MANUEL E. MONTILLA
EN EL INMEMORIAL JUEGO TEMPO-POÉTICO
Lic.
Miguel Fajardo
Premio
Nacional de Promoción y Difusión Cultural de Costa Rica
(Moravia
y Guanacaste. COSTA RICA).- He tenido la feliz oportunidad de leer el
poemario El inútil premio de la inmortalidad, de Manuel E. Montilla (Panamá, 1950). El texto obtuvo el segundo
premio en el prestigioso XL Concurso Municipal de poesía León A. Soto 2020.
Manuel E. Montilla es un artista visual
y plástico, poeta, pintor, crítico de arte, gestor cultural, coleccionista,
bibliófilo, restaurador, curador y un promotor
incansable de la cultura sin fronteras desde Chiriquí, Panamá, donde ejerce
como Director Ejecutivo de la Fundación para las Artes Montilla e hijos.
El
poemario en comentario consta de tres apartados: Brocados, Estampas y Espejos.
Cada uno de ellos contiene 10 poemas. Los tres apartados incorporan epígrafes
de diversos autores, a saber: Sydia Candanedo, Chang Tsi, Juan Miramontes, Men
Hao-ren, Michel Houellebecq, Li Bay y Ricardo Bermúdez.
Este es el epígrafe que contiene en su
verso final el título de este poemario, a saber: “Al cabo de diez mil años, de cien mil
otoños, / no tendrás otro premio que
el
inútil premio de la inmortalidad”. Chang
Tsi, en Epístola a Li-Tai-Po. (La negrita es suplida).
El título en sí plantea la referencia
eterna de la inmortalidad, pero, esta vez, como un inútil premio. El ser humano
juega con las dimensiones del tiempo. Muchos buscan la fuente de la eterna
juventud; otros no quieren envejecer; algunos desean crecer. Es decir, hay una inconsistencia humana
frente al tema eterno de las edades y del tiempo y, dentro de él: la
inmortalidad.
El
hablante, en la serranía del cielo, aduce que permanece junto con los elementos
vegetales “en unión al árbol vetusto, / a la humilde hoja, a la secreta raíz”.
Advierte la esencialidad lumínica del relámpago y, entonces, “Tigres y jaguares
deambulan en mí (…) un río interior fluye en soledad”. Es interesante la
conjunción de elementos vegetales con animales, como un contrapeso a las
exigencias del factor humano.
Asimismo,
el hablante se funde con la ardilla, la abeja y la hormiga “con la inspiración
de las begonias, con el agua que desciende en cascada (…) con el agua que
arrulla tu olvido”. Sin embargo, en el
esquema recolectivo asevera que “Solo el desamparo y la ausencia son posibles”.
El yo
lírico se visualiza como un desconocido solísimo “Soy el multitudinario que no
requiere compañía”. / El viaje soy yo.
El viaje es a mí mismo. / Soy encuentro y retorno. Divergencia e imposibles”. El poeta busca
encontrarse en un cielo azul, pero ahonda en su propia búsqueda con rotunda
acritud y desenfado “Soy el desconocido que me habito (…) Soy un desconocido.
Solo eso. Nada más”. Las connotaciones
de desconocido pueden llevar al hablante a significaciones, tales como ignorado,
ignoto, anónimo, incógnito, indocumentado. Es decir: no ser.
Otro
ángulo de la inmortalidad es la lejanía, pero existe en sus versos una negación
“Tienen prisa por llegar a ninguna parte”, o bien, “Sentado en el alba,
vislumbro una efímera claridad (…) La hora del retorno me abre sus brazos”. Y
uno se pregunta un retorno a qué, porque no se llegará a ningún lugar. Esos distanciamientos
ahondan el eje discursivo en este poemario, cuya dimensión temporal es un
acicate para tratar de sobrevivir en este mundo de constantes asedios y prisas,
para no estar al día en ningún momento.
El
hablante lírico recurre a otros elementos, tales como la memoria y el instante,
los cuales redimensionan el tiempo “El reflejo de tus ojos en la fuente contra
la luna que enciende el instante. / La memoria es solo eso. No pido más”.
Paralelamente,
incluye un estadio etario de la vida humana “Sobre esta piedra, en senectud,
avasallado por las tormentas, he de claudicar”. Es importante como rasgo de
estilo, la rotundidad con la cual el hablante lírico cierra los versos.
Los
instantes apresados, sin retorno, después de partir, tornan un cuadro angustioso
en la ventana lírica del barco panameño Manuel E. Montilla. “Estás aquí,
observando nuestros pasos. Huellas memoriosas que no guardan el retorno (…) He
de partir sin tu piel de asedio (…) para navegarte / sin derrotas y escudriñar
ese instante en lo perplejo del recuerdo”.
Para
ahondar esa angustia acezante frente al tiempo inmemorial, el hablante poético
incluye el olvido y el azar como ejes desequilibradores “Al fragor de la
refriega, en vislumbre la orilla cetrina del olvido. Concluye / aquí, trágico
azar, el camino suscrito”. Uno inquiere cuál será ese camino suscrito. El poema
queda abierto a pluralidad de interpretaciones expresivas, sin dar una
respuesta, que es como abrir nuevas incógnitas sobre el devenir.
El tono
angustioso frente al avance irremediable del tiempo se agudiza cuando se
incluyen términos sin llenar como nada o vacío “¿Quién piensa en nosotros, los
habitantes de la nada? (…) Los demás a mirar al vacío. / No espero
compasión. No tengo una plegaria (…)
¿Qué podremos pedir?
O cuando
se incorpora la miseria de los abandonados “La tarde toda es agua que apuñala
la miseria. / ¿Quién piensa en nosotros, los abandonados de la nada? Asimismo,
el hablante aduce que cuando “No estás
conmigo (…) Camino frente a tu recuerdo”. El recuerdo se relaciona con el
tiempo ido, lejano en el presente, e
insospechado hacia el futuro, mucho menos, con la eternidad, porque “Somos una
multitud extensa de distancias”. Y tan cierto que “Al final de la luz, / y al
final de la ausencia, / el hombre es soledad”, o mejor dicho, soledumbre.
En
algunos textos, el hablante retoma su humanidad y evoca la corporalidad amada
“Por tus muslos se desliza el agua. Por tu vértice se asocia el deseo. Confusa / ante el vendaval que gime, gritas
en gozo y te abandonas a lo oscuro de la / plenitud”.
Y
reitera la preocupación citada “Cabalgaré / Solo cabalgaré alejándome de mí
mismo. / No preguntes”. “No estoy solo
si aguardo a tu sombra”. “Ajeno a los
destinos de la humana servidumbre, / sus caminos ya no me acontecen”. “¿Cuántos
recuerdos se postraron al adiós?” “He de restituir el esplendor de ese sol, de
mediodía / para encontrar tu mirada inserta dentro de mí”, o bien, “Por este
silencio (…) / solo escucho, el sonido de tu corazón”.
Obsérvese la inclusión de dos palabras claves: mirada y corazón, que
permiten rehumanizar el texto, el cual había venido desligándose de dicha
condición, en aras del eje temático sobre el tiempo. El hablante quiere
“encontrar tu mirada inserta dentro de mí”.
La pareja encuentra asidero en este mapa
lírico de expresiones múltiple del poeta canalero “La mujer acaricia figuras de
aire con su mano desnuda. / Su hombre está lejos. / Ella en solitario ardor. /
Vive de certezas. / Sabe que no volverá”.
Nuevamente la ausencia física. El
tiempo comiéndose la vida. Sin embargo
hay “Un libro atrapado en tu regazo, ¿la poesía plena de nostalgias?”
En otros textos se deja leer “Tu cuerpo
desnudo, / desliz de la memoria, me anuncia alboradas”. Esta última palabra
desborda alegría, esperanza y fe. Pero luego advierte “la lluvia golpea el
cristal… ¿Te recuerdo o restituyo tu carne dolorida”. Y nuevamente el
desencanto “En tu carne de calvario me será advertido ese nombre que debo
instaurar / para el extravío”. El reforzamiento expresivo a ese dinamismo
negativo es el cierre “Puedo mirarte sin prisas para constatar que la ausencia
es el sendero cierto / que nos abre a nosotros mismos”. Acaso el poeta busca encontrarse a sí mismo
con la incompletitud de los demás.
En una clara actitud de conclusión humana,
el yo lírico expresa con frialdad y certeza del devenir inmediato “Ahora planto
claveles en el sitio donde descansaré”. El ciclo está por finalizar “Cierro la
vida y te miro, / mientras abrazas el instante”.
El esquema recolectivo es concluyente “Un
hombre clavado frente al viento, / mira la luna que tiembla. /El diluvio lo
empapa. Inalterable, contra la
existencia, continúa su marcha sin rumbo”.
En síntesis, El inútil premio de la inmortalidad, de Manuel E. Montilla es un poemario de notable expresión lírica. En él se condensan diversos ejes temáticos:
tiempo, viajes, memorias, vacíos, olvidos, abandonos, multitudes, agonías,
recuerdos, amores, inicios, recorridos y finales previsibles, antes de la
conclusión del ciclo individual sobre la tierra. Es un libro de gran reflexión
sobre los avatares de la frágil y cotidiana existencia frente a la inmortalidad,
reservada a unos pocos seres humanos como Li-Tai Po.
Lic. MIGUEL FAJARDO
(Costa Rica, octubre, 2020)
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