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viernes, 12 de noviembre de 2021

RAÍCES AMARGAS: ENTRADAS Y SALIDAS EN EL DOLOR VITAL

 

Miguel Fajardo



RAÍCES AMARGAS: ENTRADAS Y SALIDAS EN EL DOLOR VITAL

Lic. Miguel Fajardo Korea

Premio Nacional de Promoción y Difusión Cultural de Costa Rica

minalusa-dra56@hotmail.com

 

 

Campos Salazar, Bernal (1984). Raíces amargas. San José: Edinexo, 2021: 200.

Bernal ha trabajado como Agente de servicio al cliente bilingüe, Inspector del Ministerio de Salud y actualmente, como Asistente de Servicios Universitarios, en la Universidad Estatal a Distancia, en Cañas. Es bachiller en la enseñanza del inglés. “Raíces amargas” es su primera obra publicada.

La  novela de Bernal Campos Salazar (Bagaces, Guanacaste, 20-3-1981), entraña la aparición de una nueva voz literaria en la narrativa, tanto de Guanacaste como del país.

El acento narrativo de Bernal Campos tiene otros tonos y preocupaciones temáticos. Lo siento un heredero de la narrativa guanacasteca que marcó Hugo Rivas Ríos (1954-1992).  Hugo vivió 38 años; Bernal tiene 40 años. Interesante acotación.

En la literatura guanacasteca sobresalen narradores de mucho trabajo y calidad, tanto intenso como extenso; María Leal, Carlos Arauz, Héctor Chavarría, Ofelia Gamboa, Antonio Nicolás Carrillo, José Ramírez Sáizar, Otto Apuy, Édgar Leal, Santiago Porras, con gran ventaja, de entre una lista creciente.

La novela Raíces amargas es una especie de dossier, de archivo secuencial en la narración de los diversos ejes paralelos que aborda e incorpora.  La novela presenta el rasgo de la anticipación de los acontecimientos “Él era un hombre valiente, realmente un hombre!  Excepcional, valiente y cariñoso, exclamó Nala, tras esbozar una cálida sonrisa, pero cuando la furia gobernaba su sangre era como una tormenta prisionera en un valle, descontrolado e implacable, como si los sentimientos negaran su cuerpo” (p.11).

Nala describe a su hombre, de sangre indígena así: “Era un moreno fornido, sus ojos eran achinados, de brazos y manos toscas con dedos torcidos, mi cacique” (p.12). Nala conoce a Zenón Campos a los 15 años.  Sus padres le presentan resistencia, porque él es mayor y borracho.  Sin embargo, Zenón pide la mano de la hija ante los padres de ella, quienes aceptan.

Zenón es un trabajador de campo.  El primer conflicto de él es cuando está tomando licor de contrabando, un hombre lo desafía y él le expresa “¡No se le ocurra tocarme que yo estoy tranquilo y no busco problemas con nadie!” (p. 19).  Sin embargo, ante el desacato de su retador, debe pelear y vencerlo.

San Isidro es un pueblo donde “La vida era rebosante, presumida, los pájaros trinaban con algarabía” (p. 21).  En el hogar de Nala y Zenón, también esperan a su primogénito, Jaime.  Además, con ellos vive Sánchez, un zaguate cruzado con sabueso. En ese hogar “se vive con alegría, a pesar de que la pobreza nunca debe opacar las ilusiones de un corazón noble” (p.25).

El nacimiento de Jaime Campos Quesada, el 2 de agosto de 1929, hijo de Zenón Campos Alvarado, “hombre de pecho de piedra de río y brazos torneados” (p. 28) y de Reinalda Quesada Delgado, trae mucha alegría al hogar de la familia Campos Quesada. El nacimiento del segundo hijo, Zenaido, significa otra alegría, pero al mismo tiempo, otras preocupaciones y angustias, dado que él tuvo una muerte prematura a los nueve meses.  Desde ese acontecimiento, se empieza a marcar el dolor, como una constante en el discurso narrativo del autor costarricense Bernal Campos Salazar.

Se recurre a la prolepsis –la mirada anticipada del narrador- con los rasgos del carácter de Zenón “sin duda era un hombre más enigmático que un par de manos entrelazadas”.  Y el simbolismo de las manos cumple una función decisiva en la cadena de  acontecimientos del texto. Según el Diccionario de los símbolos, de Jean Chevalier  “La mano expresa la idea de actividad al mismo tiempo que la de potencia y dominio” (Chevalier, 1995: 682).

El narrador vuelve a dar pistas del comportamiento de Zenón, tanto inicial como en el desarrollo de la materia novelada, cuando él le dice a Nala “he tomado un camino con atajos, le he dado la espalda a la rectitud y voy directo al fracaso, justo ahora me has encontrado encarándome a mí mismo, pero no he visto entre el agua turbia más que el rostro de un hombre derrotado” (p. 39).

San Isidro pierde paz como pueblo ante el asesinato, en la casa de los Mora,  de doña Claudia y su nieto, de 20 años.  El motivo fue el robo de 100 pesos. Luego de diversas pesquisas, se sabe que Zenón es el responsable.  Llegó a la pulpería de El Chino con un billete de 50 pesos.  Él robó por necesidad.  Antes de irse, había dejado en su casa comida en abundancia. 

Zenón se entrega a la policía, a la que había burlado durante 16 días, después de los hechos. Luego lo trasladan al penal de San Lucas, donde lo recibe el coronel Amancio Montero, director de ese centro de reclusión.

El coronel Montero le dice: “Este es nuestro territorio, nuestra isla y de aquí nadie sale vivo a menos que termine su condena, estos cinco kilómetros cuadrados y un par de islas más serán tu nueva casa con un grillete atado a tus pies” (p. 66).

Ante ese discurso, Zenón replica, en un tono confrontativo y desafiante: “El día que yo quiera me voy de esta isla del mismo modo, sin que nadie lo pueda evitar, ni siquiera usted que se cree tan valiente” (p. 66).

Esas dos intervenciones dialógicas son importantes, porque  demarcan los espacios físicos, de autoridad y obediencia; de desafío y reto.  Sin embargo, como un impensable recurso del narrador complaciente, a lo largo de la novela, se cimentará una amistad leal, franca y sincera, a prueba de obstáculos, entre ambos personajes eje de la novela.

La isla San Lucas está ubicada frente a la costa del Pacífico, en el Golfo de Nicoya. La cárcel funcionó desde 1873 hasta 1991. San Lucas es un referente literario en la narrativa costarricense, a raíz del relato autobiográfico de José León Sánchez en “La isla de los hombres solos” (1968). Dicho penal se estableció como una prisión para albergar  a los “políticos indeseables” y a los delincuentes más violentos del país. No sabría  decir cuál político estuvo preso ahí. Actualmente, es Patrimonio Arquitectónico de Puntarenas desde 1995.

La novela refiere las condiciones inhóspitas de los reclusos en dicho penal: “esos hombres ordinarios se abrazaban a la noche, y, a veces, entumecidos, se aferraban hasta con las uñas mugrosas de sus pies a la vida, porque la intimidad de aquella prisión estaba resguardada en lo absoluto de la oscuridad” (p. 70).

En esa prisión, Zenón destaca por su valor: “-Coronel, ¡ese hombre es un animal! ¡No es un hombre, no le he escuchado protestar ni una vez” (p. 71). “-¡Perdón, coronel, sí!, ¡lo hemos puesto a trabajar duro, duro, pero a él no le importa!, simplemente lo hace y ya, si reniegos y tras eso nos desafía porque lo hace en menos del tiempo que nosotros hubiéramos pensado” (p.71).

Cuando el coronel Amancio Montero habla con Ligia, su esposa, él defiende a Zenón y le responde a ella: “¡Pero le encomendaría el resguardo de mi vida a ese hombre”. ¡San Lucas no hace mella en él, es un hombre valiente! (p. 77). “Ese es él. ¡Tiene esa sangre y ese brío!, la misma actitud arrogante y soberbia”.

Nala visita San Lucas, un año después, con la mayor discreción, para que Zenón no se niegue a recibirla. La confesión de cinco minutos de Zenón es estremecedora: “debo pedirte que te olvidés de mí, debo pedirte que me borrés de tu memoria y que me arranqués de tus entrañas, no permitás que tu vida acabe por mí.  Debés hacer tu vida, por favor  nunca escondás mi verdad a Jaime, hablale de mí, de lo que fui antes de convertirme en un animal sin alma para que aprenda que la vida tiene trampas…” (p. 81).

Amancio refleja en su texto lo que significa estar en San Lucas; “todos aquí tienen que comer mierda, porque para ganarse el derecho de estar aquí hicieron comer mierda a personas inocentes, esta isla es el lugar donde vienen a aguantar calor, a sentir sed y que te pateen el jarro lleno de agua casi en tu cara, a sentir un hambre perra si así yo lo digo, aquí no hay derechos, solo hay obligaciones y obligados” (p.83).

Zenón debe trabajar al mando de El Negro Brown, quien lo golpea, le grita, lo azota y lo insulta. Un día, Zenón pide 10 minutos de descanso para tomar agua, él y los otros reclusos, pero El Negro se hizo el sordo y  montó en furia, al ver que Zenón y los otros ocho hombres se habían sentado en señal de protesta.

 El Negro pregunta de quién fue la idea, y Zenón responde: “-¡Fui yo! El Negro Brown lo castiga tres veces seguidas sin parar, ante ello, Zenón lo decapita con un machetazo.  Él se responsabiliza de su acción “Ustedes  tranquilos, que  este  muerto  es  mío. ¡Nadie  tiene que recibir garrote por esto” (p. 87).

Las palabras de Zenón lo retratan: mediador, valiente, decidido, responsable de sus actos. Dichas secuencias narrativas son muy fuertes y están narradas con mucho dramatismo y con pinceladas de feísmo naturalista por su cruda realidad.

Cuando el coronel Montero lo interroga sobre el nuevo homicidio, Zenón le dice: “Quiero saber desde hace mucho tiempo por qué se ha tomado su tiempo en tratarme diferente a los demás” (p. 90). A lo que el coronel le responde “confieso que tu valentía me choca, pero la envidio” (p. 91).

Por otra parte, con la ayuda de Joaquín, su compañero de celda, planea la estrategia de fuga de San Lucas, pero se le rompe la tabla de nadar y es capturado. Escapar de San Lucas era un acto de atrevimiento, inteligencia y osadía en esa época. En el texto narrativo de ese episodio se nota la presencia de los dinámicos movimientos, tanto centrífugo como centrípeto de los personajes.

“-En la Isla Caballo, en la cara de la isla que da a Isla Chira, lo encontraron desmayado, estaba aferrado a un pedazo de tabla como si le hubieran clavado un brazo a ella, la tabla no estaba completa, estaba quebrada por la mitad y el corte es de hoy, está fresco, creo que si esa tabla no se hubiera partido nosotros no le hubiéramos capturado” (p. 105). El coronel ordena a Justo, que le dé el castigo a Zenón, durante cinco días,  por la fuga.

Las desgracias de Zenón no acaban, apenas comienzan, pues le comunican, mediante un  telegrama, la muerte de su madre.  Ante ello, es importante el texto narrativo donde Zenón le plantea una petición humanitaria al coronel “le ruego ya mismo por un par de días de libertad a cambio de lo que usted quiera, estaré a su disposición para pagar mi deuda como usted  lo decida, quiero  sepultar a  mi  madre yo mismo, quiero  mirarla  por  última  vez” (p. 119).

“El coronel llevó su mirada directo al juego de llaves, un aro de hierro fundido las unía con recelo, en ese aro descansaban todos los gritos de libertad de San Lucas, el sonido de esas llaves chocar contra el suelo le movió el piso al coronel más de lo que pudiera haber imaginado” (p. 120).  En lo no dicho radica la fuerza expresiva de ese texto narrativo y de complicidad.

“Pasó por su mente la imagen del coronel observando el puño de llaves en el suelo del despacho, con la mirada perdida.  Lo hizo su cómplice, no podría ser de otra manera, su verdugo acababa de allanar  el camino hacia su libertad” (p. 123). Esta vez se presenta otra fuga con la complicidad-ayuda del coronel.

El simbolismo de las llaves es muy importante en lo no dicho de la novela. El coronel allana el camino para que Zenón pueda escapar. A partir de ahí, comienza su secreto “con alma, terminó de transcribir las últimas palabras al diario, era un hombre estricto con sus escritos” (p. 122).

Para Chevalier en su Diccionario de los símbolos “la llave es del todo evidente en relación con su doble  papel de abertura y de cierre.  Es a la vez un papel de iniciación y de discriminación (…) Símbolo del poder  y del mandamiento, la llave domina –abre y cierra- la puerta (…) La llave simboliza al jefe, al amo, al iniciador, al que detenta el poder de decisión y la responsabilidad” (Chevalier, 1995: 670).

 De ese modo, Zenón lleva cinco horas de ventaja en su fuga. El coronel dirige la misión de la captura.  La orden era ir directo a Puntarenas “El coronel sabía perfectamente hacia dónde se dirigía su amigo” (p. 123). El coronel sabía que Zenón “perseguía la libertad para poder sentir alivio en su dolor” (p. 124) por la muerte de su madre.

Zenón, por su parte, roba un caballo para llegar a tiempo a Miramar al funeral de su madre. “Faltaban doscientos metros de llegar al cementerio, Zenón pidió relevar al hombre que cargaba el ataúd justo al frente y a la derecha, eligió ese lado porque cargaría a su madre en la posición en que sus corazones quedarían más próximos uno del otro, un corazón había dejado de latir, el otro estaba lleno de veneno pero aún latía con mucha fuerza” (p. 125). Este apartado narrativo es muy conmovedor y emotivo. Se presente el recordar selectivo en relación con la figura materna.

Cuando descienden el ataúd, el padre de Nala, Gerardo Quesada, pronuncia su nombre ante la concurrencia.  Se revela la identidad de Zenón Campos, quien se despide de él y de don Rogelio, a quienes agradece su apoyo, pese a todas las circunstancias.

Mientras, Amancio Montero y sus 10 guardias aguardaban.  El coronel le da a Zenón tanto su tiempo cronológico como sicológico “el coronel había decidido con su paciencia regalarle a Zenón el regocijo de esos minutos de angustia (…) además, tenían a un hombre justo al frente de ellos, muerto de hambre, cansado y deshidratado” (p. 138). Ese acto de humanidad por parte de las autoridades es un signo de entendimiento a favor del dolor humano en “ese breve instante de libertad” (p. 129).

El coronel ordena no atarle las manos a Zenón “no quería que el final de su libertad quedara grabado de esa forma ante los ojos de la multitud” (p. 129).  Después de su fuga, Zenón estuvo una semana en el calabozo.

Cinco años después, Nala se aleja de San Isidro y decide rehacer su vida, con Expedito Alvarado, y se trasladan a Pozo Azul de Abangares. Expedito era un buen hombre, pero también era borracho, por ello, se convierte en grosero, chabacano y machista y maltrata a su hijo Ulises.

“Nala tenía ahora una vida normal, había logrado apaciguar su sufrimiento alejándose de San Isidro, su piel ya no lucía marchita, sonreía muy a menudo y estaba satisfecha por su hijo” (p. 131).

Después de la segunda fuga, el coronel se aleja de Zenón por un lapso de dos años.  Cuando se reencuentran, Zenón aprovecha para decirle al coronel “Tengo una deuda que nunca podré olvidar así pasen cien años, nunca olvidaré su cara al caer las llaves de Justo en su despacho” (p. 134).

El coronel le responde: “-Mirá Zenón, hombre… necesito a alguien de mi confianza para capataz. ¿Conocés a alguien que puede servir? –Sí claro, coronel, ¡Yo!” (p. 135). A lo que el coronel responde: “-Estás aquí por una razón especial (…) quiero que seás el capataz que busco” (p. 135).  Zenón acepta y le promete lealtad, con la condición  que solo recibirá órdenes del coronel.

Zenón le formula una petición al coronel: “”Quiero aprender a leer” (p. 145). “-Tomo la palabra de tu petición Zenón, personalmente recibirás instrucción de mi parte” (p. 146).

Justo, el  hombre  de  confianza  del coronel, presenta a Zenón como nuevo capataz “-Señores, el día de hoy estarán a cargo de Zenón, ya saben lo que eso significa, ya todos lo conocen, no es un extraño para nadie en este grupo, las reglas las dispondrá Zenón y deberán ser acatadas por ustedes con carácter inmediato” (p. 148).  Es decir, se inviste de autoridad a Zenón ante el grupo de su cuadrilla de campo. Mantiene una disputa con Julián (Sartén), a quien manda al dispensario muy golpeado.

“Zenón gozaba de los privilegios de un capataz, le daban la llave de su libertad por dos días y dos noches algunos fines de semana, podía salir de San Lucas los viernes por la mañana y regresar los domingos antes del atardecer, Zenón lo aprovechaba para trabajar y poder ganarse sus pesos” (p. 157).

En una de sus salidas, después de permanecer recluido 10 años en San Lucas, y cuando trabaja como cantinero, Zenón es desafiado por el Coco de Guacimal, quien lo reta a pelear y Zenón acepta con tres condiciones.  La pelea la presencian 100 personas.  Zenón le da muerte al Coco de Guacimal con un picahielo: 18 orificios de 20 cms.  De esa manera, comete su cuarto homicidio. Acepta su nuevo error y le dice al coronel que, con ese acto, él sabe, perfectamente que rompió su confianza con él, quien, lo ha protegido y ayudado muchísimo durante su permanencia en San Lucas.

Luego de ese trágico suceso, el narrador considera que San Lucas es  importante para Zenón. “Los años en el penal ya le garantizaban seguridad y por aberrante que pareciera, sentido de pertenencia a su vida” (p. 164).

Por otra parte, Nala y Expedito se trasladan a Bagaces, ante el rumor infundado de que Zenón los asesinaría a ambos. Ellos han vivido con ese temor desde el inicio de su relación.

Como capataz, Zenón consiguió algunos logros para los presidiarios “había sido por años un capataz justo que defendía sus derechos también, gracias a él, algo tan básico como tener acceso al agua en el campo ya no era una súplica, se convirtió en algo elemental como debía ser” (p. 168).

“Cuando llega un grupo de nicaragüenses bastante incómodo, de apariencia soberbia y malcriados e irreverentes hasta decir basta”, Zenón es designado el capataz de dicho grupo y se pone en evidencia el juego de poder, con provocaciones a Zenón, hasta que este decide asesinarlos. 

“¿Siete cabezas piensan mejor que una! Esta vez no fue así, el capataz se les anticipó en todo (…) ninguno de ellos esperó la bestia que llegó a ellos por segunda vez, a ese sujeto ellos no lo conocían, escuchaban sus historias pero se hicieron los sordos.  Del mismo modo en que los esparció por el campo así los asesinó a todos, uno por uno, Zenón hizo una pelea justa, hombre  a  hombre, cuerpo a cuerpo, nada de siete contra uno como ellos quisieron” (p. 172).

Después de los once desaciertos en la vida y conciencia de Zenón,  la relación de amistad entre Amancio y Zenón se expresa de la siguiente manera “era el fin de una historia de lealtad, una amistad que trascendió las barreras intocables de los principios éticos, una amistad que derrumbó murallas de una moral conocidas, el ejemplo vivo de la amistad que perdona y concede oportunidades más allá de la ley, una amistad que te da una mano para levantarte cuando has caído, una amistad que siempre se alejó de la comprensión de todos por años” (p. 174).

El coronel Amancio Montero decide cerrar su ciclo, con su retiro como encargado de San Lucas, el día de la masacre y regresa a su hogar, donde su esposa Ligia y la familia lo esperan. Justo queda a cargo del penal.  De esa manera, Zenón pierde a sus dos amigos, Joaquín, su compañero de celda, quien muere por una enfermedad, y al coronel, quien se acoge al retiro.

“Por lo sucedido con los nicaragüenses, el sistema le concedió  el beneficio de la duda y ni un solo año fue sumado a su condena, al final no lavar sus heridas y su ropa ensangrentada habían surtido el efecto esperado, a eso le agregaron al expediente las pesquisas de campo en el lugar del crimen, el lugar estaba lleno de pruebas que indicaban que aquello realmente había sido una lucha en defensa de su vida, un absurdo pues no se trataba de dos vidas sino de siete escenarios diferentes” (p. 177).

De ese modo, Zenón fue absuelto por los crímenes múltiples contra los siete nicaragüenses. Recupera su libertad en 1959, después de 30 años en el presidio de San Lucas, donde acumuló 11 000 días de privación de su libertad.

Ya libre, decide irse donde unos familiares a Matapalo de Abangares.  Luego donde Ulises Cruz, quien lo recibió y apoyó solidariamente.

Afloran nuevos miedos de Expedito al saber que Zenón recuperó su libertad, por el rumor reiterado que Zenón los asesinaría a él y a Nala. Ante los celos de Expedito, Nala le responde que el único que podía verlo sería su hijo Jaime “por mi parte hablar de él no es algo que considere necesario “(p. 185). Asimismo, Nala cumple una de las peticiones que le había hecho Zenón cuando lo visitó en la cárcel y le dice toda la verdad a Jaime sobre Zenón.

Zenón volvió a la vida en Matapalo, con la familia de Ulises Cruz, y se dedicó a “transformar vida, sembrar árboles frutales, cultivar maíz, frijoles, yuca, dar vida y sustento a otros desde sus manos” (p. 187). Es decir, Zenón encontró la paz y también a Dios.

Por el contrario, Expedito Inocente Alvarado Cerdas muere de diabetes, después de sufrir diversas amputaciones en su pierna, en agosto de 1972.

Al final, Jaime decide buscar a su padre y lo visita con su hija Cecilia. Es decir, 40 años después se reencuentran padre e hijo “ver por primera vez, lo que vio fue sin duda algo que lo emocionó, a pesar de que él no era lector, observar a su padre leyendo le movió  el piso porque no estaba viendo a la bestia que por años había escuchado en historias, veía a un ser humano tranquilo pasando las páginas del mundo frente a sus ojos” (p. 191). Para Jaime, ver a su padre leyendo lo emociona, por la connotación de ese acto de mejoramiento obtenido desde el encerramiento penal.

Jaime le plantea una pregunta frontal a su padre: “Es cierto que usted mandó a decir a mamá que se alejara lo más lejos posible porque la mataría a ella y a Expedito” (p. 192).

La respuesta de Zenón a su hijo Jaime es una confesión sin titubeos: “-¡No es cierto! ¡Jamás!, jamás mataría al hombre que alimentó la boca de mi hijo en mi ausencia, él no hizo ningún daño, ni siquiera pensé tal cosa nunca, mi deuda es enorme con él, espero si hay otra vida, poder saldarlo, y en cuanto a tu madre, jamás intenté lastimarla y jamás hubiera matado a la única mujer que amé en esta vida (…) mi amor por ustedes dos nunca tuvo riendas ni medida” (p.192).

Jaime le realiza tres visitas a su padre.  Tres años después de la primera visita, Zenón enferma, y se agrava, a causa  de una masa en su abdomen, y fallece en la clínica de las Juntas de Abangares. 

Por su parte, Nala muere en Bagaces, en agosto del 2000.

 “Ambos, tomados de sus manos agrietadas por el tiempo, morirían sin saber que la muerte no es el final de la vida, porque la vida no se termina, la vida simplemente se transforma.  El final es solo el principio...” (p. 197).

En síntesis, la lectura de la novela Raíces amargas, de Bernal Campos Salazar, ha sido un grato encuentro con una nueva voz narrativa que emerge en la literatura  guanacasteca, con un tono y un acento nuevos, temáticamente hablando.

Su lectura me atrapó, porque la historia novelada es densa e intensa. Son muchos puntos de vista desde los cuales se puede leer esta novela, que mantiene signos de plurisignificación muy interesantes, pero le corresponderá a cada lector tratar de descifrarlos y asimilarlos para su vivencia dentro de su atenta lectura.

Saludamos el surgimiento de la nueva voz de Bernal Campos Salazar en las letras de Guanacaste y del país. Lo importante es que siga escribiendo, redescubriendo otros temas para dar a conocer filones inéditos que le interesen a las nuevas generaciones dentro del siglo de alta velocidad, en medio de este difícil tiempo pandémico que nos ha correspondido vivir como sujetos  históricos el siglo XXI.

 

 

Lic. Miguel Fajardo Korea

Premio Nacional de Promoción y Difusión Cultural

minalusa-dra56@hotmail.com



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