Dorelia Barahona y su Zona Azul (novela)
CAMINOS HABLANTES
DESDE
LA PENÍNSULA AZUL
Lic. Miguel Fajardo Korea
Premio Nacional de Promoción y Difusión
Cultural
(Guanacaste-Moravia).-
La escritora y académica Dorelia Barahona Riera (1959) ejerce la cátedra de
Filosofía en la Universidad Nacional de Costa Rica. Ha publicado 15 libros en
cinco géneros literarios, entre 1971 y el 2018. En novela: De qué manera te
olvido (1990, 2004 y 2007); Retrato
de mujer en terraza (1995 y 2003). Los deseos del mundo (2006 y 2016). La ruta de las esferas (2007), Milagros
sueltos (2008) obra colectiva; Ver Barcelona (2012); Zona Azul (2018).
En cuento: Noche de bodas (1991); La
señorita Florencia (2003); Hotel
Alegría (2011). En teatro: Doña América (2009); Y.O. Yolanda Oreamuno (2010).
En poesía: Poesías, 1971; La edad del
deseo (1996). En ensayo: Maestro de obras (2013). Su
novela se presenta el 7 de diciembre en
el Museo de Guanacaste.
Dorelia Barahona ha obtenido los premios: Juan Rulfo, México,
1989; Revista Nacional de Cultura, 1992; Universidad de Costa Rica, 1996; Aportes,
2006, e Iberescena, 2010. Sus obras se
han publicado en Costa Rica, España, México y Guatemala.
El demógrafo belga Michel Poulain (2004), es quien introduce el concepto zonas azules,
para referirse a aquellas regiones donde la población, no solo vive más, sino
que cuenta con mejor calidad de vida. En esa línea, la península de Nicoya, Guanacaste,
Costa Rica, se reconoce por la comunidad científica como la quinta y más
extensa zona azul del mundo. La única en Iberoamérica y la segunda del continente
americano (OISS: 2016, p.10).
El científico Dan Buettner (2017), especifica las
cuatro zonas azules planetarias: Cerdeña, en Italia; Okinawa, en Japón; Loma
Linda, en California; e Ikaria, en Grecia. La provincia de Guanacaste cuenta
con una superficie de 10 141,78 kms2, y registra una población de 382 821 habitantes.
Buettner (2017), caracteriza que una dieta ligera, una
actitud positiva frente a la vida, una red de apoyo familiar y de amistad -la
familia primero-, una práctica espiritual -relación cercana con Dios-
continua, la veneración social de los ancianos,
tener una razón por la cual levantarse cada mañana -tener un propósito en la
vida-, el movimiento humano natural, el
manejo del estrés y dedicar tiempo al descanso, son indicadores comunes para conocer algunos de los secretos
de la longevidad.
Guanacaste fue la sede del Primer Encuentro Mundial de
Zonas Azules (noviembre, 2017). Desde esa dimensión, la novela “Zona Azul” (Heredia: Editorial Letra
Maya: 235 pp.), de Dorelia Barahona, estuvo al cuidado de la Editora Emilia
Fallas Solera. La novela está conformada por ocho capítulos, y signa una gran
aportación, para uno de los filones temáticos que registra el Guanacaste eterno, donde jamás queremos
un Guanacaste ajeno.
Agradezco a mi colega y amigo, Roberto Rodríguez
Gómez, la grata oportunidad de ponerme en contacto con esta obra. Mi propósito
al leer y comentar la novela de Dorelia Barahona, no es realizar un sumario de
recursos, técnicas y elucubraciones literarias,
sino una focalización de su propio discurso, con base en corpus seleccionados,
que permitan ilustrar el contexto del Guanacaste eterno, su temática, ideas compartidas, aproximaciones y
proyecciones discursivas que genera la novela, la primera obra literaria sobre
este eje temático. Desde esa perspectiva, Dorelia Barahona se suma, con gran
ventaja, a los escritores costarricenses que incorporan a Guanacaste, desde
afuera, dentro de su gran espacio creativo.
Cuando hablamos del
significado de longevidad, nos referimos a la capacidad de durar mucho tiempo.
El término proviene del latín "longaevus" compuesto de "longus"
y "aevum", es decir, largo y edad. En ese sentido, quienes viven más
que el promedio de los demás, sea en las especies humana, animal o vegetal.
Dije, recientemente, que
la trilogía más importante de escritoras regionales configura una zona azul en las letras del Guanacaste
eterno, pues María Leal alcanzó los 97 años; Lía Bonilla, los 95 años y
Ofelia Gamboa, los 94 años. Un interesante deslinde: mujeres, maestras,
escritoras longevas, sin embargo, ninguna nació en la península, en una especie
de zona azul extendida a otros lares del Guanacaste abierto como las raíces del
viento.
La novela “Zona Azul” se
localiza en la península de Nicoya. La
narradora expresa: “La
península tiene forma de brazo extendido al mar y a pesar de la abundancia, de
los accesos al lugar, la pobreza insiste en permanecer junto a la riqueza. Un
estado de polarizada ocupación humana” (p. 18). Adán Guevara en su
revelador poema “Romance del canto macho” (|1953) expresó: “Guanacaste es la
península / que parece una potranca / con el hocico atarcado / sudando espuma
salada”.
Uno de los secretos de los longevos de la
península de Nicoya es su capacidad de asombrarse por la cotidianeidad. La novela
registra que “Los guanacastecos somos
así. Medio loquitos por la música. Las cuerdas de la guitarra son las cuerdas
de las guitarras de todos. Las teclas de las marimbas son mis teclas, como lo
fueron de mis abuelos. Como los retumbos
de los tambores son mis
retumbos de la tierra en esta tierra de mi cuerpo”
(p. 77). Hay una clara conciencia en reconocer el aporte de quienes les
antecedieron.
El ser humano siempre ha vivido desvelado por
encontrar las fuentes de la eterna juventud, por eso, la Zona Azul, enraizada
en la península de Nicoya, es un espacio privilegiado del Creador. Es posible
que dicha comunidad sienta, ahora, algún
desacomodo en su hábitat, desde el momento en que son estudiados como una
excepción mundial, debido a su longevidad. La narradora filosofa y hace ver “Así querer ser longevos en un mundo de
recursos limitados donde ya no cabían, era casi, ¿por qué no pensarlo? Un acto
de soberbia o de selección económica y no natural” (p. 33).
Tuve la feliz ocasión de visitar y conocer a una maravillosa
mujer azul, María Francisca Isolina Castillo Carrillo (La Mansión de Nicoya:
3-11-1906; 20-12-2016), quien alcanzó 110 años de vida. Ella desayunaba un
tamal de cerdo, dos naranjas, atol, yogurt, sopita de huevo. Nunca ingirió
licor. Tampoco se casó. Manifestó temor a montarse en un avión.
Ese día, “Panchita Cubas”, pidió que le pusieran un vestido con flores
rojas y blancas, collares y pulseras. Hacía gala de una memoria con recuerdos increíbles.
A pesar de su ceguera, tomó mi rostro, e hizo una descripción de mis
facciones. Nos despidió con una oración.
Conocer a Panchita Cubas fue una experiencia invaluable. Desde entonces, la
zona azul no fue teoría, sino una vivencia con una mujer, cuya longevidad
asombraba: 110 años.
Asimismo, la narradora plantea que para los habitantes
longevos de la península “No se trataba
de no vivir para no tener experiencias, recuerdos, o huellas en el cuerpo. Se
trataba de vivir al día, como Emilia, sin pendientes, sin deudas, sintiéndose
dueña de su pedacito de intimidad. De su hoja de vida” (p. 203).
En esa línea, la locución Carpe diem, del poeta latino Horacio
(65 a.C. a 8 a.C.), significa “toma el
día”; “aprovecha el momento”, en el sentido de no desperdiciar el tiempo. El
espíritu horaciano es "Aprovecha el
día, no confíes en el mañana”.
La selecta lista de centenarios
peninsulares trata de vivir el día. Hoy,
por lo contrario, vivimos, pero pendientes del déficit, los impuestos, las
tarjetas de crédito, la Sala IV, los celulares, los mensajes, las redes, el
correo electrónico, la competencia, entre otros elementos, que nos hacen vivir la vida, pero como semáforo libre con altas velocidades. Ahora,
medimos el tiempo, pero no lo vivimos.
De hecho, las expresiones “Ahora no tengo tiempo”, “Más tarde”, “Un día
de estos”, “Por ahí llego”, evidencian esa dimensión de vivir absorbidos por el
cronómetro, sobre todo, porque “La vida
es ahora” (p. 182).
La filosofía discursiva
de esta novela incluye preocupaciones sobre
diversos ejes temáticos, tales como el tiempo, la sociedad, los propósitos
vitales, la función del
arte como una de las condiciones de mejoramiento para la condición humana, los
contextos históricos, así como las experiencia o el conocimiento de los
elementos esenciales del factor humanidad.
En esa línea, describe a Nanda “Alta como su padre, portador seguramente, de la herencia de alguna de
las cincuenta y seis familias cubanas llegadas a la península de Nicoya junto
con el general Maceo, gran luchador y amigo de José Martí” (p. 41). La
novela deslinda otro tema por recuperar para el Guanacaste eterno, la presencia
estelar del cubano Antonio Maceo, entre 1891-1895, fundador de La Mansión de
Nicoya, digo, de Maceo.
Nanda Castillo, originaria de Hojancha, ahora la Dra.
Nanda Murray, es una investigadora, quien afirma que “Todo el sistema detecta y recodifica la energía transformándola en
estados de ánimo. Mi cuerpo es mi nave. Una especie de Sonda Sopater I” (p.
29). En la temática de la corporalidad, es valiosísimo el concepto de cuerpo-casa
como nave, como templo, huesos o huellas.
Sus investigaciones sobre la longevidad le plantean
interrogantes medulares. Reflexiona si ¿Existiría
ya algún estudio relacionando los recuerdos emocionales con la longevidad”
(p. 49). “Con qué soñaría una persona de
más de cien años? ¿Con qué despertaría su memoria”? (p. 64). “Empezamos a sentir la belleza con los
recuerdos y hacemos entonces el mito con los pasos de todos” (p. 148).
Reflexiones para repensar sobre nuestros comportamientos vitales.
Nanda Murray es una mujer decidida, para investigar de
viva fuente, por esa razón “Iría hasta el
pueblo de Hojancha donde vivía Emilia, la mujer más vieja de la zona, según sus
registros. Ciento quince años de respuestas le esperaban en su pueblo natal” (p.
51). Nanda se sorprende con las
respuestas de la centenaria Emilia Villegas, de 115 años, cuando aduce: “Yo
digo a estas alturas que los huesos son mi casa. Y en realidad es así. Las
casas, los chunches, las cosas ya no importan. Un poquito de comida, una buena
cobija, música y que los huesos me traten bien es todo lo que le pido a la
vida” (p. 78). Esas recetas de vida
no se venden en los negocios de la oportunidad en los aeropuertos o en las
tiendas de regalos, pues suman una actitud de vida. No es un recetario fácil,
de la noche a la mañana.
Otra respuesta de doña Emilia Villegas es rotunda, en
relación con que ella fue la decidió vivir más, por la siguiente razón: “El día en el músico Ribera me dejó de amar
fue el día en que decidí que llegaría a vivir ciento quince años” (p. 81).
“Así que cuando Ribera me dio la espalda,
pues yo ya estaba preparada y me juré que viviría más que él y que todas las
mujeres por las que me cambió” (pp. 85-85).
Una de las recetas que no se puede comprar en el
agitado mundo comercial del siglo XXI, que nos ha correspondido vivir, es la
afirmación de la mujer azul que es Emilia Villegas -“Es que aquí todos sabemos la vida de todos (…) Todos allí sabían la
vida de todos. La edad, las costumbres y los haberes estaban metidos en una
hoja de Excel desde su fundación” (p. 69).
Hoy, no sabemos cómo se llama nuestro vecino; casi no nos
relacionamos. Acaso, tampoco nos
interesa, porque vivimos encerrados, enrejados, con portones, cámaras,
temerosos, sin compartir con los demás, en una torre egocéntrica del yo soy yo,
y punto. Esa receta tampoco se puede adquirir, porque es una vivencia vital “Aquí todos sabemos la vida de todos”.
Hoy, esa expresión suena a siglos XIX o XX, pero muy poco, a siglo XXI.
Otro de los secretos que no se puede comprar, pero es
parte del archivo de experiencias de los longevos de la península de Nicoya, es
lo que afirma la narradora costarricense
“Ninguna
tenía la devoción de Emilia hacia sus propios cultos, tradiciones y valores
sobre su hoja de vida. Ella había
construido una arquitectura completa con su historia, donde la
intimidad era el templo mayor y los años, la narración
de la prueba” (p. 85).
Hoy, en el
mundo de las altas velocidades, de la vida en semáforo abierto, dejamos de
construir nuestra intimidad, para hacerla pública a través de todos los
sistemas de la mega-comunicación: la Internet, las redes sociales, los
celulares, las fotografías, y todo el equipaje tecnológico que cargamos para
estar al día, aunque nunca lo estaremos, porque la era de la información nos bombardea
a cada instante, y eso nos angustia, contrario a la vivencia cotidiana de los
longevos de la península, de vivir el día a día, sin preocupaciones arribistas.
En la península de Nicoya, en la Zona Azul
costarricense, la narradora no deja de
sorprenderse, toda vez que “Ciudadanos de
más de cien años. Hombres y mujeres que andan en bicicleta, cocinan, e ríen, rezan,
cantan y conversan entre ellos” (…). También acota “Y es que envejecer es feo.
Feo hasta que logramos encontrarle el jueguito.
Se trata más bien de no dejar que la vieja esa que nos está robando la
historia entre a la casa, se apodere de la cama, el baño y la cocina” (p.
118).
A la narradora le asaltan inquietudes, tales como que “Nadie ha mencionado sus emociones. No se
incluyen como marcadores biológicos importantes, pero ¿y sus penas y sus
logros? Ya la longevidad es un logro. Son vencedores. ¿A qué monstruos se
enfrentaron en las diferentes etapas de sus vidas? ¿O es que no hubo gigantes
contra los que dar la batalla? ¿Ese es el secreto de una larga vida? (p.
132). Teorías, inferencias, incógnitas y repreguntas sobre el fenómeno de la
longevidad, la tradición, el recuerdo, la memoria, el olvido, la vida.
El que Emilia haya ocultado un secreto centenario es un milagro, casi inexplicable,
justamente, por el tiempo transcurrido “Emilia
había guardado el meteorito por casi cien años en una bolsita de tela.
Era un tesoro (…) Emilia guardó el trofeo toda la
vida” (pp. 167-168). No son recetas que se adquieren por la Internet, con
dólares o euros, en el mercado vertiginoso de las transacciones de la
cosificación, pero no de la rehumanización.
El capítulo 8 de la novela, con el nombre de “En el
regazo de la tierra”, es un sistema recolectivo, pues es donde la científica
Nanda Murray, de Hojancha, concluye y
recomienda acerca de su investigación sobre el secreto de la longevidad, donde
la carga genética, la cadena alimentaria y la organización familiar son
factores esenciales.
El informe de la Dra. Nanda Murray concluye que los
habitantes de la Zona Azul:
a. Construyen
una identidad idónea, sin perder la mimesis natural de su entorno.
b. Respetan
su intimidad, como lo hace el ecosistema, sin distorsiones ficcionales.
c. Los
sujetos no son piezas de recambio productivo: tienen unidad de sentido.
d. Muestran
gran resiliencia frente a las crisis vitales.
e. Sus
recuerdos emocionales se mantienen en el presente necesario.
Recomienda
“Elaborar un procedimiento para el
manejo del recuerdo emocional (…) que
simule el perdón religioso, en tanto indulgencia” (p. 201), o una sustancia
que estimule “el desapego sobreviniente a
la liberación de las cargas traumáticas (…) En especial, el autoinducido por la
culpa. Es una invención de la cultura y se tiene que desechar” (p. 202). “La creación de un fármaco que retome la
emoción de los recuerdos (…) dado que la memoria y el sistema límbico es igual
en todos los seres humanos sanos” (p. 202).
La Zona Azul
contra la zona gris: “El Guanacaste lejos de los hoteles y las
casas de veraneo de los extranjeros que persiguen el sueño de la eterna
juventud. En el Guanacaste que ven ahora de la labranza y la ganadería, la
falta de agua es notable y la pobreza de los habitantes sofoca a cualquiera.
Casas a medio terminar, niños descalzos, niñas precozmente sexualizadas, venta
de chatarra y fruta junto a los basureros abiertos (p. 205).
La Encuesta Nacional de Hogares 2018 arroja los
siguientes datos en esa zona gris de
Guanacaste: desempleo 9,7 %; pobreza
total 26 %; pobreza extrema 8,6 %. A pesar de todo eso, ya se comercializa los
productos criollos de siempre, con el afán de vender la “longevidad
guanacasteca”. La novela menciona que el laboratorio Aselpis Organic pronto
lanzará el primer medicamento,
denominado ZBlue. Cuando se lo
comenté a Dorelia Barahona, su respuesta fue la siguiente: “sí, lucran con los bienes patrimoniales”.
En la novela de Dorelia convergen otras historias: la
de Nanda y su reencuentro con Alberto (Siemprejamás), 34 años después; la
jubilación de Nanda; su reinvención como persona; la red de relaciones familiares
de Nanda; el abuso sexual, entre otros. Zona
Azul es una novela que incorpora un tema de Guanacaste a la literatura
nacional e internacional.
La decisión de la Dra. Nanda Murray, al final de la
novela es hermosa “Así que ya no es tiempo de renunciar por
nada ni nadie a nuestros sueños. ¿Entendés por qué me quedo aquí? -Esto último
Nandayure lo dice despacio (…) Aquí es como si la tierra cantara. Dan ganas de
quedarse” (pp. 206-207). Esta tierra amarra los pies, por eso,
es el Guanacaste eterno de la Zona Azul más grande del planeta. Gracias,
Dorelia Barahona, por incorporar a Guanacaste en la creación de tu universo
narrativo.
LIC.
MIGUEL FAJARDO KOREA