Aprendiz de libertad
Palabras introductorias
Palabras introductorias
Uno siempre es aprendiz de algo. Ante un mundo tan vertiginoso, a menudo incomprensible por sus notas de caos, violencia, tozudez, desasosiegos, intolerancias, nos vemos obligados a renovar continuamente nuestros esquemas a fin de hacer de este tiempo, un resquicio esperanzador. Y qué mejor si recurrimos a la literatura y, en particular a la poesía. Aunque de suyo es sabido que ésta no cambia las sociedades ni hace posible la revolución social. Pero sí, es capaz de sensibilizar y llevar bálsamo a tantas almas. Ser aprendiz de libertad, va más allá del sustantivo principiante, meritorio; sí es claro, desde luego, que todo ser humano empieza por el escalón humilde de aprendiz.
El libro Aprendiz de libertad de la poeta María Eugenia Lizeaga, no es solamente un rico anecdotario, un conjunto de periplos existenciales más o menos sorprendentes, sino una toma de conciencia, una asunción del propio ser. Es poesía libertaria desde su yo íntimo. De ahí la actitud desde el hoy hacia el futuro de Eugenia cuando dice: “Que el brote de Acebo que ayer planté/ sea árbol cuando yo ya no esté/ Que la luz de la luna llena/haga brillar la gota de rocío en él” (Poema Espero). La libertad encarna liberar el espíritu, primero, de sus ataduras existenciales; luego demanda una actitud frente a la vida. Aunque nunca logramos serlo: si no es desde dentro; afuera están los paredones deteniendo el vuelo. El terraplén de los recuerdos, los sentimientos, la realidad, ¡vaya si no son alambradas!...
La poesía de María Eugenia Lizeaga, siempre me ha parecido sólida y genuina. Desde aquellos primeros versos que compartí con ella hace ya algún tiempo, me identifiqué con las emotivas imágenes de su poesía. En la palabra de María Eugenia percibo ese diálogo interno del poeta consigo mismo, diálogo que sólo puede estar presente en la cavilación del ser humano de bien, consciente de su fragilidad, de sus limitaciones, así como de su espiritualidad, únicas razones que lo sostienen en un mundo de luchas y pesares, de prisas y agonías terrenas.
La poesía de la poeta Lizeaga, es poesía meditativa donde imperan los ensimismamientos propios del ser. Constituye un viaje a los parajes del alma; poesía sentida desde dentro, por eso, sincera. La poesía suya es poesía íntima, no exteriorista, ni rimbombante. Nace como es natural de la meditación cotidiana: frente al tiempo: calendario o reloj, pájaro o mariposa. Es la poesía del deslumbramiento ante el tránsito fugaz del ser. María Eugenia lleva la herencia de los grandes poetas del país vasco: Gabriel Celaya, Blas de Otero, Bergamín, etc. Precisamente, escribiendo estas palabras he recordado unos versos de Otero correspondientes al poema: LA INMENSA MAYORÍA: “Podrá faltarme el aire,…fe, jamás.” María Eugenia es un portento de fe en la palabra, de pasión volcada hacia la luz de la esperanza.
Aprendiz de libertad se titula el libro que hoy publica María Eugenia. Aquí están presentes el amor que no floreció en verano, el aliento de los pájaros cantando desde su interior, el sueño sin sábanas en la desnudez del frío, los odres del amor, la libertad, la inteligencia y el alma que, en palabras de la poeta es el rocío para la historia. Cuántas veces, en este ejercicio de insoslayable desgarramiento la poeta se ha arrodillado ante el muro de las lamentaciones de la vida y ha salido avante frente a la intemperie del granito y al lecho ciego del granizo.
Hay también, en la poesía de María Eugenia y, en particular en este libro Aprendiz de libertad, esa búsqueda del poeta por la trascendencia, por el sentido místico de la vida. Todo gran poeta lo hace, si no recordemos a Vicente Aleixandre con su libro
En definitiva, el libro Aprendiz de libertad, es un vivir atento a los diversos momentos de la jornada, al mediodía seguro, al atardecer inquietante, a la noche que acecha la vigilia del poeta desde todos sus rincones. Es una búsqueda a su identidad perdida en las sombras, en agónico trance; pero aprendida cada vez tras una lucha fervorosa con esas sombras que la mano aparta para hallar un resquicio esperanzador. Por eso “trabaja con sus manos la tierra”, “que ama otra mirada que se mira a sí misma/ sabiendo que es todo y es nada/ que somos una forma de lo que nos transciende y liga”.
André Cruchaga,
El Salvador, 28 de marzo de 2006.
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