plaquettes de poesía Relámpago nocturno (1999) y Vado ancho (1998), y de ensayo Tito, biografía mínima (2003); de los libros de poemas Bellotas de agua (2000) y Fuego azul (1997). También, es coautor de varios libros y parte de su trabajo se recoge en diversas antologías. Publica en diarios y revistas de Europa y América. Ha sido invitado a participar en encuentros y festivales de literatura en la República Mexicana y en el extranjero; además, en repetidas ocasiones formó parte de jurados en diversos certámenes. Impartió talleres de redacción, poesía, novela, cuento, dramaturgia, creación literaria y edición en los mejores centros educativos de Guatemala y México; su labor docente abarca todos los grados escolares durante 35 años ininterrumpidos. En 1981, fundó Editorial Praxis -que desde entonces dirige-, donde lleva editados más de 600 títulos de autores nacionales y extranjeros. Ha cuidado la edición de más de 5 mil libros, tesis, revistas, folletos y asesorado tesis de licenciatura, maestría y doctorado. En México, patrocinó la exposición pictórica de más de cien artistas de diversas partes del mundo y ha participado en más de 700 presentaciones de libros. A lo largo de su trayectoria, ha recibido críticas favorables de Héctor Carreto, María Cruz, Juan Domingo Argüelles, Otto-Raúl González, Rogelio Guedea, Gerardo Guinea Diez, Carlos Illescas, Hernán Lavín Cerda, Luis Montes de Oca, Francisco Alejandro Méndez, Adolfo Méndez Vides, Armando Pereira, José Luis Perdomo Orellana, Silvia Pratt, Juan Antonio Rosado Zacarías, Eusebio Ruvalcaba, Gloria Vergara y otros escritores y especialistas, quienes las publicaron en El Financiero, La Jornada, El Universal, Excelsior, La Hora, Magna Terra, Siempre!, entre otras publicaciones. En la actualidad, escribe las columnas «Interior Cero, Cero, Cero» en El Financiero, «Vado Ancho» en Ecos de la Costa y «Helarte de la Errata» en El Heraldo de Chiapas.

jueves, 6 de agosto de 2009

Hecho de Barro-Raúl Heraud

Raúl Heraud, Perú





Hecho de Barro




Todo esto que escribo ya no es mío,
nunca lo fue,
he muerto seguramente después de haber
sido un viejo transeúnte,
un maniático comprador de libros,
a mi velorio quizá asistan mis amigos,
les ruego no vistan trajes oscuros ni
lleven corbatas,
no traigan flores, menos palabras de pesar,
ni se les ocurra escribirme poemas póstumos,
les prohíbo visitar mi tumba
sobre todo los domingos de fiesta,
no intenten limpiarla, tampoco
santiguarse o rezar por mi atribulado espíritu,
sólo déjenme descansar esta noche
que ya tuve bastante con la vida…
_____________
Colaboración de: Gabriela Velit

domingo, 2 de agosto de 2009

Eunice Odio: el acento del cuerpo en la poesía costarricense-Miguel Fajardo Korea

Eunice Odio, Costa Rica






Eunice Odio:
el acento del cuerpo
en la poesía costarricense

Lic. Miguel Fajardo Korea
Premio Nacional de Educación de Costa Rica

miguelfajardokorea@hotmail.com

Descriptores: -Literatura costarricense -Poesía costarricense -El cuerpo -Eunice Odio

Me propongo abordar un tema esencial en las manifestaciones artísticas, como lo es la escritura del cuerpo en la poesía costarricense. Desde esa perspectiva, la escritora Eunice Odio (1919-1974), con su poemario “Los elementos terrestres”[1], es la pionera del abordaje corporal dentro de la poesía vanguardista costarricense, donde se pueden correlacionar las diversas partes de la anatomía[2] con un amplio registro simbólico y cultural.

El Salvador es un espacio centroamericano altamente estimado por Eunice Odio. En 1957, el Ministerio de Cultura de El Salvador le publica su libro cumbre “El tránsito de fuego”. Eunice estuvo en El Salvador en algunas ocasiones[3].

Eunice Odio inicia esa tematización, cuando dicha práctica transgredía el comportamiento de la tradición patriarcal. Su poesía vanguardista reconoce el cuerpo y explora la sexualidad, tanto femenina como masculina e, igualmente, sus relaciones con el goce o el deseo. En el desarrollo de los poemas se utiliza un desplazamiento que se apoya en la intervención de la mirada, la cual provoca un desplazamiento de los amantes hacia partes erógenas; de esta manera, establecen un vínculo que se materializa en la provocación de uno y en la respuesta del otro.

En Los elementos terrestres, la percepción del cuerpo es múltiple, porque es un espacio para la significación expresiva del reconocimiento individual. El cuerpo se nombra y muestra, es decir, se compone y se reconstituye. Genera sentidos, en la medida en que las partes de la anatomía representan un espacio, visible y tangible, a partir del cual se toma conciencia de él. El cuerpo se redescubre y completa en el lenguaje del otro.

El diálogo de lo femenino y de lo masculino se extiende a los planos de la corporalidad; ella busca al amado por las inmediaciones de su propio cuerpo y reposa en el del amado. De ese modo, la imagen del cuerpo es una especie de tejido que se muestra y concreta en la mirada del otro.

La perspectiva intercorporal opera, entonces, como un código dialógico que posibilita el goce: “Tú me conduces a mi cuerpo, / y llego, / extiendo el vientre / y su humedad vastísima, / donde crecen benignos pesebres y azucenas / y un animal pequeño, / doliente y transitivo” (LET, 125).[4]

La mención de elementos animales, vegetales y líquidos, comprueba que el lenguaje erótico cotidiano está lleno de ejemplos de cuanto sucede en la naturaleza. Los murmullos, los rugidos, los arrullos, el correr del agua, el vaivén de las olas, los gemidos de toda suerte de animales son imitados en el juego erótico: “Mi sexo como el mundo / diluvia y tiene pájaros, / Y me estallan al pecho palomas y desnudos. / Y ya dentro de ti / yo no puedo encontrarme, / cayendo en el camino de mi cuerpo” (LET, 124).

Por ello, se establece una relación entre la naturaleza y el cuerpo, es decir, la naturaleza se comporta como intimidad o deleite. La conjunción de la vegetalidad remite a la estética del jardín (jazmín, lirio, rosa) y connota la delicadeza sensual y erótica: “Entraremos de pronto en el verano como árboles / vegetalmente abiertos de oídos y de polvo (…) Y a la altura del pecho y la labranza / semilla de silencio y luz desierta” (LET, 136-137).

La hablante ve al hombre como su complemento, porque “él camina en parte / con mi alma”. El amado apela al sueño, que atrae en ausencia el modo de llegar hasta ella para conducirla al encuentro de la unión sexual de la pareja. De esta forma, en el texto se busca al amado, lo cual podría considerarse como la incompletitud del yo sin el otro. Por más satisfactoria que se presente la relación entre los amantes, siempre se plantea un vacío que impulsa el deseo de buscar en el otro lo que complementa.

La amada busca al amado, quien es su amante, camarada, huésped, hermano, es decir, un ser que pareciera serlo todo. Según Octavio Paz: “el erotismo es una experiencia total que jamás se realiza del todo porque su esencia consiste en ser siempre un más allá. Éste se refiere al cuerpo ajeno como un obstáculo o un puente que en uno y en otro hay que traspasar”.[5]

En el poema cuarto, el hombre ve a la mujer asomada a su pecho; ese sustantivo se repite y es plurisignificativo. El amado la contempla en un proceso de evolución física y se marca con los oxímoros “pecho diurno” y “voz descalza”, los cuales evocan elementos corporales en cualificaciones inacostumbradas. La escritura erótica de este poemario celebra el descubrimiento del cuerpo humano como un espacio de deseo que no tiene como fin la reproducción, con lo cual el texto plantea un orden subversivo, toda vez que rompe lo convencional. En estos poemas se explora el goce sobre la base del reino de los cinco sentidos, lo cual posibilita la utilización de los diversos recursos expresivos. La sensualidad corporal implica, por lo tanto, una vía para afirmar la sexualidad.

El sistema de significados poéticos recurre tanto a la metáfora como a la metonimia, cuyas relaciones por similitud y contigüidad son recursos básicos para ordenar el discurso, y como elementos constructivos de la función poética, apelan al sentido del mensaje para intensificar el acento expresivo. El paralelismo, la anáfora alternada o la repetición son procedimientos retóricos donde se localiza la función de la semiosis de los poemas. Otras figuras como el símil, el encabalgamiento, el oxímoron, la interrogación retórica o la antítesis, ayudan en la intencionalidad expresiva de conformar la estructuración semántica del texto y contribuyen a la construcción discursiva de la dialogicidad; del mismo modo, resultan decisivos los acentos de lo corporal y el registro de elementos sexuales y eróticos, ya que, en todos ellos, se desprende el nudo de significación amorosa que presenta el texto.

Es evidente la presencia de matizadas asociaciones del cuerpo léxico con el sexo oral: “pozo”, “boca”, “resbala”, “paloma” y la referencia a la salinidad. Los muslos se llenan de erotismo. La metáfora los “manojos de agua” puede relacionarse con el orgasmo, lo cual se amplía con el sustantivo “espuma” y la cavidad física del pozo~vagina vista como “rebaño secreto”, con lo cual se puede hablar de la presencia de metáforas que remiten a lo erótico y a lo sexual. La poética corporal de lo líquido se asocia con la eroticidad del cuerpo, donde todos los flujos indican movimientos naturales que se equiparan con los derivados del goce sexual. Por lo tanto, el agua funciona como fuente de vida, con gran poder sensual y elemento de unión amorosa cuando aparece en el contexto de la expresión sexual: “Parpadea tu voz, / sencilla como el mar cuando está solo” (LET, 124); “Yo haré que de tus muslos / bajen manojos de agua; / y entrecortada espuma, / y rebaños secretos” (LET, 127).

El sistema de significados poéticos alude a la relación sexual con el otro, en una experiencia física y corporal. La amada se propone un recorrido por la geografía del cuerpo amado; así como él explora el cuerpo de ella. El cuerpo opera, entonces, como un vector que se anhela poseer, con firme expresividad amorosa y como acción de completitud. Debe destacarse que en el acento poético odiano, la mujer es sujeto del deseo y no objeto, es decir, su participación es activa y creadora. La poesía del cuerpo construye, sin duda, un espacio de expresión social que censura las restricciones y los silencios históricos.

En Los elementos terrestres, el cuerpo debe leerse de manera que construya diversas posibilidades de relación, tanto consigo mismo como con los demás, sin que las diferencias sexuales alcancen papeles jerárquicos. Las partes del cuerpo se relacionan con un amplio registro simbólico y cultural. La voz femenina, al escribir de su cuerpo, escribe su cuerpo, su deseo, su goce, su deleite. Ella es capaz de nombrar y también se nombra. Mediante el lenguaje construye su propia subjetividad activa, por ello, ambos amantes participan con placer del acto amoroso, porque es el goce de la experiencia, de la inclusividad.

“Queréis que vaya y me ofrezca en sus manos
como semilla de éxtasis,

que le lleve mi cuerpo
reclinado de palomas,

y que llene su boca
de sol y mediodía” (LET, 142).

Aquí, la oración compuesta incorpora verbos, cuya disposición significativa es interesante: “queréis”: desear o apetecer, tener voluntad o determinación de realizar algún hecho; “vaya”: indica el movimiento del lugar real al posible y “ofrezca”: comprometerse alguien a dar o hacer una acción particular. En el segundo apartado se reduce a uno, “lleve”: conducir algo (mi cuerpo) desde un lugar alejado de donde se habla o se sitúa mentalmente la persona, y concluye con “llene”: ocupar un espacio vacío con la idea de satisfacer el apetito sexual (su boca). Obsérvese el hecho que la amada solicita ir y ofrecerse “en sus manos[6] / como semilla de éxtasis”.

El cuerpo es un tejido que se teje con la huella del deseo, por lo tanto, muestra una gama de sentimientos expresados por medio del lenguaje. El cuerpo posee una dimensión unificadora. Es un lugar donde se construye el goce, la sexualidad. Utiliza un discurso que se apoya en la intervención de la mirada, la cual provoca un desplazamiento de los amantes hacia las partes erógenas; de esta manera, establecen un vínculo que se materializa en la provocación de uno y en la respuesta del otro, porque el contacto físico es la experiencia que inicia la vivencia y el conocimiento de lo erótico.

En el poemario “Los elementos terrestres”, de Eunice Odio, hay referencia a 39 partes del cuerpo y, en conjunto, comprenden 133 menciones corporales. Los semas de mayor recurrencia, con 17 y 18 alusiones son el “cuerpo” y el “pecho”, que opera como una zona erógena, un símbolo activo de la sensualidad, mediante el cual se percibe los fuertes latidos del corazón, propiciados por el clima sexual de la pareja. Desde el primer poema, la voz de la amada llama al amado para que se inicien en el deleite de sus cuerpos:

“Ven
Amado.

Te probaré con alegría
tú soñarás conmigo esta noche” (LET, 119).

El objeto del amor es visto como lo que se come, se saborea, se degusta. Un recurso sugestivo que proyecta el tipo de caricias que recibirá el amado. Lo que al inicio aparece como un llamado “Ven” se convierte en experiencia “te probaré”, lo cual implica una certitud de contacto.

Los cuerpos de ambos se convierten en espacios tangibles, llenos de zonas erógenas. El pecho, la boca o la cintura sugieren que no queda ningún sitio sin explorar. Al leer el texto como un recorrido corporal, el erotismo se encuentra sugerido en el lenguaje simbólico utilizado y se enriquece con todo tipo de alusiones a prácticas culturales sobre el amor y el sexo. Según Barthes: “exploro el cuerpo del otro como si quisiera ver lo que tiene dentro, como si la causa mecánica de mi deseo estuviera en el cuerpo adverso”[7]

En el texto, el sexo no se presenta como una culpa, mancha o pecado; por el contrario, hay una tendencia a reinvindicar el cuerpo y la sexualidad de ambos géneros como una demanda de amor, con alusiones al sexo y a sus zonas erógenas, en aras del goce y el disfrute. La fuerza de lo sexual radica en las referencias a los momentos que compartió con él: el cuerpo que tuvo tangible, pero que ahora está ausente.

Según Barthes: “La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede superponerse sino a partir de quien se queda –y no de quien parte-: yo, siempre presente, no se constituye más que ante tú, siempre ausente”.[8] La amada pregunta a otros por su amado y utiliza semas corporales que le evoca la figura masculina, tanto es así, que valora el cuerpo del otro en el momento en que erogeniza la realidad corporal del muslo del amado como una “daga sumergida en la noche”. Hay una descripción fálica (daga), símbolo de potencia generadora, pero “ya no tiembla en el aire”, porque está “sumergida en la noche”.

Hay numerosas referencias a las diversas regiones del cuerpo que funcionan como símbolos corporales de la sensualidad, por ejemplo, las zonas orificiales y erógenas del cuerpo: oral –boca, pecho-, así como los órganos sexuales referidos a la vagina y al falo. La profusión de imágenes sensoriales se convierten en un código de la expresión sexual que marca el orden de lo femenino y de lo masculino con énfasis en la carnalidad, pero aquí va mucho más allá de la procreación y de su condicionamiento social; así, el texto reivindica el cuerpo y el descubrimiento gozoso de la sexualidad. En ambas perspectivas, las demandas eróticas apelan al placer del cuerpo, al goce de la experiencia sexual.

En este poemario, el alma está en un sitio donde puede ser comida: en el cuerpo. El sitio de la convocatoria es el topos de la corporalidad humana “Antes que yo se te abrirá mi cuerpo”. El poder del cuerpo y la palabra confirman la identidad y el desafío en el ser físico de los cuerpos amantes: ella en él; él en ella. El sustantivo “alma” es puesto en relación con las siguientes partes: cuerpo, brazos, cuello, aliento, corazón, uñas, oídos, mano y piel.

En este poemario de la autora costarricense se puede establecer algunos mecanismos discursivos que sugieren la unidad poética entre los planos humano y espiritual. Simbólicamente, la tierra se opone al cielo, y es asociada con la mujer por su carácter productivo y material. Por ello, desde el Incipit se habla de los elementos de la tierra; la corporalidad es su distintivo, su materialización. Al mismo tiempo que se tiende a buscar lo espiritual, en el texto se “eleva” o destaca lo corporal, situación que propicia considerar que lo espiritual está inmerso en lo terrenal y se expresa en esas descargas eróticas y sexuales de los amantes.

Para ello, el recurso estilístico es la relación de contigüidad entre los términos abstractos, junto con las alusiones a las partes de la anatomía corporal: “Ven / comeremos en el sitio de mi alma” (LE, 119); “Y por mi cuello en que reposa tu alma” (LE, 125); “y es como piel el alma –no se siente” (LET, 137). En suma, con dicha estrategia, la hablante logra el juego de relecturas que propone posibles interpretaciones, donde la preeminencia del cuerpo implica un redescubrimiento de la condición humana, sin menoscabo del orden espiritual.

Lo humano se asocia con lo material, con la corporalidad exterior y, dentro de ella, se manifiesta el desplazamiento de los elementos espirituales, porque cada vez que se mencionan éstos, aparecen dispuestos por contigüidad funcional, en relación con el cuerpo. Este mecanismo permite una lectura unificadora de las relaciones eróticas y sexuales. El enlace de los planos humanos y espirituales se inscribe como un procedimiento expresivo innovador en el ejercicio poético costarricense.

El discurso del cuerpo[9] no es visto con impudor, sino con la naturalidad de los elementos terrestres. La tradición cultural asocia lo femenino con la tierra como elemento pasivo, pero en el poemario de Eunice Odio se da una ruptura: la conciencia del cuerpo como poder artístico; la capacidad de construcción lingüística como sujeto del deseo, el establecimiento de una relación igualitaria en el plano de la sexualidad, así como su perspectiva de mostrarse y nombrarse a sí misma; mirar al otro y nombrarlo. El código dialógico del sistema de significados expresivos, en los órdenes de lo femenino y de lo masculino bidireccionaliza el texto hacia una ruptura: la prevalencia de la voz femenina en el orden del discurso, que se comporta como una ruptura ideológica en el contexto de producción de la poesía costarricense de ese momento, cuando la voz femenina permanecía excluida o marginada.


Consideraciones finales

La preocupación por la poesía del cuerpo es el más decisivo aporte del libro “Los elementos terrestres”[10] de Eunice Odio -quien nació en Costa Rica hace 90 años y murió en México hace 35 años-, pues dicho nudo de significación se presenta en las facetas de lo sensual, el erotismo y lo físico-carnal, como elementos integrales de la sexualidad. Las diversas partes de lo corporal establecen un código poético que se plasma en la evocación erótica del deseo o el placer y desde la perspectiva de lo sensual que activa las zonas erógenas. El erotismo de los textos odianos se ve reforzado cuando entran en juego las referencias a especies animales, vegetales o líquidas, que funden dichos elementos con el eros, con esto, la perspectiva lírica se ve enriquecida en el tratamiento de sus diversos nudos temáticos.

La expresión física de lo corporal,[11] en la voz poética de la costarricense Eunice Odio, constituye una perspectiva de rompimiento de tabúes patriarcales. Su apuesta por lo corporal es un redescubrimiento temático, al centrar su perspectiva poética, tanto en el cuerpo femenino como en el masculino. Esas partes llegan a resignificarse cuando interactúan en el plano de lo simbólico cultural, más allá de lo que sería una simple experiencia personal. El abordaje sexual es dialógico y alcanza grandes posibilidades en la expresión del cuerpo, elemento a partir del cual se genera la semiosis profundamente sensual y sexual del poemario, que se presenta con gran naturalidad y con un lenguaje novedoso y transgresor, lleno de lirismo, en el mapa de la poesía vanguardista centroamericana.

El texto, en su conjunto, muestra imágenes sensoriales de gran calidad, que reivindican el descubrimiento integral del cuerpo como fuente de goce de la experiencia de la sexualidad y, a partir de aquí, de comunicación espiritual entre lo femenino y lo masculino. Las alusiones a la esterilidad no son un obstáculo para que la amada disfrute el placer o el goce con intensidad; dicha condición la expresa con dolor, sin embargo, no disminuye su capacidad de amar.

La asimilación de lo espiritual inmerso dentro de lo humano es una expresión del discurso poético odiano. La equiparación cuerpo ˜ alma homologa dichos planos como propuesta de unidad poética. De ella se desprende la incompletitud que lleva a los amantes a buscar su unidad física en el otro. La prevalencia del cuerpo implica un redescubrirse, sin inhibiciones, lo que constituye un mecanismo poético innovador en la lírica costarricense en la segunda mitad del sigo XX.

Es decir, en “Los elementos terrestres”,[12] de Eunice Odio, la expresión dialógica de lo femenino y de lo masculino se manifiesta, poéticamente, como el resultado de la experiencia erótica y sexual y ésta como unidad entre los planos humano y espiritual.

Es ocasión propicia para recordar, desde el Laberinto del Torogoz, del humanista poeta salvadoreño, André Cruchaga, los 90 años del natalicio de Eunice Odio y seguir disfrutando de la extraordinaria intensidad expresiva de su obra poética. Para quienes deseen hurgar la sintonía vital entre las escritoras costarricenses Yolanda Oreamuno y Eunice Odio, los remito a un documentado deslinde biográfico realizado por el investigador Mario Esquivel Tovar[13].

Eunice sigue vigilante. Su poesía esplende por América Latina. Es un nombre extremadamente interesante para leerla y divulgarla. Es nuestro compromiso ético y estético.
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[1] Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. México: Siglo XXI, 1999: 45.Bianco, Aracelly y Fajardo, Miguel. El acento corporal en Los elementos terrestres de Eunice Odio. Heredia, Costa Rica: Universidad Nacional, 2003.
Chevalier, Jean. Diccionario de símbolos. Barcelona: Herder, 1986.
Fajardo, Miguel. La poesía del cuerpo. Disponible en:
franciscocenamor.blogspot.com/2008/07/la-poesa-del-cuerpo-artculo-del-lic_30.html -
Fajardo, Miguel. La poesía del cuerpo. En: Anexión. Guanacaste, junio-2005:16
Odio, Eunice. Antología. (Selección de Rodolfo Dada). San José: Editorial Lunes, 2006.

Odio, Eunice. Los elementos Terrestres. San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica / Editorial de la Universidad Nacional, 1996
Odio, Eunice. Los elementos terrestres. Madrid: Torremozas, 1989.
Paz, Octavio. Los signos en rotación y otros ensayos. Madrid: Alianza Editorial, 1971.
[1] Con “Los elementos terrestres”, Eunice Odio obtuvo el Premio Centroamericano “15 de setiembre”, Guatemala, 1947. El libro se publicó en 1948, hace 61 años. El texto no se publicó en Costa Rica hasta en 1984, es decir, 36 años después.

[2] En “Los elementos terrestres”, de Eunice Odio, se cita 133 menciones corporales, con base en las 39 partes anatómicas citadas, que interactúan entre sí como un cuerpo hablante.
[3] Cfr. Esquivel Tovar, Mario. “Eunice Odio en Centroamérica. Mirar amargo y fruto dulce de una mujer inolvidable”. En Forja. Semanario Universidad, Costa Rica, Núm. 878, 7 de junio de 1989, pp-1-3,
[4] Cada vez que se haga referencia al poemario de Eunice Odio. “Los elementos Terrestres”. San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica / Editorial de la Universidad Nacional, 1996, se utilizará la sigla LET, seguido de la página correspondiente.
[5] Paz, Octavio. Los signos en rotación y otros ensayos. Madrid: Alianza Editorial, 1971: 87.
[6] De acuerdo con Chevalier, “la mano es como una síntesis, exclusivamente, de lo masculino y lo femenino; es pasiva en lo que contiene, activa en lo que tiene” (Chevalier, 1986: 685).
[7] Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. México: Siglo XXI, 1999: 80.
[8] Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. México: Siglo XXI, 1999: 45.
[9] Bianco, Aracelly y Fajardo, Miguel. El acento corporal en Los elementos terrestres de Eunice Odio. Heredia, Costa Rica: Universidad Nacional, 2003: 121.
[10] En España se editó este poemario hace dos décadas, con prólogo de Rima de Vallbona.
Cfr: Odio, Eunice. Los elementos terrestres. Madrid: Torremozas, 1989.
[11] En el 2004 presenté la ponencia “La poesía del cuerpo”, en la Casa de Poesía Silva, en el XII Festival Internacional de Poesía de Bogotá, Colombia.
Cfr: Fajardo, Miguel. La poesía del cuerpo. En: Anexión. Guanacaste, Costa Rica, junio-2005:16.
Asimismo, dicha ponencia se encuentra disponible en la dirección electrónica española: franciscocenamor.blogspot.com/2008/07/la-poesa-del-cuerpo-artculo-del-lic_30.html - 299k –
Igualmente, se puede leer en la revista electrónica Letras de Uruguay, de Carlos Echinope y en la revista digital chilena Pluma Negra, de Ana Montrosis.
[12] En el marco de la declaratoria “San José, Capital Iberoamericana de la Cultura”, Rodolfo Dada compiló un texto antológico sobre Eunice, donde incluyó los poemas I, II, III y VIII del libro en análisis.
Cfr: Odio, Eunice. Antología. San José: Editorial Lunes, 2006:9-20
[13] Cfr. Esquivel Tovar, Mario. “Yolanda y Eunice: vidas paralelas”. En: Suplemento Los Libros. Semanario Universidad, Costa Rica, Nº 1674, del 12-19 de julio del 2006, p.2.

sábado, 1 de agosto de 2009

El Domador de Cocodrilos-Samuel Brejar

Domador de cocodrilos, fotografía: mefeedia




Samuel Brejar
El Domador de Cocodrilos


Drama en dos momentos
traducido del francés

por

Noëlle Yábar-Valdez






Título original


LE MASSEUR DE CROCODILES







Primera edición en francés
Obras de teatro editadas por «Point de Rencontre», Orléans.
Colección Rabelais
Théâtre
ISBN 2-904-851-03-8
© GILBERT YABAR-VALDEZ, 1986

Imprimé en France

Traducción del francés al español
para ser publicada en Internet
© NOËLLE YABAR-VALDEZ, 2009














EL DOMADOR DE COCODRILOS



Un solo personaje:

RUPERTO, 50 años.












Decorado

El decorado representa un cuchitril que sirve de vivienda a Ruperto. Esta habitación deja una sensación de abandono, de negligencia. Naderías, discos, libros, utensilios domésticos por todas partes y unos cuantos mue­bles hechos una lástima, entre los cuales una cama plegable. No hay ventana.

En el fondo, una pequeña puerta da a la calle; en las paredes, fac-símiles, fotos o carteles amarilleados. Tam­bién se ve un viejo pick-up. En medio de la escena, verticalmente con relación al público, un féretro humilde de color ne­gro puesto sobre caballetes de madera. En sus extremos, cuatro cirios encendidos en candelabros im­provisados.













Primer momento


La acción se desarrolla por una noche de invierno en los suburbios de una gran ciudad latino-americana.
A la subida del telón, la escena queda vacía. Ruperto es un funcionario civil que ha sido revocado por 'infrac­ción' a una ley de excepción vigente.
Apretado en su terno remendado, sin embargo tiene un aspecto relajado, una gran vivacidad mental, unas veces burlón, otras veces profundo y sutil, pero siempre lleno de astucia, a pesar de su miedo casi permanente.
Después de un rato, este personaje entra apresurado por la única puerta de la vivienda mientras que, a lo lejos, un tren pita con insistencia.


RUPERTO


¡A salvo! ¡A salvo! ¡El toque de queda acaba de sonar! ¡Qué miseria! Siempre lo mismo: hay que encerrarse en su casa. (Pausa). La precisión policial es la única cosa que funciona aquí. Ni me atre­vo en respirar. (Se relaja). En fin, ¿A qué sirve intentar entenderlo si estamos excluidos de todo? (Si­len­cio). ¡O Dios mío! Si no tengo suficiente imaginación, voy a sucumbir.

Ruperto va hacia el féretro y toca como si estuviera lla­mando.

¡Buenas noches! ¿Todo queda bien allí adentro? (Aproxima su oreja con la intención de escuchar). ¿To­da­vía estás aquí? ¡Tienes que quedarte ahí para siempre, no lo olvides! (Golpetea el cajón). ¿Ya te estás preparando para los gusanos? ¡Pobre amigo mío! (Toma una silla y se sienta cerca del difunto). ¡Eh! ¿Me oyes?
Ya no me escuchas, ¿o no me entiendes? (Un tiempo). De todas maneras, antes de que esos salvajes apaguen las luces del barrio, voy a platicar un rato contigo, ¿de acuerdo? Pero primero ponte cómo­do. Haz como en tu casa. (Algo está sonriendo en su cara). ¿Qué pasa? Si tienes fobia de los lugares en­cerrados, ¿por qué te encerraste en este envase? ¿Será en protesta contra la dureza de nuestro Gene­ral en jefe? ¡Cállate pues, ya que aquí todo acaba por saberse! El delirio de la intimidación nos ace­cha y mala suerte para los débiles que somos en nuestra irremediable pobreza.

Con aire preocupado se dirige hacia la parte delantera de la escena, tosiquea, echa la cabeza para atrás y se ríe.

Tengo ganas de divertirme, pero no estoy seguro. (Su voz se quiebra). Siento que están llegando los ve­jes­torios. (Murmura). ¿Por qué seguimos viviendo como si nada? (Dirigiéndose al muerto). ¿Nunca se te ocu­rrió que somos el ganado destinado a la carnicería del Guía Supremo? (Pausa). Si algún día me curo de la prudencia ¿crees que mi temeridad tendrá una influencia cualquiera sobre la bar­barie? En todo caso, no lo creo, ya que desde siempre la desobediencia genera la represión y, en­tonces, ¡zas! ¡En los riñones!

(Mira largamente por arriba y después, el silencio). Al fin y al cabo, soy un no-violento. Tengo mi propio mé­todo: ¡Ningún gesto! ¡Sí! Soy un minusválido civil y utilizo la cobardía como seguro para mi exis­tencia, ya que generalmente es una postura cómoda. Sin duda alguna estaba escrito que iba a sa­ber arre­­glármelas en este maldito país. (En voz alta). ¿Qué dices de esto? ¿Estás sordo? (Con cara se­ve­ra). ¡En fin! ¿Sabes cuántos hombres cayeron bajo la tortura de los Nacionales-Militaristas? (Pau­sa). ¿Qué no es nada? ¿No hay que ceder? (Pausa). ¿La insurrección? ¿El valor? ¿Y cómo pues? Acabo de decirte que aquí todos estamos petrificados por el terror. ¿Y qué piensas tú? ¿Cada quien con sus problemas? ¡Por supuesto! ¡Tu vida es fácil ahora!

Boquiabierto, mira en sus alrededores, balbucea unas cuan­tas palabras luego, sonríe con satisfacción.

¡Todo eso me exalta! Además, nada cambia: estoy solo, arraigado en la soledad de todo el mundo. La compañía no es sino una broma, por eso me quedo apartado. (Echa una mirada al techo). ¡Oye! ¿Quie­res que te cuente uno de mis chistes idiotas? Pero, me prometes no caerte de sueño, ¿de acuer­do? (Se ríe). Déjame ver. ¡Ejemmm! En realidad, no se me ocurre otra cosa que proponerte una trampa hechizadora tan absurda como lo que estamos viviendo aquí. (Enseñando el techo, dice cualquier cosa). Mira este techo, ¿quieres? Pues, como puedes darte cuenta, tiene una extensión, no demasiado larga que digamos, ¿no es cierto? (Pausa) ¡O! ¡Disculpa! ¡Qué tonto soy! Tú, mira TU techo, ¡cla­ro! ¿Ya está? Ahora, ya no te preocupes del mío, ¿OK. ? Bueno, ¿Lo estás viendo? Es tan horro­roso como el que estoy mirando yo, ¿verdad? ¡Perfecto! Ahora, cierra los ojos. Intenta ima­gi­narte que estás caminando encima como una mosca. ¿Los estás haciendo? ¡Muy bien! ¿No tienes vér­tigo? Muy bien, muy bien. ¡Échate a volar! ¿Vuelas? ¡Bsssssssssss! ¡bssss, bssss! ¡Es pro­di­gioso! (Queda observando el 'vuelo de la mosca'. Un tiempo). Todo se va a acabar pronto. (Castañetea los de­dos). ¡Despierta! (Se ríe contemplando el suelo). ¡Estaba seguro! ¡Paf! ¡Zas! ¡Cataplum! ¡Crac! ¡Ayayay! ¡Eso es el regreso a la realidad! (Se sienta al lado del muerto). Tú, mi querido muerto, nunca se­rás astuto mientras te quedes sin sepultura. (Silencio. Luego, sin saber qué más decir). ¿Piensas que uno de­be juzgar a un hombre según lo que está viendo o imaginando o según lo que cree imaginar? ¿De­pen­de del punto de vista? ¡Quizás! Yo, más bien, pienso en la cosa vista. ¡Eh! ¿Por qué no dices ni una palabra? ¿Estás decepcionado? ¿Tus ideas están acribilladas de balas? (Enseña su ca­be­za). ¿Na­da está claro por aquí adentro?

Ruperto se pone de pie y da vueltas, mirando el suelo. Un tiempo. Poco a poco, su cara se vuelve severa.

A propósito, todo está confuso: la percepción, la conciencia, la objetividad y no sé cómo hacer. No tengo nada que perder. A veces, me pregunto si mi cerebro todavía me sirve de algo. Supongo que la inte­li­gencia tiene que ejercitarse en algún lugar. (Medita rascándose la nuca). Hablando de cerebro, ¿Es­ta­rá haciendo sus preparaciones el del Dic­ta­dor? Lo dudo. ¡Es demasiada bestia! No deja de repetir que está muy satisfecho del Capitalismo; el problema es que nadie sabe si el Capitalismo está sa­tisfecho de él. (Suspira). ¡Así es! La mula negra que nos gobierna quiere salvarnos del huracán rojo, pues nos protege a golpes de Decretos Supremos y que lo quieras o no, tienes que decir Amen si no, las ba­yo­netas ¡zic! ¡Zac! y adiós a la vida. ¡Sí, es extraño! Sus verdades siempre están min­tiendo pero, cui­dado, son verdaderas por voluntad del Ejecutivo que yo soy, como él dice cuando está estre­ñi­do o cuando tiene hipo después de coger una tajada. ¿Qué quieres? Es bestial, y no me estoy riendo.

(De pronto, pierde todo dominio sobre sí mismo). ¿Cómo ocurrió eso? y ¿por qué diablo soy un chaval tan sen­si­ble y razonable? ¿Qué se puede hacer contra la perversidad? ¿Vociferar? (Rechina los dien­tes) El espíritu, ¿qué es hoy en día? ¿La estupidez? ¿La banalidad? ¿El salvajismo? ¡Pff! Como lo vez, ni siquiera queda un poco de humanidad, ¿no es cierto?

(Con las manos juntadas). Demos las gracias a Dios por esta felicidad. Nos hace bien, con tal que no du­re de­ma­siado. (Aspira fuerte). Creo que aquí, si uno quiere sobrevivir, es mejor que sepa conjugar el ver­bo callarse: me callo; te callas; se calla; nos callamos. O sea: ¡cállense! Pero ¿Cuánto tiempo durará? (Silencio). Siempre he dicho que todos somos hechos para callarnos. De todas maneras, si no nos callamos el déspota nos hará callar tarde o temprano. Por eso es que me callé, me callo y aún me callaré. O si no, me largaré callado. (Dirigiéndose al muerto). Tú, ya no necesitas callarte. Tu si­len­cio es el que el Generalísimo prefiere escuchar. Estás bien donde estás. ¡Quédate allí! (Se ríe). ¿De qué te ríes, Ruperto? ¿De tu repugnante libertad?

De pronto, se oyen pasos que se paran justo detrás de la puerta. Ruperto, ojo avizor, tosiquea en su mano para tran­quilizarse. (En el cuarto la puerta es de una importancia primordial). Un tiempo. Se escuchan de nuevo los pasos que se alejan poco a poco.
Como de costumbre el tren pita mientras que un perro la­dra a lo lejos.

¡Dios mío! Pensé que iban a disparar. (Pausa). En estos parajes lo imprevisto no es inaudible. ¡Jo­lín! La angustia me sube a la cabeza: intento no tener mieditis pero en vano. Aquí, a fuerza de repetirse, lo inesperado se ha vuelto común. (Mirando la puerta). ¡Siento que está volviendo! ¡Ahí viene! ¡A­quí está! ¡Siempre es lo mismo! (Silencio). ¿Qué es lo que quiere de mí? ¿Mis sentimientos? (Pau­sa). ¿Qué quiere pues?

Ruperto se persigna, luego se echa en su cama, los dedos enlazados detrás de la nuca. Ensimismado en sus re­fle­xio­nes, inclina la cabeza entre sus brazos, dando la sensación de querer protegerse contra el frío. Un tiempo. Repenti­na­mente, se oye un coche aproximándose. Ruper­to, mira la puerta, sobresaltando con espanto, se pone de pie, a la expectativa y, seguidamente, empujado por una fuerza irre­sis­tible, conmovido, se precipita hacia la salida gri­tando.

¡No disparen! ¡No disparen! ¡Seguro que es un error! ¡No soy yo el culpable, se lo juro! (Silencio). ¡Es­cúchen­me y recuerden lo que les voy a decir: soy inocente! Lo entienden, ¿no? (Silencio). ¡Tran­qui­lí­cense, no tengo armas! Si quieren, se lo voy a explicar todo, ¿de acuerdo? ¿No? ¡Án­de­le, pón­ganse amables! (En voz baja). Son ellos, yo lo sé. Eso tiene que acabar. Haz algo, Ruperto. (Grita). ¿Cuándo podré empezar a vivir, eh? (Se repone un poco y entra en un juego imaginario). ¡Nada! ¡Tus pa­peles, cabrón! Me dirá como siempre, el más gordo, cuyo aliento tiene olor a rancio por el alcohol. Y yo: Pero qué, señor, cada noche es lo mismo, estoy harto. Una orden es una orden, volverá a decir una vez más, el otro, el que tiene una cicatriz a lo largo de la mejilla derecha. Y yo: aquí los tiene, ¡jefe!

Durante todo el intercambio de palabras que sigue, Ruper­to mimará los gestos de cada personaje dando a cada uno una inflexión de voz diferente.

- Ahí, en la foto, ¿eres tú?
- ¡Claro! ¿Quién podría ser? Después de tantos años de visitas cotidianas, usted debería co­nocerme a fondo.
- ¡Vaya! con vosotros, ¡nunca se sabe!
- Pero si están en regla mis papeles, ¿no es así?
- ¡Qué va! ¡Todos los documentos civiles son sospechosos!
- De veras, no sé que haría sin su protección.
- ¡Anda! ¡Cállate! Circula, si no te desfloro, ¿entendido?

Entonces, doblado por la cintura, diré: ¡Sí señor! Luego pensaré en la patria o iré a pasearme men­tal­mente por el jardín donde la ternura prodiga su limpieza pero, sin transición ni tardanza, se pondrán a buscar no sé qué por todas partes y una vez más se manifestará mi miedo: ¿Por qué lo revuelven todo aquí cada noche? ¡Cierra el pico! No te metas en lo que no te concierne, dirá el poli rechoncho, y yo, ingenuo: ¿Tienen ustedes, por casualidad, una orden de requisición? Se echarán a reír: ¡Qué lelo ese tío! Sin embargo, replicaré: Siendo ciudadano de este país, todavía tengo algunos derechos, ¿No es cierto? ¡Pff! Cuidado con lo que cacareas, pedazo de payaso, si no quieres dar lástima, me dirá uno de ellos. ¡Bueno! Hasta mañana, ¿eh? añadirá otro riéndose a carcajadas.

Cansado del juego que acaba de improvisar, Ruperto ava­n­za hacia el centro de la escena.
Hace tiempo que se alejó el ruido del coche.

Esta vez, fue una falsa alarma. ¡Quién sabe lo que ocurrirá dentro de una o dos horas! (En voz alta). ¡Voy a comprarme un perro guardián! ¡No me gustan esos intrusos!

De pronto, la luz se apaga. Sólo los cirios alumbran el cuarto con su luz tenue.

¡Qué puntuales son esos canallas! Son las diez en punto. ¡En fin! Lo esencial es guardar los ojos abiertos ya que dentro de algún tiempo me vendrán a buscar con la misma puntualidad que de cos­tumbre.

Librado de esos temores, Ruperto pone un disco de jazz de los años treinta en el pick-up. Un lamentable chillido in­va­de la escena.

¿Qué broma es esta? ¡No calienta! (Se queda pensando). ¿Qué se puede hacer? No vale la pena swinguar en esas condiciones. (Intenta bailar). ¡Vaya! Jack Teagarden se ha rayado con el tiempo. El tiempo lo raya todo. (Con ironía, examina sus pies). Pues no, no tengo ganas de prestarme a esa tontería. Si el mundo se aburre y que su disgusto dura todo el día, más vale imitar los pájaros.

Después de una larga pausa y algunas vacilaciones, saca el disco. Luego, como si estuviera hablándose a sí mis­mo.

¿Qué pasa? Estoy a punto de derrumbarme. ¿Ya no existe la alegría en este mundo? (Aguza el oído). Si se viene por ahí, creo que habría que decirle algo malvado. (Se dirige hacia la puerta). Soy inocente, ¡sé­panlo ustedes! (Desanda lo andado). ¡Ah! Me he gastado la vida en vano y de pronto estoy pen­san­do que me siento harto de trajinar para nada. (Mirando la puerta). Lo voy a soltar todo antes de que me boten. (Pausa). ¡La vida es demasiado dura aquí! (Un tiempo). ¿Qué estaba diciendo? ¡Ah sí! ¡Ten­go que irme pero también tengo que estar convencido! (Andando de un lado a otro). ¡Estoy se­guro que están aquí! Con esa jauría de guripas, no es para menos volverse majareta. (Se queda mi­rando la puerta otra vez). ¡Dios mío! ¡Qué grato es vivir! (Vocifera). ¡Ya no sé de qué estoy hablando; ya no sé lo que estoy haciendo! ¡Estoy fuera de la realidad por culpa de ustedes!

(Justamente, sin saber qué hacer ni qué decir, Ruperto se pone a canturrear. Aliviado, se acerca a escondidas del fé­retro como si quisiera sorprender al muerto. Un tiempo. Le habla confidencialmente).

¿Todavía estás aquí? ¿No estás apurado? Pues, te voy a decir una cosa: creo que nuestro país está per­dido, y re-contraperdido. ¡Sí, eso es! Si te contara todo lo que he visto y oído, toda la eternidad que te que­da no te alcanzaría para escucharme. ¡Hombre! ¿Cómo te explicas eso? : Una noche, en una ciu­dad perdida de los Andes, tuve ganas de irme al cine. No habiendo nada más que ver, entré en una sala donde se daba una película del Oeste, con John Wayne. Sin darme cuenta, me senté al lado de un indiecito de unos doce años. ¿Qué crees que gritaba cada vez que Wayne el justiciero acribillaba a balazos a un indio? ¿He? ¡N-n-no! No podrías imaginártelo. (Levanta los brazos). Gritaba: ¡Bravo! ¡Bra­vo! Sorprendido, le pedí la razón de su entusiasmo. Pues, me contestó con una conmovedora sen­ci­llez: ¡S’ñor, indio malo! ¡Matarlo, bueno! (Mueve la cabeza). ¿Ya vez? Así es como uno deja de pertenecerse. Nunca he podido entenderlo. Es exactamente la gente a la que se necesita para gobernar un país. Sin duda alguna, de eso está convencido nuestro Dictador.

(Asqueado, acerca una silla y se sienta cruzando las pier­nas. Un tiempo. Mira alrededor suyo luego, con un tono burlón).

¡Ah! Si te contara todo lo que he vivido, te erguirías en tu cajón. (Pausa). ¿Te recuerdas el soplón de nuestra calle? Sabes, el de la bartola. Pues, este chivato es la más bestia que yo conozca. ¡Da gusto, de veras! ¡Es hábil, perspicaz y eso que me quedo corto! (Se ríe). Figúrate que, sin quererlo, tuve una sabrosa charla con él. Fue muy instructivo como podrás darte cuenta. (Sonriendo). Un día, no hace mu­cho tiempo, estaba leyendo un libro anodino cuando este patán, intrigado, se acercó con pesadez y me preguntó:

- Él: ¿Qué es eso?
- Yo: Ya lo ves, un libro.
- Él: ¡Ah! ¿Puedo verlo?
- Yo: ¡Por supuesto! ¡Toma!
- Él: Dos-to-dosto-evs-ki. Dosto, ¿qué?
- Yo: Dostoievski.
- Él: ¡Aja! ¡Suena a comunista!
- Yo: ¡Pff! ¡Mira, lee pues!: es una novela escrita en
1868. ¿Entiendes?
- Él: ¡Hombre! ¡Chanelé, yo! Es un bolchevique del
siglo diecinueve. ¿No es cierto?
- Yo: ¡Niet! En esta época el bolchevismo todavía no
existía. Este libro cuenta la historia del príncipe Nychkim...
- Él: ¡Hum, hum! ¡Un príncipe rojo!
- Yo: ¡Qué obsesión! Este aristócrata era generoso, caritativo, casi un santo y además, bien sabes que todavía no hay santos comunistas.
- Él: ¡Claro, claro! Y, ¿Cómo se llama este libraco?
- Yo: "El idiota".
- Él: ¡Ya ves! ¡Tengo razón! Sigo pensando que este truco es comunista.
- Yo: ¡De ninguna manera! ¿Por qué dices eso?
- Él: Porque sólo esos cabrones de comunistas tratan de idiota a nuestro querido Jefe Su­pre­mo.
- Yo: ¡Pero vaya! Te equivocas... Soy católico, como todo el mundo.
- Él: ¡Calla! ¡A la chirona!
- Yo: Pero, no he hecho nada malo...
- Él: ¡A la chirona!
- Yo: Déjame explicarte..., ¿Quieres?
- Él: ¡No! ¡He dicho a la chirona!
- Yo: ¡Escucha! ¡Me destrozas el corazón! ¿A qué sirve?... ¡Anda! Hasta luego... ¿de acuerdo?
- Él: ¡Vaya! ¿Quieres un delito de fuga?
- Yo: ¡N-n-n-no, no, no! ¡Bueno, está bien!!!!

Pues sí, me estaba acostumbrando a él. Me daba la impresión de que podía estafarlo. No me quedaba sino poner en práctica mi erudición de la paciencia.
Claro que estaba lejos de imaginarme que no dudaría ni un solo instante en tirarme sin miramientos en las garras de un tipo siniestro de la Sección Local de la Policía Nacional; y es lo que hizo.
(Levantándose). ¡Pues sí! Pero, entonces, pensé: por supuesto, tendré que pirármelas. Mi única espe­ran­za consistía en utilizar mi astucia. La necesidad vuelve a uno astuto, ¿no es cierto? Por eso, con aire de falsa inocencia, le pregunté al poli:

- ¿Qué hora es, jefe?
- Son las cinco menos cinco, me contestó.
- ¡Oh! ¡Qué fastidio!
- ¿Hum?
- ¡Pues sí! Si son las cinco menos cinco quiere decir que es cero hora, ¿No es cierto?
- ¿Qué?
- Cinco menos cinco queda cero ¿o no?
- ¡Bah!

En este instante, mi querido muerto, me di cuenta de que ese verdugo me iba a costar más trabajo de lo previsto. Sin embargo, insistí para preservar mi honor.

- Le pido disculpa pero, como usted lo puede comprender, me parece que es cero hora, lo que significa que ya no hay hora. Es decir que usted no tiene hora.
- ¡Como quieras!
- Entonces, ¿por qué me la dio usted, hace un ratito?
- ¡Así no más! ¡Para pasarme el tiempo!
- ¡Pues, si es cero hora, es que ya no hay tiempo! Se lo repito, cero es cero y dentro de cero no hay nada y si no hay nada, ¿cómo diablos puede usted pasarse el tiempo ahí donde no exis­te nada?

Ya vez, tenía en absoluto que arreglármelas a solas y es por eso que le hostigué, le obligué sin tregua a contestar pequeñas preguntas de la misma índole durante largo tiempo. Esta crueldad mental era la única manera de lograr lo que buscaba: volverme inaguantable y al mismo tiempo desanimarlo. Y, algo irri­ta­do, el pobre, cansado de no saber qué contestarme, acabó por admitir mi extravagancia.

- ¡Hombre! Dime tantos despropósitos como quieras, pero estás perdiendo el tiempo.
- ¿Cuál tiempo? ¡Si es que no hay!
- Escucha, pedazo de chusco, ya tenía que estar contigo en la sede de la Policía, a las cinco me­nos cinco...
- ¡Bueno, viejo, es demasiado tarde! ¡Mire! Ya son las cinco y cinco.
- ¡Oh mierda!
- ¡Pues sí!
- ¡Claro, ríete!
- ¡Después de todo, alégrese! Ganarse diez minutos, no es tan mal, ¿verdad?
- ¡Oh, cierra el pico! Nunca he conocido a alguien tan chiflado. ¡Lárgate de aquí! ¡Rápido! Ya no quiero verte. Eres demasiado fuerte para mí.

(Al muerto). Gracias a esa astucia sencilla y directa, pude salvarme el pellejo. ¿Entiendes? (Pausa). Pe­ro, ¿hasta cuándo? (Levantando los ojos). ¡Quién sabe! En todo caso, el verdadero trampero no pre­viene, agarra y aplasta. (Mirando la puerta). Con él, no hay broma que valga. (Agita la cabeza). Aquí, el miedo tiene que dormir con los ojos abiertos. ¡
Ruperto se dirige hacia la puerta, los ojos llenos de ansie­dad. Aplica el oído para escuchar. Un tiempo. Nervioso, se voltea un rato, escucha de nuevo, quién sabe qué.
Breve silencio. Otra vez, Ruperto vuelve de prisa al centro de la escena. Allí, inmóvil, canturrea para dominar su miedo.

¡Ah! ¡Se queda muy en silencio! (Se acerca a la cabecera de la cama). Y ¿por qué no? (Intenta librarse de sus temores). ¡No es nada, Ruperto! (Pausa). Sí, seguro que estaba soñando, y que me estaba ima­gi­nando algo sofocante en todo su esplendor. (Se incorpora en la cama). Pero, ¿qué pasa? ¿Será que me he dejado llevar una vez más por mis melindres o el que me está espiando sigue con su oído pegado en la puerta? (Un tiempo). ¿Qué me está pasando? ¡No entiendo! ¿La conozco, esta vigía? Un día, creí escucharla reírse. ¡Todo esto me corta el apetito! (Se levanta). Siento que tiene el mal ojo y que reconoce mi mirada... (Se vuelve a sentar). ¿Dónde estará, ahora? (Canturrea). ¡No me interesa sa­ber­lo! (Inquieto, mira alrededor suyo). ¡Pero no es cierto, Ruperto! ¡Cuando ya no está detrás de ti, tienes la sensación de que te está faltando! ¡Reconócelo! (Pausa). Ruperto, creo que te gusta sentirte aco­sa­do. ¡Te imaginas!
Se pone de pie. Sin pensarlo, rebusca en sus bolsillos. Parece temblar y, atemorizado, mira fijamente la puerta.

¡Hé! ¿Está aquí? (Silencio). La última vez que Vd. vino... ¿cuándo fue? (Una duda nace en su ca­be­za). ¿Quién es? (Pausa). ¿Acabará de una vez? (Silencio). ¡Si es así!, ¡qué se lo lleve el diablo! (Se queda un momento sin moverse). Cómo ! ¡Vd. está llorando! ¿Está triste? (Breve silencio). ¡Oiga! Le doy la bienvenida, le acepto e intentaré entenderlo, ¿de acuerdo? Pues, ¿sí.... o no? Y, ¿qué quiere Vd.? ¿De­tenerme? ¿Tampoco? (Aprieta sus manos contra su pecho). Señor perseguidor, ¿qué puedo hacer para consolarle? ¿Nada? A ver, quizás dentro de un rato lo esté imaginando: será mequetrefe, seve­ro, silencioso y ciego también, pero usted no tiene que preocuparse, sus ojos se quedarán abiertos aun cuando estará durmiendo. ¡¿Está complacido?!
(Un tiempo, luego se acerca con pesar del féretro). Que extraño es el miedo, hay que resignarse. (Al muerto). Es peligroso impulsar a un hombre a negar su consciencia, ¿no es cierto? De todos modos, con este batidor siempre estoy en peligro ya que siempre está en alerta. Cuando no sabe nada, inventa y cuan­do sabe lo que quería saber, exagera. Es su manera de mentir. ¿Sabes? Tiene ojos por todas partes. Me encuentra y me agarra cuando tiene ganas. ¡Sí! Tengo una estrella amarilla en la frente, otra en la nu­ca, soy su judío imprescindible. (Se enlaza con los brazos). ¡Tengo frío! ¡Qué necesidad de calor y de mujer! (Se sienta). ¿A dónde vamos? ¿Crees que podremos salvarnos? (Silencio). Después de todo lo que acaba de suceder, ¿no vas a poner en duda su existencia, hé? (Pausa). ¡Oye! ¿No podrías ayu­darme a desaparecer con el fin de favorecer mi ilusión de vivir? (Dando un puñetazo contra la caja). ¡Jo­lín! ¡Es demasiado fácil quedarse muerto! ¡Ocúpate de mí! Yo sé que puedes alentar al perse­gui­dor a mostrarse más humano en su persecución. Después de todo, nunca le he hecho daño, ¡qué de­mo­nios!

De repente, se oye el pito del tren. Ruperto, sobresaltado, se precipita hacia el féretro y se apoya contra el. Un tiem­po.

¡Me horrorizan los ruidos! ¡Qué Dios proteja el silencio! (Cambiando de tono). Amigo mío, aquí estás para engañar el miedo. ¡Dilo! ¡El delirio de vivir te espanta, admítelo! (Pausa). Creo que tienes razón. Es en el sueño profundo que la comunicación entre los hombres se vuelve posible. Basta soñar, o... morirse. ¡Así es! (Se desploma en una silla, absorto en sus pensamientos. Silencio. Súbitamente, en una es­pe­cie de extravío). Recuerdo que una vez lo vi escondido tras un locutorio a las cuatro de la tarde y bien sabía disimularse igual que un niño jugando al sargento y al ladrón, al menos es lo que me dijo el ce­rra­jero que lo conoce y así es como aprendí a esconderme y quedarme vivo puesto que imaginármelo ahora me parece un sueño que me alivia de la misma manera que el que tuve a los diez años cuando mi madre se vistió de luto después de la muerte de no sé qué tía que venía a visitarnos cuando caía la lluvia, como algo sucio, no sé por qué, y cuando decía yo que nunca sería un adulto porque es una cosa triste pero te equivocas me decía mi padre pero hará buen tiempo exclamaba mi hermana y más tarde, un recuerdo de jira campestre cuando seguía creyendo que llorar era una invención de niño para sentirme menos solo cuando mi abuela decía sin cesar yo también estoy sola siempre sola y sola y sola...

De pronto, Ruperto deja de farfullar su perorata sin pies ni cabeza y otra vez vuelve la mirada hacia la puerta. Tie­ne la sensación de que alguien va a tocar la puerta. Un tiem­po. No parece divertirse, más bien está confuso.

¿Por fin usted se decide a venir? (Silencio). ¿Quién está aquí? ¿Quién es usted? (Pausa). Usted lo sa­be que no soy yo quien inventó esa pesadilla, no, no soy yo, ¡es usted, todo el tiempo usted! (Levanta los brazos). ¡Bueno! ¿Qué dice? (Decepcionado). ¡Vaya! La misma cosa de siempre: sólo au­sen­tes.
(Se sienta en el suelo a los pies del féretro). ¡Oh! No estoy aferrado a la soledad. Necesito esperar que alguien venga, sea quien sea. No importa si es mi torturador quien me visita. Basta con su presencia para animarme. ¡Lo sé! Es asqueroso lo que acabo de decir pero hace quince años que vivo como un loco delirando en este espantoso vacío.
Si no he podido retener a nadie, es justo que aguante las consecuencias. (Irguiendo muy en alto la ca­be­za). ¡Eso es! ¡Nací para nada! He dedicado toda mi vida a morirme.
(Al difunto). Además, por eso es que puedo soportarlo todo. Dios bendiga mi paciencia. Lo que no pue­do sufrir es la ausencia de lo humano. Todos los seres me apasionan. ¿Cómo explicártelo? Creo que son las pequeñas desgracias del hombre las que me atraen. Te aseguro que a veces quisiera estrechar a todos los hombres de este mundo en un solo abrazo, pero no tengo perspicacia ni malicia. (Se pone de pie). Me pasé el tiempo pidiendo disculpas por todo el daño que me hicieron los hombres y sin em­bargo, ¡hombre! así es, me enternecen, me conmueven, me emocionan. ¿Qué quieres? Hay instantes cuan­do amo la vida y sus vivos.

Apático, Ruperto atraviesa la escena hasta el primer pla­no. Un tiempo de silencio incómodo. Desanda lo an­da­do, lue­go, con un gesto torpe, hace caer algún objeto y da un gri­to lleno de pena. Finalmente, toca las palmas y vuelve a la calma alzando las espaldas.

¡Todo es falso, incluso el miedo! No obstante, me siento helado de terror. Sin embargo, lo que me preo­cupa todavía más es el poder; a fuerza de vivir solo he perdido la noción de la distancia que tiene que existir entre un ciudadano y éste. ¡El poder es la negación del yo! Claro que queda saber si este viejo achacoso aceptará admitir su procedencia ilegítima. (Se dedica a poner en su sitio los objetos que se e­n­cuentran en el suelo. Un tiempo). ¿Quién soy yo? ¿De que soy culpable? ¿Qué fuerza te arrastró, Ruper­to, hacia este estancamiento? ¡Lo ignoro! (Pausa). ¡Pero he aquí! ¡Soy una víctima, y no sé de quién ni de qué! (Ahora, corretea por la habitación, con los brazos colgantes). Sí, no, sí, no, sí, no, sí, no, sí... sí-sí-sí-sí-sí. (Vocifera). ¡No-nnnnn-no! (Cesa sus gritos) ¡Qué alivio!

¡No me gusta afirmar! Siempre es inútil. (Al muerto, con tono de reproche). ¡Calla! ¡Harías mejor en dor­mirte! ¡Odio los muertos despiertos! (Mira por su espalda). ¿Sabes en qué estoy pensando? (Mira por todas partes). El poder es una verdadera desgracia. Es imposible confiar en él. Impone, ordena, dic­ta, acon­diciona sus códigos, sus símbolos, sus principios, sus métodos, sus ordenanzas, sus ceremo­nia­les y miles de diablos más que mi memoria está olvidando. (Riéndose entre sus dientes). Mala cosa que el po­der en medio de los ciudadanos. En nombre de la libertad, nunca acepta el verbo poder en nuestras bo­cas: puedo, puedes, puede, podemos, ¡ni hablar! (Pausa). ¿Qué hacer? Imagínate que no sé de dón­de pro­viene el poder, sólo sé que en él se enroscan como gangrenas el mandato, la misión, la autoridad, la co­misión, el dominio, la hegemonía, la prepotencia, la represión, la imposición, la dela­ción, la guerra, la bomba atómica y todo lo que querrás añadir. Y todo eso, ¿en nombre de qué? ¿De la Democra­cia?, ¡Hombre! ¡Qué ingenuo eres! (Un tiempo). ¡Pues sí! El poder es una garrapata extraña: chupa mi sustancia, mi cerebro y mi médula. Me pregunto qué hará cuando sea un cadáver.

Se sienta, mirando la puerta, y pone sus manos detrás de su cráneo.

Me duele la cabeza, me arde, seguro que cogí frío. ¡Es extraño! Admito que no me gusta mucho esta puerta y sin embargo significa algo, pero no sé qué. ¡Hombre, está bien... no quiero ni pensarlo! (Después de un momento). Mi querido muerto, ¿qué quieres que te diga? Prefiero el desorden, pero re­conozco mi entera despersonalización, frente al poder. ¿Por qué? Acaso sea porque soy sufi­ciente­men­te estropeado o quizás porque he desformado mi vida o tal vez, porque el deterioro social lo quiso así. No puedo volverlo mejor, ¿no es cierto? (Silencio). A veces me pregunto hasta cuando aguanta­re­mos el poder divino, el poder de la naturaleza, el poder... ¡Oh! ¡Jalín! ¡Qué arreglado estaría si lo su­piera!

(Al difunto). Y tú, ¿Qué piensas? ¡Eh! (Silencio). ¡Hombre! ¡Es demasiado fácil estar muerto! Real­mente, ¿no te gustaría el poder del dinero, del prestigio, de la cultura, hasta de la necedad con sus arri­bistas, sus astutos, sus pícaros, sus despabilados? (Silencio). ¡Me sorprendes! No eres sino un difunto inocente pero piensas que soy yo el beato, el ganso extravagante, ¿no es cierto? (Pausa). ¡Pues sí, lo sé! El poder todavía existe y todo lo que he dicho no cambia nada. ¡Por supuesto! ¿Pero quién le saca pro­ve­cho? ¿Tú? ¿Yo? ¿Él? ¿Ella? ¿Vosotros? ¿Nosotros? ¡ No-n-nno ! ¡Los únicos que sacan provecho de el son ELLOS! (Señala la puerta con el dedo). Tú no tienes sino que decir: pido disculpa por existir.

Se queda pensando un momento luego se levanta, mira al­re­dedor suyo e, incómodo, anda hacia el rincón del cuarto donde se encuentran los utensilios de cocina. Allí prende el hornillo y pone a calentar un poco de agua. Mientras tanto, se quita las pantuflas canturreando, luego echa el agua tibia en una palangana que había preparado de ante­mano, y sentándose con una blandura llena de bien­es­tar, se baña los pies.
Sosegado, exclama:

¡ Ahhhh ! ¡Qué rico! ¡Qué alivio después de un día tan agotador!, hace que el esqueleto pese menos. (Chapotea en el agua con sus pies). Bueno, me esfuerzo en tener paz pero no puedo lograrla. Siempre me vence la agitación. Es mi manera de olvidarme. (Un tiempo). También es cierto que a menudo estoy corriendo en mis sueños con el fin de cansarme. (Bosteza). Ya siento que me voy a echar a correr... me siento bien... El camino todavía es bastante confuso en mi cabeza... (Con voz dormida) prefiero mirar... de lejos, los transeúntes presurosos... en cambio, me gustan los insomnes echados en sus camas o los solitarios apoyados en sus ventanas. ¡Qué bello! Tengo la sensación de insultar de lejos la sensatez de la buena gente que tiene prisa de volver a casa. (Hace esfuerzos para repo­nerse). El sueño también es una mentira. (Se levanta precipitadamente). ¿Eh? ¡Hay que adherir a la vida... sí! Es lo más próximo de nosotros. (Se vuelve a sentar, luego, al difunto). ¡Oye! ¿No necesitas descansar, tú? (Silencio). ¿Por qué no te vas a pasar unas cuantas semanas en el País de las Maravillas? Con las hadas podrías re­lajarte... (De pronto, presta oídos hacia la puerta). ¡Ah, no! ¡Ya no se atreva a volver aquí! (Se calla, preo­­cu­pado). Bien sabe usted que soy incapaz de tener miedo. Tengo el cerebro cerrado. (Un tiempo). ¡Va­ya! ¡No hay nadie! Nunca estoy pensando, sólo me imagino. Quizás sea mi secreto, mi defensa. (Pausa). ¡Huy! ¡Qué frío! El invierno es de mucho daño contra los pobres. Uno envejece, se chafa en esa hibernaciónn.

Después de un largo rato de meditación, se ríe a pesar suyo.

Intento engañar tan bien como ELLOS pero ello no me impide temblequear de miedo o de dolor, aun­que en nuestra época parece que sufrir no es ni grave ni interesante. (Al muerto, cambiando de tono). Tienes muy buena cara, ¿sabes? La más viva que yo conozca. Tal vez te la hayas merecido. (Se ca­lienta las manos entre sus brazos). ¿Cuándo me acostumbraré al frío? ¡Me estoy helando! (Pisotea en la palangana). ¡Huy, qué rico! ¡Me siento otro hombre! Soy la mera imagen de la salud, ¿no es cierto? (Enseñando la puerta). Todavía quieren trampearnos. ¡Malditos! (Con agobio). Mi querido cadáver, qui­siera que pudieras salvarme. Lo que intento decirte es que no logro quedarme solo, o sea, en fin, ya te dije que la soledad es muy dura de oído; es como hablar con una sorda de compañía. ¿Entiendes? (Todo lo que sigue está dicho en voz baja). ¡Vaya! Es terrible fastidiar a alguien que ya no sabe si ma­ña­na todavía será mañana. En todo caso, ya dije todo lo que era necesario. Ya no tengo nada más que decir. (Pensativo). Es una lástima, pero hay que saber callar. (Mira alrededor suyo). ¿Es que uno se puede callar cuando está solo? ¿Cómo?

Ruperto salta fuera de la palangana y, antes de ponerse las pantuflas, se seca los pies con un trapo que estaba en el suelo.

¡Aquí todo está bien! ¡Estoy alegre! Pero resulta que ya no me atrevo en aguantarme. Además, ni siquiera sé si voy a ser tierno con no sé qué mal pensamiento que tengo en la cabeza. Bueno, ya que es así, me alegraré más tarde. Mientras tanto, voy a tener que inventar mi vida, incluso si el tiempo se niega a quedarse conmigo.

(Voltea hacia el féretro). ¿En qué piensas? (Silencio). ¡Hu! ¿Estás durmiendo? Dentro de poco, te voy a tirar en una sepultura, ¡vas a ver! (Después de un largo rato). ¡Es increíble, cómo tengo ganas de ori­nar! La pared de los meones me está esperando. Si quieres acompañarme, ¡vamos! (Breve silencio). ¿De qué estás hablando? ¿De los vecinos? ¡Hombre! Si supieras lo que piensan.... y además, según mi costumbre, estoy en absoluto en mi derecho, ¿no?

Entre todos los discos esparcidos acá y allá, toma uno al azar.

¡Querido cadáver! Para olvidar esta noche de duelo, puedes regocijarte con esto.
Pone el disco en el tocadiscos, luego se dirige hacia la puerta y la abre lentamente.

¡Te hará resucitar, estoy seguro! Quédate inmóvil si quieres escucharlo en paz. ¡Muy bien! Ahorita vuelvo, no te preocupes.

Muy desconfiado, Ruperto saca la cabeza hacia el exterior y sale del cuarto, en la punta de los pies, como a escon­didas. El adagio del quinteto de cuerdas N° 5 en Sol Menor de Mozart, invade la escena.



FIN DE LA PPRIMERA PARTE









Segundo momento


Mismo decorado. Después de un rato, la música se para y la aguja empieza a descarrillar en el surco del disco.
Ruperto abre la puerta, entra y la vuelve a cerrar despacito, echa una mirada inquieta en sus alrededores, como si temiera que alguien hubiera entrado durante su ausencia. Un tiempo.
Levanta el brazo del tocadiscos antes de dirigirse hacia el cuchitril que sirve de alacena, corre la cortina, escru­ta el interior y se echa atrás, espantado. Vuelve a escrutar el interior.
Por fin convencido de que no hay nadie, se desviste lentamente. Despojado de su terno, queda con su ropa interior. Su postura friolenta y sus calcetines largos le dan un aspecto ridículo.


RUPERTO


Antes que nada, quiero ser respetado, ¡qué diablos! ¡Quiero tener fe en mi mismo otra vez! (Digno pero también jovial). ¿Que no tengo derecho de tener escrúpulos? Después de todo uno puede sentirse feliz sin que nada valga la pena. Ahora me siento hermoso. Antaño era lo contrario. (Mira la puerta y luego la alacena). ¡Por Dios, ya no quiero vivir bajo la amenaza! (Inquieto). Es decir que... quisiera ba­nalizar mi vida pero... (Se sobresalta). ¿Quién es? (Silencio). Una vez más ¿qué he hecho? (Ame­nazan­do con su índice) ¡Quédese tranquilo! ¡No le quito ojo a Vd.! (Muy exaltado, amenaza con el puño). ¡No me obligue a utilizar la fuerza, eh! También soy muy capaz de valerme de astucias, ¡eso sí! (Inten­tando esconder su confusión, Ruperto se desplaza de un lado a otro). Y tú ¡qué idiota eres... qué quieres que sea! al fin y al cabo es desolador... todo este miedo no tiene sentido... bien lo sabes... entonces ¿para qué? ¡Ya no te entiendo, Ruperto! (Calmado, vuelve hacia el fondo). ¡Se acabó, se acabó de ver­as! Me siento fuera de peligro y no tengo ganas de que los militares me tomen el pelo. (Apoyado con­tra la pa­red, observa la puerta). ¡Eh! ¡Desconocido! ¿Qué tiene que decirme? Le estoy escu­chando. ¡Hable pues! ¿Se está burlando de mí? (Silencio). Por favor, ya no volvamos con eso, no lo podría aguan­­tar, hay que creerme... (Se sobresalta). ¿Quién es? ¿Quién viene? (Pausa). ¡Ándele, no ha­ga bromas! Más bien hábleme, para que yo sepa si es Vd. el que me hostiga todos los días. (Mira en sus alrededores, como si estuviera buscando a alguien). ¡Venga! Voy a brindar por la brutalidad. ¿Ha es­cuchado? ¡He dicho... la brutalidad! (Silencio). Si ni siquiera eso le hace reaccionar, entonces todo es absur­do. ¿Para qué la victima? ¿Para qué el verdugo? (Un tiempo). ¡Eh, vigilante! ¿Está bien? ¿To­davía está aquí? (Silencio). ¡Hombre, ya ve!, francamente es Vd. el que necesito para tener bue­na consciencia. Le aseguro que es cierto. ¿Qué quiere? Tengo mentalidad tortuosa a fuerza de que­rer sobrevivir. Además, creo que fue Shakespeare quien dijo: "La consciencia no es sino una palabra utilizada por los cobardes a fin de obligar a los fuertes a tener miedo". Y tenía razón.... ¡Bue­no! ¿Qué quiere hacer ahora que conoce mi mala fe para con Vd.? ¿Comparte la crueldad conmigo? (Corre hacia la puerta). ¡Bueno qué! ¿Ya se va? ¿Qué hay de malo? ¿La lucidez con la que he confesado mi perversión? ¡Canastos! ¡No para prohibiéndomelo todo! ¡Jolín! ¡Hay que vivir en la soledad, pues sí, siempre solo!

Ruperto, inclinado hacia adelante, anda de un extremo al otro del cuarto. Un tiempo. Se sienta sin cesar de fijar la puerta con los ojos, después voltea la cara con tristeza y mira el féretro. Su cara se enternece. De pronto, suspi­ran­do con lasitud, se levanta torciéndose las manos. Poco a poco, rompe a canturrear una vieja canción. Luego, agi­tando la cabeza, muy preocupado, mira de nuevo la puer­ta.

¿Todavía se está aferrando? Sin embargo, acabo de explicarle, mi porquería de inocen­te, sin malicia. Somos cómplices, señor, pues seamos solidarios aún en la cobardía. ¿Para qué? Primero para poner en evidencia los impostores de la compasión, segundo para proferir nuestras certezas inmundas cuando la angustia aparece por el lado que nunca vigilamos.

Largo silencio. Ruperto se frota las manos buscando algo en su alrededor. Nada. Entonces tamborilea su cabeza con los dedos. Inmediatamente después, le llama al muerto con un psst.

¿Estás durmiendo? Me gustaría saber si no me vas a aburrir con tus ensueños. (Pausa). ¡Oye! Ten­go lástima por ti, sabes, puesto que no hay nada más triste que un muerto fracasado. Felizmente, ahora me siento como un sepulturero insólito. Te voy a consolar, muerto especial. Intentaré ponerme a traba­jar, pero primero tendré que calcular tus dimensiones. (Se ríe). ¿Estás listo? Vas a ver. Estarás bien apilado, bien calentito bajo esta tierra de nuestros antepasados. ¿No? ¿No quieres? (Irritado sin ra­zón). ¿Pues qué? Yo también anido en esta caja y tengo tanto derecho como cualquiera de decir lo que se me antoja. (Brutal). ¡Eh, tú! ¡Te estoy hablando! ¿Dónde estás? ¿Ya no formas parte de mí? (Conteniéndose). Bueno, no te voy a ofender. (Irónico). ¡Dime! ¿Todo está ocurriendo como quieres en tu casco? ¿Te duele la espalda? Pues, ¿por qué te quedas en esta postura? ¡Súbete! Así estarás más fresco en el momento de tu entierro. (Pausa). ¿Estás enfadado? ¿No sabes? En fin, el rey no es tu pri­mo que yo sepa.

Cansado de" hablar" con el difunto, se dirige hacia la ca­ma, se acuesta cuan largo es y se cubre la cara con la manta. Un tiempo.

Pero, ¿de dónde viene este silencio? No es el mío ni el tuyo, es otra cosa. (Impresionado por esa idea repentina, se levanta). ¿Qué podría ser este silencio? (Sus ojos se llenan de picardía). ¡Por supuesto, no es nada! Nada que podais entender queridos restos míos.
(Hace una mueca luego, como si estuviera hablándose a sí mismo). Estar a salvo, ¡qué coyuntura! No pasa nada. Lo peor es a partir de las doce de la noche, justo cuando la realidad critica los sueños o cuando se tienden las trampas de la confianza. ¡Cuántos peligros hay en el orden! No tiene salida.

Decepcionado, Ruperto echa un vistazo medio acusador, medio irritado al féretro y cambia de tema.

Estoy con el diablo. Si pienso en los secretos de los dioses, es porque ocultan muy mal sus reve­la­cio­nes de pacotilleros. En cuanto al hombre, no hay duda alguna que nació mentiroso, para sob­re­vivir, sabiendo que así por lo menos, las verdades de los dioses no tendrán la ocasión de hacerle daño o de burlarse de el. (Solemne). Decir lo indecible de nuestros tapujos, ¡he aquí la verdadera mentira!

Despacito, Ruperto empieza a recoger los objetos espar­ci­dos. Finge poner en orden su cuarto. Un tiempo.

No estoy acostumbrado en dejarme invadir por la suciedad pero es así como uno logra la limpieza. (Un tiempo). ¡Cielos! ¡Todo eso es asqueroso! La vida se deteriora según las leyes del tiempo. Moral­mente es una naturaleza muerta, aunque sofisticada. ¡Mala suer­te! (Enderezándose, al muerto). Queri­do difunto, no sé por qué, viéndote ahí, de pronto pienso en Quique. ¿Sabes que lo mataron, no? ¿Y sabes por qué? Para aplastar mi ternura. ¡Así es! (Silencio). ¡Pobre Quique! Bien sabes cuan sensible era, soñador y lleno de ingenio. Se te pa­recía ¡Cómo no! ¡Qué extraordinario era este guauguau! (Pausa). Ya no hay perros semejantes, medio maltés lanudo, medio teckel de pelo corto. ¡Vaya! Me hace recordar que Adelina lloró mucho su muerte. Lo quería a su manera, no tanto como yo, claro. (En las nubes). ¡Adelina! (Silbido de admiración). ¿Dónde estará ahora? ¿En qué brazos estará gimiendo tal como lo hacía cuando la amaba bajo la sombra de los árboles llenos de savia? (Sigue poniendo orden). ¡Ah! Esa pilla color de ébano era insaciable, de veras. (Se ríe). ¿Te acuerdas? Tú y yo, juntos o por separado, nunca pudimos satisfacer sus ardores, ¿eh? (Encogiéndose de hombros). Creo que había alojado al diablo en su sexo voraz pero tierno. Pues sí. Lo he pensado largo tiempo.

Unos perros ladran a lo lejos y el tren pita una vez más. En este momento, Ruperto parece como paralizado. De pron­to se oyen voces en la calle. Aterrorizado, va hacia el cuchitril que sirve de alacena, corre la cortina y se escon­de detrás. Largo silencio. Las voces desaparecen. Tí­mi­da­mente, vuelve a aparecer, luego corre a toda prisa hacia el pie de su cama. Después de un momento, vuelve en sí y se levanta.

¡Claro que es el! Ganó su apuesta otra vez: ya no puedo evitarlo. (Pausa). Estoy seguro de que se ha disfrazado para trampearme mejor. (Echa una mirada extrañada por todos lados). ¿De veras? Parece bur­larse de mí. ¡Qué tontería! Nunca he visto perder tanto tiempo para nada en toda mi vida. (Mueve la ca­beza). Y es muy probable que siga así puesto que es un especialista del miedo. (Una pausa). ¡Huy! ¡Qué frío! (Se pone un abrigo de hombros anchos, y levanta el cuello). ¡Qué desgracia! No tengo valor para confrontar mi sueño con la realidad. Ya no sirvo. Me he vuelto inútil porque he llevado a cabo mi misión de pobre diablo en este país.

(Dirigiendo la mirada hacia la puerta) Yo sé que Vd. me está oyendo, le siento. (Con asco). Se imagina mi alegría, ¿no? (Silencio). De todos modos, recuérdese que Dios nos abandonó para siempre y, sobre todo, recuérdese que es su Dictador que lo botó afuera. Cual el señor, tal el discípulo, ¿no es cierto? (Con gravedad). No se preocupe, pero si Vd. no quiere arriesgar lo mismo, ¡cuídese! Es lo que hace­mos, todos.

Incapaz de dominar su cólera, anda de un lado para otro, como si estuviera paseándose. Después de un rato, con to­no de narrador.

En este momento, estoy recorriendo las calles de un pueblo perdido. Es la primavera. Me paro frente a un escaparate de juguetes y escojo una muñeca para dársela a la primera chiquilla que encuentro. Me sonríe. (Sonríe también). Entonces, un sabor a provincia me invade. (Hace gestos expresivos según las fra­ses que dice). Todas las puertas de las casas blancas están abiertas. El olor del sol viene del mar como una gaviota de aire fresco. Ahora, las chicas bronceadas bailan mientras los muchachos cantan ende­chas. ¡Soy feliz! Luego, me voy a lo largo de la carretera. Anochece. En los patios terrosos, en­tre­veo a señoras de edad desgranando mazorcas en canastas de mimbre. Les digo: ¡Buenas noches! Me contestan: ¡Qué Dios proteja su camino! ¡Ah! ¡Todo es ternura! Una suavidad de campo de abue­lita impregna mi cuerpo. En este instante, alguna gente me recibe con racimos de uvas, otra con garrafas de vino rasposo pero lleno de aroma. Les agradezco, el corazón en la boca. (Un tiempo). Y ahora, por la mera satisfacción de encontrarme en medio de ellos, me siento al lado del más viejo para escucharle contar la historia de este desconocido que, un día, quiso robarse el único río del pue­blo.

¡Qué leyenda tan extraña! Ya es tarde. Me levanto, los brazos extendidos y les agradezco. De nada, me contestan al unísono. No deje de visitarnos cuando volverá con toda la belleza de sus caminos, me dice la de los ojos de esmeralda. Algún día volveré, digo, se lo aseguro. (Un tiempo). Ahora, por los senderos empedrados que parecen dormirse la siesta del mediodía, me voy a la colina para abrazar el cielo. (Cierra los ojos y aprieta sus hombros con los brazos). ¡El cielo es sensual y caliente como una mujer!

Cansado de 'pasearse', Ruperto se sienta al lado del difun­to.

¡Uf! Apenas tuve lo que necesitaba para escaparme un rato. Es duro frente a la realidad pero soy un soñador nato a pesar de la ilusión que se volatiliza por debajo de las narices.

(Con un semblante bastante estúpido, habla al muerto). ¡Dime! Y los muertos, ¿también sueñan? (S­i­len­cio). Al escucharte, parece faltarte la existencia. (Sonríe, luego rascándose la nuca). De veras, no sé qué está ocurriendo allá arriba (Señala el techo con el dedo, y seguidamente el suelo) o, quizás, allí abajo. Todo depende de tus pecadillos, ¿no es cierto? ¡Cuánta preocupación! ¿Sabes qué? Con San Pedro no hay combinas. Ten cuidado pues, con el Juicio Final.

Con una sonrisa burlona, Ruperto se pone a barrer en su alrededor.

¡Oye, bonito polvo mío, fuera de aquí! (Un tiempo). ¡Todo huele rico otra vez! (Al muerto). ¿Qué ha­remos cuando te vayas? ¡No entiendo lo que te está pasando ni lo que advendrá con todo ello! (Con un deseo urgente de gritar). ¡Tengo el corazón lleno de nada!... mala costumbre... manera de matar el tiempo... ganas de empeorar las cosas. ¡Debí haber nacido así! (Se deshace de la escoba). ¡Mereces mucho mejor, Ruperto! Tienes que empezar con aprender el ABC de la flojera y, tal un lagarto, tienes que dormirte en vez de quedarte siempre en alerta. (Al muerto). ¿Qué piensas tú, querido caduco? ¿Estás listo para escaparte? Traicionas tu bello país, ¡qué tremendo! Espero que tu condición no se vaya a de­teriorar. (Para sí). ¡En fin! Qué estupidez no querer vivir sino en lo racional. En lo que me concierne, prefiero ir en romería cotidiana a la tumba de Don Quijote que leer el Discurso del Método "para saber cómo guiar mi razón, y buscar la verdad en las ciencias."

Después de un momento de indecisión, Ruperto da vueltas alrededor del féretro. Un tiempo.
De pronto, lo bendice y lo incensa agitando un incensario imaginario.

A pesar de todo yo también tengo un alma y no lo he olvidado. Puedo demostrártelo. Para comenzar, voy a celebrar la misa de difuntos para ti. (Se prepara ceremoniosamente a decirla).

In nomine patris, et filii, et spiritus sancti. Amen.
El Señor esté contigo y con tu espíritu. Que las palabras del Evangelio borren tus pecados inexpresables.
(Entona y recita las frases tal como un sacerdote durante una misa cantada)
Kyrie, eléison. Christie, eléison!
(Saluda a los "fieles"). Dóminus vobíscum ! Et cum spíritu tuo ! Orémus!
Flectámus génua! (Dobla las rodillas) ¡Recemos!
(Besa el féretro)
Señor, dígnese preservar a nuestro Dictador y otórguenos nuestras súplicas en este día que Le imploramos.
(Enseñando el féretro). ¡Eso es mi cuerpo! ¡Demos las gracias a Dios!
(Se "lava" las manos)
Pilato les dijo por tercera vez: Pero ¿qué daño ha hecho? ¡No veo nada en el que merezca la muerte! (Se inclina). Ora pro nobis!
(Se golpea el pecho tosiqueando enérgicamente) Oremus! ¡Líbrenos, Señor, de todos los males y dénos la paz, rápido!
(Bostezón de aburrimiento muy ruidoso)
Domine, salvam fac rempublicum, o sea, Señor, dígnese preservar el Estado y sus dirigentes. Per Crístum Dominus Nostrum. ¡Amen!
(En voz baja) ¡Santa-Iglesia, así es! ¡En fin! Deo grátias per Omnia scula sæculórum. A­­ men! (Ruperto da su bendición luego bosteza otra vez). ¡Bueno... ya estoy harto! Ite, missa est! (Se ríe a carcajadas).

¡Qué bestialidad! ¡Perdí mi vocación! (Al difunto). ¿Cómo te sientes ahora, eh? ¿Está contigo el Señor? ¡Oh, ya!, ¡ya! ¡Ten cuidado! ¿Sabes qué? Es capaz de devolverte la vida. ¿Te imaginas? ¡Adiós la tranquilidad! (Se ríe) En todo caso, te había prometido que, antes de que te vayas, no te fal­taría nada. ¿Ya ves? Tuviste tu hermosa Misa de Difuntos. Puedes regocijarte, ¿no? ¡Bueno, aplau­de! ¡Eres el convidado de honor! (Silencio). ¡Bah! ¡Tu voz es helada!

Con aire ausente, Ruperto se queda en silencio, luego se di­rige hacia el segundo plano dando saltitos. Un tiem­po.

(Sofocado) ¡Sólo es en el cansancio que se encuentra el descanso! (Pausa). ¡Jalín! Mi vida no merece nada de excusas, desde siempre se ha topado con algo inquebrantable, pero ¿qué es? (Contra la pared). ¿A quién pertenece el engaño? ¿A los inocentes? Quizás sea para rendir homenaje a la credu­li­dad. (Se voltea). Ahora tengo que pensar, ya que está prohibido. Después, soportaré las consecuencias de esta audacia. (Se acerca a la puerta). Yo también pienso, y lo aprovecho. ¿Con qué derecho?
Le voy a parecer algo raro pero tengo un cerebro, señor, y si quiere, está a su disposición. ¿No nece­si­ta utilizarlo? ¡Ya no me extraña! (Silencio). De todos modos, antes de desaparecer, mi últi­mo grito le perseguirá como un silencio que nunca se acabará; entonces, se sentirá solo, torturado por el remor­di­miento, pero sin víctima.

Se queda inmóvil un rato, luego, rascándose la cabeza, se dirige hacia el féretro.

¡Dime! ¿Todavía no te quiere aceptar el diablo? ¡Supongo que Dios tampoco! ¡Qué triste es ser re­chazado, eh! (Silencio). ¡Vaya! Tenemos bastante imaginación para hacer todo lo que queremos. No hay interdicciones en nuestras cabezas. (Sonriente, Ruperto se sienta al lado del muerto). ¡Ejem!...eh... (Bus­cando sus palabras). Me voy a poner guapo para ti. ¡Lo mereces! (Pensando). A propósito, ¿sabes que he pasado una gran parte de mi vida en tener vergüenza de mi manera de vestirme? Más que todo, eran las mujeres quienes se daban cuenta de mi falta de elegancia. ¡No tienes buen gusto! Te pones como un adefesio haraposo, me decía siempre la Luisiana cuando no tenía ganas de acostarse con­migo. Mal ataviado, claro, le contestaba: lo siento mucho, mi querida muñequita, pero ¿qué quieres que haga? Admito que no conozco nada de la moda, pero en cambio soy insuperable cuando se trata de hacerte mover las nalguitas, ¿no es cierto? ¿Entonces? No puedes tenerlo todo chulita mía. (Pau­sa). ¡Dios mío, las mujeres! Todo el mundo debería amarlas. ¡Son reconfortantes! (Suspira pro­fun­da­mente). ¿Qué otra compañía se podría imaginar para el hombre?, me lo pregunto. (Silencio. De pronto, sobresalta, a pesar suyo). ¿Qué es?
Con pasos contados, Ruperto se acerca a la baranda, y allí, a cuatro patas, escruta la orquesta. Un tiempo. Se le­vanta de prisa y rápido desanda lo andado.

¡Eh! ¡Perseguidor! Me gustaría saber lo que tanto le interesa. (Pausa). ¡Haría mucho mejor en irse! ¡Fuera de aquí!

Ruperto canturrea un rato, mirando alrededor suyo. Lue­go, furtivamente, da vueltas por su vivienda, punte­an­do hacia adelante con el índice. Parece estar persiguiendo a alguien. Cada vez que se agacha para evitar las "balas" del adversario que, claro, no existe sino en su imagi­na­ción, repite: ¡pum! ¡Pum!

¡Pum! ¡Pum! ¡Más vale que se largue a toda prisa! Tiene miedo, ¿no? ¡Tanto mejor, para bien so­cavar la reputación de su pésima cofradía de asesinos! ¡Pum! ¡Pum! (Silencio). ¡Eh! ¡Tirador de pri­mera! ¿Todavía está de pie? Se va a caer, ¿si o no? (Un tiempo). ¡Quiero su pellejo! ¡Pum! ¡Pum! Le había prevenido, ¿no? (Silencio). ¿Está muerto? (Se ríe). ¿Ya? (Inquieto, deja de jugar). ¿Qué pasa? ¿Me está huyendo? ¡Vaya! ¡Sea racional, recóbrese! ¡No me diga que está muerto de verdad! ¡Sería el acabose! Y además, ¿a qué me serviría eso? (Con voz temblorosa). Oiga, ¿por qué quiere privarme de mi estatuto de víctima? Necesito cultivarlo, ¡yo! Es mi única defensa frente al que me está persiguiendo, o sea, ¡USTED!

Yendo hacia el fondo, Ruperto se arrodilla frente a la pa­red e, inmediatamente, la tantea, con los ojos cerrados.

¡Dios mío! me aflige mucho causarle tantas molestias pero creo que Vd. debería quitarme este es­pan­tajo. Me estropea. (Silencio). ¿No cree que sea mejor hacerle comprender que Vd. también es des­pia­da­do? ¿No? ¿Prefiere no intervenir? Y ¿por qué? ¿Complicidad obliga? (Queda de rodillas rezando en voz baja). ¡Oh! ¡Basta Ruperto! (Se pone de pie). ¡Levántate pues! Lo que acaba de ocurrir no es sino un momento de beatería. Hay días cuando tengo dignidad, ¡qué diablos!, y no tengo por qué es­conderla. Soy un ser humano, aunque que no logre encontrarlo gracioso.
Y, a decir verdad, no me quejo. Creo que el que nunca se atreve en arriesgarse más allá de sus propias fuer­zas perece bajo los efectos del miedo. (Voltea rápido la cabeza y fija la vista sobre la puerta). ¡Va­ya! Tiemblo cuando pienso en esa audaz que me va a costar caro. (No puede resistir las ganas de prorrumpir en risa) ¡Soy demasiado extravagante para ser sensato! (Mira por todos lados). Por ahora, la única cosa segura es que estoy completamente solo. ¡Alabado sea Dios! (Pausa). Todo eso es mío y puedo voci­ferar cuanto se me antoja. ¡Pues, hazlo, Ruperto! (Grita). ¡Ayyyyyyye! (Aliviado). ¡Qué raro!, ya no me siento infeliz. ¡Qué desilusión para mi perseguidor! ¡Es maravilloso! A partir de hoy en día, ya no me dejo embaucar por la aprensión.

Después de un momento, Ruperto echa un vistazo lleno de te­rnu­ra al féretro, luego se deja caer por encima y lo aprieta como pa­ra abrazarlo. Largo silencio.

¡Querido amigo, pobre amigo! ¿Cómo te sientes? ¿Cómo van las cosas por aquí? ¿Eso no tiene importancia para ti? ¡Bueno! En cambio, ya no sé dónde estoy yo. Mi vida avanza lentamente, ¡No sé hacia dónde! ¡No dejo de pensar en esto desde que he nacido! ¡Eso es! (Se endereza, levantando los brazos) ¡Dios mío, tengo hambre! ¡Siempre es así! (Pausa). Apuesto que no conoces esas necesida­des. ¿Eh? (Silencio). Yo, ser singular e irreem­pla­zable, nunca dejaré de tener hambre. ¡Es un pésimo servicio que me prestó la vida! ¡En fin!

(Retrocede y se deja caer en una silla). Todo se repite aquí, con una invariable regularidad: las tardes de otoño, la insistencia del polvo, la lentitud del sol en los techos, el aguacero todavía lejano y el afilador que pasa gritando: ¡hachas, tijeras, cuchillos, pronto, que el afilador se va!

(Con un puñetazo en el féretro). ¡Eh! ¿Qué sientes? Realmente, ¿crees tú que hay una exigencia de desorden y brusquedad en este país donde los hombres luchan contra la fatalidad, sin cesar? (Silen­cio). ¡En nombre de Dios, dime algo! (Pausa). ¿Nada más? No me gustan tus remilgos, ¡deja de irri­tarme pues! (Refunfuña) Si sigue callado, me volveré loco. ¡Qué locura! (Se pone de pie, vacila, y se vuelve a sentar). En este país, nada urge cuando hace calor. La subasta de los vendedores ambulantes, por ejem­plo, tiene un sabor a monotonía venido de no sé qué día de mi niñez. A veces, tengo la sen­sa­ción de que la ternura se vende a buen precio en los mercados:

-¡Eh! Señora mía, cómpreme esos duraznos acariciados por los veranos de mi bella pro­vincia.
- ¡Hombre! Chulita, ¡escoja unos pescados! ¡Mire, qué fresquitos! ¡Se escaparon del mar adrede para usted!
- ¡Pan, pan! Pancitos calientitos para tener paz en el vientre.
- ¡Pieles de conejos! ¡Pieles! ¿Quién quiere pieles de conejos?
-¡Cacahueeeeeeeeeetes! ¡Bien tostaditos los cacahuetes! ¡Cien centavos, nada más, para usted! ¡Mera golosina!

¡Ah! ¡Qué bueno es todo eso! ¡Me gusta el aire saludable de los humildes! ¡Con ellos, todo me cae bien! Me cae bien el narrador que me abraza de lejos con su: Érase una vez. Me cae bien el viejo cojo que canta cuando se le antoja los tangos que sólo Gardel sabía cantar tan bien. Me cae bien la hermosa mulata vestida de percalina almidonada que cruje cuando pasa meneando sus caderas halagueñas. (Si­len­cio). ¿Si­gnifica eso que tengo nostalgia del pasado? (Pausa). ¡Quizás sea el pesar de quién sabe qué! (Un tiempo, luego, impaciente). ¿A dónde quieres ir, Ruperto? ¿En qué escondrijos del recuerdo te vas a parar? (Con cara preocupada, Ruperto une las manos tras su espalda). Quisiera encontrarme en otra parte. Quisiera estar con Abel para servirle de Caín o con Jesucristo para servirle de Judas. Siempre se ne­ce­sita a un buen cabrón para que las Escrituras se cumplan, ¿no es cierto? (Con tono quejumbrón). ¡Mi querido muerto! Me siento alegre pero tengo que contradecirme, como de costumbre.

¡Pues sí! En el fondo, la contradicción nos permite expresar las ideas que nos preocupan sin darles demasiada importancia. Es tonto, pero pasar por idiota es una de las virtudes de nuestra época y eso que formulo la opinión de un especialista. (Un tiempo de reflexión). ¡Me lo he olvidado todo! A veces, intento recordar mi futuro pero ya no sé con qué fin. (Pausa). Más vale que piense en la eternidad de la nada ya que nada le falta. (Al muerto). ¡Querido, me estoy aburriendo! ¿Qué vamos a hacer? ¿Sor­pren­der­nos el uno al otro? (Silencio). A fe mía, puesto que así es mi vida, al menos podrías consolarme con un poco de entretenimiento de ultratumba. ¿Qué te parece? (Se ríe sin convicción). Querido di­fun­to, bah... no eran sino cuentos lo que acabo de decir..., sabes... un vivo no vale la pena y, si de vez en cuando te fastidio con mis bromas pesadas, tienes que comprenderme, a pesar de todo, pues... porque, claro, haberme aguantado como lo has hecho, sin una sola queja, es muy generoso de tu parte, de veras, pero, ¿qué quieres? no puedo prescindir de ti: me entretienes, me inventas cuando ya no exis­to. (Extendiendo la mano hacia el muerto). ¡Créeme! La necesidad que tengo de ti es vital y es por eso que no puedo consolarme de tu muerte, ella me devuelve al silencio que sólo mi soledad conoce. (Con tristeza). ¿Oíste, por las noches, la persistencia de mis gritos? Es una confusión de palabras no dichas, ¿no es así? ¿Entiendes, ahora? ¡Pues sí! Nosotros, los vivos, vivimos sin vivir.

Ruperto repone sus rasgos y mira el féretro con bondad. Un tiempo.

Ahora lo importante es que esté aquí para velarte, acompañarte, darte un poco de calor humano. No irás al otro lado sin vela, sin música ni absolución. ¡Eso sí que no! Si viviste solo durante toda tu vi­da, vivirás tu eternidad de muerto conmigo. Hazte a esa idea pues. (Mirándolo medio sonriente). Tengo fe en nuestro porvenir y el azar ya no puede hacer nada sin nuestro acuerdo.
De veras: ¡El porvenir nos debe la felicidad! (De modo confidencial). Querido difunto, aprovechando esa calma inesperada, hablemos un poco, ¿quieres? (Silencio). Si quieres, soy yo quien... ¡Oh!, ¡Ja­lín! ¡Claro que lo estoy pensando! (Sonríe). ¡Toma! Aquí tienes mi voz, te la presto. (Pausa). Enton­ces, ¿quién empieza? ¿Yo? ¡Muy bien! ¡Vamos!

- Yo: ¡Pues! No sé qué decir. Lo siento.
- Tú: ¿Ah sí? Bueno, yo quisiera irme esa misma noche. No quiero que se diga que te he estorbado con mi osamenta.
- Yo: Pero, ¡tengo proyectos extraordinarios para ti!
-Tú: De todas maneras, me voy apenas haya preparado mis maletas.
- Yo: ¿Dónde te vas a instalar?
- Tú: En el otro lado, por supuesto.
- Yo: No te caigas en el infierno, ¿eh?
- Tú: Lejos de ti, ¡no existe el infierno!
- Yo: Si sigues portándote como un guripa te retiro mi voz.
- Tú: ¡Ten cuidado! La soledad es sorda y el silencio es mudo.
- Yo: ¿Qué? Nunca he escuchado algo tan profundo. Realmente eres un sabio de la Antigüe­dad. A propósito, ¿te recuerdas cuando te dejaste crecer la barba a fin de entretener la leyenda de filósofo que te habías hecho en el barrio?
- Tú: Y eso, ¿qué tiene de extraño? En esta época, el hecho de ser vivo me daba el derecho de atreverme a exigir.
- Yo: ¿Has dicho: exigir? ¿Aquí? ¿En este país? ¡Estás loco!
- Tú: ¡Hombre, Ruperto! Nuestra vida está moldeada a nuestra imagen y semejanza, en con­secuencia, cada quien tiene la vida que merece.
- Yo: ¡Qué fácil es hablar cuando uno está muerto, eh!
- Tú: ¡Precisamente! Los muertos siempre tienen razón. ¿Por qué no aprovechar este pri­vi­legio? Galileo vivo, era un charlatán insoportable; muerto, se ha vuelto un momento impres­cindible de la sabiduría humana. ¿Ya ves?
- Yo: ¡Viva la muerte pues!
- Tú: ¡Vaya! ¡La muerte no existe! Son los muertos quienes le otorgan su identidad.
- Yo: En este caso, ¡vivan los difuntos y tú con ellos!
-Tú: ¡Vil adulador! Por suerte, pronto encontraré el descanso en mi tumba.
- Yo: ¿Crees?
- Tú: Pedazo de paranoico, ¡estoy harto de tus paradojas!
- Yo: Pero, ¡soy sincero!
- Tú: ¡Mentiroso! El contrasentido es un engaño.
- Yo: Es cierto pero en lo absurdo.
- Tú: ¿Cuándo dejarás de revolotear con tus frases ilógicas y desordenadas, eh?
- Yo: El día cuando diré la cosa omitida.
- Tú: ¿Cuál cosa omitida?
- Yo: ¡Pero bueno, vamos!
-Tú: ¡Hombre! Al escucharte, tengo vergüenza de sentirme a gusto en mi piel.
- Yo: ¡Oh! ¡Está bien! He escuchado bastante. ¡Vuelvo a tomar mi voz! Ahora, eres tan mu­do como una tumba, sin ninguna alusión personal, claro.

Ruperto anda de puntillas hacia la alacena.

Si no molesto a nadie, quisiera hacer valer mi ausencia. (Se ríe). He pasado la edad de la credulidad.

(Soñador, Ruperto silba un aire conocido y empieza a ves­tirse con cuidado y minucia: esmoquin usado, segu­ra­men­te pedido pres­tado, cuello postizo, corbata a rayas, antipa­rras, guantes blancos.
Una rosa en el ojal completa su vestimenta algo pasada de moda. Un tiempo.
Se mira en el espejo con coquetería, se peina, quita el pol­vo de sus vueltas, bosteza sin discreción, y se dirige hacia la puerta que finge abrir.
Cada vez que llegue un nuevo "convidado", hará el mis­mo gesto.

- ¡Bondad de Dios! (Encantador, tiende la mano). ¡Qué gusto verle! Le pido humildemente que entre. (Aproxima una silla). Le ruego que se siente. (Pausa). ¿El muerto? ¡Está bien, muy bien! (Pausa). ¡Por supuesto! (Alzando los ojos al cielo). Va a bajar de un momento al otro. (Se ríe). ¡Bueno! Nos veremos más tarde, ¿no es cierto? (En voz baja). ¡Procure poner buena cara, hombre!

Juego de escena sin palabras. Un tiempo.

- ¡Ohhhh! ¡Señora Gobernadora! (Ceremonioso). ¡Su belleza me ilumina y su distinción me cautiva! (Le besa la mano). Tome sitio al lado de la Señora Duquesa de Berengene. (Aparte). ¡Alégrese! Hoy día hay puerco con frijoles, es cosa para chuparse los dedos. ¡Verá Vd!

Otro juego de escena sin palabras.

- ¡Su Ilustrísima! (Hace zalemas). Bendita sea su honorable presencia entre nosotros. (Hinca la rodilla para besar el anillo). Su Excelencia, (¿se dice Excelencia?), permítame, con el más profundo respeto, solicitar su bendición. (Pausa). ¡Gracias! Su alta benevolencia me llena el alma. (Pestañea) ¡Si supiera qué vino de misa le está esperando! (Se frota las manos). ¡No vamos a regalar, se lo juro! ¡Oh! ¡Per­dóname! (Se levanta). Si esto le contraría, por lo menos puede presentar una denuncia a Dios. Llegará de un momento a otro, para echar un ojo por aquí.

Mismo juego.

Oh! ¡Qué glorioso acontecimiento! (Hace un saludo militar, taconeando). Tengo el honor de acogerle General-generalísimo. Como Vd. lo sabe, soy su obediente servidor. (Pausa). Y su encantadora esposa, ¿qué es de ella? ¡Ejem­mm! ¡La está pasando mal! ¡Vaya! (Pausa). ¡Ejem, ejem! ¡Qué pilla! (Si­lencio). ¡Pero por supuesto, Se­ñor General! (Un tiempo). ¡Ha, ha! ¡Pues, le felicito lo más atenta­men­te! (Pausa). Claro hubiera sido mejor. Bueno, es como la disciplina. De todas maneras, la próxima vez, la tropa podrá venir, no se preocupe. (Se ríe). ¡De acuerdo! Ahora, si Vd. me concede su indulgencia, le voy a dejar, pero provi­so­ria­mente. (Taconea). Una vez más, le aseguro mis sentimientos afectísimos. (En voz baja). ¡Uf! Nunca hemos tenido guerras, sin embargo éste está lleno de medallas hasta las ro­dillas. Quizás esté tra­ba­jan­do de medallista a escondidas. Con ellos, todo es posible.

Juego de escena sin palabras. Un tiempo.

¡Oh! ¡Qué hermosura! Me siento tan dichoso por la felicidad que Vd. me prodiga con su romántica presencia. (Inclinado hasta el suelo). Sí, Señor Inspector General de la magnánima Seguridad Nacional, le ruego creer en mi más alta devoción. (Humilde, va para atrás haciendo reverencias). Mándeme todo lo que Vd. quiera y lo haré con suma diligencia. (Temblando). Todo lo que proviene de Vd. siempre llama mi atención la más servicial. (Se endereza y, con una sonrisa indulgente, dice melosamente). Peda­zo de po­lizonte. Lo extraño es que das demasiada importancia a tus polis pero muy poco a los zorros. ¡Ten cui­dado que tu corral tiene huecos por todas partes! ¡Puaj!

Idem. Un tiempo. Su sonrisa se anima y se vuelve hacia una de sus "convidadas".

Señora patrocinadora, ¿quiere bailar esta marcha militar? (Inicia unos pasos). Un poquito más bajo, Se­ño­ra. Mis callos son sensibles.
Después de un momento, pataleando con impaciencia, Ru­perto se dedica a distraer a sus huéspedes con gestos llenos de amabilidad. Un tiempo. Sube encima de una mesa, abre los brazos, saluda con la cabeza, mira hacia arriba y pro­rrumpe en risa. Silencio de espera. De pronto, con sober­bia y có­lera, amenaza con el puño.

¡Chito! ¡Cierren el pico! ¡Silencio todo el mundo! ¡Tienen que callar! ¡Les ayudaré si es nece­sa­rio! (Con desprecio) Yo, ya no sé si les quiero porque hoy día tengo mi amor propio. (Corto silencio lue­go mirada detenida sobre los "visitadores"). Vean Vdes, lo que más temo es su fraternidad y, a decir la verdad, nada me podría ser más indeseable por ahora. (Pausa). No están convencidos, ¿no es cierto? Tienen razón, les felicito. ¡Viva la indiferencia! (Un tiempo). Detesto las ideas estereotipadas, pero, por culpa suya, voy a citar a Nietzsche al revés: "Todos los hombres están muertos. Ahora queremos que vivan los dioses." (Se ríe). ¿Nunca pensaron en esto, eh? ¿Qué quieren? ¡Vdes no son dioses! Para paliarlo, les prometo el Edén y el Olimpo en su totalidad. ¿De acuerdo?

Silencio, luego se sienta, con aire estúpido, dando puñeta­zos en la mesa.

Eh! ¡Despierten! (Silbido de llamada). Supongo que están vacunados contra la caridad. ¿No son su­ficiente cristianos para ello? (Hace varios Tss... tss de desaprobación). Pero, tienen amigos, ¿no? ¿Nin­guno? ¿Ni siquiera uno? ¡Vaya! ¡Qué desgracia! En todo caso, para el oprimido que soy yo, ¿qué si­gnifica: "Amad a vuestros enemigos y rezad para los que os acosan? (Pausa). ¡Respondan, pues! (Silencio). Supongamos que estén en mi lugar, ¿eh? ¿Aceptarían gustosos tragar eso? : "Te digo de no resistir al malvado. Por lo contrario, si alguien te da un bofetón en la mejilla derecha, ¿preséntale tam­bién la otra”? Pues, ¿se pusieron en mi lugar? (Pausa). No, ¿eh? Bien se ve que su Cristo no vi­vió en este país de hipócritas. (Después de reflexionar). ¿Saben qué? La desesperación también es una o­casión de esperar y no dejaré de hacerlo. Su Cristo lo supo desde el principio. (Corto silencio). ¡Qué ex­traño! De pronto, me siento libre, me siento rejuveneciendo de treinta años y, sin embargo, estoy tris­te, no me siento a gusto. (Grita desaforadamente). ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? Me mato re­pitiéndotelo sin cesar: ¿Por qué? ¿Por qué? (Se contiene). Si soy un ser improductivo, ignorado y sin ninguna frecuentación, ¿qué me queda? ¿Asociarme con los vendedores ambulantes de la cons­cien­cia limpia? ¡Jolín! Tengo necesidad de ser protegido. (Echando una mirada por todos lados). ¡Am­nis­tia Internacional! ¡Socorro! (Silencio). ¡No, no! He escuchado al General-Dictador elogiándola y, según mis informaciones, esta Institución no tiene sentido para el desconocido que soy.
(Ruperto se da cuenta de que estaba olvidando a sus convidados). ¡Eh, Vdes! (Baja de la mesa). ¡Fuera de aquí! (Dando puñetazos y patadas en el aire). ¡Fuera todos Vdes! ¡Váyanse al diablo! ¡Pronto! (Al muerto). Tú también Lázaro, ¡Levántate y camina!

Aliviado, se deja caer al suelo riendo a carcajadas. Un tiempo. Se pone de pie otra vez, limpiándose el trasero.

¡Ruperto! ¡Eres grotesco! ¡Me das asco! Tienes que alejarte de aquí, absolutamente, con inter­dicción de volver. (Sufre una sensación incómoda). Después de todo, ¡no pasó nada! En el fondo ya no sé si era cierto o no. Sin duda alguna es la obsesión de sufrir demasiada soledad. (Pausa) Ah! si yo pudiera seguir con esta farsa. (Suspira). ¡Bastaría con una nadería! ¡Oh! ¡Realidad, estoy resentido para contigo! (Mira por todos lados). Y ahora, ¿qué va a pasar? ¿Habrá llegado el momento tan es­pe­rado? (Tur­ba­do). ¡Bueno! Por primera vez en mi vida llevaré algo a bien. Por fin sabré lo que es tener éxito.

Ruperto se dirige hacia la mesa, se sienta, toma una hoja de papel y escribe. Un tiempo.
Después de terminar, dobla la hoja, la introduce en un so­bre donde escribe: Señor Comisario.
Ahora, mira con tristeza por toda la pieza. Luego, va hacia una cómoda, de donde saca un frasquito cuyo contenido echa en un vaso, agrega un poco de agua, remueve y bebe lentamente.
Sin emoción, Ruperto toma una silla, la acerca del féretro y sube encima. De ahí mira alrededor suyo. Un tiempo.

Lentamente, Ruperto abre la tapa del féretro, se introduce adentro y se instala cómodamente. Después de un rato, lo vuelve a cerrar desde el interior. Muy largo silencio. De pronto, Ruperto levanta la tapa paulatinamente, saca la cabeza con una prudencia inquieta y vuelve a encerrarse. Un tiempo.

Abre el féretro de nuevo, se sienta y agarrándose por la barbilla, se pone a pensar. Silencio. Se palpa el estómago, luego la frente, con sus dos manos. Espantado exclama.

¡Oh! ¡No siento nada! (Grita enfurecido). ¡Marrano! ¡Qué cabrón es este farmacéutico! ¡Otra vez me ha embaucado con su veneno inofensivo! (Baja la cabeza). Brujo de pacotilla, necesitaba un veneno de alacrán mezclado con arsénico y no esa porquería de brebaje que ni siquiera puede matar un mos­quito. ¡Ohhhh! ¡Todo está prohibido en este país, aun envenenarse tranquilamente! ¡Qué vida! ¡Ni si­quiera puedo lograr mi muerte!

Indignado, moviendo la cabeza, Ruperto se levanta de pri­sa y salta del féretro. Impaciente, las sienes en las manos, va y viene por toda la escena mientras que, a lo lejos, un perro ladra. Un tiempo.

¡No! ¡No! ¡Eso no puede quedarse así! ¡Tengo que hacer algo! ¡Pronto, pronto! ¡No aguantaré vi­­vir aquí un minuto más! ¡Eso sí que no! ¡Jamás! (No quiere sino desaparecer de este mundo). ¡Ya basta! (Se tira de los pelos). ¡No es para nada si he preparado todo ese burdel de velatorio: lo hice úni­camente para hacerme compañía un ratito antes de estirar la pata de veras! (Desesperado) ¡No! ¡De veras, no! No podré seguir viviendo en medio de esa jauría de soldados usurpadores... (Fulminado por lo que acaba de decir, salta con los brazos abiertos). ¿QUÉ? ¡Los soldados! (Sus ojos brillan). ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Pero claro! ¡Ya está! ¡Ya está! (Se golpea la frente con la mano). ¿Cómo no lo he pen­sado antes? (Se repone). Después de todo, ¡tengo suerte! ¡Qué ocasión inesperada!

Un tren pita con persistencia mientras que, con paso deci­dido, Ruperto va hacia la puerta, la abre y sale sin vacilar. Una vez en la calle, grita con todas las fuerzas de los pulmones.

- ¡Abajo el Nacional Militarismo!
- ¡Todo el mundo en la calle!
- ¡Viva la insurrección!
- ¡ Qué muera la tiranía !

A lo lejos, se oye una crepitación de tiroteos intensos pero Ruperto todavía tiene tiempo de gritar.

- ¡QUÉ MUERA EL DICTADOR!

Ahora, muy cerca de la puerta, se oye una descarga de va­rios ametralladores. Largo silencio, luego, lentamente el


TELÓN



DATOS SOBRE SAMUEL BREJAR.

El 18 de octubre de 2009 se cumplirá el tercer aniversario del fallecimiento en Francia del poeta y dramaturgo Samuel Brèjar. Un hombre que pasó por la vida legando el mejor de sus esfuerzos en las letras y difundiendo la literatura latinoamericana y del mundo.

El poeta Brèjar junto con su compañera y esposa Noëlle Yabar-Valdez, fundaron y dirigieron revistas literarias internacionales como Rimbaud Revue (Semestral Internacional de Creación Literaria), en la que presentaron una amplia producción de Literatura y Poesía con textos inéditos de poetas y escritores de América Latina y Europa y una selección de poemas, ensayos, estudios, crónicas, narraciones, entrevistas, críticas, reseñas de libros y de revistas, traducciones, reproducciones de arte contemporáneo y fotografías. Neruda Internacional, en español, gemela de la revista en francés Rimbaud Revue, en la que publicó a muchísimos poetas y escritores de distintos países. Revista SUR, suplemento en español de Rimbaud Revue.

Samuel Brèjar, poeta y dramaturgo. Entre sus libros de poesía y de teatro más conocidos, se encuentran: Obras en francés editadas por « Ecrivains», (2000), en Rennes: « Les Écrits de L’Andin», (1978). « Les Exiliades», (1981). « Argot de la Horde», (1983). Première édition. « Les Archives D’Ariel», (1985). « ZOO DES MOTS», (1990). « LE LIVRE DES MOTS», (1992). Poésie d’aujourd’hui. Collection dirigée par Pierre Monfort. Obras editadas por « John Donne & Cie» : « QORI KONTUR», (2001). « ARGOT DE LA HORDE», (2001). Seconde édition.

Obras de teatro editadas por « Point de Rencontre », Orléans: « LES ARDEURS DE L’ÉTÉ», (1983). « LE MASSEUR DE CROCODILES», (1984). « LES ROIS RUINÉS», (1985). « LA NUIT», (1989). Premièr étidion. « LE SILENCE», (1991). « SONGE D’UN APRES-MIDI D’AUTOMNE».

Obras en español editadas en diferentes países de América Latina: «TODAS LAS MORDAZAS», (1965). «HALLAZGOS DEL RARO COMPORTAMIENTO», (1967). «LEGAJOS DEL ARCHIVISTA», (1969). «LOS CANTOS DESTRUÍDOS», (1970). «CUENTERO DEL DUENDE», (1971). «PALABRAS MATADAS», (1972).

Algunos versos sueltos del poeta Brèjar:
« … somos aquellos que sienten el dolor de los ladrillos, aquellos que se
acurrucan en los desaguaderos, luz enterrada, piedras en sepelio… »
« …Oh cuerpo, mi cuerpo,
pensar que un día debo quitarte me duele
y me duele volver a ser nada en la nada… »
« … Harta de seguirme día y noche/en las tierras del exilio/mi sombra infiel/
me dio la espalda/y se fue a toda prisa/al país donde nací/ya que nuestro Ubú rey/
decretó que sólo las sombras/tenían derecho al regreso… »
Poema.
« Canto fúnebre para un Crucificado de los Andes
Desde tu cántaro de barro/donde eres intacto/perdóname este insulto de estar vivo.

No sé que hacer con todo lo que me sobra de humano, el andino que crucificó la vida se murió y no pude nada. Su sombra tendida como una cruz de sangre me persiguió para morirse como un cristo en las manos de mi sombra y la luz del agua también falleció en el río como aguacero de carne.
Aquí pues, no llantos sino gritos/porque lacerada fue la noche, desgarrada será el alba, /y ahora, ¡que pena!/el deseo de la ruina es un nuevo homicidio que ninguna de estas piedras antiguas perdonará jamás.

¿Por qué quiso salirse de la vida con su cuerpo ya difunto? ¿Por qué su india lastimada no le lloró bajo un luto de retamas como un Vallejo abandonado? ¿Por qué, a pesar de mis palabras de apego, con las suyas tan terribles no cesó de repetirme: ¡crucifícame aún si quieres pero vete!? Es cierto que en mis brazos no hubo sueños para abrazarle ni auroras en mis ojos para mirar el amanecer con lo suyos ni viento en mis manos para que volara conmigo sobre sus montes de niebla y nieve.

¡Vete a saber!/ Seguro que los hatajos de mi carne/fueron pisados por los fríos de su tierra, /pero aquí estamos todos aun cuando no hay nadie/y decimos con él y los suyos:/¡Más alto la vida, hasta el fondo más alto !/¡Oh crucificado de los Andes !, coronado de espinas/recuerda que hace mucho tiempo yo también he muerto/con mis exilios clavados en el vientre y Dios no lo sabe. Poema inédito. París, 1996 » Publicado en su Revista Sur.

Francisco Azuela
Poeta y Escritor mexicano
La Paz, Bolivia, agosto de 2009.