Lic. MIGUEL FAJARDO
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Educación,
herramienta de cambio |
El ser humano,
desde tiempos inmemoriales, ha utilizado la educación como una manera de
mejorar sus condiciones contextuales. En esa medida, cada faceta
de dichas acciones llevaba consigo, la imperiosa necesidad de buscar muevas
expectativas en su entorno vital, muy diferente, desde luego, de las que nos
preocupan, hoy, inmersos como estamos, en intrincados espacios
globalizadores. La educación
siempre ha sido una herramienta de cambio y de mejoramiento
socio-individual. Debemos estar conscientes, además, del
privilegio por acceder a ella, si sabemos que su cobertura, nunca llegará a
todos. Dicha inclusión es una de las utopías de este mundo tan
dividido. Educar es un
término que tiene un amplio registro semántico, por lo que apela a conceptos
coligados, tales como alimentar, cuidar, nutrir, instruir, formar y
criar. Estamos ciertos, de entrada, que no todos estamos
capacitados para el magisterio, porque aparte de vocación integral, signa una
serie de competencias para el eficaz ejercicio de la praxis educativa. En esta
oportunidad, me propongo compartir algunas reflexiones, forjadas durante siete
lustros de compromiso docente, tanto en la enseñanza media como superior. 1. Hacer es el mejor decir “Hacer es la
mejor manera de decir”, esta máxima del pensador José Martí
(1853-1895) ha sido mi norte de vida. Y de ahí se nutre, indudablemente, mi
visión y práctica del quehacer educativo. Cada uno debe
trazarse sus propósitos de vida, conductas y actitudes por seguir, porque de
esa elección deviene el compromiso socio-personal ante la comunidad a la cual
nos debemos. No podemos ir por la vida sin forjar nuestros
proyectos de comportamiento, porque nosotros tenemos, tanto la capacidad como
la responsabilidad de elegir las potencialidades que nos permitan alcanzar
las metas vitales. Las competencias
interiores para enfrentar la vida implican, entonces, el desarrollo de
múltiples saberes que conviene recordar: 1. saber, 2. saber hacer, 3.
saber ser y 4. saber convivir. 2. La educación permite
crecer interiormente Las comunidades
sociales engrandecen cuando sus habitantes se superan. La
educación es el instrumento por antonomasia para buscar la luz y cultivar la
inteligencia. Los pueblos, entonces, son el cúmulo de las
experiencias de cada uno de sus miembros. El 9,3 % de la población nacional
posee al menos un grado universitario. Las nuevas
generaciones no deben desaprovechar que el país cuenta con cinco
universidades públicas y sesenta privadas, así como centros educativos. Tal es el caso
del IPEA, UN INSTITUTO ESPECIALIZADO EN IMPARTIR PROGRAMAS DE EDUCACIÓN
TÉCNICA Y DE ENSEÑANZA DEL IDIOMA INGLÉS, desde donde pueden contribuir al
mejoramiento de su condición personal, como un eje que posibilite un cambio
real y positivo, a favor de nuestra patria. Los casi
25 años de trabajo sostenido, posibilitan en la educación técnica una
plataforma de formación que les dé un trabajo para forjar mejores
expectativas de vida hacia el futuro. Una felicitación a los directores del
IPEA: Wilberth Cubillo y Pablo Ceciliano, así como a Jonatan Pérez
Medaglia, igualmente, al cuerpo docente y personal integral de esta
importante institución, por ofrecer esta opción de mejoramiento educativo. Por ello,
requerimos de una educación no desapegada de los embates sociopolíticos, por ello,
crítica; no ajena de las profundas transformaciones que sufre la sociedad,
tanto costarricense como planetaria. Esta era de mundialización nos ha de
comprometer con mayores ideales, con más renovados principios para aportar
nuestros mejores esfuerzos, en aras de proponer una sociedad más justa, con
rostro humano, que no dé paso a los degradantes procesos de
impersonalización. La educación es
una instancia de crecimiento interior hacia destinos superiores, por lo
tanto, se debe fortalecer, todos los días, con plenas decisiones. Por el
contrario, soy de la idea de que cada silla vacía en las aulas
costarricenses es un golpe bajo contra nuestro sistema democrático,
porque los destina a estrechas perspectivas de vida, tanto individual como
socialmente, es decir, a situaciones que pueden devenir en coyunturas
desfavorables y, quizá, degradatorias. Solo la
educación permitirá el crecimiento individual para fortalecer el ámbito
social. Por lo tanto, no debe ahorrarse en el quehacer educativo, por el
contrario, tiene que procurarse las mejores condiciones infraestructurales y
de apoyo a las comunidades estudiantiles. Solo el acendrado esfuerzo
educativo logrará sacarlos de ese círculo de limitaciones, de ahí la
importancia institucional del IPEA dentro del sistema educativo costarricense. |
3. El diálogo hogareño es
educación |
Un problema
medular que incide en el proceso de enseñanza-aprendizaje es la falta de
diálogo. Hoy existe, lamentablemente, una comunicación monosilábica,
en miles de hogares costarricenses y planetarios, cuyos efectos se
manifiestan en la violencia, tanto en los espacios áulicos como en la
sociedad civil. El hogar, no la
casa, es una construcción cotidiana. En ellos, debemos procurar ser más
dialógicos. La extrema velocidad del mundo nos está pasando cuotas de
fraccionamiento en la convivencia socio-hogareña. Hay que revisar esa
condición, porque desestructura los cimientos de ese círculo de armonía,
afectiva y protectora, que históricamente ha distinguido al hogar como
célula primaria de la sociedad. Es decir, en
esta explosión globalizadora del conocimiento hay cabida, tanto para la
complejidad como para su celeridad en la obsolescencia, porque el
conocimiento cambia, ahora, demasiado rápido. El saber se ha multiplicado
vertiginosamente, pero al mismo tiempo se fragmentariza. En este momento,
hay diversas redes competitivas de socialización, pero coexisten en espacios
multidimensionales, en las tecnologías electrónicas inteligentes y,
aunque resulte paradójico, las personas se están comunicando más con
individuos desconocidos y lejanos, que con aquellos a quienes tienen al
alcance del abrazo, es decir, los miembros del ámbito hogareño, a
quienes, en muchas oportunidades, se invisibiliza. La comunicación
hogareña no se practica como se debe, porque estamos atrapados, en los
contextos próximos, por la velocidad de la ciber-comunicación; por una
envolvente y dinámica realidad en la que nunca estamos al día y,
por ello, somos portadores de niveles estresantes y estadios impersonales,
que atentan contra las relaciones confraternitarias. Los sistemas
educativos, en todos sus niveles, son hogares espirituales, donde debemos
compartir, con dignidad y ética, para hacer valer uno de los más inalienables
derechos del individuo: ser mejores, para promover una óptima calidad de
vida, es decir, redimensionar el concepto de una mayor apertura humana, para
el disfrute de las libertades individuales, dentro de un respetuoso espíritu
societario. 4. La educación es una práctica
social Las prácticas de
urbanidad tienen que vivenciarse desde el hogar. Si en ese espacio
no se cultivan dichos valores, el sistema educativo va perdiendo esas
batallas. No es la imposición, sino el convencimiento, lo que hará
la praxis. Muchas veces, ni siquiera en la familia nuclear se practican
normas de cortesía, pues miles de hogares se han ido convirtiendo en hoteles
de entrada y salida, nada más, sin los debidos procesos comunicativos
que materialicen sus relaciones interpersonales. La educación,
como práctica profesional, implica un ejercicio mayor de integridad e
interrelaciones, conciencia de respeto por la dignidad de los otros; pensar y
crear para crecer. La socialización del conocimiento cambia
métodos, pero no debería transformar la particularidad de nuestra condición
humana. La relación
personal y real docente-discípulo es fundamental y, en esa dimensión, la
enseñanza virtual del distinguido cuerpo docente del IPEA, tiene el
compromiso ético y educativo de ser respetuoso de la comunidad estudiantil
que atienden, desde la educación técnica, esencial en este mundo de cambios
acelerados. 5. La educación implica tolerancia Los educadores
debemos reencantar la educación, sobre la base de un componente con
responsabilidad social y cultural, en un compromiso
de respeto a la dignidad de los otros, servicio a los demás,
tolerancia, y una adecuada preparación académica, para el fortalecimiento
integral de las diversas comunidades estudiantiles, sin exclusiones odiosas.
Ese reto es una de las tareas ineludibles del verdadero educador. No podemos
enquistarnos solo en dar clases, sino que debemos ser guías y formadores
comprometidos, en contextos de globalización y sus asediantes procesos
impersonales; por ello, su compromiso debe construir una educación humanizada
para todos, que tome en cuenta, tanto la diversidad social como cultural, y
cuyo eje pretenda la formación de valores, como instrumento adecuado para
alcanzar el desarrollo digno e integral de las personas. La tolerancia
considera las opiniones y prácticas de los otros, aunque sean diferentes de
las nuestras. La convivencia educativa se centra en la expresión del respeto
y la comprensión por los demás. Mucho del clima emocional de
violencia y agresión en el espacio áulico, se debe a la intolerancia, el
irrespeto, la intransigencia, la insensibilidad y los excesivos niveles de
autoridad impositiva, de parte de quienes no acuden al diálogo, y se
comportan con arrogancia, en una profesión humanista, que requiere del
componente y los espacios dialógicos para su disfrute y plenitud. La
modalidad del IPEA es importante para ejercer todos los valores precitados. 6.Educar es una capacidad para
servir a los demás Los estudiantes
significan la razón de ser de nuestro trabajo, por ello, nunca deberán verse
como los enemigos por vencer. Todo lo contrario: la niñez y la juventud y los
adultos se encuentran ávidos de diálogo, comprensión y tolerancia. Para el
maestro, educador, docente o académico, verdaderamente comprometido con el
mejoramiento integral de la sociedad, ese es uno de los esenciales desafíos
piramidales en el ejercicio de la docencia. La educación es
una conjunción de voluntades y su respuesta social se encuentra fuertemente
enraizada con las clases menos favorecidas, porque su aporte es innegable en
la construcción de la vida nacional. Cierro esta charla
con un pensamiento del Maestro Joaquín García Monge (1881-1958): “Este mutuo
conocimiento de cuanto somos (…) esta generosa aspiración a ir juntos a la
cita con nuestro común destino nos hará invencibles. Estaremos
unidos por la cultura, amasada con sangre y espíritu”.
Muchísimas
gracias. ¡Carpe
diem!
Nota:
Conferencia dIctada por el Lic. Miguel Fajardo, al cuerpo docente del IPEA. En el auditorio del Hotel Aurola Holiday In,
piso 17, San José, Costa Rica, el 23-11-2024. |
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