AL PIE DE LA CASA BLANCA
Raramente la aparición de un libro se puede considerar un evento pionero. Sin embargo, con y sin modestia, me atrevo a pensar que éste sí puede llegar a serlo, por las implicaciones que conlleva más allá de sus tapas y letras. Se trata del volumen Al pie de la Casa Blanca. Poetas hispanos de Washington, DC., publicado por la Academia Norteamericana de la Lengua y que a juicio del Profesor Dr. Jesús López-Pelaez Casellas, Director de Relaciones Internacionales de la Universidad de Jaén:
"...se trata de un manuscrito extraordinariamente valioso. Imaginaba que los poemas lo serían, pues se compone de un corpus que al menos en España es poco conocido y resulta muy interesante que sea la Academia Norteamericana de la Lengua Española (con el prestigio que se deriva de su naturaleza) la que los de a conocer y avale. Lo que no esperaba (pues no es lo más habitual en estos casos) es que fuera acompañado de una"Introducción"/"Presentación" ...de tanta calidad. Me ha encantado el análisis del coeditor poeta Luis Alberto Ambroggio tanto del corpus presentado en sí como, en la primera parte, del estado de la poesía hispana en los EEUU y la reflexión sobre la naturaleza del hecho poético. Me parece que gana mucho el texto en su conjunto y creo que será una publicación de referencia..."
Este es el contexto que nos ofrece Luis Alberto Ambroggio nos ofrece rápidamente en los párrafos iniciales de su presentación de esta antología, la primera de su género en la capital de los Estados Unidos,:
“Al pie de la Casa Blanca en la zona metropolitana de Washington, DC, vive una diversa y pujante comunidad de casi un millón de hispanoparlantes; presencia y voz importante en la capital norteamericana y sus alrededores, parte de la creciente población hispana en los Estados Unidos con su larga historia, cultura que precede a la nación y que se está tratando de recuperar para darle el lugar nacional que le corresponde. Aunque se respiran brisas nuevas, al pie de la Casa Blanca en esta complicada capital política del mundo, durante la mayor parte de la década que se acaba, se sintió de cerca la fatalidad de sus decisiones de guerra, de injusticia, de los ocupantes de la Casa y trataron los poetas hispano/latinos de Washington, DC —como tantos otros— de recurrir al género poético para expresar, en su idioma, su imaginación, su idealismo, su protesta, su testimonio, sus recuerdos, acaso fieles a la raigambre castellana del Siglo de Oro en su necesidad de poetizar en tiempos difíciles, ecos de la afirmación de Teresa de Ávila: “la vida no sería tolerable sin poesía”.
“Al pie de la Casa Blanca, y en español, ilusionados a la sombra y la frase de John F. Kennedy de que “mientras la política corrompe, la poesía purifica”, crearon poesía, esa “forma de violencia interna para combatir la violencia externa” (expresión del Nóbel de Literatura de Irlanda del Norte, Seamus Heany). Conscientes, en todo caso, de que —parafraseando a Albert Camus— como escritores no podían servir a quienes hacen la historia, sino que debían servir a quienes están sujetos a la misma. Lograron, de algún modo, en los Recitales de la Biblioteca del Congreso, en los Maratones del Teatro de la Luna, en la Biblioteca Folger Shakespeare, y en otras actividades, que su visión, su discurso poético consiguiera un espacio entre las visiones, los diferentes discursos posibles, en palabras del poeta canadiense Bernard Pozier, obteniendo “por fin los mismos derechos que el discurso político, económico o deportivo, porque es sólo a este precio que la poesía puede aumentar su público y llegar a ser considerada como una actividad normal dentro del funcionamiento de la sociedad”.
“En un contexto más amplio, los impulsó el hecho de que la poesía impregna el corazón de cualquier cultura y la cultura estadounidense no es una excepción. Emerson habló en su célebre ensayo de los poetas “como dioses liberadores”. Whitman, quien trabajó en la capital estadounidense en el departamento de Recaudación de Impuestos (IRS, por sus siglas en inglés), eufórico en su prefacio a Hojas de Hierba (Leaves of grass) proclamó “Los Estados Unidos son en sí el poema más grande”, entusiasmado por su percepción optimista de la democracia como comunión de todos los hombres y de los hombres con la naturaleza y el cosmos, como dice Ernesto Cardenal en el prólogo a la Antología de la poesía norteamericana. Quizás la presencia, la historia, la voz hispano/latina de los Estados Unidos, desde Washington, DC, siglos más tarde, cante la realidad antitética de esta euforia, a la vez que completa la belleza imperfecta y polifacética que son “Nuestros” Estados Unidos de Norteamérica en la difícil vivencia del sueño igualitario de los fundadores de la nación. Vivencia en su mosaico de etnias, religiones, culturas, experiencias de paz y guerra, heroísmo y salvajismo, a veces — contrariando sus principios fundacionales— en una triste relación antagónica, de discriminación, dentro de un paradigma de dominante-dominado, pero con un perenne propósito de mejoramiento. Los poemas, todos ellos, son, al fin, o poemas de amor o poemas de muerte (ya poetas de la tradición anglosajona como Emily Dickinson y Ezra Pound habían reaccionado, polo opuesto a Whitman, para versificar ferozmente la tragedia). Hoy se aprecia con Umberto Eco la historia de la fealdad, la fascinación de lo horrendo de Schiller y, se acepta el que Stockhausen, en el contexto del 11 de septiembre, haga pedazos la idea de que el arte está en armonía con el bien y con la belleza. Alexis de Tocqueville, el gran historiador y visionario de la realidad estadounidense ya lo había previsto: “El lenguaje, el vestido y las acciones diarias de la democracia son repugnantes a las concepciones del ideal… Esto fuerza al poeta a buscar por debajo de la superficie exterior que se palpa con los sentidos, para leer el alma interior”[1].
Así nació la antología Al pie de la Casa Blanca. Poetas Hispanos de Washington D.C., 355 páginas de poemas, editada por Luis Alberto Ambroggio y Carlos Parada Ayala, publicada por la Academia Norteamericana de la Lengua Española, como un documento y testimonio pionero de esta presencia panhispanoamericanista en la Capital de los Estados Unidos.-
[1] Adaptado de la Presentación escrita por Luis Alberto Ambroggio a la antología Al pie de la Casa Blanca. Poetas Hispanos de Washington, D.C. Luis Alberto Ambroggio-Carlos Parada Ayala eds., Nueva York: Academia Norteamericana de la Lengua Española, 2010, pp. 13-14.
Este es el contexto que nos ofrece Luis Alberto Ambroggio nos ofrece rápidamente en los párrafos iniciales de su presentación de esta antología, la primera de su género en la capital de los Estados Unidos,:
“Al pie de la Casa Blanca en la zona metropolitana de Washington, DC, vive una diversa y pujante comunidad de casi un millón de hispanoparlantes; presencia y voz importante en la capital norteamericana y sus alrededores, parte de la creciente población hispana en los Estados Unidos con su larga historia, cultura que precede a la nación y que se está tratando de recuperar para darle el lugar nacional que le corresponde. Aunque se respiran brisas nuevas, al pie de la Casa Blanca en esta complicada capital política del mundo, durante la mayor parte de la década que se acaba, se sintió de cerca la fatalidad de sus decisiones de guerra, de injusticia, de los ocupantes de la Casa y trataron los poetas hispano/latinos de Washington, DC —como tantos otros— de recurrir al género poético para expresar, en su idioma, su imaginación, su idealismo, su protesta, su testimonio, sus recuerdos, acaso fieles a la raigambre castellana del Siglo de Oro en su necesidad de poetizar en tiempos difíciles, ecos de la afirmación de Teresa de Ávila: “la vida no sería tolerable sin poesía”.
“Al pie de la Casa Blanca, y en español, ilusionados a la sombra y la frase de John F. Kennedy de que “mientras la política corrompe, la poesía purifica”, crearon poesía, esa “forma de violencia interna para combatir la violencia externa” (expresión del Nóbel de Literatura de Irlanda del Norte, Seamus Heany). Conscientes, en todo caso, de que —parafraseando a Albert Camus— como escritores no podían servir a quienes hacen la historia, sino que debían servir a quienes están sujetos a la misma. Lograron, de algún modo, en los Recitales de la Biblioteca del Congreso, en los Maratones del Teatro de la Luna, en la Biblioteca Folger Shakespeare, y en otras actividades, que su visión, su discurso poético consiguiera un espacio entre las visiones, los diferentes discursos posibles, en palabras del poeta canadiense Bernard Pozier, obteniendo “por fin los mismos derechos que el discurso político, económico o deportivo, porque es sólo a este precio que la poesía puede aumentar su público y llegar a ser considerada como una actividad normal dentro del funcionamiento de la sociedad”.
“En un contexto más amplio, los impulsó el hecho de que la poesía impregna el corazón de cualquier cultura y la cultura estadounidense no es una excepción. Emerson habló en su célebre ensayo de los poetas “como dioses liberadores”. Whitman, quien trabajó en la capital estadounidense en el departamento de Recaudación de Impuestos (IRS, por sus siglas en inglés), eufórico en su prefacio a Hojas de Hierba (Leaves of grass) proclamó “Los Estados Unidos son en sí el poema más grande”, entusiasmado por su percepción optimista de la democracia como comunión de todos los hombres y de los hombres con la naturaleza y el cosmos, como dice Ernesto Cardenal en el prólogo a la Antología de la poesía norteamericana. Quizás la presencia, la historia, la voz hispano/latina de los Estados Unidos, desde Washington, DC, siglos más tarde, cante la realidad antitética de esta euforia, a la vez que completa la belleza imperfecta y polifacética que son “Nuestros” Estados Unidos de Norteamérica en la difícil vivencia del sueño igualitario de los fundadores de la nación. Vivencia en su mosaico de etnias, religiones, culturas, experiencias de paz y guerra, heroísmo y salvajismo, a veces — contrariando sus principios fundacionales— en una triste relación antagónica, de discriminación, dentro de un paradigma de dominante-dominado, pero con un perenne propósito de mejoramiento. Los poemas, todos ellos, son, al fin, o poemas de amor o poemas de muerte (ya poetas de la tradición anglosajona como Emily Dickinson y Ezra Pound habían reaccionado, polo opuesto a Whitman, para versificar ferozmente la tragedia). Hoy se aprecia con Umberto Eco la historia de la fealdad, la fascinación de lo horrendo de Schiller y, se acepta el que Stockhausen, en el contexto del 11 de septiembre, haga pedazos la idea de que el arte está en armonía con el bien y con la belleza. Alexis de Tocqueville, el gran historiador y visionario de la realidad estadounidense ya lo había previsto: “El lenguaje, el vestido y las acciones diarias de la democracia son repugnantes a las concepciones del ideal… Esto fuerza al poeta a buscar por debajo de la superficie exterior que se palpa con los sentidos, para leer el alma interior”[1].
Así nació la antología Al pie de la Casa Blanca. Poetas Hispanos de Washington D.C., 355 páginas de poemas, editada por Luis Alberto Ambroggio y Carlos Parada Ayala, publicada por la Academia Norteamericana de la Lengua Española, como un documento y testimonio pionero de esta presencia panhispanoamericanista en la Capital de los Estados Unidos.-
[1] Adaptado de la Presentación escrita por Luis Alberto Ambroggio a la antología Al pie de la Casa Blanca. Poetas Hispanos de Washington, D.C. Luis Alberto Ambroggio-Carlos Parada Ayala eds., Nueva York: Academia Norteamericana de la Lengua Española, 2010, pp. 13-14.