Francisco Faerron Suárez
LA
OBRA LITERARIA
INÉDITA DE
FRANCISCO
FAERRON SUÁREZ
Lic. Miguel Fajardo Korea
Premio Nacional de Promoción y Difusión Cultural de Costa Rica
minalusa-dra56@hotmail.com
(Guanacaste/Moravia).
Francisco Faerron Suárez nació en Liberia, Guanacaste, el 3 de noviembre de
1873. Murió en San Pedro de Montes de Oca, San José, el 6 de setiembre de 1961.
Fueron sus padres: Federico Faerron Baltodano y Ana Matías Suárez.
Realizó estudios secundarios en el Liceo de Costa Rica. Aunque se inclinaba por
la medicina, estudió y se graduó como abogado, el 12 de mayo de 1899,
hace 120 años. El tribunal calificador de lujo estuvo integrado por Ascensión
Esquivel Ibarra, Cleto González Víquez y Ricardo Jiménez Oreamuno, quienes
ejercieron, posteriormente, la Presidencia.
Se desempeñó como profesor en el Liceo de Costa Rica. Trabajó en la
Inspección General de municipalidades. Laboró como promotor fiscal. Fue Alcalde
de San José. Trabajó en la Sala Segunda de Apelaciones. Fungió como Magistrado
suplente de la Corte Suprema de Justicia. Ejerció como Ministro
Plenipotenciario en Guatemala. Ejerció como diputado durante tres periodos, a
saber: (1900-1904); (1912-1917). Miembro de la Asamblea Constituyente de 1917. Presidente de la Cámara de
Diputados de 1918 a 1919. Primer guanacasteco en alcanzar dicha posición en la
Asamblea Legislativa.
Fungió como Decano del Colegio de Abogados hasta su deceso. Ganó la Medalla del
Jubileo Profesional de dicho Colegio, en 1960, que le fue impuesta por el Lic.
Fabio Fournier. Se distinguió como orador, conferencista, abogado, profesor,
alcalde, diputado, magistrado, ministro y pensador humanista.
Dirigió la revista “El estudiante”, órgano de la Sociedad de Estudiantes del
Liceo de Costa Rica. Asimismo, fundó los siguientes semanarios: “El
Guanacaste”, en San José; “El Nuevo Régimen”, en Liberia, órgano del Partido
Civil de Guanacaste, durante la administración de Ascensión Esquivel Ibarra;
“La Vanguardia”, órgano político afín a Cleto Gonzalez Víquez; “El Imparcial”,
independiente, fundado en Liberia; “La Opinión”, diario publicado en San José,
codirigido con el periodista hondureño, Augusto C. Coello. Usó el
seudónimo “Jacobo Rey”, en muchos de sus escritos.
El
Lic. Francisco Faerron Suárez fue uno de los fundadores de “La Casa de Guanacaste”, donde editó “El Guanacaste” (1935-1947) y 1949, órgano que apareció mensualmente, después tres veces cada
mes, en San José. Dicha publicación fue el vocero del Partido Confraternidad
Guanacasteca, liderado por el Dr. Francisco Vargas Vargas.
Colaborador en diversos medios, a saber: “La Prensa Libre”, “Diario
Nacional”, “Diario de Costa Rica” y “La Nación”. En este último publicó
artículos, tales como “Las elecciones modelo de 1953” (11-8-1953); “El Colegio
debe ser consultado por todo porque la ley es para todos” (19-5-1960, p.18);
“El caso Argentina-Israel” (8-8-1960, p.22).
Dejó inédito el libro Cuentos tropicales (15 textos). Rafael
Pérez Miguel lo incluye en Exploración bibliográfica sobre el
cuento erudito costarricense (1991-2013).
He publicado dos de sus cuentos, a saber: “El rosario”
en el suplemento cultural Anexión (Año 20, edición 229, julio, 2012: p.
4). Además, “Escenas liberianas” (“Perfiles”, Núm. 298, junio, 2019: p.
16).
Su obra inédita me la entregaron sus nietas: Prof.
Leticia Faerron Ramírez y Prof. Ivette Faerron Ramírez, el 24-5-2012. Asimismo,
su nieta, María Lorena Faerron Rivera, el
3-9-2018, con el propósito de coordinar el proyecto de edición de este
cuentario, en el marco de los 250 años de la fundación de la Ciudad Blanca
(1769-2019).
El 4-5-2019 tuvimos un café cultural para coordinar el proyecto editorial en la
casa de la Prof. Leticia Faerron Ramírez, al que se sumaron líderes culturales:
Verónica Navarro, Hugo Zúñiga, Nuria Cuadra, Orietta Baltodano, Mireya
Hernández, Mélida Obando y Ligia Zúñiga, quienes se han dado a la tarea
de buscar suscriptores de honor de este proceso de recuperación literaria de un
destacado guanacasteco, cuya obra ha permanecido inédita durante 58 años.
En el libro se incluirá fotografías, aportadas por la Prof. Leticia Faerron
Ramírez y la periodista Ana Lucía Faerron Ángel, nietas de don Francisco
Faerron Suárez. El Ing. Jorge Sáenz Lobo, destacado artista costarricense,
aporta 15 ilustraciones interiores para los cuentos, así como su magnífica
portada. La descendencia de don Francisco es la siguiente:
1.
Matrimonio con la costarricense María Murillo
Sandoval, de quien enviudó: Guillermo Faerron Murillo, Olga Faerron
Murillo, Ida Leonor Faerron Murillo, Gloria Faerron Murillo y Francisco
Faerron Murillo.
2.
Matrimonio con la guatemalteca María Valdés
Montt, de quien enviudó: Federico Faerron Valdés y María del Carmen Faerron
Valdés.
3.
Matrimonio con la colombiana, Abigail Cruz
Santos: Ana Lottie Faerron Cruz.
Ante la ausencia física de todos sus hijos, sus nietos han abanderado este
noble proyecto de recuperación cultural de su obra literaria Cuentos
tropicales, cuyo libro tuve que digitar de su manuscrito mecanográfico,
hacerle la revisión filológica, el prólogo, presentación y notas.
La respuesta de sus familiares ha sido importante, así como la de los
suscriptores culturales, quienes con su colaboración económica, tendrán
derecho, tanto a consignarse como suscriptores de honor como a recibir
ejemplares de cortesía.
La narrativa guanacasteca escrita se afirma en el segundo periodo que he
propuesto para la literatura guanacasteca (1890-1935). Su primer autor
pertenece al periodo inicial que he demarcado (1824-1890), pues Francisco
Faerron Suárez nació el 3 de noviembre de1873, pero su único libro Cuentos
tropicales, no se publica, sino hasta en el 2019, en el marco de los 250
años de fundación de la Ciudad de Liberia.
El libro Cuentos tropicales, de Francisco Faerron
Suárez (1873-1961), se ha mantenido inédito durante 58. Es un hallazgo en la
literatura de Guanacaste. Con este libro, él se convierte, cronológicamente, en
el primer escritor de Guanacaste, seguido de María Leal de Noguera (1892-1989)
y Ramón Leiva Cubillo (1892-1992).
En el libro, he incluido el cuento “La despedida del
muerto”, publicado en “El Heraldo”, Puntarenas (1947), que localizamos dentro
del proceso investigativo sobre la obra del autor, con la ayuda de la
bibliotecóloga Meredith Pizarro Zúñiga, de la Universidad de Costa Rica.
Este texto no forma parte del cuentario, pero es autoría de Faerron Suárez.
En el apartado “La voz ajena sobre el Lic. Francisco Faerron Suárez”, he
incluido criterios sobre el autor, por parte de Fabio Fournier, Agustín Salas
Madrigal, Gerardo Zúñiga Montúfar, Ronald Vargas Araya, La Prensa Libre y La
Nación, medios de esa época.
“Escenas liberianas”, de Francisco Faerron Suárez
Ya estaba notificada la provincia de la próxima gira por todo su
territorio del Ilustrísimo Señor Obispo de Costa Rica, de cuyas visitas estaba
ayuno el Guanacaste desde hacía muchos años. Es verdad que Fray Gregorio había
estado aquí el año anterior, con licencia para confirmar fieles que carecían de
ese Sacramento primordial; lo que le había valido una abundante cosecha de
colones, pues cobró la nueva tarifa de un colón y medio por cabeza y estas no
bajaron de quince mil no confirmadas, pero esto no era lo mismo para la feligresía,
que deseaba ver y oír a su prelado, personalmente, y aún quedaba un buen rezago
de semi-cristianos, que esperaban la confirmación.
¿Dónde desembarcaría su Ilustrísima? ¿Qué ruta seguiría para llegar a Liberia
en donde se le esperaba con ansiedad? Estas y otras preguntas sobre el mismo
tema se cruzaban de persona a persona, de grupo a grupo, sin que nadie diera
respuesta cierta, porque tampoco nadie tenía noticia del itinerario que
seguiría el Prelado en la provincia. Aquí se puede saber cuándo se entra en
territorio guanacasteco, pero no cuándo se va a llegar a alguna parte.
Opinaban algunos, que su Señoría llegaría a la Ciudad Blanca, un sábado
por la tarde, entrando por El Capulín. Aseguraban otros, que viajaba de
incógnito y que entraría a medianoche, por el Paso Real, y Fallito, quien
siempre estaba bien enterado de las novedades del lugar, juraba a dos cruces,
que entraría a mediodía por La Carreta.
Nadie, ni el mismo Párroco de la localidad, sabía de fijo cuándo ni por dónde
abordaría la plaza su Ilustrísima, pero todos lo esperaban con entusiasmo y
recogimiento, con ese placer que se siente al saborear de antemano las
emociones de un acontecimiento anunciado con bombos y platillos, y que siempre
da lugar a comentar y desahogos de chismes lugareños, para minarle las
canonjías al cura, para moverle la rama al Gobernador, o quitarle a algún
mayordomo el manejo de los ganados de la Cofradía del Patrono del pueblo.
No eran pocos los vecinos que estaban encantados con la visita, no tanto por su
fe cristiana, sino principalmente por sus ansiados hartazgos en los opíparos
banquetes que se le darían al venerable huésped, para lo cual opinaban –siempre
que de este tópico se hablaba- era el caso típico que el municipio, la Junta de
Caridad, la edificadora y hasta una Junta de Notables, convocada al efecto,
contribuyeran para echar la casa por la ventana en las fiestas proyectadas, y
para con más caudal que el de una confesión, vaciarle al Prelado, todo el saco
de alacranes de sus odios, sus malas pasiones, sus chismes, sus envidias y su
perversidad, a guisa de sobremesa o de pus café o de riquísimo puro habano, con
que hacen la digestión los heliogábalos.
-Una buena mesa, decían los gastrónomos en ayuno, es la mejor nota que
puede darse en este recibimiento. Hay que tenerle a su Señoría un
“bocatto di Cardenalli”, quienes como los parroquianos de “El Tiro al Blanco”,
insinuaban a la comisión de festejos, integrada por vecinos de gran valía, la necesidad
de hacerle a su ilustrísima, un “buen tope”, con bastante néctar, para animar a
la gente.
-Un buen “tope”, decían, es un buen golpe, quedaremos planchados y en plena
gracia con La Curia. Por medio de su Ilustrísima, se pueden conseguir
muchas gangas con el Gobierno: su influencia es infalible, en eso,
precisamente, se parece mucho a su Santidad.
Un sábado a las doce, cuando el sol reverberaba calcinante en el aire, subió
Cabalceta, como de costumbre, a repicar las campanas, y al llegar a la
plataforma de la inconclusa torre del campanario, columbró una nube de polvo
que se levantaba impenetrable en la entrada al callejón del puente del Paso
Real, frente al Mocho, y se le ocurrió que era producido por la caballería del
Prelado que ya llegaba, y con entusiasmo rabioso echó a vuelo las campanas, que
tan pronto repiqueteaban, como tocaban arrebato o llamaban a completas,
produciendo en los habitantes de la urbe, un verdadero disloque.
Como movida por un mismo resorte, toda la población se vació en las calles:
masas de gentes corrían atropellándose hacia la parroquia, toman el atrio por
asalto y un millar de voces interrogan al campanero, este tiende un brazo con
dirección al Paso Real adonde la nube de polvo se aproxima más impenetrable
aún.
La masa humana arremolinada se enfila hacia el puente Rojo, que cruza el río,
al que llega jadeante, bajo un sol de plomo, capaz de fundir la escoria misma.
Poco a poco, mediante el polvo, ya enrarecido, se descubre una cabalgata que
marcha a todo trote, produciendo los cascos de los caballos un repique en el
suelo, que produce un ruido sordo y espeluznante, y un “Viva el Señor Obispo y
su comitiva”, salió como cañonazo de las bocas empolvadas de la abigarrada
multitud agrupada a uno y otro lado de la vía.
La caballería alcanza la cabecera opuesta del puente, se dibuja en la nube que
escudriñan mil ojos con gran empeño, la robusta silueta de una amazona a
horcajadas en un rocín, que parecía un manantial por el sudor que lo bañaba, y
la muchedumbre alineada formando valla, al arrodillarse para recibir la
bendición de quien creía que era el esperado Reverendísimo Señor Obispo,
reconoce en ella a la niña Estercita Silva, quien presidiendo un grupo de
maestras excursionistas, cruzó el puente atónita, por aquel inesperado y
clamoroso recibimiento que se le hacía.
Una carcajada general con la sonoridad de un retumbo de un volcán vibró en el
aire, pero Fallito, siempre galante con las damas y con oportunidad genial,
mostrándose al confuso grupo, con el sombrero en alto, la frente al sol y su
mano derecha puesta sobre el corazón, con toda la fuerza de sus pulmones,
gritó:
-¡Vivan las maestras!
-¡Viva
Liberia!