Ilustración: Sumeria
SUMERIA EN BUENOS AIRES
Ellos no nacieron de la carne.
Juan 1, 13
Leyes entre fuego y vigilia
al borde de la hipnosis
vuelven inconcebible lo que tocas.
Alégrate por el sortílego anunciador
cubriendo la distancia de una pocilga en brumas.
Ha sido necesario misteriar esas llaves.
Los enemigos y los servidores
ocupan ya la impureza del trono.
Barrabás cruza una calle de Buenos Aires
bendiciendo el sucio brocado
de esta mujer vestida de sol.
¿Y las madres de las promesas?
Los sepulcros tan blancos, tan perdidos,
sentenciarán a sus víctimas.
Un palacio de esponsales
desgarra la atadura.
¿Qué eucaristía sin mancha
llora el destrozado antifaz de los reyes?
El calvario es un vientre baldío
hecho de lenguas y de ojos.
Salve, brotado de tu enigma.
¿A qué enseñar en Uruk
las mismas preguntas de la cárcel?
El mar esfuerza una genealogía de tigras.
¿pero qué era el aquí
más que un libar en las plumas
donde todo sucede cuando entonces?
Hay un vestíbulo violeta en Buenos Aires:
allí comeré del viento la historia de la especie,
santificaré los fastos del desprecio,
padeceré en majada la espina intercesora.
Un mínimo teatro explica la osadía.
Una máscara de lluvia (a trasluz del diamante)
muestra el feroz regocijo de los muertos,
como si fuera poco.
Va abriéndose la llaga interior,
pétalo a pétalo va abriéndose.
Revélame Mahkir, pródiga de asombro,
lo que viertes en nosotros.
¡Árdete dichosa en el foso encarnado!
Déjame entrar en Esagila, tu morada.
Manuel Lozano
Buenos Aires, mayo de 2007
-Este texto inauguró "El Oro de los tigres -comunicación de autor"-, correspondiente al 10-V-2007)
SUMERIA EN BUENOS AIRES
Ellos no nacieron de la carne.
Juan 1, 13
Leyes entre fuego y vigilia
al borde de la hipnosis
vuelven inconcebible lo que tocas.
Alégrate por el sortílego anunciador
cubriendo la distancia de una pocilga en brumas.
Ha sido necesario misteriar esas llaves.
Los enemigos y los servidores
ocupan ya la impureza del trono.
Barrabás cruza una calle de Buenos Aires
bendiciendo el sucio brocado
de esta mujer vestida de sol.
¿Y las madres de las promesas?
Los sepulcros tan blancos, tan perdidos,
sentenciarán a sus víctimas.
Un palacio de esponsales
desgarra la atadura.
¿Qué eucaristía sin mancha
llora el destrozado antifaz de los reyes?
El calvario es un vientre baldío
hecho de lenguas y de ojos.
Salve, brotado de tu enigma.
¿A qué enseñar en Uruk
las mismas preguntas de la cárcel?
El mar esfuerza una genealogía de tigras.
¿pero qué era el aquí
más que un libar en las plumas
donde todo sucede cuando entonces?
Hay un vestíbulo violeta en Buenos Aires:
allí comeré del viento la historia de la especie,
santificaré los fastos del desprecio,
padeceré en majada la espina intercesora.
Un mínimo teatro explica la osadía.
Una máscara de lluvia (a trasluz del diamante)
muestra el feroz regocijo de los muertos,
como si fuera poco.
Va abriéndose la llaga interior,
pétalo a pétalo va abriéndose.
Revélame Mahkir, pródiga de asombro,
lo que viertes en nosotros.
¡Árdete dichosa en el foso encarnado!
Déjame entrar en Esagila, tu morada.
Manuel Lozano
Buenos Aires, mayo de 2007
-Este texto inauguró "El Oro de los tigres -comunicación de autor"-, correspondiente al 10-V-2007)
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