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domingo, 29 de septiembre de 2019

LOS ELEMENTOS DEL CUERPO EN LA POESÍA DE EUNICE ODIO

Miguel Fajardo, Costa Rica





LOS ELEMENTOS DEL CUERPO
EN LA POESÍA DE EUNICE ODIO





Lic. Miguel Fajardo Korea

Premio Nacional de Educación Mauro Fernández de Costa Rica
minalusa-dra56@hotmail.com




Descriptores: -Literatura costarricense -Poesía costarricense -El cuerpo -Eunice Odio.

      Me propongo abordar un tema esencial en las manifestaciones artísticas, como es la escritura del cuerpo en la poesía  costarricense.  Desde esa perspectiva,  Eunice Odio (1919-1974), en su poemario Los elementos terrestres1 (Guatemala, 1948), es la pionera del abordaje corporal dentro de la poesía vanguardista costarricense, donde se puede correlacionar las diversas partes de la anatomía2 con un amplio registro simbólico y cultural.
            Eunice Odio inicia esa tematización, cuando dicha práctica transgredía el comportamiento de la tradición patriarcal.  Su poesía vanguardista reconoce el cuerpo y explora la sexualidad, tanto femenina como masculina e, igualmente, sus relaciones con el goce o el deseo. En el desarrollo de los poemas, utiliza  la intervención de la mirada, la cual provoca un desplazamiento de los amantes hacia partes erógenas. De esta manera, establece un vínculo que se materializa en la provocación de uno y en la respuesta del otro.
            En  Los  elementos terrestres, la percepción del cuerpo es múltiple, porque es un espacio para la significación expresiva del reconocimiento individual.  El cuerpo se nombra y muestra, es decir,  se compone y se reconstituye.  Genera sentidos, en la medida en que las partes de la anatomía representan un espacio, visible y tangible, a partir del cual se toma conciencia de él.  El cuerpo se redescubre y completa en el lenguaje del otro.
            El diálogo de lo femenino y de lo masculino, se extiende a los planos de la corporalidad: ella busca al amado por las inmediaciones de su propio cuerpo, y reposa en el del amado.  De ese modo, la imagen  es un tejido que se muestra y concreta en la mirada del otro, en la poética del cuerpo.
La perspectiva  de lo corporal opera, entonces, como un código dialógico que posibilita el goce: “Tú me conduces a mi cuerpo, / y llego, / extiendo el vientre / y su humedad vastísima, / donde crecen benignos pesebres y azucenas / y un animal pequeño, / doliente y transitivo” (LET3, 125).
            La mención de elementos animales, vegetales y líquidos, comprueba que el lenguaje erótico cotidiano está lleno de ejemplos de cuanto sucede en la naturaleza.  Los murmullos, los rugidos, los arrullos, el correr del agua, el vaivén de las olas, los gemidos de toda suerte de animales son imitados en el juego erótico: “Mi sexo como el mundo / diluvia y tiene pájaros, / Y  me estallan al pecho palomas y desnudos. / Y  ya dentro de ti / yo no puedo encontrarme,  / cayendo en el camino de mi cuerpo(LET, 124).
Se establece una relación entre la naturaleza y el cuerpo. Es decir, la naturaleza  se comporta  como intimidad o deleite.  La conjunción de la vegetalidad remite a la estética del jardín (jazmín, lirio, rosa) y connota la delicadeza sensual y erótica: “Entraremos de pronto en el verano como árboles / vegetalmente abiertos de oídos y de polvo (…) Y a la altura del pecho y la labranza / semilla de silencio y luz desierta” (LET, 136-137).
            La hablante ve al hombre como su complemento, porque “él camina en parte / con mi alma”.  El amado apela al sueño, que atrae en ausencia el modo de llegar hasta ella para conducirla al encuentro  de la unión sexual de la pareja. De esta forma, en el texto  se busca al amado, lo cual podría considerarse como la incompletitud del yo sin el otro.  Por más satisfactoria que se presente la relación entre los amantes, siempre se plantea un vacío que impulsa el deseo de buscar en el otro lo que complementa.
 La amada busca al amado,  su amante, camarada, huésped, hermano, es decir, un ser que pareciera serlo todo. Según Octavio Paz4: “el erotismo es una experiencia total que jamás se realiza del todo, porque su esencia consiste en ser siempre un más allá. Este se refiere al cuerpo ajeno como un obstáculo o un puente que en uno y en otro hay que traspasar”.
            En el poema cuarto, el hombre ve a la mujer asomada a su pecho; ese sustantivo se repite y es plurisignificativo.  El amado la contempla en un proceso de evolución física y se marca con los oxímoros “pecho diurno” y “voz descalza”, los cuales evocan elementos corporales en cualificaciones inacostumbradas. La escritura erótica de este poemario celebra el descubrimiento del cuerpo, como un espacio de deseo que no tiene como fin la reproducción, con lo cual el texto plantea un orden subversivo, toda vez que rompe con lo convencional.  En estos poemas se explora el goce, sobre la base del reino de los cinco sentidos, lo cual posibilita la utilización de diversos recursos expresivos.  La sensualidad corporal implica, por lo tanto, una vía para afirmar la sexualidad.
            El sistema de significados poéticos recurre, tanto a la metáfora como a la metonimia, cuyas relaciones por similitud y contigüidad son recursos básicos para ordenar el discurso. Como elementos constructivos de la función poética, apelan al sentido del mensaje para intensificar el acento expresivo. El paralelismo, la anáfora alternada o la repetición son procedimientos retóricos, donde se advierte la función de la semiosis poética.
 Otras figuras como el símil, el encabalgamiento, el oxímoron, la interrogación retórica o la antítesis, ayudan en la intencionalidad expresiva de conformar la estructuración semántica del texto, y contribuyen  a la construcción discursiva de la dialogicidad; asimismo, resultan decisivos los acentos de lo corporal y el registro de elementos sexuales y eróticos, ya que, en todos ellos, se desprende el nudo de significación amorosa del texto.
            Es evidente la presencia de asociaciones del cuerpo léxico con el sexo oral: “pozo”, “boca”, “resbala”, “paloma” y la referencia a la salinidad.  Los muslos se llenan de erotismo. La metáfora los “manojos de agua” puede relacionarse con el orgasmo, lo cual se amplía con el sustantivo “espuma” y la cavidad física del pozo~vagina  vista como “rebaño secreto”, con lo cual se puede hablar de la presencia de metáforas que remiten a lo erótico y a lo sexual.
La poética corporal de lo líquido se asocia con la eroticidad del cuerpo, donde todos los flujos indican movimientos naturales que se equiparan con los derivados del goce sexual. Por lo tanto, el agua funciona como fuente de vida, con gran poder sensual y elemento de unión amorosa, cuando aparece en el contexto de la expresión sexual: “Parpadea tu voz, / sencilla como el mar cuando está solo” (LET, 124); “Yo haré que de tus muslos / bajen manojos de agua; / y entrecortada espuma, / y rebaños secretos” (LET, 127).
            El sistema de significados poéticos alude a la relación sexual con el otro, en una experiencia física y corporal. La amada se propone un recorrido por la geografía del cuerpo amado; así como él explora el cuerpo de ella. El cuerpo opera, entonces, como un vector que se anhela poseer, con firme expresividad amorosa y como acción de completitud.  Debe destacarse, que en el acento poético odiano, la mujer es sujeto del deseo y no objeto, es decir, su participación es activa y creadora.  La poesía del cuerpo construye un espacio de expresión  social, que censura las restricciones y los silencios históricos.
            En Los elementos terrestres, el cuerpo debe leerse de manera que construya diversas posibilidades de relación, tanto consigo mismo como con los demás, sin que las diferencias sexuales alcancen papeles jerárquicos.  Las partes del  cuerpo se relacionan con un amplio registro simbólico y cultural.  La voz femenina, al escribir sobre su cuerpo: escribe su cuerpo, su deseo, su goce, su deleite.  Ella es capaz de nombrar, y también se nombra.  Mediante el lenguaje construye su propia subjetividad  activa, por ello, ambos amantes participan  con placer del acto amoroso, porque es el  goce de la experiencia, de la inclusividad.

“Queréis que vaya y me ofrezca en sus manos5
como semilla de éxtasis,
que le lleve mi cuerpo
reclinado de palomas,
y que llene su boca
de sol y mediodía” (LET, 142).

Aquí, la oración compuesta incorpora verbos, cuya disposición significativa es interesante: “queréis”: desear o apetecer, tener voluntad  o determinación de realizar algún hecho; “vaya”: indica el movimiento del lugar real al posible y “ofrezca”: comprometerse alguien a dar o hacer una acción particular.  En el segundo apartado se reduce a uno, “lleve”: conducir algo (mi cuerpo) desde un lugar alejado de donde se habla, o se sitúa mentalmente la persona, y concluye con “llene”: ocupar un espacio vacío con  la idea de satisfacer el apetito sexual (su boca).  Obsérvese el hecho que la amada solicita ir y ofrecerse “en sus manos / como semilla de éxtasis”.
            El cuerpo es un tejido que se teje con la huella del deseo, por ello, muestra una gama de sentimientos expresados por medio del lenguaje.  El cuerpo posee una dimensión  unificadora.  Es un lugar donde se construye el goce, la sexualidad. Utiliza un discurso que se apoya en la intervención de la mirada, la cual provoca un desplazamiento de los amantes hacia las partes erógenas;  de esta manera, establece un vínculo que se materializa en la provocación de uno y en la respuesta del otro,  pues el contacto físico es la experiencia que inicia el conocimiento vivencial de lo erótico.
            En Los elementos terrestres, de Eunice Odio, hay referencia a 39 partes del cuerpo que, en  conjunto, comprenden 133 menciones.  Los semas de mayor recurrencia, con 17 y 18 alusiones son el “cuerpo” y el “pecho”, que opera como una zona erógena, un símbolo activo de la sensualidad, mediante el cual se percibe los fuertes latidos del corazón,  propiciados por el clima sexual de la pareja.  Desde el primer poema, la voz de la amada llama al amado, para que compartan el deleite de sus cuerpos:

“Ven
Amado.

Te probaré con alegría
tú soñarás conmigo esta noche” (LET, 119).

            El objeto  del amor es visto como lo que se come, se saborea, se degusta. Un recurso sugestivo que proyecta el tipo de caricias que recibirá el amado.  Lo que al inicio aparece como un llamado, “Ven”, se convierte en experiencia, “te probaré”, una certitud de contacto.
            Los cuerpos de ambos se convierten en espacios tangibles, llenos de zonas erógenas.  El pecho, la boca o la cintura sugieren que no queda ningún sitio sin explorar. Al leer el texto como un recorrido corporal, el erotismo se encuentra sugerido en el lenguaje simbólico utilizado, y se enriquece con todo tipo de alusiones a prácticas culturales sobre el amor y el sexo.  Según Barthes6: “exploro el cuerpo del otro como si quisiera ver lo que tiene dentro, como si la causa mecánica de mi deseo estuviera en el cuerpo adverso”.
            En el texto, el sexo no se presenta como una culpa, mancha o pecado; por el contrario, hay una tendencia a reinvindicar el cuerpo y la sexualidad de ambos géneros como una demanda de amor, con alusiones al sexo y a sus zonas erógenas, en aras del goce y el disfrute.  La fuerza de lo sexual radica en las referencias a los momentos que compartió con él: el cuerpo que tuvo tangible, pero que ahora está ausente.
Para Roland Barthes7: “La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede superponerse sino a partir de quien se queda –y no de quien parte-: yo, siempre presente, no se constituye más que ante tú, siempre ausente”.  La amada pregunta a otros por su amado y utiliza semas corporales que evocan la figura masculina, tanto es así, que valora el cuerpo del otro en el momento en que erogeniza la realidad corporal del muslo del amado como una “daga sumergida en la noche”. Hay una descripción fálica (daga), símbolo de potencia generadora, pero “ya no tiembla en el aire”, porque está “sumergida en la noche”.
            Hay numerosas referencias a las diversas regiones del cuerpo, que funcionan como símbolos de la sensualidad, por ejemplo, las zonas orificiales y erógenas: oral –boca, pecho, así como los órganos sexuales referidos a la vagina y al falo. La profusión de imágenes sensoriales se convierten en un código de la expresión sexual, que marca el orden de lo femenino y de lo masculino, con énfasis en la carnalidad, pero aquí va mucho más allá de la procreación y de su condicionamiento social; así, el texto reivindica el cuerpo y el descubrimiento gozoso de la sexualidad.  En ambas perspectivas, las demandas eróticas apelan al  placer del cuerpo, al goce de la experiencia sexual.
            En este poemario, el alma está en un sitio donde puede ser comida: en el cuerpo.  El sitio de la convocatoria es el lugar de la corporalidad humana “Antes que yo se te abrirá mi cuerpo”.  El poder del cuerpo y la palabra  confirman la identidad y el desafío en el ser físico de los cuerpos amantes: ella en él; él en ella.  El sustantivo “alma” es puesto en relación con las siguientes partes: cuerpo, brazos, cuello, aliento, corazón, uñas, oídos, mano y piel.
            En este poemario, se puede establecer algunos mecanismos discursivos que sugieren la unidad poética entre los planos humano y espiritual8.  Simbólicamente, la tierra se opone al cielo, y es asociada con la mujer, por su carácter productivo.  Por ello, desde el título se habla de los elementos de la tierra; la corporalidad es su distintivo, su materialización.  Al mismo tiempo que se tiende a buscar lo espiritual, en el texto se “eleva” o destaca lo corporal, situación que propicia considerar que lo espiritual está inmerso en lo terrenal, y se expresa en esas descargas eróticas y sexuales de los amantes.
El recurso estilístico es la relación de contigüidad entre los términos abstractos, junto con las alusiones a las partes de la anatomía: “Ven / comeremos en el sitio de mi alma” (LE, 119); “Y por mi cuello en que reposa tu alma” (LE, 125); “y es como piel el alma –no se siente” (LET, 137). En suma, con dicha estrategia, el yo lírico logra el juego de multilecturas que propone posibles interpretaciones, donde la preeminencia del cuerpo implica un redescubrimiento de la condición humana, sin menoscabo del orden espiritual.
Lo humano se asocia con lo material, con la corporalidad exterior y, dentro de ella, se manifiesta el desplazamiento de los elementos espirituales, porque cada vez que se mencionan estos, aparecen dispuestos por contigüidad funcional, en relación con el cuerpo.  Este mecanismo permite una lectura unificadora de las relaciones eróticas y sexuales. El enlace de los planos humanos y espirituales, se inscribe como un procedimiento expresivo innovador en la poesía costarricense de la primera mitad del siglo XX.
El discurso del cuerpo no es visto con impudor, sino con la naturalidad de los elementos terrestres.  La tradición cultural asocia lo femenino con la tierra como elemento pasivo, pero en el poemario de Eunice Odio se da una ruptura: la conciencia del cuerpo como poder artístico; la capacidad de construcción lingüística como sujeto del deseo, el establecimiento de una relación igualitaria en el plano de la sexualidad, así como su perspectiva de mostrarse y nombrarse a sí misma; mirar al otro y nombrarlo. El código dialógico del sistema de significados expresivos, en los órdenes de lo femenino y de lo masculino, vehiculiza el texto hacia una ruptura: la prevalencia de la voz femenina en el orden del discurso, que se comporta como una ruptura ideológica en el contexto de producción de la poesía costarricense de ese momento, cuando la voz femenina permanecía excluida o marginada.

Consideraciones finales

La preocupación por la poesía del cuerpo es el más decisivo aporte del libro Los elementos terrestres, de Eunice Odio (1919-1974),  quien murió en México hace 45 años-, pues dicho nudo de significación se presenta en las facetas de lo sensual, el erotismo y lo físico-carnal, como elementos integrales de la sexualidad. Las diversas partes de lo corporal establecen un código poético que se plasma en la evocación erótica del deseo o el placer y, desde la perspectiva de lo sensual, que activa las zonas erógenas.  El erotismo de los textos odianos se ve reforzado, cuando entran en juego las referencias a especies animales, vegetales o líquidas, que funden dichos elementos con el eros, por lo cual, la  perspectiva lírica se ve enriquecida en el tratamiento de sus diversos nudos temáticos.
  La expresión física de lo corporal, en la voz poética de la costarricense Eunice Odio, constituye una perspectiva de rompimiento de tabúes patriarcales.  Su apuesta por lo corporal es un redescubrimiento temático, al centrar su perspectiva poética, tanto en el cuerpo femenino como en el masculino.  Esas partes llegan a resignificarse cuando interactúan en el plano de lo simbólico cultural, más allá de lo que sería  una    simple experiencia personal.  El abordaje sexual es dialógico y alcanza grandes posibilidades en la expresión del cuerpo, elemento a partir del cual se genera la semiosis profundamente sensual y sexual del poemario, que se presenta con gran naturalidad y con un lenguaje novedoso y transgresor, lleno de lirismo, en el mapa de la poesía vanguardista centroamericana.
El texto, en su conjunto, muestra imágenes sensoriales de gran calidad, que reivindican el descubrimiento integral del cuerpo como fuente de goce de la experiencia de la sexualidad y, a partir de aquí, de comunicación espiritual entre lo femenino y lo masculino.  Las alusiones a la esterilidad no son un obstáculo para que la amada disfrute el placer o el goce con intensidad; dicha condición la expresa con dolor, sin embargo, no disminuye su capacidad de amar.
La asimilación de lo espiritual inmerso dentro de lo humano es una expresión del discurso odiano.  La equiparación cuerpo ˜ alma homologa dichos planos como propuesta de unidad poética.  De ella, se desprende la incompletitud, que lleva a los amantes a buscar su unidad física en el otro.  La prevalencia del cuerpo implica un redescubrirse, sin inhibiciones, un mecanismo poético innovador en la lírica costarricense en la segunda mitad del siglo XX.
En Los elementos terrestres, de Eunice Odio, la expresión dialógica de lo femenino y de lo masculino se manifiesta, poéticamente, como el resultado de la experiencia erótica y sexual y esta como unidad entre los planos humano y espiritual.
Eunice sigue vigilante. Su poesía esplende por América Latina y más allá. Es un nombre extremadamente notable para leerla y divulgarla con más fuerza, a partir del centenario de su natalicio9.  Es nuestro compromiso ético y estético. Ya basta de negaciones y de pronunciar su nombre en voz baja. Su nombre se sigue defendiendo solo.

Esta ponencia será leída en la Universidad de Costa Rica y la Universidad Americana, el 15 y 19 de octubre del 2019, durante el homenaje nacional a la escritora Eunice Odio (1919-2019), con motivo del centenario de su natalicio.


Referencias

1 Los elementos terrestres, de Eunice Odio, Premio Centroamericano “15 de setiembre”, Guatemala, 1947, publicado en 1948. Dicho libro no se publicó en Costa Rica, sino  hasta en 1984, es decir, 36 años después.
2 En Los elementos terrestres, de Eunice Odio,  se cita 133 menciones anatómicas, con base en las 39 partes corporales, que interactúan entre sí como un cuerpo hablante.
3 Cada vez que se haga referencia a Los elementos Terrestres. (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica / Editorial de la Universidad Nacional, 1996), se utilizará la sigla LET y la página respectiva.
4 Paz, Octavio. Los signos en rotación y otros ensayos. Madrid: Alianza Editorial, 1971: 87.
5 De acuerdo con Chevalier, “la mano es como una síntesis, exclusivamente, de lo masculino y lo femenino; es pasiva en lo que contiene, activa en lo que tiene” (Chevalier, 1986: 685).
6 Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. México: Siglo XXI, 1999: 80.
7 Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. México: Siglo XXI, 1999: 45.
8 Fajardo, Miguel; Bianco, Aracelly. El acento corporal en Los elementos terrestres de Eunice Odio. San José: Lara & Segura editores,  2018: 168.
9 Fajardo, Miguel. Un recorrido en el centenario de Eunice Odio. San José: Diario Extra, miércoles 3 de abril del 2019, p.2.


Bibliografía

Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. México: Siglo XXI, 1999.
Chevalier, Jean. Diccionario de símbolos. Barcelona: Herder, 1986.
Fajardo, Miguel y Bianco, Aracelly. El acento corporal en Los elementos terrestres de Eunice Odio. San José: Lara & Segura Editores, 2018: 168.
Fajardo, Miguel. La poesía del cuerpo. En: Anexión. Guanacaste, junio-2005:16
Odio, Eunice.  Los elementos Terrestres. San José: Editorial Costa Rica, 1984 y 2013.
Odio, Eunice. Los elementos terrestres. Madrid: Torremozas, 1989  y 2018.
Paz, Octavio. Los signos en rotación y otros ensayos. Madrid: Alianza Editorial, 1971.

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