La Mort et le Bucheron (1859) de Jean-François Millet.
VIGENCIA DE LA MUERTE.UNA RELECTURA DESDE EL DISCURSO POÉTICO DE ODALYS INTERIÁN
La
vida es proyecto y espera. El término debiera ser fruición, goce
y
reposo. Pero jamás se llega a este término. La muerte irrumpe
desde
el exterior la propia realización. Estamos condenados a
unas
conquistas sin sentido y a unos anhelos sin cumplimientos.
La
vida es una pasión inútil
JEAN PAUL SARTRE
…
Y en mi sangre confundida,
¿no
serás, Muerte, en mi vida,
agua,
fuego, polvo y viento?
XAVIER VILLAURRUTIA
Si
agradable descanso, paz serena,
la
muerte, en traje de dolor, envía,
señas
de su desdén de cortesía:
más
tiene de caricia que de pena.
FRANCISCO DE QUEVEDO
Si «La muerte es la
negación de todas las posibilidades.» ¿Dónde queda la trascendencia? ¿Basta con
poetizarla para entender la vida? Si la vida es espera y esperanza, la muerte
nos quita todas esas posibilidades, nos inhibe del devenir. En realidad es un
territorio que nadie conoce no obstante ser parte de los misterios de la vida.
Para algunos es un paisaje de irrealidades, encandilante, zona tórrida, núcleo
de una cruz que se extiende en la espalda, un torbellino humano, para otros, un
río delirante, algo así como un abismo, pero un abismo en la belleza y el
sueño; niebla del alma a la cual uno se puede aferrar porque el fenómeno posee
su propia metafísica, infierno o paraíso intangible, un mundo quizás de ahogos
y pesadillas que se abre a la cotidianidad de la vida. «Espero alegre la salida
y espero no volver jamás», escribe Frida Kalho previo a su deceso. De hecho,
quien sufre por las razones que sean «ve a la muerte como liberación, y no
quiere volver jamás a repetir lo mismo, a no ser que de lo que se trate es de
volver a repetir los momentos buenos, plenos, felices; si el
"repetir" es entendido como recuperar lo perdido gratificante de la
vida, abundante, generoso, como Kierkegaard relata en el caso de su “pensador
privado” Job, estamos hablando de otra cosa. (Pero Nietzsche habla de repetir
lo mismo, y él era alguien que sufrió mucho, pero quería reprimir dentro de él
todo sentimiento en contra de la vida. Su querer volver a repetir lo mismo
implicaba al amor fati y a la voluntad de poder que crea al superhombre, en un
momento preciso; después de la muerte de Dios, y más allá de un nihilismo
pasivo imperante.» (Andrea Díaz: Nietzsche
y el pensamiento de la muerte).
La muerte acompaña al ser humano
desde un pretérito remoto porque belleza y horror van de la mano, se le admira
y se le teme; en este punto convenimos que la muerte es poesía materializada; a
través de la palabra damos cuenta del
dolor sintiente de sí mismo o del prójimo. Pero todo es elucubración,
inferencia, según cómo se entienda esta dialéctica vida-muerte. Lo cierto es
que no podemos entenderlas separadas, vida y muerte forman parte de lo mismo:
la vida humana. José Emilio Pacheco en su poema «Caverna», expresa: «Es verdad
que los muertos tampoco duran/ Ni siquiera la muerte permanece/…» Algo hay de
fatalidad en este tema y de ambrosía que no escapa a escritores: poetas,
ensayistas, narradores. La muerte es una constante, a menudo embiste como una
fiera. La muerte
se presenta como algo terrible y fatal. Lo cierto es que quien se muere lo hace
para siempre y ella nos produce diferentes sentimientos. La poesía es un
«commentatio mortis», una meditación sobre la muerte al igual que para Platón y
Cicerón lo fue la filosofía.
Todo vuelve a ser polvo, tierra,
desecho. «La muerte nos causa gran curiosidad. Nos mantenemos cerca de ella
pero nos alejamos con premura si vemos que está demasiado cerca. Es un gran
tema romántico porque suicidarse es la expresión máxima de la crueldad del ser
amado; es un tema heroico porque los más valientes caballeros pierden la vida
para salvar a su pueblo y es un tema de horror porque lo desconocido detrás de
ella hace que pensemos que los que ya están del otro lado puedan regresar.» A
veces la muerte es la fuga del mundo vil y horrendo en el que vivimos, tal como
quería Shakespeare; Víctor Hugo, por su parte la consideraba belleza y enigma,
cosas profundas; una vida centrada en sí misma, encerrada entre cuatro paredes
es a su vez una especie de muerte, quien no arriesga nada, según lo vemos en
Neruda. Para otros, acaso sea, alzar el vuelo, sin alas, sin ojos y sin cuerpo,
como propopía Elías Nandino. Xavier Villaurrutia, llega al punto de describirla
como algo cóncavo, tibio y silencioso, «es dura en el espejo y tensa y
congelada, el hueco que queda en el lecho»…Digamos que la muerte tiene su
propio peso en lo espiritual, sicológico y emocional. La muerte y el dolor es,
finalmente la victoria del dolor.
La muerte, dice José María López
Sevillano, asumida por la persona humana, viene a coronar las distintas
opciones de nuestra existencia. Es situación límite que ilumina el sentido de
la vida: desde la intramundanidad como quiere el ideario agnóstico y ateo
(Heidegger, Sartre); o desde la transmundanidad, como confiesa el ideario
cristiano (Marcel, Lavelle). Una visión materialista y pragmática del vivir
humano, agrega, reduce la preocupación por la muerte al estado de una
sociología del débil que puede desembocar en dos actitudes enfermizas: moral,
la desesperación; siquiátrica, la depresión. Para Epicuro, la muerte es un
obstáculo por cuanto impide la felicidad del sujeto en y de la sociedad.
Siendo por lo general el tema de la
muerte una representación de la existencia humana, conviene ahondar en tal
menester de la mano de Mijaíl Málishev: «La conciencia de la muerte introduce,
entre el animal y el hombre, una ruptura más profunda que la capacidad del
segundo para fabricar utensilios, hablar y pensar. Quizá el hombre se convirtió
en hombre desde el momento en que empezó a enterrar los cadáveres de sus
congéneres, inventó el ritual funerario y elaboró las creencias en la
supervivencia o en la resurrección en el más allá de los fallecidos. En todo
caso, el hombre es el único ser vivo que sabe que tarde o temprano va a morir
y, por tanto, piensa no sólo en cómo va a vivir, sino también en cómo va a
morir. Ante la amenaza del arribo de la muerte, el hombre identifica al hombre
y se identifica a sí mismo como ser humano. Podemos suponer que el hombre
primitivo sabía ya, cuando enterraba a sus congéneres, del sentido de la
muerte, pues en caso contrario difícilmente hubiera inhumado a sus cadáveres.»
La experiencia de la muerte sobre
la vida supone también un vínculo entre poeta y poesía que solo trasciende a
través del lenguaje. En la poesía de Odalys Interián, la muerte ocupa lugar privilegiado
entre los temas recurrentes de su poesía. Como otros poetas predecesores y
contemporáneos ella sufre la sombra, la angustia, la soledad y la muerte. El
tiempo, el amor y la muerte se manifiestan de manera singular, múltiple,
reiterativa y, desde una perspectiva íntima, objetiva, experimental,
vanguardista, simbólica y meditativa va revelándonos su lucha interior. Miedo,
luz, sombra, se juntan en el latido para luego convertirse en ceniza: poesía
reveladora, de batallas interiores en la que la poeta desde la conciencia del
sujeto lírico alcanza la esencialidad de la palabra y la comunión humana.
El ojo en su víspera
Eunice
el párpado tranquilo de la muerte
posándose aquí.
Esta es la hora en que besamos
los crepúsculos
la imagen de la lluvia
el salmo
el sitio /un sitio
desde donde saltamos
para vernos
la ilustre orfandad.
El ojo peligroso que nos mira.
La vena de Dios
estallando
sobre el hueso real de las
oscuridades.
Evitamos decir este es el miedo
Este es el cortejo huérfano de la
luz.
Este el pájaro de Emily
con su pata golpeando
gritando
danos razón /danos -vida-
razón.
Dónde poner el cuerpo
el trazo de desnudez que arde.
Alza y Alza la flor sobre la espuma
quédate como un mirlo ondeando
en la blancura de la noche.
Alza y alza el pistilo del Reino
mayor
los pájaros del futuro
acógelos en su marcha.
Ven recoge el mástil rompiente
de las mismas estrellas.
Aquí se junta el latido
todos los ojos del amor.
Qué cielo batirá el cerco de polillas
que inundarán lo vivo.
Quién andará encubriendo los adioses
el golpe
la angostura que viene de esa chispa
que escapa de la muerte.
Ante la presencia de la muerte, se
revelan una serie de arquetipos que se vinculan a la espiritualidad, la otredad
en un escenario propio de la metafísica: finitud e infinitud, en definitiva el
ritual del adiós transfigurado en presencia viva, doliente como el latido que
se rompe en la marcha. Odalys Interián es consciente de que «La noche vierte
sobre nosotros su misterio,/ y algo nos
dice que morir es despertar.» El miedo de ser solo un cuerpo vacío, la angustia
y la duda en su vastedad. «La interioridad es la ciudad en la que se despliega
la muerte, es el territorio en el que funda sus ciudades.» La ciudad como
cuerpo donde se forjan las huellas del ahora, el territorio donde se reza en
agudo sacrificio y tortura.
Porque miras muerte con estos ojos
míos
qué rememoras
diluye estos andrajos que visten el
amor
dilúyeme la luz que duele
los escombros pasivos que acobardan
el aire.
Contémplame casta
en el charco tremendo de la luz
donde se contemplan las bestias del
silencio.
Porque hablas muerte con mi boca
y enciendes la parábola
porque callas al ángel
y vas minando al hombre
con un residuo de memorias fatales
con un gesto de agonía final.
Que lastre tu lastimadura
que poca tú
que tanta muerte en la muerte
tu victoria.
Este momento absoluto de
desdoblamiento y espejo dulcifica en cierto modo la contemplación y no puede
ser comparado más que con la muerte. Sin embargo, la muerte no es aquí por
momentos lo negativo de la vida; es la medida misma de lo eterno opuesta a la
fragilidad de la existencia pasajera carcomida por el tiempo. La vida suele ser
siempre una llama atizada por múltiples incendios. La muerte de algún modo es
una rutina vitalicia, un dolor vario con sus aristas desvencijadas, un pie aquí
y otro allá, las municiones de la noche, un duro sonar de campanas que cuaja en
el fruto de la carne. «Como quien lee en un renglón tachado», eso es la muerte, no reflejo
sino imagen, arenilla en medio del eco del escombro. Al ojeo profundo y maduro,
Odalys Interián, apunta a todo eso y lo hace afincada en el ala de la luz y
escucha y siente al corazón que tiembla como un arado.
Importante
destacar el artículo de Damodar Peña Pentón: «La muerte y el arte. Cuatro
visiones de la caída de José Martí en la pintura cubana». Importante, digo, porque estas indagaciones sobre la poética de
Odalys Interián, tiene una estrecha conexión de contenido: «El arte y la muerte han mantenido una estrecha vinculación derivada
de la significación esencial que paradójicamente ella tiene en todos los
aspectos de la vida; su representación ha sido una constante a lo largo de la
historia. Primero fue abordada como la muerte del héroe, del dios o del santo y
luego tuvo su mayor exponente con la figuración de “la danza de la muerte”
acompañando los tiempos de las grandes epidemias. Desde entonces no ha dejado
de ser un tema o género artístico. Héroes y grandes personalidades de la
antigüedad, reales o imaginados, fueron trasferidos a alguna manifestación
artística, fundamentalmente a las artes plásticas. Muchos se representaron en
el momento de su muerte natural o trágica. Es el caso de José Martí, el héroe
nacional de Cuba, quien tuvo una especial relación con la vida y con la muerte,
esperada por él siempre como consecuencia lógica de los constantes riesgos a
los que se exponía.» La muerte es una
interrogante que la poeta desde su escritura se propone resolver. Desde «De Anima» de Aristóteles, la poeta con su capacidad intelectiva procura
conocer la naturaleza de la muerte y entreteje con infinito entusiasmo, esa
asunción como totalidad final de la vida.
Pese
a ser un tema de suyo escabroso, Odalys Interián, voz anhelante, muestra y
configura esa totalidad caótica y simbólica. Su lenguaje con diversos matices
conlleva pulsiones órficas en cuanta pérdida que se sucede en el sujeto. Por
supuesto la muerte no es espejismo, le gana a la realidad mientras avanza a
condición de conformar otro conocimiento o realidad. En este punto es
importante la mención a Vallejo. «Vallejo experimentó el dolor, el desgarramiento
por los afectos perdidos frente a la muerte, la fe y la esperanza de un mundo
más humano.» El camino de la poeta por
esta vía alcanza la fusión del «yo poético» con el mundo real hondamente
acumulado en sus vísceras. Al desdoblar sus pensamientos estos se convierten
como un espejo retorcido por los espasmos.
Este dolor Vallejo no es uno
ni es un dolor
de jueves
es un dolor de
espanto
abierto en su
víscera
un doler en
todos los latidos
y las
corrientes
un dolor
hermano
en su
intemperie
en su grito
mayor
en su fábulas
de mañanas muertas
y persiste en
su ronda
en su cíclope
lluvia
y lame las
palabras
en su costra y
poder
este dolor
hermano
retorcido en su
espasmo
de quebrantos
veloces
quedándose en
mí
como un amante
poblándome
con su mal
deseo
circulando en
su plaga
y tormenta
en su
torbellino de rotos silencios
Ese juego y escisión del yo,
explica en alguna medida explica y alude al desdoblamiento interrumpido solo por
esa condición de vacío, inmaterial después de la muerte física. Ese quebranto de
realidad atroz únicamente comparable con la imagen romántica y amatoria de un
amante. La percepción de la realidad es vista como un inventario de entidades
descuajadas. En su percepción de la realidad está presente una atmósfera
deformada, surreal si se quiere donde transitan cadáveres vivientes: uno
adquiere la conciencia de la propia existencia al entender la muerte que nos
rodea como algo real. El resultado es un poema de simultaneidades derramadas en
la mente, en los ojos, en el cuerpo ahogándose como compañera del sueño. Ante
esta concepción de la muerte de Odalys Interián, existencia y conocimiento la
acompañan otros poetas que seguramente la ven, la intuyen como presentimiento.
«Aquí cualquier silencio habla de la muerte/ mira cómo se hunde la visión de la
vida», nos dirá la poeta. «Cuánto candor de muertos/ en su tierra dolorosa»,
nos enfatiza.
No podían negarlo
estúpido era creer
tratar de convencerme.
No podían decir en el último minuto
esto es una verdad.
No podían saber
qué músculo infértil de la luz
soportaría
la vieja estrategia del destino.
Nada podía borrar esa aberración.
La muerte y su silencio.
La muerte y tú:
una fotografía.
Como en Los heraldos negros, la muerte es el «Idilio
muerto». Pero a diferencia de Vallejo, en la poesía de Odalys Interián, no «…llorará
en las tejas un pájaro salvaje», porque ni la vida ni los pájaros se agotan,
aun cuando en ocasiones el ensimismamiento parece absoluto. En la poeta hay una
búsqueda constante e incesante. «La poesía moderna —apunta Depetris, Carolina
—se define no tanto por su concreción sino por la búsqueda que inspira.» No es
una realidad fantástica a la que la poeta se enfrenta, sino a una imagen real
que nos borra del mapa; y ello, es posible solo a través del lenguaje. Desde
luego éste (el lenguaje) sólo tiene
lugar en la representación y a través de signos precisos y determinables, y
«representar», recordemos, tiene filiación semántica con «encarnar», «figurar»,
«fingir», «hacer de», «ir de», «personificar», «simbolizar». La poeta
explícitamente encarna en su escritura la dislocación que ella (la muerte)
supone. En suma, desde su metafísica intuye que la muerte no es apariencia, en
tanto está en el espejo como un torrente que baja con su barbarie íntima:
El tiempo es otra irrealidad
un pájaro
un temblor que sabe de la muerte.
Pero tú duermes el sueño sin lápida
ni epitafio
que sigue prolongándose
al fondo de un cielo inaplazable.
En otro de sus textos nos dice, nos da cuenta de esa realidad
interior. la soledad asociada, acaso, la muerte, elementos de la realidad que
referencian la conexión emocional con el mundo en que vivimos. Los sentidos
alcanzan su agudeza para explicarnos, decirnos sus posibilidades mágicas.
He recibido el disparo de gracia
que dan las soledades.
Como libélula estancada en el humo
como una tormenta de mariposas
blancas
que agoniza en el lodo
vi mi mortalidad
la ciudad que llenaba el abismo
y vi la oscuridad que incubaba
como una mala semilla
desplomarse.
«Las cosas que
mueren jamás resucitan,» en palabras de Alfonsina Storni, los días que fueron
tampoco retornarán. ¿Por qué entonces nos asedia como un mal y sin embargo
acudimos a ella con fruición y embeleso? Sobre el tema existen diversas
contradicciones; está claro que depende en gran medida a la sensibilidad del
poeta, conmueven porque son testimonio de vida, testimonio, seguramente de un
conflicto interior arraigado en nuestras sociedades, ineludible, inquietante,
angustioso aunque haya quien, como el poeta Xavier Abril que expresó: «Solo la
muerte morirá» No estoy seguro de tal afirmación, pero es poesía. Tampoco estoy
seguro que la misma se circunscriba únicamente a lo negativo. La poesía en todo
caso es una tramitación de misterios. Nuestra poeta, Odalys Interián, se asoma
con su poesía con pálpitos alucinantes, un pozo que se sucede en el decurso del
tiempo sin principio ni fin. Diríamos entonces que es una especie de angustia
creadora. La poeta con sus propias ansiedades metafísicas asume con estoicismos ese anhelo primigenio, el de
las tempestades que vive el vigía. En ese ventarrón de fuga, el tema de la
muerte es en mi opinión un acercamiento sensorial de eternidad y desasosiego.
En este sentido de eternidad dialéctica, tenía razón Vallejo cuando escribe:
«Para sólo morir, tenemos que morir a cada instante.» Y sucede también como en
Elías Nandino: «…que despertamos con una muerte a cuestas, maternal, indolora,
acariciante,»… Ahora bien la poeta Odalys interián, la asocia a menudo con la
soledad como certeza última, al respecto nos dice en este fragmento: «que es un
dolor espigado sobre los vértigos.»
Adónde vamos compañero
La soledad es la única certeza
y nos desampara.
La soledad será esta ceguera que exhibimos
la ingravidez
los desmayos amontonados
los candores de la vieja vigilia
regando el lado absurdo de la
muerte.
En al poeta Odalys Interián el silencio es una
constante, su entorno de distancias, rupturas y de acercamientos, digamos el
extramiento de la poeta con el mundo; y así da cuenta de lo inefable, de sus
exploraciones del yo con la realidad vivida o deseada. Solo así es posible el
esclarecimiento, la paridad sujeto-objeto de la poesía y su desdoblamiento.
Este juego de soledad y muerte que la poeta advierte como una jaula, anquilosa,
aunque a la postre fluya como «el gua renovándose«, tal sus palabras. Tal
«ilusión» nos permite y acerca al yo contemplador, el que mira, infiere,
intuye, se fusiona o deslinda.
Y
el silencio siempre
y
la luz como un cuchillo y la palabra.
Páramo
y más páramo la oscuridad.
Siempre
la noche
y
la muerte siempre
un
pupilaje sereno
sobre
la luz insomne de los peces.
Es importante señalar que en la
tradición poética y, la moderna no escapa a ello, la presencia de la muerte
como finitud y parte de la negación de la vida, está presente y lo seguirá
estando, es parte de la metáfora perpetua, esta metamorfosis plural de la
realidad del mundo y del lenguaje. La poesía y la literatura en general harán
presente este encuentro del ser con esa otra realidad. Y, así como en
Baudelaire, a través de «imágenes abisales» y «el paso del tiempo», tendremos
siempre poesía que nos hable «La muerte de los amantes, La muerte de los
pobres, La muerte de los artistas, El fin de la jornada, El sueño de un curioso
y El viaje. La muerte se muestra como la última salvación frente al
sufrimiento, como un paso a un mundo mejor.» La poeta desde su autoexploración
nos conduce a diferentes reflexiones, a la nada existencial y a la realidad
vital que nos impulsa, nos empuja a la configuración de un universo poético
privativo a fin de cuentas en cada poeta.
André Cruchaga,
Barataria, El
Salvador, 16.10.2022
BIBLIOGRAFÍA
DE REFERENCIA:
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Díaz, Andrea: Nietzsche
y el pensamiento de la muerte. Puede verse el artículo en: http://www.actio.fhuce.edu.uy/images/Textos/9/Diaz9.pdf
2.
López Sevillano, José
María. (Artículo). El tema de la muerte
en la poesía de Fernando Rielo. Se puede ver en el siguiente enlace: https://www.arsmedica.cl/index.php/MED/article/view/356/286
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Málishev, Mijaíl. El
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Rühle, Volker La
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5.
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Medina Alcántara,
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9.
Villarreal Acosta, Alba
Roxana. La representación de la muerte en la literatura
10. mexicana. Formas de su imaginario. Tesis doctoral. Madrid 2012.
11. Connor, P. Stevenson. La presentación de la muerte física y
psicológica en obras poéticas de Federico García Lorca. Mayo 2019.
12. Murciano Maínez, Jorge. TIPOLOGÍAS DEL AMOR, DEL TIEMPO Y DE LA
MUERTE EN LA POESÍA DE CARLOS MURCIANO (1970 -1983). Tesis. Universidad
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13. MENDOZA RIPAZ, Rosa Luz. Visión de la muerte en la prosa de César Vallejo.
Tesis. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Universidad del Perú. Perú,
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14. Peña Pentón, Damodar. «La
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15. Medina, Raquel. El surrealismo en la poesía española de posguerra
(1939-1950). Visor Libros, Madrid, 1997.
16. De Unamuno, Miguel. Del sentimiento trágico de la vida. La agonía
del cristianismo. Editorial Porrúa, México, 1999.
17. Depetris, Carolina. Aporética
de la muerte:
estudio crítico sobre
Alejandra Pizarnik. Fondo
editorial de Acceso Libre. UAM Ediciones, Universidad Autónoma de Madrid, 2004.
18. Cruchaga, André. Visión de la muerte. 1ª. Edición Suplemento
Cultural Tres Mil de Diario Latino, El Salvador, 1994.
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