Yván Silén
KAFKA
Y LA LITERATURA MENOR
La adquisición de
una forma
o de un reino, está situado dentro del
absoluto de la libertad.
José Lezama Lima
Un escritor no es
un hombre escritor, sino un
hombre político.
G. Deleuze y F. Guattari
Asumir las preguntas en relación a Kafka
sería asumir el sentido de nuestra propia experiencia literaria y de nuestro
sentido lingüístico con la realidad y contra ella. Preguntémonos entonces:
¿cuál es nuestra relación con Kafka? Nuestra relación con Kafka es la de lo
extraño. Es la relación de Samsa con su ser “escarabajo” (o con su ser
“cucaracha”). Es el rompimiento de Dios con el elegido.[1] Samsa es el hombre
roto por Dios. Despierta y sueña que es Jepera (Jehová).[2] Despierta y
sueña que es escarabajo:
Deidad
creadora de los dioses, del cielo de la
Tierra y
de cuantos seres y cosas contienen.
Se creó a sí mismo. Le simbolizaba el escarabajo.
Era la forma de Ra por la mañana.[3]
Desde esta dimensión la manzana podría
matarlo. El destino está hecho. Kafka se arrastra samsamente; Samsa se
arrastran extrañamente en lo inevitable de su personaje. ¿Qué cosas, pues, nos
asemeja y nos separa de él? ¡El absurdo! El absurde es nuestro contemporáneo.
¿Cómo podríamos nosotros asumir la definición de Kafka, en relación a al
concepto de "literatura menor", sin traicionarlo y sin traicionarnos?
En el caso particular del que escribe (o del que desescribe budistamente) creo
que este imposible de escribirse nos permitirá vernos en el otro que es y en el
otro que somos. Porque hay una conciencia diferente de la excepcionalidad y
porque, en el caso nuestro, no somos una "minoría" dentro de una
"lengua mayor" (como los chicanos, o como los "newyoricans"),
sino una minoría dentro del español que somos. En vez de tomar el camino de
Kafka, hemos asumido el nuestro sin perderlo de vista, sin olvidarnos y sin
renunciar a la tragedia que somos: el ente politico de la escisión.
Por otro lado, el lector no debe olvidar que
aquella actitud edipal de Kafka frente a su padre, aquel complejo de
"inferioridad" que se palpa en sus cuentos, y que Deleuze y Guattari
niegan, va a tener unas consecuencias sociales y culturales (el padecimiento
del complejo de inferioridad de los judíos frente a la cultura alemana,
parecida a la que padecen los "hispanos" que escriben en inglés ante
la cultura norteamericana); o ante la actitud puertorriqueño de los que
no-escriben políticamente nada. O de los puertorriqueños que escriben la nada.
La “inferioridad” va a tener consecuencias
políticas y culturales diferentes en relación a ese concepto de la
"literatura menor" que Kafka maneja. Esta actitud kafkeana, nos
parece a nosotros, no sólo deviene hacia lo poético (La metamorfosis), sino que
también devendrá hacia el concepto de "literatura menor" como ese
concepto que denominaremos el "josekismo" (José K.). Este concepto
será, entonces, la otra cara de la misma moneda del escarabajo (¿de la
cucaracha inconsciente de un discurso extraordinario?) en La
metamorfosis. La "literatura menor" será la-forma-crítica-"lógica",
la otra lógica, si se quiere, de nombrar la presencia poética del escarabajo.
Será la forma terrible de nombrar a Jehová-sama.[4] Serán,
entonces, los dos aspectos de una problemática resuelta por Franz Kafka, pero
inasumible para nosotros los que hemos tomado la decisión de escribir en
español; los que hemos tomado la decisión de hacer del español (puertorriqueño)
una extrañeza contra el "castellano" y contra la lengua inglesa del
invasor. Los gringos no podrán leernos, porque se extraviarán, perderán el
sentido del español “aprendido”. La minoría dentro del español, la minoría como
grupo poético, parecería ser la misma experiencia de Kafka, pero de forma
radicalmente distinta. Por lo menos ésta es nuestra propuesta, ésta es nuestra
actitud ante esa terminología literaria que ha perdido, al correr del tiempo,
sus posibilidades políticas.
Lo que queremos decir con esto expresado arriba
es que el movimiento de este "complejo" (del ser poeta)
hacia lo poético no sólo es acertado, sino que es un logro. Pero el movimiento
de dicho devenir poético hacia lo crítico, aunque tuvo resultados de éxito para
Kafka, para nosotros será desastrozo. Y es precisamente de este
"logro" universalizado fafkeanamente de donde han de beber Deleuze y
Guattari. Sin la posibilidad de analizar este acontecer desde otro punto de
vista, Deleuze y Guattari lo tomarán como valor absoluto. Seducidos por Kafka,
"obstaculizados" por la empatía, tomarán el éxito-literario del
concepto mismo desde lo europeo y lo universalizarán y lo convertirán en
"sistema" filosófico de una hermenéutica estetizante y política en
donde es imposible que nos veamos latinoamericanamente.
El lector debe tener en cuenta que han
acontecido dos movimientos: primero, el momento histórico en que Kafka hace su
enunciamiento de "literatura menor", donde éste es todavía no sólo un
escritor minoritario (un escogido, un Samsa, un escarabajo), sino también un
escritor desconocido; segundo, el momento histórico en que Deleuze y Guattari
retoman dicho enunciado en donde Kafka es ya un escritor reconocido. En este
segundo evento de lo filosófico no sólo se ha abstraído el tiempo político en
donde este enunciado ha acontecido trágicamente, sino que también, y ésto es lo
más importante, el Kafka consagrado que nos seduce, ya no es el Kafka
desconocido que sus propios contemporáneos ignoraban. Si Kafka, por alguna
extraña razón (tomemos el caso de Góngora), no hubiera revolcado, escandalizado
y asombrado a Europa, ni Deleuze ni Guattari se hubieran detenido en él (o por
falta de prestigio, o por falta de accesibilidad histórica). El escándalo
nterrumpe a los lógicos. Esta pateticidad funciona así políticamente
independientemente del talento del poeta. Un genio bloqueado por la propaganda
del poder "todavía" no es un genio (aunque lo sea). He aquí la
brutalidad de las ironías históricas: Heidegger vs. Jaspers.[5]
El lector podrá ver, en este movimiento del
"complejo", un determinismo psicológico o un reduccionismo
racionalista “parecido” al nuestro. Pero ante esta posible conclusión,
inmediatamente surge la siguiente pregunta: ¿de dónde, entonces, le llega a
Kafka este concepto de ser Samsa (o de ser el intervenido por Dios)? ¿Sólamente
de su situación de judío marginado en relación a la cultura alemana; o también
secretamente de esa relación humillante con su padre? El "complejo",
o la-situación-de-ser-Kafka, se dialectizará hacia la intimidad (el diario, La
carta al padre, las cartas a Milena, etc.) y, simultáneamente, ante lo
colectivo. Ambos estados, el social y el familiar, lo individual y lo
colectivo, se reforzarán para que se dé, en el caso extraordinario del poeta,
una contestación política hacia o contra la cultura establecida: la hegemonía
alemana. O como hubieran dicho Deleuze y Guattari, acontecería una fuga en
relación a lo que resultaba asfixiante: la vida judía de Kafka en esa dimensión
opresiva de la cultura alemana como valor absoluto de lo insostenible. Kafka se
halla oprimido por lo absoluto encarnado (=Hegel). Esa atmósfera será la que se
reproducirá en novelas como El proceso y El castillo y no hará otra cosa que
simbolizar esa experiencia de lo insostenible en el plano político, o de la
tuberculosis en el plano individual, como resultado psicosomático de la
opresión social. En otro escritor esta conclusión sería absurda y violenta, en
Kafka (o en Artaud) es verosímil. Antes de hacerse literatura, el
"josekismo" o el "artaudismo" han sido la experiencia
misma del poeta.
Los latinoamericanos, y en particular
los puertorriqueños, no somos una "minoría", sino una nación exilada,
o una nación en exilio que Estados Unidos ha creado equivocadamente y como
problematicidad cultural. El concepto de "literatura menor", negativo
o no, es obstaculizante para nosotros, es un concepto peligroso, porque puede
convertirse fácilmente en un concepto de la cultura dominante que el escritor
ha internalizado (educación-familia-clase) a través de la situación precaria de
su grupo étnico, o que el escritor asume para poder escapar a esa
insuficiencia, o a esa condición de pauperismo cultural que significa la
"minoría" judía frente a la hegemonía alemana. Lo que Kafka realiza
para sí como excepción (lo que Rimbaud realiza para sí como abandono, lo que
Van Gogh realiza como suicidio) en su intento de escapar a su soledad, no puede
ser convertido en ley-cultural-de-los-universales. Porque, como los mismos
Deleuze y Guattari hubieran afirmado, esa ley resulta o resultaría
pornográfica.
"La ley está escrita en un libro pornográ-
fico." 1
Ya que nos hallamos en la ambigüedad de lo
cultural y lo político, deberíamos plantearnos de una vez cómo ha estado
repercutiendo este concepto de lo "minoritario" que, obviamente,
Kafka no podía preveer de otra manera. Vayamos, entonces, a Malcolm X. Este
dice:
"Al pensar que somos una minoría,
luchamos
como una minoría. Luchamos como perdedo-
res." 2
Este es el aspecto nefasto de un concepto que
los latinoamericanos tenemos que evitar, independientemente de que éste venga
prestigiado por Kafka, Deleuze y Guattari, porque el capitalismo y su
"intelectuales"-orgánicos (piénsese en Gramsci) ha contaminado toda
la historia de la literatura de ambigüedad. Más adelante Malcolm X añadirá:
"Porque mientras pienses que estás solo
vas a actuar como si fueras una minoría...". 3
Kafka estaba sólo y no había forma de
establecer una solidarización, como en el caso de Artaud, que no fuera a través
del lenguaje. Aun así, su estado de minoría-"acorralada" poseía
aquella consciencia de ser que lo arrojaba angustiosamente a su necesidad y a
su urgencia de identidad nacional. El lenguaje se convierte, entonces, en el
instrumento político de ser de Kafka. Pero éste, como Artaud, no pudo salir
políticamente de su soledad a pesar de su "sionismo". La
"desterritorización", como la nombrarían Deleuze y Guattari, será la
salida que encontrará la literatura kafkeana a través de la hegemonía
lingüística del alemán.
Por otro lado, todo lenguaje literario
se ve afectado por esa "desterritorización" de la cual hablan Deleuze
y Guattari. Es mejor (esta es nuestra propuesta) hablar entonces de una
"desnacionalización", no sólo por ser más abarcador como concepto, sino
porque este exilio (este abandono que se experimenta de la nacionalidad) nos
devolverá a la "desnacionalización" como extranjero de una lengua que
se desea como politización del ser. Por otro lado, esta lengua se develará
subjetivamente como intento del despojo del ser (=judío--latinoamericano--) que
Alemania (Estados Unidos y las oligarquías-demokráticas) oficializaba para sí
como contra todos los grupos étnicos al margen de su propia
"superioridad". No sólo, entonces, por el despojo de una "lengua
mayor", sino por la presencia de un Estado imperial, racista y chauvinista
que usará su prestigio cultural con propósitos económicos y políticos. El
problema de la vida y la muerte se planteará más hondamente aquí: desde este
intento político de desintegrar el ser del otro (Alemania contra los judíos;
éstos contra los palestinos; Estados Unidos contra los latinoamericanos, etc.).
Todo lenguaje literario, en este sentido amplio, es "minoritario",
pero no como experiencia de la "derrota", aunque éste no sea el caso
de Kafka, sino como exhibicionismo de una salud que lo desborda (=Nietzsche) y
de lo insondable para sus enemigos. Esto es así, porque en toda cultura oficial
los sediciosos y los revoltosos están prohibidos. El lenguaje de los
sediciosos, el lenguaje mismo, en su hacerse raro, en su particularidad, en su
belleza, es el enemigo que hay que derrotar. Están "prohibidos" estos
poetas, porque este "determinismo" escritural de la originalidad
formal y lingüística apunta directamente hacia lo óntico y ésta ontología no
posee otra posibilidad que la de politizarse. Por eso, cuando los filósofos la
convierten en "jerga", la profesionalizan hasta la erudición como
fuga, o la separan políticamente de la realidad para realizar la "razón
pura" que los caracteriza, lo que han hecho, gústenos o no, es tomar
partido por las oligarquías-"demokratizantes". Sin una política
radical del ser de su lengua y de la lengua de su ser, un ente (un sujeto, un
"hombre libre", un humanista, etc.) es una parodia. La escritura está
relacionada simultánea y violentamente con este ser del poeta y con este ser de
la lengua madre (=de la nación "desnacionalizada" por--en--los
intereses políticos y económicos de la burguesía).
Tenemos que escribir, bajando
paralelamente junto al proyecto de Kafka, como escritores
"minoritarios", "minorizando" el español ante el
"castellano" oficial de Latinoamérica o España, y asumiendo su
"minoría" como desafío y como conflicto político con la lengua
"universal" que nos margina y que intenta imponérsenos violentamente.
En el caso nuestro no deberíamos asumir, entonces, la "minoría" en el
prestigio de la cultura dominante por más ventajas económicas que ésta nos
provea. Sin ésta actitud la rareza del español que "somos" no podría
acontecer. Enrarecer al español nos llevará políticamente al carácter colectivo
de la enunciación sin tener que convertir a la colectividad en una ideología.
"una literatura menor o revolucionaria
comienza enunciando". 4
Deleuze y Guattari establecen conceptualmente
la sinonimia entre "literatura menor" y "literatura
revolucionaria". Esta literatura enuncia. Moviéndonos un poco hacia
lo popular podríamos tomar un "verso" de la balada de Víctor Manuel,
en la voz de Lucecita Benítez, para entender desde ahí lo que esta
"minoridad"-política significa. La canción dice: "...y si no
hablas no serás...". El habla, como expresión instantánea del ser, tiene
que realizarse política, poética y culturalmente contra todo lo que se oponga a
ella. El habla es, entonces, la "literatura"-fantástica del pueblo
(en esa desterritorialización donde se halla a sí misma). Ese espacio político
en donde el pueblo se realiza fantásticamente hablando (o donde el pueblo se
realiza hablando fantásticamente de su propia historia). Este hablar lo torna
mito de sí.
Lo que hay que entender, en relación a la
ideología, es que ésta es y que ésta encarna toda la mistificación que el
Estado intenta filtrar como verdad, como realidad y como saber. Pensar contra
ella, ser contra ella, no implica, como popularmente se cree, que se
tenga que "inherentar" o constituir una nueva ideología. La
contestación kafkeana, aunque estemos "muy" cerca de ella, se nos ha
hecho inválida para expresar el ser que somos: la puertorriqueñidad como
conflicto, límite y entidad de la latinoamericanidad. Porque es en este
"no poder" y en este "no querer" dejar de escribir en el
español marginado que somos, en esa forma de su ser marginado, que éste se
manifiesta individual y colectivamente con toda la posibilidad política que es.
Esta imposibilidad de escribir en inglés, este-no-querer-escribir-en-inglés,
será parte esencial de su ser político y de nuestro ser político (en la
particularidad de una nación irreductible). Esta imposibilidad de no poder
escribir de otra manera forjará la presencia de ese estilo donde el ser asome,
políticamente, como lo que es. Este asomo, véase el constraste, a veces es tan
extraño que el poeta mismo se confunde: Kafka sugiriéndole a Max Brod la quema
de sus textos más importantes. Kafka ha enrarecido de tal manera sus propios
textos que ha llegado a desconocer su propio valor. La
"desterritorialización" se ha convertido en desconocimiento de sí. Lo
raro de su propia extrañeza se ha develado como su anhelo destructor por aquéllo
ante lo cual ha sacrificado su propia vida (su horror de lo metamorfósico--su
josekismo--la kafkeanización del alemán) y todo se ha hecho demasiado
peligroso, demasiado osado. Kafka no se reconoce como valor. Drácula, como
dirían Deleuze y Guattari, pero Drácula primeramente de sí mismo. Kafka como su
verdadero opresor.
"Hay algo de Drácula en Kafka...". 5
El lenguaje se devela a esta consciencia
trágica, a este cuerpo enfermo (Nietzsche, Van Gogh, Artaud, Lezama Lima, etc.)
como su política más fundamental. Es a través de este lenguaje que es (este
lenguaje que soy) en donde se denunciarán las atrocidades políticas del otro
(del invasor, del traidor, del oportunista, etc.). El otro lo oirá tan
extrañamente en esa política de lo insólito que se unirá a la oficialidad para
reanudar o celebrar la censura. Kafka se ha oído tan extrañamente como nadie.
No hablemos, entonces, de literatura menor, sino de literaturas en rompimiento,
en afirmación, o de literatura de la rebelión. Ser la rebelión del ser que se
es, es estar en la literatura de lo ineludible. El lenguaje como la jerga del
ser dará paso a la lengua de la libertá formal y de contenido (político,
filosófico, estético). Ese lenguaje intocable, ese-lenguaje-paria, ese lenguaje
del Hades que sólo el poeta puede actualizar, exhibirá la multiplicidad de sus
rostros-desconocidos ¿En dónde podríamos hallar esta tradición de la extrañeza
de Kafka ante su propio trabajo? En Virgilio mismo. Virgilio suplicando que no
se publicara su poema inmortal. Tomemos, entonces, aquella pregunta
antiquísima: ¿por qué esta literatura y no más bien la nada?
Porque la "nada" implica siempre el
encuentro político con el ser, con lo rarísimo. Kafka se halla con su propia
experiencia "mística": su ser Drácula. No sólamente es Felice una
víctima de Kafka, como presuponen Deleuze y Guattari, sino también Kafka como
bebedor de la sangre de su propia tuberculosis.
"Hay un vampirismo de las cartas, un
vampirismo propiamente epistolar". 6
No sólo de sus cartas, sino de todo su cuerpo
(=poético). Un vampirismo de toda su nada, de toda su minoría, de toda su
"literatura menor". Es Edipo bebiendo la sangre del padre como
autoculpa. Hay un deseo más remoto que el señalado por Deleuze y Guattari: el
deseo de morir. La muerte es la culpa real del inconsciente. El poeta, como el
samurai, busca la muerte. Por tal razón, el código moral de los samurai reza de
la siguiente manera: "El samurai siempre escoge la muerte." Esta
"nada" implica la creación del valor y la historia que se es y se
quiere ser precisamente contra ella. Se paga dráculamente la sangre de la
liberación. (Si Cristo no hubiera escogido la muerte "samuraimente",
la redención cristiana sería inútil.) Artaud no vio ésto, porque la soledad de
Artaud, a pesar de los "amigos", era absoluta. La soledad de Artaud,
como la cultura alemana en Kafka, era la presencia de lo absoluto aplastante.
Breton, a pesar suyo, tampoco vio este absoluto, o lo vio negativamente. En su CARTA
A LA VIDENTE comenta:[6]
"El acto surrealista más puro consiste
en
bajar a la calle, revólver en mano, y
disparar al azar...contra la multitud." 7
Una página más adelante añadirá:
"Y mi única finalidad al decir lo anterior
ha sido la de incorporar la desesperación
humana". 8
El acto supremo del surrealismo
("...salir a la calle y disparar indiscriminadamente contra la
gente...") era en el fondo una desesperación y el poeta de las videncias
políticas no puede perder la esperanza. El escoger la muerte, al objetivarse,
Breton se había anarquizado. El poeta siempre debe estar marcado por
el-signo-nefasto-de-su-propia-esperanza. A éste ni el terrorismo ni el suicidio
(Maiakovski, Pavesse, etc.) le son permitidos, porque él (en sí mismo) es
el emblema de la esperanza misma. El es la posibilidad de
"nacionalizar" el lenguaje en el sentido político en que lo entendía
Kafka y en el sentido político en que lo recogen Deleuze y Guattari. Lo físico
y lo espiritual se atraen como lo ineludible en la realización de una
literatura inevitable.
El mismo problema kafkeano (1916) adquiere
ahora (1996) otras dimensiones insospechadas. El lenguaje deseado se enlaza y
se convierte, entonces, en una experiencia totalizante con lo real. Exilado el
poeta de la oratoria misma, no tiene otra alternativa que vertirse sobre sí
mismo. Este derramarse sobre sí, este "vampirismo", es el movimiento
del recuerdo como movimiento político de lo fundamental. Dicho movimiento es la
violencia contra el olvido mismo en relación a lo que se es y a lo que se ha sido.
El lenguaje en el rescate del recuerdo, siendo y haciéndose el recuerdo mismo,
bebe de su propia extañeza. El lenguaje se acuerda de sí (desde la
individualidad inalienable del poeta). El recuerdo, desde la renacionalización,
se opone a la "enfermedad del ser" que había en Artaud; al olvido del
ser (a la imposibilidad de escribir en la lengua del invasor--el inglés--),
porque es el hombre, como invento, el que está por encima de esta
"enfermedad" y de este "olvido". Quizás por ésto, el recuerdo
de ser borre el deseo de negación de algunos escritores.
Las campanas del campanario (de la infancia)
ya no se oyen aunque suenen. El recuerdo no posee sonidos. Todo se ve en la
oscuridad luminosa de la memoria. Aquel niño agarrado al portón de la casa
ideal (de la casa de la madre viva) yace allí, callado, ansioso, luminoso, con
la misma angustia de siempre. El terror a la oscuridad se vierte sobre él y la
madre (ahora deformada en el retrato) lo sabe. Pero aún en aquel momento ya no
había o quedaba tiempo. El niño ya no es el niño (el tiempo acontecía
frenéticamente contra sí mismo) y la madre viva era ya la madre muerta. El
no-ser que los unía apuntaba y señalaba ya a la presencia de los universales
vacíos de amor y repletos de conceptos. Lo que siempre había sucedido (el hijo
que se enfrenta a la muerte de la madre) acontecería ahora para que fuera
extraordinario, único y original. La historia había ensayado el horror del
"eterno retorno" para que éste un día (junio de 1955) ocurriera como
si nunca hubiera sucedido. Ninguna madre había muerto jamás. Era la primera vez
que las madres morían. La madre la mujer que "sólo se ha visto una
vez".
"Ejemplo de un amor verdaderamente
kafkeano: un hombre se enamora de una
mujer que sólo ha visto una vez".9
El deseo universalizaba "su" propia
imagen como si ésta fuera la nada misma. Esto permite que el recuerdo "desdesee" todos
los demás deseos en la violencia del lenguaje (=político) del instante. Es por
ésto que el deseo puede asumir todas las agresiones de lo sublime en un
lenguaje que no se sospecha ni se sospechaba. Lo nuevo entraba por la muerte de
la madre. (La madre aunque instintiva no podía sospechar lo que el hijo sería.)
El recuerdo, desde el horror mismo que regresa, desde la congoja que ya no
sufre, suspende el sentido del poder, la madre misma, para inaugurar el sentido
político que se es como revuelta. Esta transgresión que el niño es y desconoce,
esta violencia de lo absoluto que lo aplasta a los diez años, será interpretada
por el poeta a la luz de su propia vivencia radical: el desempleo, el exilio,
la "demokracia", el desamor, la soledad, la censura, etc. Ahora el
lenguaje puede recorrer la experiencia "metafísica" que se le había
hecho inaccesible. El sonido reconocible del habla buscará en la
renacionalización su forma más osada: la osadía de decir bellamente lo que se
le había prohibido históricamente. La muerte será, entonces, en el lenguaje de
la rebelión, la reconciliación con la madre muerta.
La otra voz del que habla despolitizadamente,
el otro sonido chato ("...el voto da poder..."), ha perdido su
sentido colectivo. En esta crisis de lo real de la sociedad burguesa el sentido
propio de las cosas se ha extraviado en el nihilismo y la denigración de lo
metafórico que anda a la deriva. Si lo real se ha vaciado de sí, en un
movimiento inverso contra la memoria, el sentido figurado, entonces, sólo puede
funcionar en la sociedad burguesa melodramáticamente y cursi (como la belleza
de la literatura del status quo que algunos escritores celebran como
"éxito"). El espectáculo es la estética de lo burgués. Pero si el
sentido figurado prevalece, contrario a la alergia kafkeana de él, esto quiere
decir que se trabaja sobre otra significación (Lezama Lima, Perse, Vallejo,
Huidobro, Darío, etc.) que no tiene que ver con las "minorías" de un
conglomerado específico, sino con una actitud que le es inherente a la poesía
misma: su ser metáfora como esencia de sí. El cortocircuito de la metáfora es
sintomático de una poética de la radicalidad que el lenguaje de la libertá (a
veces opuesta al ser mismo) anuncia como lo que verosímilmente es. Aquí
verosímil quiere decir lo que es posible de ser alcanzado por esa libertá
(prohibida, censurada, marginada, etc.) que nos determina con su verdad. El ser
enmarca la libertá (humanamente) para que ésta confirme la diferencia (política
y lingüística) que se es. El hombre en general, y el poeta en particular, se
mueve en la emboscada de su propia libertá como si se hubiera extraviado de
todos los demás caminos.
La otredad, no la que celebra el mito
político de votar, centrada lingüísticamente en sí misma, violenta
políticamente todas las estructuras del límite, porque éste, el sentido propio
de la realidad y el sentido figurativo que descansa sobre lo "real",
ha comenzado a resultar estrecho. El límite, la democracia misma, resulta
estrecho para el proyecto político y poético de la otredad que somos. Quizás
por ésto mismo, todas las categorías estéticas que habían funcionado hasta aquí
como "valor" y como "universalidad" comienzan a
derrumbarse. Es por esta razón que podemos decir lo siguiente: ¡el lenguaje no
representa! ¡El lenguaje es el ser mismo de lo político! Este
lenguaje de lo urgente no tiene otra alternativa que romper esa
"representación"-de-lo-real, esa mímesis de lo burgués donde vive
encarcelado. El lenguaje de la libertá ya no puede copiar, porque su propia
política de ser se lo prohibe; o porque ya no hay nada que copiar.
Desacreditado lo real del poder, rotos los "universales" del poder en
el principio de la realidad freudiana, corrupto el sistema político de la
democracia en su propio sufragio universal, el poeta sabe que la mímesis no es
posible. Ante esta experiencia de lo que se torna desierto, el poeta opta,
ahora políticamente, ahora como desafío, por copiar, por "mimetizar"
su propia subjetividad. Lo subjetivo se asume líricamente como desafío de una
objetividad amoral: el todo está permitido. Por esta razón, su
"límite" es ese límite que se expande. La lengua madre se apropia de
su propia dimensión. El "ser-ahí" (Heidegger) y el "ahora"
de ser (Hegel) se expanden a unas dimensiones insospechadas.
Finalmente, para regresar a Deleuze y a
Guattari, deberíamos decir entonces, que la "lengua vehicular" (el alemán--el
inglés--) ha perdido el sentido absoluto de su prestigio y de su
"verdad". Su hegemonía se ha develado como el principio de su
decadencia. La obsesión por convertirla en "lengua oficial" dentro de
su propia territorialidad es sintomática. Una cosa es la consigna del
"español solamente" en una nación como Puerto Rico, asediada
culturalmente por todas partes, y otra cosa muy distinta es el "English
only" en pleno corazón de la hegemonía norteamericana. Una es la fuerza de
una debilidad que se reconoce a sí misma como poder; la otra, la debilidad de
una fuerza que se sabe ya separada de su propia hegemonía. En Puerto Rico
podría ser el triunfo de un pensamiento político que se desea en la lengua que
es, mientras en Estados Unidos sería el fracaso de un pensamiento imperial,
invadido ahora por aquéllos que invadiera, que no puede reconciliarse con la
lengua que la sostiene. En ambos casos este "quererse" y este
"reconciliarse" serán determinados por la voluntad de ser. En ambas
realidades la "literatura menor" se hará conflictiva no sólo en el
sentido kafkeano, sino también en el sentido de lo que yace abierto como
posibilidad, como relectura. El invasor-invadido y el invadido-invasor están
relacionados por esa experiencia radical con la lengua con su propia
literatura. La historia de la literatura como el ente que se desconoce a sí
mismo. He aquí que los extranjeros (=los ilegales) invaden en español el
sentido histórico de la lengua extraña. En el caso de Puerto Rico son los
colaboracionistas los que obstaculizan y sabotean el "español
puertorriqueño"; en Estados Unidos, es la mala consciencia de los
liberales la que obstaculiza un proceso que debería ser natural (en el
derechismo de los republicanos). En ambos casos lo político se enajena de la
experiencia de la lengua que le es propia y natural. Los
"republicanos" en Puerto Rico, fatalmente acomplejados, buscan
imponer una lengua extranjera que funcione como "propia" en el
fingimiento de una política del suicidio de ser, mientras en Estados Unidos
éstos "mismos" republicanos buscan imponer el inglés no como la
experiencia de lo óntico irreductible, sino como odio y racismo ante el
problema de la diferencia y de la otredad de los nuevos "invasores"
hispanoamericanos.
Quizás por ésto, el término
"menor", a pesar de ese esfuerzo enorme de Deleuze y Guattari de
reubicarlo, sigue oliendo mal y resulta "diabólico". Estos dirán:
"se puede ser inocente y seguir siendo
diabólico; es el
tema de “La condena” y es el
sentimiento constante de Kafka en sus rela-
ciones con las mujeres amadas." 10
Sabe demasiado a ese sentimiento de
inferioridad frente al poder ajeno, o sabe demasiado a propina cultural o, lo
que aquí sería lo mismo, sabe a limosna independientemente de que se siga
siendo inocente. Drácula es inocente, pero se siente culpable ante su padre y
ante la hegemonía de Alemania. Drácula, cuando se contempla ante su propia
imagen, se horroriza de su ser-cucaracha.
Nosotros que venimos de ese "desvío",
de ese no-ser, no podemos aceptar el horror ante la propia imagen como
categoría del pensamiento rebelde. Nuestra literatura pretenderá ser su
"mayoría"-política, porque se ha negado a ser devorada por sí misma,
o por aquéllos que han asumido, ahora como mala fe, el camino kafkeano.
La situación literaria, a diferencia de la situación histórica, no ha variado,
porque ésta, su no variación, es la esencia de su ser la poesía misma. Podemos
reconocer la "bondad" del Nauta, pero seguimos siendo los galeotes
(frente a la computadora, frente a las editoriales, frente a los concursos
literarios, etc.).
Aunque intentáramos decir lo
"mismo", sería imposible. Nuestra literatura no debe ser la
"literatura menor" de Kafka; nuestra draculidad no puede ser el Drácula
kafkeano.
"Drácula no puede sentirse culpable;
Kafka no puede sentirse culpable".11
Estamos de acuerdo con Deleuze y Guattari,
pero no se trata de ser culpable o inocente, sino de asumir una libertá que sea
al mismo tiempo una ética. Una libertá absoluta hacia la misma escritura que
somos, como absoluto, sabiendo que este absoluto podría aplastarnos. Si el
padre ha muerto, no hay por qué correr inconscientemente al parricidio. La
realidad está escindida. La historia de la literatura está escindida. La
palabra está desgarrada por sí misma para parir su propio Minotauro. Esta, por
un lado, es la relación y la experiencia de Artaud con los surrealistas. Este
era el imposible: no"surrealidaba" igual; por otro lado Kafka,
escribiendo en alemán, no "alemaneaba" igual. Era
distinto. "Su" alemán, aquel rostro del espejo, aquella metamorfosis
de la escritura, lo horrorizaba. No pudo destruir su cucaracha (El proceso, El
castillo, etc.) y le pidió a Max Brod que realizara el crimen. Brod tampoco
pudo. Si verdaderamente somos la expresión lingüística de este imposible, el
ser el "otro" (=el ilegal), no hay alternativa entonces. Este no
haber alternativa paradójicamente nos redime del coro, o como lo hubiera dicho
Kafka, nos aleja de los "artesanos" del lenguaje. Crear, entonces, es
entrar no sólo a lo político de la lengua, sino también al conflicto de la
lengua con su tradición y con su propia actualidad. Es desembocar tan
profundamente a nuestro ser que nuestro lenguaje en la "literatura
menor", o en la "literatura mayor", nos resulte violentamente
extraño. Hemos ido tan lejos que ya no reconocemos el texto. Deleuze y Guattari
lo sospechan:
"El peligro del
pacto diabólico...
es la trampa". 12
La "literatura menor" no sólo es
revolucionaria, sino que también es la trampa, el desconocimiento, de la misma
revolución que se ha asumido como rareza. En la "literatura menor",
Kafka se transfiguraba.
*****
Puerto Rico
NOTAS DE KAFkA Y LA
LITERATURA MENOR
Ettinger, Elzbierta. Hannah Arendt y
Martin Haidegger. TusQuets Editores, Barcelona, 1996.
G. Deleuze y F. Guattari: Kafka por
una literatura menor. Ediciones
Era, S.A. México, 1983. Pág. 75.
Malcolm X: Habla Malcolm X.
Editorial Pathfinder, Nueva
York,1993. Págs.
121-122.
Ibid; pág. 137.
G. Deleuze y F. Guattari. pág. 45.
Ibid., pág. 47.
Ibid., pág. 47.
A. Breton: Carta a la vidente.
Editorial Labor, S.A.,
Barcelona, 1969. Pág. 164.
Ibid., pág. 165.
G. Deleuze y F. Guattari. pág. 49.
Ibid., pág. 51.
Ibid., pág. 51.
Ibid., pág. 51.
Anónimo: El libro de los muertos. Plaza
& Janes, Barcelona,
1982
[2] Esta
relación explica el que Samsa pueda ser asesinado con una manzana. La manzana
del Génesis ha alcanzado al Hijo de Dios. El escarabajo es Hijo. No del padre
que lo odia, sino del padre que lo crista. (Véase Carta al padre.)
[6] Recuérdese
que Artaud también había escrito una “Carta a la vidente” y que nosotros, para
cerrar el siglo, hemos escrito una nueva “Carta a la vidente” en
el libro Los ciudadanos de la Morgue (1997).
yvan silen
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