Carlos Francisco Monge, Costa Rica
Con qué industriosa cautela
sube el amanecer,
poco a poco, vertiendo sus engaños,
donde las sombras huyen
sin reposo, sin prisa, sin agitaciones,
desde un remoto espejo,
recomponiendo hazañas y lugares sin límite,
sin la piedad de un sueño, sin milagros.
Con qué mecánica sucesión
se mudan las figuras,
los aromas se borran,
los ríos sin su gloria dejan de respirar
y la ciudad desaparece. Y la ciudad
desaparece.
La luz se precipita a la ventura,
persigue hasta el cansancio,
ilumina, previene, busca cuerpos flexibles
y no hay más perfección
que su historia desnuda, que sus alas
sucediendo dichosas, sin olvidos, sin rastros.
Con qué cuidado exacto, inapelable,
sube amoroso el tiempo en sus fulgores,
sin humillar las sombras,
y se lanza al vacío,
como un fantasma esclavo de su música,
con su furiosa luz
por este territorio donde todo sucede,
con precisión mecánica, deciso,
sin desatino, poseso, inevitable
como este amanecer.
_____________________Oración matinal
Con qué industriosa cautela
sube el amanecer,
poco a poco, vertiendo sus engaños,
donde las sombras huyen
sin reposo, sin prisa, sin agitaciones,
desde un remoto espejo,
recomponiendo hazañas y lugares sin límite,
sin la piedad de un sueño, sin milagros.
Con qué mecánica sucesión
se mudan las figuras,
los aromas se borran,
los ríos sin su gloria dejan de respirar
y la ciudad desaparece. Y la ciudad
desaparece.
La luz se precipita a la ventura,
persigue hasta el cansancio,
ilumina, previene, busca cuerpos flexibles
y no hay más perfección
que su historia desnuda, que sus alas
sucediendo dichosas, sin olvidos, sin rastros.
Con qué cuidado exacto, inapelable,
sube amoroso el tiempo en sus fulgores,
sin humillar las sombras,
y se lanza al vacío,
como un fantasma esclavo de su música,
con su furiosa luz
por este territorio donde todo sucede,
con precisión mecánica, deciso,
sin desatino, poseso, inevitable
como este amanecer.
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