PAISAJE
y HUMANISMO en NINGÚN LUGAR ES LEJOS de MIGUEL
FAJARDO
RONALD
BONILLA CARVAJAL
(Premio Magón, Costa Rica. Editorial
Poiesis)
Partiendo
del título, este poemario inicia su decir poniéndonos al tanto de su
intencionalidad de vislumbrar como todo debe resultarnos cercano y, al
adentrarnos en el texto, percibimos que la cercanía intuida y representada, es
de todo aquello que sea humano y naturaleza. Nada está lejos, nos habla un
principio de la posmodernidad, donde la relatividad de un objeto próximo o
lejano respecto a otro, no debe existir. Cuando se trata de concebir lo humano
siempre con la cercanía del principio de que todos somos hermanos, incluso los
otros seres de la naturaleza, vegetación y fauna que nos acompañan sobre el
planeta, y quizá, más allá.
Partiendo
de este principio de la conciencia de humanismo, el poeta va a unir el mensaje
social, político, geopolítico y solidario, con el cultivo de la bella
apreciación del paisaje y el involucramiento de un tú lírico (vos) que acompaña
a la voz poética en sus exhortaciones a comprender esta verdad abrazada y
abrasada, con el amor y la pasión, que el poeta ha sido capaz de vislumbrar en
su largo periplo creativo, que ya ha pasado por tantas lecturas como por el
ejercicio de más de quince poemarios y muchos otros escritos literarios e
investigaciones sobre la literatura y la realidad que nos rodea, en esta
cintura breve de América, y desde su guanacastequidad.
Y
porque Ningún lugar es lejos, el
autor se anima a pronunciar los topos de su entorno, del aquí y del allá,
aunque estos adverbios sean anulados por la disertación que nombra como todo
cercano, todo nuestro, todo dentro y nada afuera.
“El lago Arenal
extiende nubes que alcanzan el peregrinaje,
donde las mariposas se beben el día,
detrás del sol en Xilopalo”.
En
este poemario se erige un canto a América, la actual y la precolombina y la
fusión de las culturas, al rescate de lo nuestro:
“Las batallas
ancestrales
no derrotaron al corazón de América”. (pág. 21)
Pero
es también un canto al mundo y a la gente, con los nombres de poetas y
trovadores que dejaron sus manos para seguir cantando, como Víctor Jara (en
varios poemas se entrelazan Costa Rica y Chile con paralelismos culturales).
Como ya lo venía haciendo este nuevo Miguel de la poesía, es un canto denuncia
del dolor y el maltrato de los inmigrantes, porque todos somos eso, y no hay
nadie fuera de nuestro sentir; nos sentimos cerca de lo absurdo ante la
pandemia y los decretos que parecen prohibir los abrazos, que intentan
convertirnos a todos en extraños, temerosos del otro, cuando la proclama es que
no existe la otredad, sino un gran nosotros.
“En la memoria
vacía,
la corrupción teje y desteje
círculos despiertos
en media pandemia”. (pág. 53)
Sí,
este es un libro que canta y clama, proclama, dice y sugiere, revienta en la
furia de la voz que se desangra, nos abraza a todos y denuncia a quienes se
salen de la hermandad por la ambición. Algunos de los ejes temáticos del libro
van quedando reseñados en estas letras: la migración, la pandemia, la
desolación ante la injusticia, el paisaje, la solidaridad con los pueblos, la
destrucción de la naturaleza por la falsa idea del progreso:
“La montaña ruge
furiosa
en el pecho de la tierra,
contra las máquinas torturadoras
sin ningún límite de piedad”. (pág. 44)
Así como el
metalenguaje y el homenaje a grandes poetas como en el canto a Chile y el tema
del rescate de la ancestralidad:
“La nieve chilena
como un gran juego,
a la espera de encontrar el límite austral
de Caupolicán y Lautaro,
quienes lucharon contra las lágrimas
de los pueblos indígenas,
pero no se doblegaron fácilmente”. (pág. 21)
Así
como la lucha por la libertad y la paz, la lucha porque el amor prevalezca y
toda la naturaleza se erija como parte de ese ser nosotros, los humanos en
búsqueda de alcanzar su sueño de trascendencia y unidad con el todo. La lucha
porque la historia y la verdad se restablezcan, por eso los elementos naturales
están inmersos o adheridos a la piel del dolor:
“La luz de la roca
como peñón de sacrificio
de un mundo oscuro
entre las nubes del abismo”.
Miguel
Fajardo no le teme al paisajismo, sobre todo, cuando se arraiga a lo
guanacasteco:
“Regresamos a
Flamingo
y Brasilito para mirar
el oleaje del mediodía
desde las ventanas del catamarán,
cuyas cerradas olas resplandecen”. (pág. 52)
Pero
tampoco cuando se trata de postular su denuncia, por eso, que no nos sorprendan
sus frases lapidarias donde prevalece lo conceptual:
“Nuestra tierra es
un estadio
abierto contra los crímenes
y la exterminación
de los que hayan caído por el odio,
la xenofobia o el racismo”. (pág. 23)
El
tema de los migrantes es ya una recurrencia que deviene de libros anteriores en
Miguel Fajardo: recordemos su libro Nunca
como ahora, 2019, el tema de lo geopolítico y del exilio en Nadie es dueño, 2014, o del dolor de la
guerra en Comienza la palabra, 2018,
pero igualmente la incorporación del paisaje para trazar una línea revelativa
donde la vibración de lo inefable nos posee y nos hace percibir la esencialidad
y grandeza del espíritu humano en el sentido cosmogónico, aparece en su poesía
temprana, estoy recordando Extensión del
agua,1981 y algunos poemas de Margen
del sueño, 2000.
Ahora
bien los procedimientos literarios hablan de un respeto a la poética del buen
decir, de la imagen intuida y despierta
desde las entrañas, que anuncian la búsqueda de entroncar realismo e
imaginación creadora y que de hecho logra sentencias revelativas y
trascendentes. Esta sentencia intuye un aprendizaje para el ser humano captado
en la naturaleza.
“El tajamar no
contiene las mareas;
las deja continuar hacia la libertad”. (pág. 36)
También
es esta una poesía desde lo existencial, desde la angustia, pero a su vez,
desde la claridad del pensamiento: un poeta que lleva ya ocho lustros de luchar
con la palabra que lo asedia y reivindica, y que le habla y exhorta al hermano,
a ese tú (el vos tan nuestro) que le acompaña en su periplo por el mundo de su
literatura, su lector, sus seres amados y quizá el otro yo, el alter ego al que
debe conminar en la búsqueda de un mundo mejor:
“Nunca te encerrés
sin gritar
en el incendio que reclama libertad”. (pág. 32)
Veamos
aquí como ese vos, es una exhortación al inmigrante que toca las puertas del
país vecino, en el poema La oscuridad
cruza fronteras:
“Partís la
atmósfera
en el destino cerrado
de los pasajeros con sed,
con el emblema de los labios
en el grito del mar partido:
siempre solos,
desesperadamente ausentes”.
De
la unidad del vos se llega a la pluralidad que se encuentra inerme. Y en el
tema de la pandemia, el nosotros se vuelve el pronombre por excelencia:
“Despedimos a los
amigos,
quienes lucharon contra la pandemia,
pero el aire quedó en deuda…
y apagó sus vidas”.
(pág. 31)
Otro
aspecto, que denota el yo lírico de estos versos, como si no hubiese extrañeza,
es el contraste intercultural:
“Frente al rancho
indígena,
donde bebés daiquirís
para aplacar
la sed de nuestros sueños”. (Occidental Papagayo, pág. 28)
Denotamos
estos elementos de culturas sobrepuestas: rancho indígena, piscina del ahora,
los daiquirís, y el vos, para dirigir la palabra al sí mismo o al que está
cerca, o mejor, al nosotros en este aquí y ahora.
Esta
poesía es fiel a una propuesta de ideario, a una poética de humanismo; erige imágenes con los
elementos de la naturaleza y postula su sed de fraternidad, al igual que en los
sesenta ese otro costarricense llamado Jorge Debravo, Miguel Fajardo, irrumpe
con sus poemas, pero ahora con topos y nombres propios de su admiración, con
sostenida emotividad y con el pensamiento:
“Propiciemos la
equidad,
sin agresiones.
Por la memoria viva
de Víctor Jara:
“Hoy es el tiempo que puede ser mañana”. (pág. 20).
Entre
otros adyuvantes protagónicos, se encuentran también los adversarios, los
enemigos: son aquellos que se oponen a la lucha por la libertad, la hermandad y
la justicia, los que ejecutan “Las guerras de la barbarie”:
“Después de los
fracasos evidentes,
los caminos inmóviles tiemblan
al cierre de las manos homicidas”. (pág. 51).
Por
eso y como corolario a esta invitación a la lectura, estos versos que contienen
uno de los propósitos fundamentales del libro:
“Que no venga
nadie a insultarnos
por no llevar papeles de legalidad.
“Ningún ser humano es ilegal”.
Debí haber hablado
desde el inicio de la civilización:
todos somos migrantes,
amamos la vida,
porque ningún lugar es lejos…” (pág. 70)
Y por eso, prevalecerá: “La identidad nunca vendida”.
Ronald Bonilla
Carvajal
Costa Rica.
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Texto contracubierta
Partiendo del
título, este poemario inicia su decir poniéndonos al tanto de su
intencionalidad de vislumbrar como todo debe resultarnos cercano y, al
adentrarnos en el texto, percibimos que la cercanía intuida y representada, es
de todo aquello que sea humano y naturaleza. Nada está lejos, nos habla un
principio de la posmodernidad, donde la relatividad de un objeto próximo o
lejano respecto a otro, no debe existir. Cuando se trata de concebir lo humano
siempre con la cercanía del principio de que todos somos hermanos, incluso los
otros seres de la naturaleza, vegetación y fauna que nos acompañan sobre el
planeta, y quizá, más allá.
Sí, este es un
libro que canta y clama, proclama, dice y sugiere, revienta en la furia de la
voz que se desangra, nos abraza a todos y denuncia a quienes se salen de la
hermandad por la ambición. Algunos de los ejes temáticos del libro van quedando
reseñados en estas letras: la migración, la pandemia, la desolación ante la
injusticia, el paisaje, la solidaridad con los pueblos, la destrucción de la
naturaleza por la falsa idea del progreso.
Ronald
Bonilla
Premio Magón, Costa Rica