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sábado, 6 de noviembre de 2010

POESÍA ÚLTIMA DE JAIME SILES-POR RICARDO LLOPESA

Jaime Siles, España





POESÍA ÚLTIMA DE JAIME SILES




Por Ricardo Llopesa




En la prolija y larga obra poética de Jaime Siles, además de sus méritos académicos de Catedrático y crítico literario, destaca su constante búsqueda e investigación por los ritmos modernos. Realmente, el panorama español visto desde fuera es desolador. Es como si la poesía permaneciese en el mismo lugar del pasado, inmóvil e inamovible, mientras otros campos del arte, como la danza, el teatro o la música siguen una dinámica de cambio y transformación. Es como si el oído del poeta se hubiese acostumbrado a determinados ritmos y otros distintos le parecieran imperfectos. Pero todo eso es problema de educación. Lo dijo Azorín, en 1907.

Para Jaime Siles la poesía comienza donde aquellos grandes poetas dejaron el ritmo truncado por la muerte. Es el caso de Rubén, Juan Ramón, Huidobro. Esa generación de hombres libres que persiguieron la liberación del verso de las monótonas ataduras con el pasado, verdaderos libertadores del lenguaje, como lo fueron en siglos pasados Boscán y Garcilaso, Góngora y Quevedo, Fray Luis y Santa Teresa. Pero los tiempos cambian y la ciencia evoluciona, al igual que la ciencia del verso.

El difícil verso libre, cuando se somete al más puro rigor, alcanza la magnificencia. Actualmente convive con las formas clásicas, de las cuales Rubén dijo que no estaban destinadas a desaparecer, sino a transformarse, a través de la evolución de los ritmos.

El enfrentamiento entre modernismo y 98, en una época de crisis, trajo más contradicciones que convivencia y los caminos de la poesía se bifurcaron. La modernidad se marchó a Hispanoamérica y la tradición se quedó en España. Los años oscuros de la dictadura del franquismo contribuyeron en este distanciamiento. Pero los poetas jóvenes de los años 70, los llamados novísimos, intentaron aunar esfuerzo y recuperar los ritmos perdidos, con Gimferrer (“Arde el mar”) y Carnero (“Dibujo de la muerte”) a la cabeza. Jaime Siles, siendo muy joven, subió al carro de los cambios. Pero esa generación, tan importante como la del 27, no se lee. Vivimos el oscurantismo, porque los poetas que empiezan vuelven la mirada a poetas que están cien años atrás, como Lorca o Hernández, sin el compromiso de ponerse al día en la producción más actual.

En esta dirección se dirigen los dos libros de Jaime Siles, consciente de la situación del verso español, encallado en ritmos monótonos o laberintos léxicos. “Colección de tapices” (Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes, 2008), Premio Nacional de Poesía “José Hierro”, dividido en cinco partes, incorpora a los temas un tratamiento de lenguaje asumido por la música, como si de una partitura musical se tratase. Pocos libros hay. Los registros cambian de uno a otro poema. La elaboración es paciente y consciente. Y el resultado me trae a la memoria “Poemas del otoño”, de Darío o más recientemente, “Cantos de amor”, de Tünnermann Berheim.

El lector encontrará combinación de rimas nuevas que sorprenden, como es el caso del “Soneto postista”, dedicado al postista Amador Palacios o “Taller de Giacometti”, en metros que se combinan con acentos desplazados; aliteraciones y sinfonías vocálicas; juegos verbales y cabalísticos, lo que proporciona al libro la lozanía y libertad que necesita el verso.

Hay metapoesía en el poema que inicia el libro, dedicado a Ignacio Prat; le sigue un homenaje léxico a Lezama Lima, en su trópico, con una estrofa final en verso alejandrino blanco. Siles remueve los cimientos modernistas en una “Rapsodia en fiebre”, valleinclanesca y lúcida; la elegancia en el poema “El sueño de Delvaux”, a imitación del dístico latino; sorprende “La unidad de la nada”, por el lenguaje telegráfico, propio de la articulación fonética del inglés o poesía bárbara, donde la lógica hay que buscarla en el ritmo, recreación de una carta de Poe; el tono filosófico de “Tapiz marino” o el soplo mágico en el poema final “El colibrí atardece”, por el pálpito del símbolo y el léxico.

Predominan los versos cortos, frágiles y rítmicos o los que juegan con su disolución, dos características a tener presente en la poesía última de Siles, como ocurre en “Metamorfosis” o el ritmo galopante del “Soneto postista”, que es una propuesta para escribir un soneto distinto al impuesto por el imperio de la tradición.

El otro libro de Jaime Siles va encaminado a trabajar la aparente disolución de los ritmos, reservándose para sí la mirada interior que fluye de la quietud. Es la mirada del poeta conceptual, donde Siles asume el pensamiento latino que hay en él como hombre Mediterráneo. El título, “Desnudos y acuarelas” (Madrid, Visor, 2009), evoca las formas sensuales y la luz que contiene su poesía. Un jurado compuesto por Vicente Ruiz Martínez, Justo Reinares, Luis Alberto de Cuenca, Ángel García López, Jesús García Sánchez y Fanny Rubio le otorgó el XXII Premio Tiflos de Poesía.

Temáticamente, el libro se divide en dos partes, “Desnudos”, y “Acuarelas”, claramente diferenciadas. Pero difícilmente diferentes, puesto que ambas están identificadas por la mirada escrutadora y la reflexión constante del poeta, que es, a su vez, donde reside el eje del ritmo en la obra. El discurso es latino. Lo que indica que Siles entra en el meollo de buena parte de nuestra más clásica tradición petrarquista, pero sin dejar de ser él, puesto que el léxico utilizado es violentado y manipulado. Busca en el pasado, tanto como en el presente, la propuesta de futuro que supone ─desde su punto de vista teórico─ la renovación poética española.
Mi lectura personal, objetiva y distante, identifica los heptasílabos de la primera parte, como la unión de dos versos que por su contenido y la cesura se convierten en un solo verso alejandrino. En cambio, los mismos versos en la segunda parte, se leen como lo que son, siguiendo la tradición de la seguidilla, pero articulados por un conjunto de alteraciones que le dan otro tono, otro ritmo más rítmico, algo distinto de lo acostumbrado.

Es la mirada de la modernidad. Recordemos que el mérito de Lorca residió en las alteraciones que aplicó al viejo romance para darle la música nueva que correspondía a su época. Pero los cambios de dirección no pueden ser comprendidos por la crítica que sostiene las ideas del pasado. Necesitan décadas para ser asimilados y admitidos. No quiero poner una piedra sobre el edificio que construye Jaime Siles, sino agregar un granito de arena para que su poesía sea leída y mejor comprendida.

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