Poeta Juan Calero
POEMAS DE JUAN CALERO
TESTIMONIO DEL
SOLDADO DESERTOR
A los estigmatizados y humillados de por
vida, en las UMAP
Un día me negué a que el fuego ardiera
por el resto de mi vida.
Y fui
olvidado, como se olvida tarde o temprano a los héroes.
No es posible
latir, como otro madero cualquiera, sin ritmo
o mejor digo,
con el mismo ritmo de otro madero cualquiera.
Primero amanecemos en el brocal para luego
tallar los tuétanos
donde los pinos inventan su mito entre
tanto ruido.
Una razón se
sienta tras el eterno cadalso
donde nadie
pregunta, ni se explica.
Las razones no
mueren en los cementerios,
reclaman
la techumbre por donde escapar del silencio.
He dormido en barracones, en el suelo,
entre tantos otros
apilados en hogueras, cuerpo con cuerpo, por frío.
Y nos saltamos la penitencia
en aquellos campos olvidados por los sueños.
No por ello fuimos héroes, ni mártires,
cada adversidad reta un nuevo milagro.
Solo inocentes.
Y ofrendamos nombres a náufragos cotidianos
y aceptamos como fósiles las derrotas
entre amigos que se ocultan y se privan
y alguna vez recuerdan
el regreso a donde
nada queda por hacer.
FRENTE AL PAREDÓN DE
FUSILAMIENTOS
Hoy es buen día para
morir, pero por favor, no me ahorquen.
Permítanme la
cursilería de ser feliz, al centro de un altar sin imágenes.
En este instante de
alas perdidas, para qué soñar
con ojos verdes que
nunca me han amado
y no sentirán ningún
escalofrío tras el chasquido de huesos.
He visto caras sin
amparo, tan ateridas, como las vuestras
tras el conjuro
derrotismo de las indecisiones.
Para detener un sueño
es fácil volver el rostro.
Y lo volverán, hartos
de contar segundos
sin pálpito de
estertores.
Yo, el usurpador de
tronos, amante de dioses extraños
he de confesarme.
Merece llevarse uno
mismo a cuestas
la misma travestida
historia de la historia del hombre.
Asomarnos a cualquier
resquicio por pasillos repletos de nube
desde el nacimiento
hasta el luto en cada ausencia.
No soy mas culpable
que cada uno de ustedes
en esta cruel
imitación entre unos con otros.
Para que no muera la
luz
dejaré las manecillas
del antiguo reloj. Y la cuerda rota.
El prodigio rompiendo
la caja oscura al recuerdo
y la choza sin
espejos donde yace la fábula de mi timidez.
Que sea mi último
momento, si en verdad no abrazo palomas
tras la insistente
celebración por no haber vivido
las ausencias que
provoca un espantapájaros.
Al final, me
asesinarán, y me dan lástima
por miedo. Claro que
tengo miedo. Igual que ustedes
aunque después
prosigan en la taberna comentando necedades.
Nadie es dueño de la
libertad para incinerar
las galas del títere
sin alma
en el asidero donde
hasta mentir tiene su precio.
En este momento, solo
se viven los presentes.
No merezco mas
castigo que la aldaba por reproches
ante el delirio de la
piel.
Si ya no creo en el
hombre,
me aferro a Dios,
como cualquier ateo
tan cobarde, que
siempre se vuelve para firmar el pacto.
Ya es tarde, solo
queda cruzar el fuego huidizo de la nada.
Por mi, que comience
la jauría, lobos de mis entrañas
soy la carnaza que
vuelve a sus aposentos.
Todo cuanto he sido
sin poderlo remediar.
ARCÁNGELES
Dime Uriel, qué se siente permanecer apócrifo durante tantos siglos.
A veces me pasa como a ti y me entran ganas
de dejarlo todo, no seguir pensando.
El corazón siempre se empecina
donde más duele, por los golpes del pasado.
No lo digo por alguna extraña razón,
porque la razón cuando menos es extraña.
Total, cualquier familia tiene un condenado
lleno de cicatrices que deforma la
realidad de los sueños.
Nunca nos conocemos lo suficiente.
No es nada afortunado llevar el rostro prestado
o impuesto por un horóscopo civil.
La realidad es que todos somos piezas muy difíciles de encajar.
Aprendemos a barajar todas las posibilidades
y se miran los años con todo el despotismo.
Uriel, tú que eres el fuego de la vida
y llevas la cuenta de los actos y
sentimientos
no olvides que el Minotauro también
come carne humana.
Te nombraría con tantos nombres que he amado.
Te he amado en tantos sitios que por pudor no nombraría.
Tú, en el cuerpo amado de Lázaro.
Sí, ya sé, hay muchos lázaros
pero tú llevas la cuenta de los actos y pensamientos.
No es de ocioso enmendar
las ilusiones remotas, es decir rotas.
La edad limpia los linderos,
la corriente arrastra
y la noche nos enseña las cosas más terribles.