Miguel Delibes, España
LEER O RELEER LA HOJA ROJA DE DELIBES
Por Ricardo Llopesa
La década de los años cincuenta, que tanta satisfacción trajo a las letras de España y Latinoamérica, dio a luz dos grandes novelas. Fueron escritas en puntos geográficamente distantes, separados por miles de kilómetros, pero ambas tenían en común haber utilizado el más puro lenguaje coloquial. La primera, apareció en México, en 1955, bajo la rúbrica de Juan Rulfo, titulada Pédro Páramo y, la segunda, en España, cuatro años después, en 1959, titulada La hoja roja, de Miguel Delibes.
Ambas obras tienen el mérito de reflejar la cruda realidad del pueblo, desde su cultura y lenguaje, dejando para el futuro un legado documental que pertenece a una época concreta. No como documento sino como obra de arte. Estos escritores, al mismo tiempo, procedían de tierras duras y austeras, y así lo refleja el rigor técnico y léxico de sus novelas. Rulfo, de la aridez de Jalisco y Delibes, de la austeridad de Castilla la vieja.
Mientras Pedro Páramo logró difusión universal con la aparición del boom latinoamericano; La hoja roja, por el contrario, no tuvo la misma suerte. Es más, la obra de Delibes, aún por sus propios compatriotas sigue siendo una obra olvidada y desconocida. Su mundo queda reducido a un reducto de lectores, sin hacer honor al grandísimo mérito de la novela. Buena parte de este problema lo tiene la crítica literaria profesional, en manos de grandes empresas empeñadas en vender la producción del día a día, sin importarle para nada la literatura. Otra, los sistemas educativos en manos todavía de una cultura vieja anclada en la filosofía del 98. Otro prejuicio, muy español, consiste en ocultar la personalidad de la trama, principalmente de la novela, por aquella idea equivocada de que si el lector conoce el desenlace o, mejor dicho, el hilo conductor y el final, el lector no compra la novela. Nada más absurdo.
Pero aún hay un prejuicio más serio, que es el concepto que tenemos del realismo o la literatura que refleja la realidad de la vida, en un lugar concreto, su estilo y forma de vivir. Es decir, aquella literatura que por no pertenecer a la imaginación entra a formar parte del deshecho artístico. Una buena dosis de verdad hay en todo esto si echamos una mirada al pasado. Pero también no es menos cierto que la literatura se edifica sobre la base del estilo. Sin estilo, no hay obra y es el estilo quien define la calidad de la obra literaria.
Es más, si la obra literaria entra por la puerta del realismo y se mete en una zona geográfica, determinada por el habla y las costumbres, y su escenario narrativo es lo que el novelista cuenta, como testigo, entraríamos en la literatura Regionalista. Algo siempre mal visto y rechazado en España, porque esa mirada nos parece la literatura de la miseria y el tercermundismo de los escritores latinoamericanos del gauchismo y anteriores al boom.
Dentro de este grupo de novelas regionalistas sitúo la obra de Rulfo y La hoja roja de Delibes, porque la novela es un valioso documento lingüístico de la vieja Castilla, donde Delibes describe con prosa magistral la dura realidad de la vida, de una comarca concreta, que no se nombra, pero por todas las trazas nos sitúa en la tierra austera del Valladolid del autor.
Cuando llegué a España, hace más de cuatro décadas, pregunté a un librero que leía detrás del mostrador la tercera página del ABC, quién era el mejor novelista español. Su respuesta fue precisa: José María Pemán. Desconcertado por el nombre pregunté intrigado por el nombre del mejor poeta y la respuesta fue también inmediata: José María Pemán.
En Granada asistía a las actividades literarias que en la delegación de Cultura Hispánica realizaba José García Ladrón de Guevara. Fue ahí donde conocí a Pablo del Águila, un joven que estudiaba Filosofía y Letras, fumaba Bisonte y bebía vino dorado de la Alpujarra. Era admirador de Lorca y la persona que me descubrió la prosa limpia y pura de Delibes.
En mi encuentro con Castilla me llamó la atención el uso del laísmo, que encontré en La hoja roja. Un libro anodino, como la vida provinciana de entonces, aburrida hasta la desesperación, donde la gente vestía de negro y destacaba la diferencia entre pequeños burgueses y pobres, analfabetos y marginados, a quienes se les llamaba, despectivamente, paletos. Eran los pobres. Una extensa capa social que se postraba ante la señora y el soñorito ocupando puestos de servicio, con las tardes del jueves y el domingo libres. Eran las chachas, acechadas por los jóvenes que cumplían el servicio militar, muchachas que llegaban a las capitales de provincia, procedente de pueblos humildes y polvorientos.
Es el tema que Miguel Delibes desarrolla en La hoja roja. Esta tesis de nuevo realismo inquietó a muchos, en un momento del franquismo en que los franceses incursionaban por los predios del experimentalismo. Pero España no estaba para esos artificios. Habría supuesto una huída de la problemática social y política. Delibes como Rulfo, en México, emprendió el camino del estilo. Un estilo magistral para contar la historia desolada de un pueblo que podría ser todos los pueblos de España. Ese es uno de sus grandes méritos. Ofrecer un retrato de aquella España sometida al miedo, la opresión y la ignorancia.
El tema central de novela es la soledad. El vacío en que viven los personajes, la incertidumbre y el miedo. Los únicos personajes felices son aquellos que no son descritos. Los personajes de la novela son todo el pueblo o esa multitud anónima que rodea la vida de un personaje. Esas referencias hacen que el lector se identifique con el tejido humano de la población.
Desde esta perspectiva hay que leer o releer La hoja roja. Título desafortunado para muchos por la aliteración, en favor de la sinfonía vocálica que oculta el contenido del texto. Un contenido de superstición, mágico y lleno de intriga, pues el personaje de la novela, Don Eloy, al sacar el papel de fumar le sale la hoja roja, que servía para anunciar que sólo quedan cinco. Pero él interpreta como que la vida se acaba y la hoja roja es una señal de advertencia que le anuncia que le queda muy poco después de los setenta.
La novela se divide en veintidós capítulos que narran una etapa en la vida de Don Eloy y su sirvienta la Desi, a quienes el narrador llama “el viejo” y “la muchacha”. Ambos personajes, el señorito, como ella le dice y la muchacha, definen el comportamiento de la sociedad de los años 50-60, que son los que marcan la diferencia entre ricos y pobres. Esa clase emergente, burócrata y en alza, que constituyó la burguesía acomodada.
La novela transcurre en una ciudad de provincia, que Delibes ni ubica ni describe calles, edificios o interiores. Es una novela donde sólo se da la vida humana. Los detalles ayudan a que el lector dibuje mentalmente el cuadro descrito, a través de la profesión de los personajes de la ciudad, donde hace referencia al Ayuntamiento, la ferretería, la relojería, la Sociedad Fotográfica o la tienda de catres. Por la otra parte, recrea un ambiente distinto, que es el pueblo de la Desi, lleno de “un enrarecido silencio” (cap. VIII), donde los hombres son rudos y las mujeres bastas, sin más porvenir que el de buscarse la vida en la ciudad, adonde las mujeres emigran para trabajar de sirvientas por poco dinero. Es la manera de cómo el burócrata, asignado a dedo por el franquismo, se siente importante y superior a sus inferiores.
La novela empieza el día en que Don Eloy, tras una vida apagada, recibe la jubilación a la edad de setenta años, por parte de la corporación municipal y sus amigos. Asiste a la cena en compañía de su mujer, Lucita, quien no vuelve a aparecer en la novela. Es una mujer que hace gala de su nombre, le gusta lucir las apariencias, reniega del marido y lo culpa de todo, precisamente porque no lo quiere. Fruto del matrimonio son dos hijos, Leoncito y Goyito. Leoncito, el mayor, disfruta de muy buena posición social. Vive en Madrid, que es la única ciudad que se nombra en la novela. Leoncito ejerce la carrera de Notario. Razón por la cual, el matrimonio siente orgullo. No ocurre los mismo con Goyito, el hijo muerto a los veintidós años, que había sido pésimo estudiante. Este ejemplo ilustra su comportamiento: de 40 alumnos ocupaba el puesto 38.
El matrimonio siempre recordó la anécdota del jamón que compraron con sacrificio para alimentar bien a Leoncito, cuando estudiaba para las oposiciones de Notario y, a escondidas, llegaba Goyito y se lo comía. “Lucita, su mujer, nunca debió casarse con él (con Don Eloy); debió hacerlo con un hombre un poco más decorativo” (cap. I), dice Delibes. Pero Don Eloy, hombre resignado, la soportó durante 36 años.
Esa noche le tocó a Don Eloy hablar en público, algo que le disgustaba porque se ponía nervioso. La norma en la vida diaria y la prohibición de reunirse más de tres personas impedía la libertad de hablar y más en público. El Alcalde, que se observa impaciente en un acto rutinario, le impone la medalla al mérito con la misma retórica oficial de otras veces: “El señor ministro ha considerado que su abnegación durante cincuenta y tres años ininterrumpidos de servicio le hace acreedor de esta distinción que yo le impongo en su nombre” (cap. I).
El viejo Eloy se siente nervioso como todo burócrata acostumbrado a la obediencia. Delibes lo define como una persona de ciudad. A lo largo de toda la novela saca constantemente el pañuelo para limpiarse la humedad de la nariz. En aquellos años, el pañuelo forma parte de la distinción. El pañuelo lo usan doblado, formando cuadro, entre los jóvenes, y arrugado entre los viejos. Es uno de los símbolos que definen al viejo Eloy.
La Desi, la muchacha, es el otro personaje central de la novela. Es lo contrario a Lucita. Ella representa el lado opuesto de la vanidad, incluso de Don Eloy, y Delibes la caracteriza con una fuerte carcajada, seguida de un golpe de mano sobre el muslo. Gesto realmente significativo que marcó la incultura de la época. La Desi representa la dignidad. Es analfabeta, ignora el mundo de la ciudad y la maldad. No es una utopía. Encarna a la mujer ruda y luchadora. Es “la Desi”, precedida de artículo, según los criterios del habla popular. En casa de Don Eloy, la Desi se siente a gusto. Gana poco, pero está a gusto con el viejo. Para Delibes, “ella tenía conciencia de su libertad y la valoraba”.
Detrás de la novela hay un trasfondo de libertad que Delibes envía telegráficamente. Es la protesta interior y la inquietud de lanzar un grito de libertad en el seno de una sociedad sometida al silencio. Doy Eloy le enseña a leer a la Desi, pero en lugar de hacerlo con un libro, utiliza la primera plana del periódico. Lo consigue después de un año y las frases que ella deletrea, son siempre las mismas, sílaba a sílaba, y giran en torno a las hazañas de Franco, otro testimonio en favor de la ubicación de la novela y su parodia: “Los nietos del Caudilla pasados por el manto de la virgen del Pilar”, “El caudillo rechaza que España…”, “El Caudillo recibe al rey Simeón” y, finalmente, “Franco condecorado con el collar del Mérito Ecuatoriano”. Una somera perspectiva de estos cuadros deja ver la imagen de una España rebosante de felicidad en los años más difíciles de la postguerra.
Cuando la Desi pregunta a Doy Eloy, qué es la ley, el viejo responde: “Bueno, supongo que la ley es eso que se ha inventado para que los hombres no hagamos nunca lo que nos da la gana”. Esta respuesta reitera la búsqueda de libertad a lo largo de la novela.
La hoja roja, como el resto de novelas de Miguel Delibes, se caracteriza por la sobriedad y precisión de la escritura. Utiliza, a lo largo de la novela, el lenguaje coloquial culto, con la introducción del lenguaje coloquial inculto o de la calle que dominó la época descrita. Aunque la novela no precisa lugar ni fecha, en algunos pasajes Delibes aporta información. Sabemos que el viejo Eloy nació en 1885. Lo que quiere decir que a la fecha de su jubilación corría el año 1955. Momento de ubicación de la novela.
Delibes utiliza, a manera de leitmotiv, la técnica de la repetición. Bien para que el lector pueda recordar lo dicho antes por el narrador o bien como recurso reiterativo o, mejor dicho, como recurso que enriquece el discurso a la manera que lo hace Cortázar. Recuérdese que para entonces, época de puritanismo gramatical, la heterodoxia padecía la censura. En este punto la novela demuestra el lado controvertido de antítesis con la realidad. Tanto la aliteración del título como la reiteración del texto constituían los dos elementos postergados a la marginación, desde el modernismo, pasando por las vanguardias y el postismo. La Hoja roja, sin embargo, deja constancia de su reto al silencio durante los años más duros del franquismo.
Una muestra de este culto a la tradición lo encarna la Desi, quien constantemente se encomienda a la Virgen de la Guía. En cambio, el viejo Eloy es un hombre escéptico que recurre al recuerdo del rey Alfonso XIII, que nació sin padre y tuvieron que ponerle pañales negros, como a Don Eloy, que nació el día en que enterraban a su padre. Esta vida nacida de la tragedia encarna el dolor de un pueblo nacido de la misma tragedia y partido en dos por el resentimiento de la guerra.
Mientras Don Eloy repite que le ha salido la hoja roja, cuando la muerte está más cerca, después de la jubilación, decide viajar a Madrid para disfrutar de la compañía de su hijo Leoncito, de quien se pasa toda la novela esperando carta; al igual que la Desi, quien espera carta de su novio el Picaza. Un personaje de pueblo vulgar, con las piernas torcidas y los pulgares en el cinturón, que su sueño consiste en comprarse un reloj de oro.
Leoncito y el Picaza son dos personajes enigmáticos y egoístas. Leoncito recibe a Don Eloy con indiferencia y el Picaza es indiferente con la Desi, sólo la quiere para que le lave la ropa. Leoncito siente vergüenza de la presencia padre cuando llegan sus amigos y quiere que vuelva al pueblo. El viejo Eloy regresa a la ciudad con el propósito de regalarle sus bienes a la Desi, a quien llama hija. El Picaza, en cambio, va a la cárcel por un asesinato.
Tanto Don Eloy como la Desi alcanzan la libertad liberándose de quienes retienen sus sentimientos. Contrario a todos los pronósticos de su amiga la Marce, que trabaja en el tercero y es del mismo pueblo, para quien la Desi gana una miseria y al viejo le queda poco por vivir, la Desi termina mejor situada que su amiga porque recibe la herencia del viejo. Por su parte, la Marce simboliza la envidia y el egoísmo.
El tejido de la novela es un hilo fino, tan angosto como la construcción de la frase y el léxico utilizado. La trama está edificada sobre la estructura de la palabra, de donde brota la idea. En el camino a Madrid Delibes describe la capital desde los ojos del viejo con estas palabras interiores: “Al verse en Madrid, en las nuevas calles, ante perspectivas no familiares que parecían recién lavadas, el viejo Eloy pensó que aún podía estabilizarse, e incluso volver a empezar”. En cambio, de regreso, mientras viaja en tren, el mismo Madrid recibe un tratamiento superficial: “Las crestas de granito desfilaban vertiginosamente detrás de la ventanilla y el viejo Eloy las contemplaba desde su asiento, con plebeya fascinación” (cap. XXII). Es la frustración del viaje. Es la biografía del propio escritor que renuncia al viaje a la capital frustrante y prefiere el exilio consigo mismo en su Castilla universal.