Rossana Arellano, Chile
DE CUANDO LOS EGOS ATRAVESARON EL VUELO
Nos contaron un día,
que los egos eran hembras
limándose las uñas...
Fue una noche
en que jugábamos a ser mortales,
entonces los orgullos atravesaron el vuelo
y se reían hasta de nuestras madres
con una risa húmeda
que paseaba los cuerpos.
Y fue la vida
que se volvió de piedra,
cuando los vocablos dejaron de danzar
agarrotándose el sudario de la lengua
con palabras punzantes pero mudas,
con mortaja en las sílabas.
En vano las pausas
hablaban de resurrección,
y no sabías si era tu desnudez
aquello sobrenatural
que te hinchaba el esqueleto.
Nos contaron un día que los egos,
eran poetas que padecían de insomnio.
Yo creo que son fantasmas, debajo de tus ojos.
INCAPACIDAD DE CADÁVER
NO volveré a tu casa a calentarme los pies,
Descenderé al infierno por el revés de mis ojos.
Estos ojos
Que reflejan la amargura del alma
Y callan, incapaces de llorar
Su torrente de lágrimas.
Es cierto,
Son tantos los ojos
Que han menguado
La humedad del llanto, aguardamos.
No me quejaré, ante los monstruos,
Estrangularé mi vida frente a ellos.
Mañana pecaré como ayer
Fornicaré con la sombra
Le robaré el blanco de los ojos
Cuando jadee extasiada.
Deja que trague saliva
Y arráncame los labios
Con un beso impetuoso
Que me llene la boca de confusión.
Un canto incomprensible
Arrebata desde adentro, no cantaré.
De todas las palabras, hastío,
De la carne que no responde, hastío,
Del terror del sol posándose en tu miembro,
Aumentando la herida, dolor.
El secreto pasa, sobre mano libre.
De lo humano, déjame el consuelo,
Que en esta incapacidad de cadáver
Han sido las tinieblas mis hermanas.
Desprecio el afecto
Que tuve por la bestia y su camino.
He palpado la mentira
Que nos seca el asombro
Y no le puse límites,
Entonces fue que morí, mientras bebía.
Escondo una justificación, sin plazo,
Bajo mis pies
Pero me sangran las manos
Desde que la zurcí a mi huella.
Nada anima a volver,
Ni ese pliegue de tu falda, madre.
SENTENCIA
Un día te preguntas:
¿Quién tumbará contigo la muerte?
Y te echas la vejez
sobre los párpados,
tantos crepúsculos sobre pestañas
que miran al cielo
entre rendijas del ojo.
Entonces al alero de tus sueños,
conoces la sentencia de vida.
Te libras al destino,
sobre el globo ocular
de trizados aperos personales
y te cuadras,
al borde del destino
y te arrancas un océano de lágrimas
y acorralas explicaciones
que no te pertenecen,
porque son de voces degolladas.
Un día, te respondes,
lejos del verbo criminal
y no vuelves la mirada
y levantas las cejas
sin recurso de amparo
y trazas en tu lengua
el lenguaje sin huelga de vocablos
y respiras, lejos del absurdo,
sólo respiras.
1 comentario:
Muchas gracias André, un abrazo grande, desde Chile.
Rossana
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