EL PUERTO DIFUSO
EN LA POESÍA DE SARAY LOÁICIGA BRENES
Lic. Miguel Fajardo Korea
Premio Omar Dengo, Universidad Nacional de Costa Rica
(Guanacaste/Moravia).- He tenido la oportunidad de leer, releer y analizar
el primer libro poético de la M.Ed. Saray Elena Loáiciga Brenes (San
José, 17 de julio de 1968), académica en la Sede Regional Chorotega de la
Universidad Nacional de Costa Rica.
El título de su poemario Puerto
difuso (San José, Costa Rica: Lara & Segura Asociados, 2019, 96 pp.),
consta de 74 textos. La ilustración de la portada es del pintor Adolfo
Hernández Fallas. Posee una estructura nominal: sustantivo + adjetivo, con la
elisión del artículo como antecedente. El contexto del puerto, obedece a
un espacio abierto. De acuerdo con la RAE, el adjetivo difuso significa:
“ancho, dilatado. Vago, impreciso”. (Diccionario de la Lengua Española,
2001: 823).
Según José Pérez-Rioja: “En la
simbología cristiana, el puerto suele ser sinónimo de vida eterna. Los barcos
que navegan hacia el puerto se comparan a las almas en busca del Cielo” (Diccionario
de símbolos y mitos, 1994: 362).
Así, entonces, nos adentramos
en el mar poético de este Puerto difuso, cuyo eje temático se centraliza
en el tema eterno del amor y cuanto ello implica: encuentros, desencuentros,
experiencias, recuerdos, anhelos, desilusiones, esperanzas, esperas y demás.
La hablante de este libro,
alude a los elementos líquidos para establecer un paralelismo con el amor:
“cuando te vi, desde que nos reencontramos / para solo amarnos”; “este río,
desbordado de amor, / fluye por dentro”; “porque te amo con la fuerza de una
tormenta / y tan suave como el mar en calma”.
Asimismo, la voz lírica
agradece al Creador la experiencia del encuentro con el ser amado: “Si Dios fue
quien nos dio este amor; / Él también inventó la esperanza. /
Es lo único sobre lo que sentimos amor”; “Le doy gracias a Dios por tu amor, /
que me hizo renacer en este día”. Es decir, la amada agradece el encuentro, la
presencia del Otro, porque lo considera su complemento a la incompletitud que
acompaña a todo ser humano, siempre.
Sin embargo, conforme avanza
el tiempo, la voz lírica insta: “Señor, enséñame el camino por seguir/ en el
mar incierto del mundo. / Que la humildad sea parte de mi vestidura, / y la
compasión, parte de mi calzado”. Existe una especie de voz desgarrada que
necesita asirse a la figura crística para tomar fuerzas.
En la experiencia dialógica, la hablante atisba un discurso amatorio de fuerte
arraigo y convicción: “Este amor es fuerte como el trueno que irrumpe la
tormenta. / Es apacible como un riachuelo en el bosque. / Es sereno como el mar
en calma con sus olas en la playa. / Es profundo, / es eterno”. En su
mapa lírico, encuentro lejanos ecos, tonos y acentos de diversas poetisas,
tales como Marina Arzola, Ninfa Santos, Julia de Burgos, o Eunice Odio.
En esa línea de seguridad en el amado, la voz femenina no duda en establecer un
discurso con alta certeza en la relación: “Te amo con pasión, / porque mis
besos son del alma, / se unen con los tuyos sin remedio, / porque no se acaba
el amor con flores marchitas, / si no se renueva constantemente”. Por
ello, la voz enuncia la interrelación humana y divina, cuando expresa: “Y yo te
conozco más / de lo que te imaginas, / es cierto, porque nuestras / almas las
formó Dios / cuando creó el mar, / el lago /y el trueno”.
A pesar de lo anterior, como
en toda relación humana, hay altos y bajos. En esa perspectiva, cuando hay separación
del amado, la voz femenina deja leer un nudo expresivo de intenso desamparo por
marcos contextuales: “Me dejaste sin nadie, sola, / como el mar, / cuando trae
a la playa una ola. / Y solo yo, / y el atardecer y el mar, / y tu
recuerdo”.
El recordar selectivo se torna
un aliado de compensación para evocar la figura del amado: “Sé muy bien /
que mi barco ya no atracará / en tu puerto, / y es que ya no me quedan /
ganas de anclar, / ahora soy libre, / y el mar, hacia otro destino, /me
llevará tranquilamente”.
La separación, por su parte,
se poetiza de modo cuantificado, lo cual muestra un doloroso sentir: No eres
culpable de quererme, / después de 9000 días sin vernos. / Dejemos
de contar los besos”. El nombre del amado no figura en el texto, solo en la
dedicatoria a Burt.
El último verso es una especie
de sistema recolectivo, dentro de la expresión de significados poéticos, toda
vez que opera como un signo de ausencia: los besos no dados, los días
transcurridos. En esta instancia, la amada adquiere rotundidad en su sistema
expresivo “Y si vuelves, te quedas, eres presencia, / y si no vuelves, nunca
has estado: /solo eres ausencia”. “Digo que me alegro que no estés, / porque si
de nuevo, algún día, / vuelvo a verte, / de seguro, /te amaría hasta el
final de mis días”. Son designios de amor muy intensos.
La aseveración dicotómica de presencia-ausencia física
es una conclusión, muy dolorosa, pero firme. “Aun así, el amor sin esperanzas /
sigue teniendo aroma, /porque no se llena el corazón, / si no estás conmigo”.
“Dame la mano, el camino es lejos; / dame la mano, el barco aún no ha partido”.
La asociación con el puerto da la idea del marinero que arriba a él,
desembarca, pero debe marcharse de nuevo, y es cuando deja aflicciones,
soledades, vacíos, esperas. La voz femenina pide que le dé la mano, signo
de lo que puede ser tomado, idea de potencia.
Sin embargo, aquí opera un cambio de ruta con el alma como elemento del ámbito
espiritual “Es que tú me entiendes /cómo se siente el alma: / como un
abrazo con /las manos vacías”. El final de estos versos signa un campo de gran
desolación, de lo inalcanzado.
En ese ahondamiento, la
hablante recurre a otra estrategia de recuperación del amado “y cómo renunciar
al amor, si su / sombra persigo en la noche. /Sí, lo sé, ahora es un
sueño. / Corre a la playa, estoy allí”. El campo abierto de la playa es un
sitio de convocatoria para citar al amado desde el sueño vigilante, con la
esperanza de que acuda sin tardanza.
En otra faceta, incorpora el
fuego, uno de los cuatro elementos fundamentales, signo de purificación o
pasión “Te quiero desde que te vi saliendo del fuego. /Este amor es
gitano, / y solo lo quita el fuego”. “Es cuestión de tiempo, / dos
corazones: /un solo destino”.
Los elementos de la
vegetalidad y la naturaleza encuentran asidero en este mapa lírico de la M.Ed.
Saray Elena Loáiciga Brenes “Se marchitan las / rosas que me enviaste, /
pero no lo que /siento por ti”; “Tú y yo somos río desbordando sueños / de
noches cansadas, días enteros, / de campos floridos, lluvias y truenos, / donde
corren veloces dos potros solos, /a orillas del mar y el cielo”. “Cuando la
naturaleza se encuentra a mi alrededor / es cuando más puedo sentir ¡Oh Dios!,
tu presencia, /y tu voz, tan cerca, está lejos/ en la soledad nocturna”.
La
hablante realiza una auscultación “Me miré en el espejo y esa niña /derramó
otra lágrima en el espejo”. “Anoche me dijo la luna /que me extrañabas
desde lejos. / “Anoche me dijo el silencio / que te extrañaba desde
lejos. / Si yo te quiero y tú me quieres, /a veces me pregunto,
/qué estamos esperando”. El verso de cierre es una expectativa que no solo le
corresponde responder a la voz femenina, pero ella tiene la valentía de expresar
dicha incertidumbre, mas no encuentra eco en la otredad, lo cual ahonda su
desazón y desarraigo.
En toda relación sentimental hay temores, porque somos parte de una
incompletitud que espera encontrar el complemento ideal, la equidad y la comprensión
en el Otro: “Y tengo miedo, / miedo que si tú no piensas en mí, /yo no hago más
que pensar en ti”. “Me hacen falta fuerzas, / fuerzas porque te has metido en
mí, /de un modo, /que si no te tengo a mi lado, / lo pierdo todo… / pero la
soledad que siento /me sabe más que a cuerpo, /y es que yo me siento sola por
dentro”. Los intensos nudos de la soledad asfixian a la amada ante la falta de
respuestas. Sus interrogantes no son respondidas, la mayoría de las veces, lo
que ahonda el sentimiento de soledumbre, de vacío, de marea y remolino en el
golpeado cuerpo de la espera.
Hay un momento en que la voz
femenina de Puerto difuso se autoanaliza, y afirma “Debió haber luna
llena cuando nací. / Sí, yo nací en luna llena, /por eso, mi alma encendida /
suspira en la noche, / por eso, las olas de mi mar embravecido /crecen con la
marea”.
En otro periodo, la
hablante pronuncia lo siguiente: “Deja que sea todo así, /de tu vida y mi
vida. Las olas me desplazan, /y suelto las amarras con imprecisión
absoluta. / Pareciera ser que tu puerto espera, /antes de llegar a mi
barco, su propio velero, /sin embargo, me aproximo, /a sabiendas de que en el
mar no llegue mi destino… /Porque no te digo que te quiero, /si mi corazón ya
no puede negarlo. /Digo que no te quiero, porque te quiero, /porque he tratado
de enterrar mi amor en una playa vacía”.
En una especie de cierre, la
hablante endiña: “Son largas las noches, /son largos los días, /las horas, los
minutos y segundos, /cuando no estoy contigo, /pero el amor es libre y no
cautivo. /Te dejo libre, para que pienses, /para que corras, / huyas, /o
vuelvas”. Las cuatro formas verbales son rotundas. Por lo tanto, no
habría más que esperar la respuesta anhelada que se espera haber leído en todo el
poemario. La elección es del amado. ¿Lo hará; lo hizo?
La M.Ed. Saray Elena
Loáiciga Brenes (San José, 1968) incursiona en el mundo de la poesía
con un texto en la plenitud de su vida. Libro de interrogantes, asertos,
experiencias, expectativas suyas, o de cualquier ser humano que aborde la
experiencia del amor, como tema eterno de la humanidad, desde los filones más
honestos y comprometidos. Ella es coautora de tres libros colectivos.
Esta es su primera obra poética, publicada por Lara Segura Editores
(2019).
Poemas de marzo
Saray Loáiciga Brenes
Estamos a la deriva tú y yo,
los dos nos necesitamos urgentemente,
porque nuestro corazón está solitario:
tu alma con mi alma se encuentran confusas.
***
Rompe las cadenas y ámame sin medida,
que mi ser ansioso te busca en la penumbra.
Rompe las cadenas y vivamos este amor,
que nos libera con impulso poderoso.
***
Porque es tan difícil amarnos,
y este amor escapa de nuestras manos.
Si yo te quiero y tú me quieres,
a veces me pregunto,
qué estamos esperando.
Si te hace falta valor
para enfrentarte a la tormenta,
yo lo tengo y me enfrento ante los
vientos tempestuosos,
aunque se rompa presurosa
la vela de nuestro barco.