Juan Ignacio González, España
DOS
POEMAS
Juan Ignacio González
LAS NEUTRALES
“Daremos la vida
y el capitán nos robará la gloria”
José Carlos Díaz
Nuestra esperanza
tiene el tamaño exacto de la historia.
Siglo a siglo a la
altura del pecho acumulamos la canción
y es la misma,
la que repiten
siempre las bocas.
Así, aprendimos el
día y la noche
y pusimos nombre
hermoso a la aldea,
y en ella construimos
la casa con la piedra roída del desierto.
Fue cierto tantas
veces que las manos escarbaron la tierra,
que bajo cada brizna
de hierba que crecía
se ocultaban los
brazos y la risa de alguno de los nuestros:
un hombre adusto que
caminaba en paz con su memoria,
una muchacha
con la cintura
llena de pájaros
para saludar a la
aurora,
y esos niños
terribles
cuyas manos crecían,
obstinadas, en la raíz del llanto.
Aquí no queda nadie
que agradezca el hechizo de la muerte
y no hay
remordimientos.
Y si de vez en cuando
os parece que canta
una mujer calle abajo,
si una paloma huye de
las manos del sueño
y en ella nidifica,
no olvidéis que ha
cosido su vientre a la esperanza,
que hubo un tiempo
para la alegría y un tiempo para el duelo
y que los dos han
muerto.
Y si parece que
escupe en el camino, al paso del cortejo,
es dolor cuanto sale
de su boca
y
es digno.
EN ESTAS
CIRCUNSTANCIAS
(A los poetas que
vendrán)
“Hay que ser
implacables”
J.E. Pacheco
En estas circunstancias,
urge escribir un verso voraz y militante.
Un verso que socave los cimientos del odio,
que nada deje indemne,
que te arrase por dentro.
Un verso que descubra el origen del miedo.
O mejor un poema, un poema intangible,
una lluvia infinita de palabras perfectas
ordenadas al ritmo del latido del tiempo,
que describa los ríos, los paisajes,
la cicatriz cosida al corazón del otro,
los rostros que te amaron en silencio
en la perpetua noche del exilio, en invierno.
Dejar escrito un mundo lejos de las tinieblas
para los semejantes que habrán de sucedernos.
En estas circunstancias propongo un cataclismo.
Hacer el inventario de azares y desdichas
y arrojarlo a la hoguera.
Reclinar la cabeza al paso del cortejo
para rendir tributo
a los ajusticiados en la noche.
Procede tener hijos para el crimen
de la desobediencia.
Urge tener un árbol con una sombra dentro
y encontrar en los surcos la raíz
de las cosas pequeñas.
Y en el bajorrelieve de la dicha
preservar, escondidas, las promesas
y que paguen los héroes por su eterna victoria
frente a los agraviados de la ausencia.
En estas circunstancias vivir no es suficiente.
Parece necesario guardar la rebeldía
a prueba de estandartes,
someter el placer a la piedad del beso,
llevar ante los jueces al escriba del frío,
que levantó las actas del oprobio.
Marcar a fuego el día y guardar muy adentro
los lugares que habitas en secreto.
Que nadie te despierte
si no llama a la puerta con las manos vacías.
Abrir de par en par las cancelas del agua
y dejar que te anegue,
en la última oleada que llegue hasta tu puerto,
un mar que desemboque en una fuente
y nazca en la planicie de tu vientre.
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