Fotografía: Evgueni Alexándrovich Evtushenko
Elogio para la poesía
Tiutchev, un poeta ruso del siglo XIX, exclamó una vez:
“¡Oh, si las alas vivas de las almas, agitadas sobre la multitud,
nos salvaran de la inmortal vulgaridad de la gente!”
Hoy todos somos testigos de un complot mundial
de la vulgaridad triunfante contra la exquisitez humana.
Pero si la vulgaridad es inmortal, también es inmortal
la resistencia contra ella.
La persona que no tiene poesía interior
se convierte sin darse cuenta en un zombi.
Hace mucho tiempo, en una de mis otras vidas,
estuve en un pequeño pueblito colombiano en la Amazonia,
donde viven los indios cazadores de cocodrilos.
Para ellos, un invitado es una persona sagrada.
Cuando salieron a mi encuentro tocaron tambores,
se tiraron de los cabellos y lloraron a lágrima viva.
“¿Por qué lloráis?”, pregunté sorprendido.
“Porque luego te irás”, respondieron los indios.
Cuando me iba, también tocaron tambores, pero esta vez
bailaban alegremente, haciendo que yo bailara con ellos
su alegre danza. Me pusieron lirios blancos en el pelo
y, como niños, saltaban por encima del fuego.
“¿Por qué estáis todos tan alegres?”, pregunté.
“Porque tenemos la esperanza de que regresarás”, contestaron.
Esto es poesía que, gracias a Dios, vive en la humanidad.
Elogio para la poesía
Tiutchev, un poeta ruso del siglo XIX, exclamó una vez:
“¡Oh, si las alas vivas de las almas, agitadas sobre la multitud,
nos salvaran de la inmortal vulgaridad de la gente!”
Hoy todos somos testigos de un complot mundial
de la vulgaridad triunfante contra la exquisitez humana.
Pero si la vulgaridad es inmortal, también es inmortal
la resistencia contra ella.
La persona que no tiene poesía interior
se convierte sin darse cuenta en un zombi.
Hace mucho tiempo, en una de mis otras vidas,
estuve en un pequeño pueblito colombiano en la Amazonia,
donde viven los indios cazadores de cocodrilos.
Para ellos, un invitado es una persona sagrada.
Cuando salieron a mi encuentro tocaron tambores,
se tiraron de los cabellos y lloraron a lágrima viva.
“¿Por qué lloráis?”, pregunté sorprendido.
“Porque luego te irás”, respondieron los indios.
Cuando me iba, también tocaron tambores, pero esta vez
bailaban alegremente, haciendo que yo bailara con ellos
su alegre danza. Me pusieron lirios blancos en el pelo
y, como niños, saltaban por encima del fuego.
“¿Por qué estáis todos tan alegres?”, pregunté.
“Porque tenemos la esperanza de que regresarás”, contestaron.
Esto es poesía que, gracias a Dios, vive en la humanidad.
1 comentario:
h
e
r
m
o
s
o
Publicar un comentario