María Ángeles Chavarría, España
POÉTICA DE ESPÍRITU:
LA POESÍA IMPECABLE DE CHAVARRÍA
Por Ricardo Llopesa
María Ángeles Chavarría es autora de poemarios cuyos títulos responden al desarrollo de una misma idea o, dicho de otro modo, ideas relacionadas con un tema común para todos sus libros: La mirada de alguien sin importancia (1999), Homenajes imprecisos (1999), Sintiendo el silencio (2000), Lo que sólo cuenta el alma (2001) y Pincelada con matices (prosemas, 2005). Son nombres que giran en torno al sentimiento (amor y desamor), donde se filtra el recuerdo a través de la celosía de la noche y cuyo símbolo es la oscuridad, emblema de que se vale la poeta para mantener a resguardo su complicidad. Esta coherencia en la temática y el estilo es fruto de la madurez de su pensamiento.
La mirada de alguien sin importancia
Toda escritura parte de una ética y una estética (fondo y forma deben complementarse), dando lugar al nacimiento de unidad que es el poema. En ese parto surge la diferencia. Aquello que distingue un estilo de otro y el punto de vista personal de la idea. En ese punto, la poesía de María Ángeles Chavarría parte no de la poesía que siempre dice lo mismo sino de la poesía que trata de decir las cosas de manera distinta. Se aleja de fórmulas clásicas, metros y verso silábico, para entrar de lleno en el versolibrismo, sin retórica ni discurso, breve, puntual y acerado, también afilado, como mandan los cánones de la poesía moderna. Ella confiesa sobre su propio texto: “El tema fundamente de mi poesía es la búsqueda continua de la propia identidad, la búsqueda del sentido último de las cosas, de las emociones, de los afectos… Y no podemos encontrarnos a nosotros mismos dejando de lado a los otros”. Tras esta afirmación de principios, la poeta también expone el compromiso de su poesía: “Desde La mirada de alguien sin importancia toco temas muy actuales (desigualdad laboral por razones de sexo, malos tratos, indigencia, etc.) que, desde mi sensibilidad y percepción personal, necesito sacar fuera”.
Es como si Chavarría, desde su primer libro, escribiese siempre el mismo, cada vez desde un punto de vista distinto, convirtiendo la memoria en un prisma cuya luz, además de cambiante, emite la propia personalidad de la poeta, que es la búsqueda del origen perdido. No otra es la obra de grandes poetas, desde Santa Teresa hasta nuestros días; tal el caso de Gioconda Belli. Dos poetas opuestas, a simple vista, pero unidas en la contemplación del deseo, que es también el discurso de María Ángeles Chavarría.
Los dos versos iniciales de su primer libro -La mirada de alguien sin importancia-, cuando la poeta tenía treinta y tres años, prefiguran la línea de su poesía posterior: “Cuando ya no me tengas levantarás el vuelo / y te arrastrarás con lágrimas de rabia”. El poema se titula “Ausencia”, lo que supone pérdida de identidad con respecto al otro, ruptura del amor y sentimiento herido, cuyos dos versos finales buscan un escape, y ese escape es la noche, refugio de la melancolía: “Cuando ya no me tengas / sabrás qué es la oscuridad”. La “oscuridad” que nombra el sintagma no es la sombra que la poeta desea a la otra persona, sino su propia experiencia de dolor.
María Ángeles Chavarría es una poeta cultísima a cuyo doctorado en Literatura Hispanoamericana renunció con la inteligencia de escapar de la intriga que supone la docencia universitaria, experiencia que dio origen a su novela La tutora (2006). Esta característica, propia de alguien independiente, es virtud cuando milita en las filas del arte, principalmente la literatura. Toda poesía es militancia, militancia en la idea. Es el caso de Chavarría. Este libro es muestra de ello. Pasó desapercibido por la crítica, como todo libro de poesía que no viene avalado por una firma o editorial de prestigio. Además, sus libros de poesía fueron publicados por editoriales pequeñas, casi marginales a la cultura oficial y en tiradas reducidas. La crítica, obsesionada por la temática que siempre dice lo mismo en discurso de raíz latina y petrarquista, no supo ver en Chavarría a la poeta que hay en sus versos, la poeta que rastrea los rincones de la ausencia y el recuerdo.
Los treinta y cinco poemas que configuran el libro aparecen en el contexto de una multiplicidad de formas (estructura, ritmo, lenguaje) e ideas (“Libertad”, “Infancia”, “Amistad”, “Júbilo”) que, entre líneas, en su sustrato más profundo, en el fondo, se siente como un río que corre camino hacia la noche, en forma de identidad, renaciendo de la melancolía. Son las vivencias de la poeta, su experiencia. Ella lo confiesa: “Cuando me falta un sueño / tiemblo cual figurita de porcelana”. ¿Miedo a la soledad o la noche? Todo lo contrario: complacencia, destino y símbolo. El jeroglífico del laberinto.
Todo libro, en definitiva, es la dualidad del poeta, el yin y el yan, las dos caras de Jano. Lo que dice y calla; lo que sugiere y oculta. Sin ese misterio de los opuestos no existe poesía. Los verdaderos poetas son aquellos que crean dudas y siembran preguntas. La poesía nunca es tan verídica como la prosa. En ese aspecto la poesía de Chavarría, desde su primer libro, cuestiona la identidad del yo. Es a ese yo al que ella llama alma o espíritu. La parte sensible del ser.
Homenajes imprecisos
Su segundo libro, publicado el mismo año, Homenajes imprecisos (1999), contiene dos partes: “Pinceladas” y “Tipos”, conjunto de poemas dedicados en su mayor parte a personajes.
“Pinceladas” reune veintiún poemas en torno de una homogénea heterogeneidad, en cuanto a estructura y temática. El lector inteligente capta la madurez con respecto al libro anterior y la innovación de recursos de que se vale la poeta. Aquí se hace válida la afirmación de que cada poema responde al título y cada idea a la forma. En este libro están presentes los leitmotiv, doble plano, cuatro planos con leitmotiv (“Primavera”), y con cinco (“Noche”), donde confiesa que “las llagas del corazón / son los astros de tu historia”. También los hay múltiples. Los temas, dentro de la diversidad, giran en torno a ella misma. La poeta profundiza en su espíritu, explora su alma e intenta aproximar al lector a su propia vida interior.
“Sueño azul”, primer poema del libro, remite directamente a la noche, a ese “soñar para sentir alientos”. Esta revelación nos lleva a considerar, de antemano, que María Ángeles Chavarría es esencialmente, poeta de la noche. Al mismo tiempo, nos remite a una larga lista de poetas nocturnos, no noctámbulos, inspirados en la tristeza y la melancolía, que desde el romanticismo ha dado grandes poetas en nuestra lengua, principalmente en la extranjera. La historia de la literatura está llena de tragedia. Y esa tragedia tiene un nombre: amor. Su símbolo es la inocencia de un niño que lanza una flecha con los ojos vendados. Lo que quiere decir que el amor es ciego. El tema, a simple vista, parece hasta ridículo y lo es si el poema no estuviese resuelto de la mejor manera posible. Esta inspiración de la tristeza, en manos de una poeta exquisita, tal el caso de Chavarría, tiene la virtud de torcerle el cuello a la angustia e iluminarla con luz, casi divina, de esperanza o darle salida airosa por la puerta grande de la felicidad. Siempre hemos tenido el prejuicio de pensar que la reflexión del espíritu o, lo que es lo mismo, descender al infierno, forma parte de la poesía subterránea. Si echamos una mirada atrás, vemos que esa conciencia de nostalgia es la que ha dado origen a los más grandes poetas, desde el Renacimiento, pasando por el romanticismo, hasta la generación norteamericana más ácrata. Ha sido el concepto de falsa alegoría, alentada por la moral cristiana, quien invirtió los términos en su lucha contra las libertades grecolatinas.
Una lectura a través de los poemas de la primera parte del libro, responde al título “Homenajes”. No hay dolor, sino alegría. Ni siquiera nostalgia de pasado. Hay estoicismo, pero estoicismo lleno de júbilo, amor sin cicatriz. Quizá porque el amor en la poeta, en lugar de ser herido es hiriente. En “Álbum de fotos” dice que “La nostalgia del tiempo embellece el recuerdo”. Empieza a manejar la sinestesia, combina aliteraciones que confieren al poema una sensibilidad particular, como “la tristeza del día huele a contemplaciones”, en el mismo poema, y también “No sé el sentido exacto de un sonido que duele”. Esta incorporación facilita el entendimiento sobre el estado del alma de Chavarría, poeta esencialmente de espíritu o, mejor dicho, del estado de su propio espíritu, que es también su propio yo. Chavarría no pretende convencernos de nada, ni afirmar una verdad absoluta. No. Lo que pretende es enseñarnos el camino, su método, que es el que ella comunica. Pero, ¿qué método? La auscultación del yo.
Otro rasgo a tener presente es su espíritu visionario o profético. El suyo y el otro. Lo dual. Los gemelos. Ese desdoblamiento -inconsciente en la poeta- se produce a modo de necesidad. Es el ocultamiento, lo que el lector ve desde fuera: el deseo de convertirse en otro yo, el que impulsa a transgredir la voluntad, inconsciente, similar a una fuerza que nace del propio yo (lo que Chavarría llama “alma”). El poema “Mi compañera, el alma” (tema de un libro posterior) es un buen ejemplo. Todo el poema es exponente de esta teoría (planteada brillantemente por Carlyle, y en nuestra lengua por Larrea), dice en su primera estrofa: “Mi alma lo atraviesa todo / y nadie puede pararla. / Quiere alcanzar imposibles / sin tiempo para mimarla”. Y Chavarría sólo está “buscando mi camino”, en el poema “Viaje en tren”. Desde el recuerdo describe el pasado en “Pueblo natal” y la nostalgia que producen esas vivencias pretéritas. Detrás de los poemas se esconden secretos, complicidad, pero su aliada es la noche. Es decir, la soledad, “un rincón nostálgico” para soñar lo prohibido.
La veracidad de las palabras de Chavarría podemos constatarla con exactitud cuando ofrece testimonios de su vida: “yo nací en mayo, / domingo y bien temprano”, del año 1966. Igualmente, en el poema “Iguazú” deja constancia de su luna de miel, “allí sentí la majestad del tiempo (...) con mi anillo de novia”.
La poeta reserva el último lugar a un poema significativo, dedicado a los “Sentidos”, así el título, donde “le pide al silencio que me preste sonidos”. Sus transgresiones son progresivas. Gautier y Leconte de Lisle iniciaron el juego de la sensibilidad, a través de los sentidos, Chavarría también retoma el juego de los sonidos, los colores y habla de “la sonrisa naranja”, “timidez amarilla”, “gris sigiloso”, “blanco poderoso”, “azul cauteloso” y “verde ilusionado”. ¿Y la pasión? Quizás yace escondida en un rincón del alma o forma parte, según sabemos, de esa conjunción con la noche.
La segunda parte, “Tipos”, la integran trece poemas. El protagonismo lo tienen las personas; es decir, los prototipos o personajes. En “Aprendiendo a amar” resume una ruptura amorosa, que en ella se convierte en interminables noches, que “no atienden a la razón / cuando ofusca la amargura”. Si ama (“Por ti”) es capaz de traducir: “para ti versos de fuego”. Del “Vagabundo” quiere aprender su universo. Pero al llegar a “Ana Frank”, origen de su vocación literaria, es cuando ella se identifica: “Pequeña muchacha intrépida / con fuerza de literata”.
Destaca el poema “Quijote”, con quien encuentra correspondencia en el ideal y su concepto utópico, que reafirma a través de las siguientes conclusiones: “Luchas por ideales que nadie entiende, / pero que son tu vida” o “Quisiera, con nervio, con firmeza, con poderío / vivir y morir Quijote”. Con ese espíritu quijotesco desea la libertad, sentirse desatada, y proclama la liberación de la mujer en “Mujer liberada”, pero su intimidad la reserva en un verso: “Lo que yo guardo dentro no se nombra”. He aquí otra alusión a lo que la poeta llama “alma”, que traducido al lenguaje de su sensibilidad no es otra cosa que el recuerdo, la intimidad y sus vivencias personales.
El regreso a la infancia o al pasado es otra constante en la poesía de Chavarría. Recrea el mundo perdido en un acto de reconciliación consigo misma y lo describe para dar testimonio de su vida, de tal manera que sus libros son la autobiografía de una intensa vida interior. Hay un poema dedicado a “Horacio Quiroga”, el cuentista uruguayo sobre quien escribió su tesis doctoral, con quien identifica su “soledad, el desamor y la muerte”. Hay otro a “Chaplin”, y termina con “Arturo”, su marido, pero calla. Es el mismo que la acompañó en el poema al Iguazú. Es su otro yo, el complementario, quien intenta “entender los delirios / de una mujer difícil”. A la vez, confiesa: “Existo por mí misma / porque estás a mi lado”.
Sintiendo el silencio
Sintiendo el silencio (Valencia, 2000), tercer libro de Chavarría es un canto a la libertad que puede entenderse como desahogo, liberación humanizada de las cosas prisioneras, en el sentido amplio del término. Sostiene que “el silencio es palabra callada”, complicidad pero también rechazo, protesta que denuncia en silencio.
El libro está dividido en tres apartados. El primero, el más extenso, se titula “Voces interiores”; el segundo, “Fuerza de mujer” y el último, “Sencillamente, emociones”, lo que da un alcance de su posición. La primera parte, viene precedida de una cita de Pedro Salinas, que transcribo: “También las voces se citan./ ¿Y dónde van a citarse/ si no es en el aire inmenso/ que es su mundo? Pero el aire/ no tiene caminos, nombres/ ni números ni señales”.
Hasta ahora es su libro más mágico. Las palabras poseen el mismo magnetismo que las estrellas en una constelación, lo contienen todo, hasta el silencio. Silencio, espíritu y alma forman una trilogía en la obra de Chavarría, que viene a significar el silencio que envuelve las cosas. Es lo que nombra, pero oculta. Quizá lo que sólo ella vive en su mundo interior, lo que llamamos alma y en el decir de Punset es el cerebro, quien piensa. Dicho de otro modo, lo íntimo, personal, aquello intransferible que sólo puede convivir en su interior.
Es un libro abstracto que tiende hacia la concentración de imágenes. A través de su silencio el lector percibe mensajes o, al revés, su silencio transmite mensajes. En estas páginas se hace evidente la propuesta de Paz: “El verdadero poeta habla con otros al hablar consigo mismo”.
La poeta escribe la página en blanco, que son todas las páginas emborronadas de silencio. Encierran verdades, inquietudes, sueños que no sólo atañen a los poetas sino también a las demás personas. Es un libro que reivindica preguntas y verdades, como sueños. No sirve para nada, pero ayuda a pensar. Escribir un libro así, donde todo es coherente, además de preciso, es raro en este tiempo en que todo es líquido y gaseoso.
Quizá el poema que transcribo sirva para motivar su lectura, se titula “Poder oírlo” y dice en el páramo de su sencillez: “Si existiera el silencio / …si existiera. // Si llegara hacia mí / hasta abrazarme… // si mis risas callaran de repente / y la calma te aullara por mis venas… // si pudiera decir sin un sonido / la corriente de cielo que me inunda… // si el reloj de su corazón / cambiase el compás de sus latidos… // si desde ahí escucharas mi silencio / no necesitarías que te hablase”.
Lo que sólo cuenta el alma
Con el título Lo que sólo cuenta el alma (Valencia, 2001) Chavarría publicó su cuarto libro de poesía, bajo un epígrafe largo, como si la poeta quisiera, intencionalmente, profundizar en la raíz del ser, en este caso el alma, mediante una larga reflexión. Los treinta y cinco poemas forman un conjunto unitario, que la poeta define en los dos primeros versos del libro: “Hay un mundo interior abrazado, / paralelo a la vida real” (“Muy adentro”).
En la poesía de Chavarría ambos mundos aparecen muy definidos. El real es el que la poeta percibe dentro del laberinto de lo cotidiano, inmerso a su vez en ese laberinto de la sociedad, conflictivo y egocéntrico, mientras el mundo interior es el que está en su pensamiento, al alcance de la mano, en posesión suya, mediante el razonamiento, lógico o no, que se produce cuando ella, ser nocturno, está en ella misma, durante la vigilia.
En el poema “Encerando sombras” confiesa: “No puedo atemperar todas las sombras / que encuentro en mi camino; / pero puedo encerrarlas cada noche / y darles vida”. Esta poeta de la nocturnidad es también cazadora de metáforas. Este mismo poema sirve de ejemplo para aproximarnos a sus construcciones, casi siempre asociadas a la luz o el brillo que sustrae de las sombras, por ejemplo: “Mis dudas, cada día, / se expanden por la casa / y perfuman el aire / con esencia de invierno.”
La poesía de María Ángeles Chavarría tiene la virtud de convertir la sombra en luz, pese a que la poeta espera la sombra de la noche para encontrar el gozo de la satisfacción. Es poesía que rompe el ritmo de toda aquella tradición íntima y pesimista, como es el caso de Reigner en Francia o Veraheren en Bélgica, para quienes el dolor fue, como en Musset, motivo de exacerbada melancolía. Chavarría, en cambio, surge como Dante en el infierno, levantándose cual ave Fénix, revestida de sueños y esperanza. Esta poeta, delicada y melancólica, con la sensibilidad de una Marceline Desborne-Valmore, siempre encuentra en la palabra o el verso el camino de una salida airosa.
A la fecha de publicación de este libro su destreza de escritora es amplia. Ha dado a luz su primera novela, Diario de una mujer inquieta (2001), otra experiencia que revela su propio mundo. Pero, al fin y al cabo, el mundo exterior. Lo que quiere decir que para Chavarría el mundo interior pertenece a la poesía, y el otro, el real, a la prosa. Dos vertientes que marcan su escritura. Uno de los poemas que demarca este aspecto es el titulado “Quererlo todo”, podríamos decir que es una confesión de su actitud poética frente a la vida. Su estructura, a modo de leitmotiv, en el inicio de estrofa es, a su vez, una estructura en progresión ascendente y rítmica, en ideas y acumulación (intensidad).
El poema “Caminar” representa el alma de Chavarría, entendiendo el contenido de alma como la suma de muchas inquietudes que viven en el interior de la poeta: visión mesiánica, búsqueda de ella misma, deseo de aprehenderlo todo y reencuentro con el yo poético. Nos recuerda la plasticidad parnasiana o el pensamiento oriental. Es esa búsqueda de la conciencia, que para ella es refugio del alma y creación de su propio universo.
En una sociedad burguesa, la poesía discurre a través de la mirada exterior del poeta. Siempre se ha dicho que la poesía es el arte de la belleza. Es decir, la estética. ¿Y la ética? También se interpreta como la moral, y al correr de los siglos nos encontramos con una poesía encerrada dentro de su propia concha. En este sentido, la poesía de María Ángeles Chavarría es personal porque tiene el sello de lo original, por distanciarse de los caminos manidos por donde discurre el río en que navegan los poetas, conducidos por dos barcas, la que va y la que viene. Es decir, la que conduce Garcilaso y la que capitanea Mallarmée, en la que marcha, despejada y sonriente, cogida del brazo de Paul Eluard y Jacques Prevert, Gabriela Mistral y Octavio Paz, camino hacia la originalidad.
Pincelada con matices
Con la publicación de Pinceladas con matices (Madrid, 2005) se cierra un ciclo, que podríamos llamar el primero, y se produce un giro total en la poética de Chavarría. Giro que se ve condicionado por un discurso más amplio, producto de su paso por la novela, con un segundo título a agregar, La tercera copia (Valencia, 2004). El cambio se produce con su paso al prosema, nuevo subgénero literario, que definió el poeta y ensayista Pablo Antonio Cuadra como un híbrido entre poesía y relato, sin ser ninguno de ellos, muy distinto al poema en prosa que conocemos, pero con algo de su sabor. Los primeros prosemas de la lengua figuran en Azul… (Valparaíso, 1888) de Rubén Darío. Luego, en el uruguayo Herrera y Reissing, ya en 1917, con textos brevísimos de dos y tres líneas, pero que en la tradición española entró en los años 90, a través de la difusión del guatemalteco Augusto Monterroso, sin percatarnos siquiera que la narrativa mexicanos había dado exquisitos cultivadores, principalmente en la década de los 40.
El libro lo constituyen 33 prosemas de muy distinto cuño que le sirven a la prosemista para fusionar lo objetivo de la narrativa con lo subjetivo de la poesía, como pretexto para establecer el equilibrio entre acción y emoción. El resultado es una mayor visualización del texto. Chavarría utiliza en algunos prosemas la técnica del desdoblamiento del yo, la dualidad individual o el andrógino que todos llevamos dentro, con la finalidad de ubicar dos puntos de vista distintos, el de mujer y el de hombre. Su instinto dual la lleva al enfrentamiento y la confrontación de criterios desde su propia introspección.
La descripción de cada uno de los prosemas es trabajada y trabada en sus detalles más precisos, sin ser exhaustiva. Para ello hace uso de una puntuación que responde a la cláusula de la idea, con la finalidad de establecer el vacío narrativo, un puente que el lector atraviesa siendo cómplice y creador, a la vez.
Sirva de ejemplo, para finalizar, este pasaje de “El reflejo del yo”:
“Me diluyo en el enigma. Aspiro el brillo reflejado. El contacto envuelve mis fronteras. Ya no puedo parar. Tengo que sumergirme por completo. Frío. Calor. Tristeza. Dicha. No sé si levantarme o entregarme a la verdad desorbitada. La vida se ha vaciado de recatos. Las luces han fruncido un cuestionario. ¿Quién soy? Dímelo agua. Dímelo espejo. Demasiada ambición llegar al fondo. La vida es huraña con las preguntas. Y quedan demasiadas.
Ya no canto en susurros. He descongestionado mis pulmones. Ya no oculto mi desarmonía. Sigo buscando huellas. Soy un hombre palabra. Un hombre piel. Un hombre que se busca. Como todos.” (pág.44)
BIBLIOGRAFÍA
POESÍA
La mirada de alguien sin importancia. Valencia, Instituto de Estudios Modernistas, 1999, 63 págs.
Homenajes imprecisos. Valencia, Instituto de Estudios Modernistas, 1999, 56 págs.
Sintiendo el silencio. Valencia, Instituto de Estudios Modernistas, 2000, 86 págs.
Lo que sólo cuenta el alma. Valencia, Instituto de Estudios Modernistas, 2001, 73 págs.
Pinceladas con matices (prosemas). Madrid, Torremozas, 2005, 68 págs.
WEB SOBRE LA OBRA COMPLETA
www.escritoresvalencianos.com/mariaangeleschavarria