Karen Valladares, poeta hondureña
LA POESÍA DE KAREN VALLADARES,
CORPUS POÉTICO
André Cruchaga
Ya el primer
poema “Viene llegando la tarde” nos anticipa
cuál será el recorrido del poemario “Ciudad inversa”: el tiempo y sus
ráfagas solitarias, ciudad desterrada, vacía y oscura. El río de su poesía es
fuego vivo, a veces salpicada por las uñas de la irreverencia, Karen pertenece
a la nueva promoción de la poesía hondureña.
Or supuesto su poesía tiene claras fragancias y una clara dirección. Reconozco
que sería temerario de mi parte hablar de lazos poéticos, pues, mi ignorancia
es mucho mayor a lo que conozco de poesía hondureña. Mi universo quizá se
resuma a cinco, o seis poetas. Entre ellos, por supuesto, están mis buenos
amigos y poetas Fabricio Estrada, Samuel Trigueros, etc. En ninguna parte del
mundo los poetas comparten los mismos rasgos, ni uniformidad de estilo e
intereses. Cada cual tiene su propio registro. Clamor y fuerza son algunas de
las claves de la poesía de Karen:
“Hay un charco de silencio afuera de la casa.
…
Hay un charco de silencio afuera de la casa.”
Destacan, como vemos, esas circunstancias objetivas que
luego se adentran en la conciencia de la poeta y la vuelcan a una forma de
angustia. En su palabra de vislumbra una ciudad fantasma, la ciudad que no resiste
al portento de la poeta, esa ciudad con la que no podemos comunicarnos. Las
preguntas no son tales, sino caminos para dilucidar las frustraciones, para
entender todo el clamor que nos desoye.
Existen, seguramente, coincidencias con todos los poetas de su
promoción en ciertos temas, pero no en su manera de abordarlos, ni tampoco en
las técnicas poéticas empleadas, ni en los planteamientos estéticos, ni en su
posterior evolución. En “Sobra el tiempo” podemos ver con
mayor claridad lo afirmado: aquí la poeta se nos muestra preocupada, al menos
en lo que se refiere hacia fuera; otra cosa es hacia dentro, el tiempo vital
que claudica, reductos de una conciencia crítica. Pero el tiempo siempre
resulta ser el aleluya de los orgasmos. Luz y palabras nos acribillan, tierra
adentro de nuestras fauces.
Un poema revelador es, sin lugar a dudas, “La
sombra y mi cuerpo”. Revelador en cuanto a espejos, a sombra y cuerpo y
silencio.
“Que no me duplique la sombra en los espejos.
Mucho menos que absorba el color de mi carne.
Que no persiga el ritmo sordo de mis pasos, de mis manos;
el sonido plano de mi alma cuando calla.”
En este poema emergen los símbolos. ¿Es desahogo, o búsqueda
de transparencia, frente a la sombra de aquella ciudad-cuerpo? ¿Es soledad el
dolor de la carne, el secreto sudoroso que arde en esa duplicación de la cual
nos habla la poeta? No es cualquier cosa decir: “el ritmo sordo de mis pasos”,
es la certificación de lo inefable, la sed austera de la entraña, el ser humano
desarmado frente a su humanidad, el ahogo que nos produce el asalto a la
ternura.
“En mis ojos” hay
una especie de reencuentro: aquí el interés es otro. Otras las motivaciones,
las condiciones personales y sociales. Hay como un reencuentro con su entorno y
consigo misma. Por supuesto que esto no constituye una nota común generacional,
pero sí una perspectiva muy distinta de la de algunos otros poetas coetáneos. El
ambiente que traslucen los siguientes versos tienen mucho que ver con lo que
planteo:
“Mis ojos no son ya aquellas calles solitarias y muertas,
la piedra que golpea la tibia mirada que no observa.
No son los trenes que avanzan cargados de gente,
sin nombre,
sin cuerpo,
sin sombra,
sin sueño y sin amorío.”
De nuevo en el poema: “Nave de sueños”, retoma el hilo
conductor del inicio. Encuentro en Karen a una poeta visionaria a menudo,
serenamente contemplativa, centrada en los valores del ser humano, la
solidaridad humana, la reflexión casi elegíaca por así decirlo...
“Nave de muerte
son mis sueños
o este cuerpo
que habito a diario
o esta voz
que calla
la sombra rota de los espejos”…
La poeta asume una estética del “yo lírico”. Aunque, a veces
cuando alude a lo lírico pareciera que se está denostando al poeta. Y no es
así. Es ella, la poeta, y su destino con la poesía. La poesía es en suma ese
dilema de vivir o morir, o ambas. En palabras de Unamuno: "Todo verdadero
poeta es un hereje, y el hereje es el que se atiene a postceptos y no a
preceptos, a resultados y no a premisas, a creaciones, o sea poemas, y no a
decretos, o sea dogmas. Porque el poema es cosa de postcepto, y el dogma, cosa
de precepto" [Gerardo DIEGO, Poesía Española (Antología 1915-1931).
Madrid, Editorial Signo, 1932.]
Un tema que en lo personal me enternece es el de la muerte.
La poeta lo asume con delicadeza, sentimiento genuino y sinceridad. Don Jorge
Manrique nos refiera que la muerte nos ha dejado harto consuelo su memoria.
Otros nos la refieren como “estruendo de hierro, crujido de huesos,
carne desgarrada,”… En este poema, “Muerte”, la poeta nos desvela
otra faceta de su cosmovisión poética. Al igual que la poeta yo lo veo como la
vida en tránsito, veamos:
“Este ataúd
es el primer barco de
la muerte,
donde naufrago en mares de sueños que jamás dormí,
donde me hundo con un sonido de huesos
gritando nombres,
nombres que me olvidaron a diario.”
Pero claro, la poesía de Karen Valladares no es una poesía
volcada en o hacia su interioridad. Digamos que es una poesía vívida y vivida.
Una mirada de corajes irremediables hacia su entorno, a esa ciudad inversa,
contraria al común de las ciudades. Allí, las imágenes reales y las
confabulaciones, los ecos, los fantasmas, los verdugos, la piedra del absoluto ardiendo
en ceniza.
“En amanezco”, es
la misma postración. Hay aquí un significado de la vida espeluznante, hueco
vacío, es casi una flor irascible en el desvelo, en el insomnio, en esa hueste
de túnicas que nos desarman. La poeta a través del recurso de la anáfora nos
inventarea esa cuasi caótica manera de ver el mundo, de deglutirlo, de sentirlo
en sus ijares, en ese visceral coro del sofoco.
“Amanezco, y no precisamente en la mañana.
Abro los ojos, y caminan lento, buscando quién sabe qué
cosa.
Aquí las horas tempranas envuelven por completo la casa.
Sigue latiendo algo dentro de mí,
y mi cuerpo tendido en la cama,
pensando en todo,
pensando con los ojos abiertos,
con las manos abiertas,
con el corazón abierto como flor,
con las palabras abiertas pero mudas,
con los pájaros nocturnos yéndose a su nido
y no a mi techo,
y no a mis árboles,
y no a mi patio trasero,
y no a colgarse a los balcones,
y cantar cualquier cosa que se les ocurra.”
En “Se me han agotado las palabras”, “Es
tarde”, y el resto de poemas, superan la anécdota autobiográfica, la
significación estrictamente íntima, para abrirse a significados plurales y
universales, los que acontecen a todo ser humano en su relación con el mundo.
En esencia, ¿qué o quién alimenta la obra de esta poeta cuyo futuro es
promisorio? Seguramente, los miedos, los temores, las florescencias, el tiempo.
Ella respira su íntima luz, pero también la luz del mundo, de ese mundo que
nadie sueña al mundo, como diría Borges.
“Pienso en todas las tardes,
en todas las noches,
en todas las mañanas,
en el único nombre que mi boca pronuncia.
Y lo pronuncio sin ninguna prisa.
Hay algo que voy acumulando dentro de mí.
Hay tantas cosas que me vuelven nostálgica.
Pero sólo observo todo.”
“Sobre la baldosa una niña abandonada por su madre.
En el otro extremo la imagen se nos lanza a pique,
mientras una anciana, cargando la muerte de su nieta en
brazos, pasa.
Jorge capta con su celular la escena sin ninguna
dolencia.
Es mentira el silencio de los hospitales,
porque traspasa ácidamente el dolor de los niños con
jeringas insertadas,
y el dolor de los heridos recién llegados.”
Más que leer el poemario de Karen Valladares, ha sido
pensándolo bien, un viaje inmenso e intenso. Este destino que tengo con la
palabra me ha permitido tocar tierra en su ciudad. Hoy me acuesto con ese sabor
a lluvia diferente, a fuego infinito. La poesía siempre está cruzada por
circunstancias históricas vividas, que es necesario metaforizar, caso de la
poeta con su “Ciudad inversa”.
Barataria, 21.03.2016