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sábado, 2 de marzo de 2013

LA POESÍA DE RODOLFO SÁNCHEZ ARAUZ

Ilustración del autor del artículo




LA POESÍA DE
RODOLFO SÁNCHEZ ARAUZ



Por Ricardo Llopesa




            Después de leer el libro “Poemas del breve paso“, de Rodolfo Sánchez Arauz (Masaya, 1937), se vino de pronto a mi recuerdo el lenguaje torrencial de los poetas franceses del verso libre y las lluvias también torrenciales de Nicaragua, por aquello de que la fertilidad nace de la luz. De ahí deduje que el título responde a ese paso breve de nuestra vida y la geografía que nos rodea como seres terrenales. Y que el poeta explica valiéndose de la palabra que dibuja esa realidad. En realidad, toda la literatura en lengua castellana está marcada por el realismo que heredamos de Quijote.
            Si observamos el lenguaje utilizado por Sánchez Arauz está lleno de luz, la luz y el color se refleja sobre las cosas y el paisaje nicaragüense: El "prusia azul"; el "sonido oloroso"; los "corimbos"; andar "entre jocotales"; "estremecimiento de robles"; "suelo pedregozo"; flores "blancolilarosa"; "rosalila azulada"; "luz de robles"; "lilarosaluz"; "tortugas verdes y doradas tilapias"; "el canto de triunfo de la urraca". Neologismos, galicismos, saltos, palabras unidas, fragmentadas, pero de una variada simbología. En fin, un almanaque descriptivo de la belleza de lo natural y real.
            Es su primer libro. Rodolfo viene de la saga de los Ernesto Mejía Sánchez. Su hermano Noel es poeta. Lo lleva en la sangre. Julio Valle Castillo escribió un "Prólogo" con mucha enjundia sobre Masaya y sus poetas, hasta llegar a los Sánchez Arauz.
            “Poemas del breve paso” (Managua, 2012) se divide en tres partes, de estructura piramidal, la primera "Paso breve" contiene 18 poemas. La segunda son "Tres elegías para Álvaro Urtecho", y la última, un único poema dedicado a su abuelo "Don Gabriel Sánchez de la Cerda (1865-1957)".
            La primera, es un homenaje a la vida; la esposa, Yelba Calvo, recitadora exquisita; la belleza de la naturaleza, usos y costumbres de nuestro breve existencia. Es también un homenaje a la tierra donde nació, y la que vivió, la Argentina.
            A la esposa le dice: "Yo quiero, amada (...) que cuando sean las seis de la mañana / las horas y nosotros seamos con profusas celestiales hebras / una sola madeja por nuestras mieles enlazada" ("Para atrapar las horas"). Magnífico, Rodolfo. La descripción a lo largo del libro es minuciosa. A veces, microscópica. Vemos la puntada, el trazo, el brillo, los huecos: "Después de la lluvia la roca abrió sus / aposentos limpios, pedazos de sol, cuartos de luna, cruces, caras sin cejas" ("Intimidad de una roca").
            ¿Quién no recuerda al poeta Álvaro Urtecho? Fue el primero en morir de un trío de amigos estudiantes en Barcelona, a principio de los setenta. Hace poco enterramos en Valencia al poeta José Luis Parra, quién me recordó meses antes de morir que Álvaro le había quitado la novia al también poeta Francisco Seguí: “una norteamericana llamada Mary Guswold“, dijo. A él le dedica Rodolfo tres elegías, en una: "Están dos copas, una de vidrio con vino rojo y otra vacía".
            Concluye el libro con una mirada al pasado. Es el regreso del poeta a los orígenes, el abuelo, el fundador de la familia, "Don Gabriel Sánchez de la Cerda (1865-1957)": "Amado padre de mi padre amado, aun te veo, / cenceño, de buena estatura, de brazos nervudos y largos". Fue quien construyó el Mercado de Masaya, que más que mercado parece fortaleza.


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