Miguel Fajardo, Costa Rica
LOS ELEMENTOS DEL CUERPO
EN LA POESÍA DE EUNICE ODIO
Lic. Miguel Fajardo
Korea
Premio Nacional de Educación Mauro Fernández de
Costa Rica
minalusa-dra56@hotmail.com
Descriptores: -Literatura
costarricense -Poesía costarricense -El cuerpo -Eunice Odio.
Me propongo abordar un tema esencial en las manifestaciones artísticas,
como es la escritura del cuerpo en la poesía costarricense. Desde
esa perspectiva, Eunice Odio (1919-1974), en su poemario Los elementos
terrestres1 (Guatemala, 1948), es la pionera del abordaje
corporal dentro de la poesía vanguardista costarricense, donde se puede
correlacionar las diversas partes de la anatomía2 con un amplio registro
simbólico y cultural.
Eunice Odio inicia esa tematización, cuando dicha práctica transgredía el
comportamiento de la tradición patriarcal. Su poesía vanguardista
reconoce el cuerpo y explora la sexualidad, tanto femenina como masculina e,
igualmente, sus relaciones con el goce o el deseo. En el desarrollo de los
poemas, utiliza la intervención de la mirada, la cual provoca un
desplazamiento de los amantes hacia partes erógenas. De esta manera, establece
un vínculo que se materializa en la provocación de uno y en la respuesta del
otro.
En Los elementos terrestres, la percepción del cuerpo es
múltiple, porque es un espacio para la significación expresiva del
reconocimiento individual. El cuerpo se nombra y muestra, es decir,
se compone y se reconstituye. Genera sentidos, en la medida en que las partes
de la anatomía representan un espacio, visible y tangible, a partir del cual se
toma conciencia de él. El cuerpo se redescubre y completa en el lenguaje
del otro.
El diálogo de lo femenino y de lo masculino, se extiende a los planos de la
corporalidad: ella busca al amado por las inmediaciones de su propio cuerpo, y
reposa en el del amado. De ese modo, la imagen es un tejido que se
muestra y concreta en la mirada del otro, en la poética del cuerpo.
La
perspectiva de lo corporal opera, entonces, como un código dialógico que
posibilita el goce: “Tú me conduces a mi cuerpo, / y llego, / extiendo el
vientre / y su humedad vastísima, / donde crecen benignos pesebres y azucenas /
y un animal pequeño, / doliente y transitivo” (LET3, 125).
La mención de elementos animales, vegetales y líquidos, comprueba que el
lenguaje erótico cotidiano está lleno de ejemplos de cuanto sucede en la
naturaleza. Los murmullos, los rugidos, los arrullos, el correr del agua,
el vaivén de las olas, los gemidos de toda suerte de animales son imitados en
el juego erótico: “Mi sexo como el mundo / diluvia y tiene pájaros, / Y
me estallan al pecho palomas y desnudos. / Y ya dentro de ti / yo no
puedo encontrarme, / cayendo en el camino de mi cuerpo” (LET,
124).
Se
establece una relación entre la naturaleza y el cuerpo. Es decir, la
naturaleza se comporta como intimidad o deleite. La
conjunción de la vegetalidad remite a la estética del jardín (jazmín, lirio,
rosa) y connota la delicadeza sensual y erótica: “Entraremos de pronto en el
verano como árboles / vegetalmente abiertos de oídos y de polvo (…) Y a la
altura del pecho y la labranza / semilla de silencio y luz desierta” (LET,
136-137).
La hablante ve al hombre como su complemento, porque “él camina en parte / con
mi alma”. El amado apela al sueño, que atrae en ausencia el modo de
llegar hasta ella para conducirla al encuentro de la unión sexual de la
pareja. De esta forma, en el texto se busca al amado, lo cual podría
considerarse como la incompletitud del yo sin el otro. Por más
satisfactoria que se presente la relación entre los amantes, siempre se plantea
un vacío que impulsa el deseo de buscar en el otro lo que complementa.
La
amada busca al amado, su amante, camarada, huésped, hermano, es decir, un
ser que pareciera serlo todo. Según Octavio Paz4: “el erotismo es una
experiencia total que jamás se realiza del todo, porque su esencia consiste en
ser siempre un más allá. Este se refiere al cuerpo ajeno como un obstáculo o un
puente que en uno y en otro hay que traspasar”.
En el poema cuarto, el hombre ve a la mujer asomada a su pecho; ese sustantivo
se repite y es plurisignificativo. El amado la contempla en un proceso de
evolución física y se marca con los oxímoros “pecho diurno” y “voz descalza”,
los cuales evocan elementos corporales en cualificaciones inacostumbradas. La
escritura erótica de este poemario celebra el descubrimiento del cuerpo, como
un espacio de deseo que no tiene como fin la reproducción, con lo cual el texto
plantea un orden subversivo, toda vez que rompe con lo convencional. En
estos poemas se explora el goce, sobre la base del reino de los cinco sentidos,
lo cual posibilita la utilización de diversos recursos expresivos. La
sensualidad corporal implica, por lo tanto, una vía para afirmar la sexualidad.
El sistema de significados poéticos recurre, tanto a la metáfora como a la
metonimia, cuyas relaciones por similitud y contigüidad son recursos básicos
para ordenar el discurso. Como elementos constructivos de la función poética,
apelan al sentido del mensaje para intensificar el acento expresivo. El
paralelismo, la anáfora alternada o la repetición son procedimientos retóricos,
donde se advierte la función de la semiosis poética.
Otras
figuras como el símil, el encabalgamiento, el oxímoron, la interrogación
retórica o la antítesis, ayudan en la intencionalidad expresiva de conformar la
estructuración semántica del texto, y contribuyen a la construcción
discursiva de la dialogicidad; asimismo, resultan decisivos los acentos de lo
corporal y el registro de elementos sexuales y eróticos, ya que, en todos
ellos, se desprende el nudo de significación amorosa del texto.
Es evidente la presencia de asociaciones del cuerpo léxico con el sexo oral:
“pozo”, “boca”, “resbala”, “paloma” y la referencia a la salinidad. Los
muslos se llenan de erotismo. La metáfora los “manojos de agua” puede
relacionarse con el orgasmo, lo cual se amplía con el sustantivo “espuma” y la
cavidad física del pozo~vagina vista como “rebaño secreto”, con lo cual
se puede hablar de la presencia de metáforas que remiten a lo erótico y a lo
sexual.
La
poética corporal de lo líquido se asocia con la eroticidad del cuerpo, donde
todos los flujos indican movimientos naturales que se equiparan con los
derivados del goce sexual. Por lo tanto, el agua funciona como fuente de vida,
con gran poder sensual y elemento de unión amorosa, cuando aparece en el
contexto de la expresión sexual: “Parpadea tu voz, / sencilla como el mar
cuando está solo” (LET, 124); “Yo haré que de tus muslos / bajen manojos de
agua; / y entrecortada espuma, / y rebaños secretos” (LET, 127).
El sistema de significados poéticos alude a la relación sexual con el otro, en
una experiencia física y corporal. La amada se propone un recorrido por la
geografía del cuerpo amado; así como él explora el cuerpo de ella. El cuerpo
opera, entonces, como un vector que se anhela poseer, con firme expresividad
amorosa y como acción de completitud. Debe destacarse, que en el acento
poético odiano, la mujer es sujeto del deseo y no objeto, es decir, su
participación es activa y creadora. La poesía del cuerpo construye un
espacio de expresión social, que censura las restricciones y los
silencios históricos.
En Los elementos terrestres, el cuerpo debe leerse de manera que
construya diversas posibilidades de relación, tanto consigo mismo como con los
demás, sin que las diferencias sexuales alcancen papeles jerárquicos. Las
partes del cuerpo se relacionan con un amplio registro simbólico y
cultural. La voz femenina, al escribir sobre su cuerpo: escribe su
cuerpo, su deseo, su goce, su deleite. Ella es capaz de nombrar, y
también se nombra. Mediante el lenguaje construye su propia subjetividad
activa, por ello, ambos amantes participan con placer del acto amoroso,
porque es el goce de la experiencia, de la inclusividad.
“Queréis que vaya y me ofrezca en sus manos5
como semilla de éxtasis,
que le lleve mi cuerpo
reclinado de palomas,
y que llene su boca
de sol y mediodía” (LET, 142).
Aquí,
la oración compuesta incorpora verbos, cuya disposición significativa es
interesante: “queréis”: desear o apetecer, tener voluntad o determinación
de realizar algún hecho; “vaya”: indica el movimiento del lugar real al posible
y “ofrezca”: comprometerse alguien a dar o hacer una acción particular.
En el segundo apartado se reduce a uno, “lleve”: conducir algo (mi cuerpo)
desde un lugar alejado de donde se habla, o se sitúa mentalmente la persona, y
concluye con “llene”: ocupar un espacio vacío con la idea de satisfacer
el apetito sexual (su boca). Obsérvese el hecho que la amada solicita ir
y ofrecerse “en sus manos / como semilla de éxtasis”.
El cuerpo es un tejido que se teje con la huella del deseo, por ello, muestra
una gama de sentimientos expresados por medio del lenguaje. El cuerpo
posee una dimensión unificadora. Es un lugar donde se construye el
goce, la sexualidad. Utiliza un discurso que se apoya en la intervención de la
mirada, la cual provoca un desplazamiento de los amantes hacia las partes
erógenas; de esta manera, establece un vínculo que se materializa en la
provocación de uno y en la respuesta del otro, pues el contacto físico es
la experiencia que inicia el conocimiento vivencial de lo erótico.
En Los elementos terrestres, de Eunice Odio, hay referencia a 39 partes
del cuerpo que, en conjunto, comprenden 133 menciones. Los semas de
mayor recurrencia, con 17 y 18 alusiones son el “cuerpo” y el “pecho”, que
opera como una zona erógena, un símbolo activo de la sensualidad, mediante el
cual se percibe los fuertes latidos del corazón, propiciados por el clima
sexual de la pareja. Desde el primer poema, la voz de la amada llama al
amado, para que compartan el deleite de sus cuerpos:
“Ven
Amado.
Te probaré con alegría
tú soñarás conmigo esta noche”
(LET, 119).
El objeto del amor es visto como lo que se come, se saborea, se degusta.
Un recurso sugestivo que proyecta el tipo de caricias que recibirá el
amado. Lo que al inicio aparece como un llamado, “Ven”, se convierte en
experiencia, “te probaré”, una certitud de contacto.
Los cuerpos de ambos se convierten en espacios tangibles, llenos de zonas
erógenas. El pecho, la boca o la cintura sugieren que no queda ningún
sitio sin explorar. Al leer el texto como un recorrido corporal, el erotismo se
encuentra sugerido en el lenguaje simbólico utilizado, y se enriquece con todo
tipo de alusiones a prácticas culturales sobre el amor y el sexo. Según
Barthes6: “exploro el cuerpo del otro como si quisiera ver lo que tiene
dentro, como si la causa mecánica de mi deseo estuviera en el cuerpo adverso”.
En el texto, el sexo no se presenta como una culpa, mancha o pecado; por el
contrario, hay una tendencia a reinvindicar el cuerpo y la sexualidad de ambos
géneros como una demanda de amor, con alusiones al sexo y a sus zonas erógenas,
en aras del goce y el disfrute. La fuerza de lo sexual radica en las
referencias a los momentos que compartió con él: el cuerpo que tuvo tangible,
pero que ahora está ausente.
Para
Roland Barthes7: “La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no
puede superponerse sino a partir de quien se queda –y no de quien parte-: yo,
siempre presente, no se constituye más que ante tú, siempre ausente”. La
amada pregunta a otros por su amado y utiliza semas corporales que evocan la
figura masculina, tanto es así, que valora el cuerpo del otro en el momento en
que erogeniza la realidad corporal del muslo del amado como una “daga sumergida
en la noche”. Hay una descripción fálica (daga), símbolo de potencia
generadora, pero “ya no tiembla en el aire”, porque está “sumergida en la
noche”.
Hay numerosas referencias a las diversas regiones del cuerpo, que funcionan
como símbolos de la sensualidad, por ejemplo, las zonas orificiales y erógenas:
oral –boca, pecho, así como los órganos sexuales referidos a la vagina y al
falo. La profusión de imágenes sensoriales se convierten en un código de la
expresión sexual, que marca el orden de lo femenino y de lo masculino, con
énfasis en la carnalidad, pero aquí va mucho más allá de la procreación y de su
condicionamiento social; así, el texto reivindica el cuerpo y el descubrimiento
gozoso de la sexualidad. En ambas perspectivas, las demandas eróticas
apelan al placer del cuerpo, al goce de la experiencia sexual.
En este poemario, el alma está en un sitio donde puede ser comida: en el
cuerpo. El sitio de la convocatoria es el lugar de la corporalidad humana
“Antes que yo se te abrirá mi cuerpo”. El poder del cuerpo y la
palabra confirman la identidad y el desafío en el ser físico de los
cuerpos amantes: ella en él; él en ella. El sustantivo “alma” es puesto
en relación con las siguientes partes: cuerpo, brazos, cuello, aliento,
corazón, uñas, oídos, mano y piel.
En este poemario, se puede establecer algunos mecanismos discursivos que
sugieren la unidad poética entre los planos humano y espiritual8.
Simbólicamente, la tierra se opone al cielo, y es asociada con la mujer, por su
carácter productivo. Por ello, desde el título se habla de los elementos
de la tierra; la corporalidad es su distintivo, su materialización. Al
mismo tiempo que se tiende a buscar lo espiritual, en el texto se “eleva” o
destaca lo corporal, situación que propicia considerar que lo espiritual está
inmerso en lo terrenal, y se expresa en esas descargas eróticas y sexuales de
los amantes.
El
recurso estilístico es la relación de contigüidad entre los términos
abstractos, junto con las alusiones a las partes de la anatomía: “Ven /
comeremos en el sitio de mi alma” (LE, 119); “Y por mi cuello en que
reposa tu alma” (LE, 125); “y es como piel el alma –no se siente”
(LET, 137). En suma, con dicha estrategia, el yo lírico logra el juego de
multilecturas que propone posibles interpretaciones, donde la preeminencia del
cuerpo implica un redescubrimiento de la condición humana, sin menoscabo del
orden espiritual.
Lo
humano se asocia con lo material, con la corporalidad exterior y, dentro de
ella, se manifiesta el desplazamiento de los elementos espirituales, porque
cada vez que se mencionan estos, aparecen dispuestos por contigüidad funcional,
en relación con el cuerpo. Este mecanismo permite una lectura unificadora
de las relaciones eróticas y sexuales. El enlace de los planos humanos y
espirituales, se inscribe como un procedimiento expresivo innovador en la
poesía costarricense de la primera mitad del siglo XX.
El
discurso del cuerpo no es visto con impudor, sino con la naturalidad de los
elementos terrestres. La tradición cultural asocia lo femenino con la
tierra como elemento pasivo, pero en el poemario de Eunice Odio se da una
ruptura: la conciencia del cuerpo como poder artístico; la capacidad de
construcción lingüística como sujeto del deseo, el establecimiento de una
relación igualitaria en el plano de la sexualidad, así como su perspectiva de
mostrarse y nombrarse a sí misma; mirar al otro y nombrarlo. El código dialógico
del sistema de significados expresivos, en los órdenes de lo femenino y de lo
masculino, vehiculiza el texto hacia una ruptura: la prevalencia de la voz
femenina en el orden del discurso, que se comporta como una ruptura ideológica
en el contexto de producción de la poesía costarricense de ese momento, cuando
la voz femenina permanecía excluida o marginada.
Consideraciones finales
La
preocupación por la poesía del cuerpo es el más decisivo aporte del libro Los
elementos terrestres, de Eunice Odio (1919-1974), quien murió en
México hace 45 años-, pues dicho nudo de significación se presenta en las
facetas de lo sensual, el erotismo y lo físico-carnal, como elementos
integrales de la sexualidad. Las diversas partes de lo corporal establecen un
código poético que se plasma en la evocación erótica del deseo o el placer y,
desde la perspectiva de lo sensual, que activa las zonas erógenas. El
erotismo de los textos odianos se ve reforzado, cuando entran en juego las
referencias a especies animales, vegetales o líquidas, que funden dichos
elementos con el eros, por lo cual, la perspectiva lírica se ve
enriquecida en el tratamiento de sus diversos nudos temáticos.
La expresión física de lo corporal, en la voz poética de la costarricense
Eunice Odio, constituye una perspectiva de rompimiento de tabúes
patriarcales. Su apuesta por lo corporal es un redescubrimiento temático,
al centrar su perspectiva poética, tanto en el cuerpo femenino como en el
masculino. Esas partes llegan a resignificarse cuando interactúan en el
plano de lo simbólico cultural, más allá de lo que sería
una simple experiencia personal. El abordaje sexual es
dialógico y alcanza grandes posibilidades en la expresión del cuerpo, elemento
a partir del cual se genera la semiosis profundamente sensual y sexual del
poemario, que se presenta con gran naturalidad y con un lenguaje novedoso y
transgresor, lleno de lirismo, en el mapa de la poesía vanguardista
centroamericana.
El
texto, en su conjunto, muestra imágenes sensoriales de gran calidad, que
reivindican el descubrimiento integral del cuerpo como fuente de goce de la
experiencia de la sexualidad y, a partir de aquí, de comunicación espiritual
entre lo femenino y lo masculino. Las alusiones a la esterilidad no son
un obstáculo para que la amada disfrute el placer o el goce con intensidad;
dicha condición la expresa con dolor, sin embargo, no disminuye su capacidad de
amar.
La
asimilación de lo espiritual inmerso dentro de lo humano es una expresión del
discurso odiano. La equiparación cuerpo ˜ alma homologa dichos planos
como propuesta de unidad poética. De ella, se desprende la incompletitud,
que lleva a los amantes a buscar su unidad física en el otro. La
prevalencia del cuerpo implica un redescubrirse, sin inhibiciones, un mecanismo
poético innovador en la lírica costarricense en la segunda mitad del siglo XX.
En Los
elementos terrestres, de Eunice Odio, la expresión dialógica de lo femenino
y de lo masculino se manifiesta, poéticamente, como el resultado de la
experiencia erótica y sexual y esta como unidad entre los planos humano y
espiritual.
Eunice
sigue vigilante. Su poesía esplende por América Latina y más allá. Es un nombre
extremadamente notable para leerla y divulgarla con más fuerza, a partir del
centenario de su natalicio9. Es nuestro compromiso ético y
estético. Ya basta de negaciones y de pronunciar su nombre en voz baja. Su
nombre se sigue defendiendo solo.
Esta ponencia
será leída en la Universidad de Costa Rica y la Universidad Americana, el 15 y
19 de octubre del 2019, durante el homenaje nacional a la escritora Eunice Odio
(1919-2019), con motivo del centenario de su natalicio.
Referencias
1 Los elementos terrestres, de Eunice Odio, Premio Centroamericano “15 de
setiembre”, Guatemala, 1947, publicado en 1948. Dicho libro no se publicó en
Costa Rica, sino hasta en 1984, es decir, 36 años después.
2 En Los elementos
terrestres, de Eunice Odio, se cita 133 menciones anatómicas, con
base en las 39 partes corporales, que interactúan entre sí como un cuerpo
hablante.
3 Cada vez que se haga
referencia a Los elementos Terrestres. (San José: Editorial de la
Universidad de Costa Rica / Editorial de la Universidad Nacional, 1996), se
utilizará la sigla LET y la página respectiva.
4 Paz, Octavio. Los signos
en rotación y otros ensayos. Madrid: Alianza Editorial, 1971: 87.
5 De acuerdo con Chevalier,
“la mano es como una síntesis, exclusivamente, de lo masculino y lo femenino;
es pasiva en lo que contiene, activa en lo que tiene” (Chevalier, 1986: 685).
6 Barthes, Roland. Fragmentos
de un discurso amoroso. México: Siglo XXI, 1999: 80.
7 Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso.
México: Siglo XXI, 1999: 45.
8 Fajardo, Miguel; Bianco,
Aracelly. El acento corporal en Los elementos terrestres de Eunice Odio.
San José: Lara & Segura editores, 2018: 168.
9 Fajardo, Miguel. Un recorrido en
el centenario de Eunice Odio. San José: Diario Extra, miércoles 3 de
abril del 2019, p.2.
Bibliografía
Barthes,
Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. México: Siglo XXI, 1999.
Chevalier, Jean. Diccionario de símbolos. Barcelona: Herder, 1986.
Fajardo, Miguel y Bianco, Aracelly. El acento corporal en Los elementos
terrestres de Eunice Odio. San José: Lara & Segura Editores, 2018: 168.
Fajardo, Miguel. La poesía del cuerpo. En: Anexión.
Guanacaste, junio-2005:16
Odio, Eunice. Los elementos Terrestres. San José: Editorial
Costa Rica, 1984 y 2013.
Odio,
Eunice. Los elementos terrestres. Madrid: Torremozas, 1989 y 2018.
Paz, Octavio. Los signos en rotación y otros ensayos. Madrid:
Alianza Editorial, 1971.