Lic. Miguel Fajardo Korea (Costa Rica)
Universidad Nacional de Costa Rica
LA POESÍA EN LA ÓRBITA NERUDIANA
Lic. Miguel Fajardo Korea (Costa Rica)
Universidad Nacional de Costa Rica
El arte de la poesía tiene en Pablo Neruda (Chile, América y todo el mundo) a uno de sus más significativos exponentes. Su vasta obra es un archivo del alma universal, que partió de Chile y se arraigó en cada una de las geografías del planeta. El centenario de su nacimiento (1904-1973), no pasó inadvertido durante el XII Festival Internacional de Poesía de Bogotá. Neruda es un Maestro, a quien todos hemos leído, no importa el país, la ideología o la edad, pues la poesía no acepta condicionamientos.
Su Oda a la Poesía es un intenso texto, conformado por 120 versos, dividido en cuatro apartados, con sendos nudos de significación. En el primero de ellos, de 17 líneas, el yo lírico enuncia que tiene medio siglo de caminar con la poesía, y cual fase evolutiva refiere tres momentos decisivos:
“Al principio
me enredaste los pies”
(…) “más tarde te ceñiste
a mí como los dos brazos de la amante”
“Luego/ te convertiste en copa”.
Llama la atención la simbología utilizada “pies, brazos” y “copa”. En mi criterio, corresponden a una experiencia tríptica: los pies enraizan el contexto continental desde donde el caminante nerudiano establece su perspectiva artística. Desde América, a partir de nuestra dolorosa, pero esperanzada América, el poeta alza la copa del verbo. Sus brazos funcionan como un acto de celebración victoriosa de la palabra. Ese nacimiento con la palabra es una investidura conquistada. Neruda habla de la poesía, mas no la define, porque el ejercicio de dicho acto creativo es indefinible, por lo tanto, él propone acercamientos elementales.
En la segunda parte, de 51 líneas, el yo lírico pone en evidencia que:
“hermoso
fue
ir derramándote sin consumirte (…)
ir viendo que una gota
caía sobre un corazón quemado
y desde sus cenizas revivía”.
En este contexto, el yo lírico le confiere a la poesía la capacidad de revivir desde las cenizas, con lo que el caminante inicial establece un vaso comunicante, indagador, por ello, aduce: “Tanto anduve contigo/ que te perdí el respeto” y le endiña diversos índices cotidianos, pues la pone a trabajar en las lavanderías, en las panaderías, con las tejedoras, en la metalurgia, a pesar de todo “seguiste conmigo andando por el mundo”.
En este apartado, la poesía emerge como un plural oficio cotidiano, sin fronteras ni discusiones. Está ahí, en esos cronotopos, pero también en los que no han sido dichos. Esto es así, ya que la poesía ha ido madurando y “Hablabas/ahora/con voz férrea”. El endurecimiento ablanda las manos y los corazones; es una posición de férrea convicción, dado que “me ayudaste a no caer de bruces”.
La poesía, en el universo nerudiano, se torna extensiva, solidaria, rehumanizadora:
“me buscaste compañía,
no una mujer, no un hombre,
sino miles, millones”.
Dicho aserto lírico conceptualiza su inimaginado viaje. La poesía es un viaje sin pasaporte. Enclavó en el mundo, para permanecer en el corazón de la memoria, en el recuerdo de la identidad y en la actitud de nuestra América contra fronteras estrechas y baladíes..
En otro estadio de su universo, el hablante lírico la convoca:
“juntos, Poesía,
fuimos
al combate, a la huelga,
al desfile, a los puertos,
a la mina”.
El hablante pluraliza el discurso para enfrentarse a lo multitudinario, porque su función social y humana es extensiva con el abrazo y la solidaridad, en clara apuesta con los miles de millones menos favorecidos en todo el planeta, es decir, el acento nerudiano establece un referente social colectivamente abierto y solidario:
“Nos esperan grupos
de obreros con camisas
recién lavadas y banderas”.
El tercer apartado, de 19 líneas, el hablante apela a una rehumanización del arte, porque, ahora:
“todos
se acostumbraron a su vestidura
de estrella”.
El yo lírico apela, entonces, a que la poesía cumpla su tarea y dé firmes pasos entre los humanos. Le pide que sea “utilitaria y útil”. Enumera una diversidad de elementos para conformar varios símiles, a saber: metal, harina, arado, herramienta, pan y vino; con ello, establece un sistema recolectivo en donde la poesía esté dispuesta:
“a luchar cuerpo a cuerpo
y a caer desangrándote”.
Con base en lo expuesto, asistimos, ahora, a la lucha frontal de la poesía contra la injusticia, la insania, los dolores, el llanto, contra todos los silencios, todos los días del martirio. Si Neruda estuviera, físicamente entre nosotros, continuaría denunciando, con su poesía, las sangrías de la patria americana.
No cabe duda de que la globalización del dolor abre los espacios para la solidaridad. La violencia de tantos siglos nos desgarra, nos anuda la garganta o nos deja verter lágrimas, secretas y públicas. La poesía exangüe es una órbita de reflexión cotidiana en el espacio nunca cerrado de la mirada nerudiana.
El cuarto apartado, de 37 líneas, establece diversos amores; ahora, “le da las gracias a la poesía por adquirir diversas situaciones actanciales: esposa, hermana, madre, novia, ola marina, azahar, bandera, pétalo, campana o granero. Se plantea, entonces, una estrecha conjunción entre la humanidad y los elementos simbólicos de la tierra.
El hablante lírico da las gracias a la poesía por cada uno de sus días terrestres. Le agradece su compañía desde:
“la más enrarecida altura hasta la simple mesa
de los pobres”.
Su apuesta tiene la certitud de su honradez, de lo cotidiano elemental por lo común, por lo genérico, porque él quiere ser uno de ellos, no importa su nacionalidad; desea compartir su horizonte de expectativas peregrinas:
“me levantaste
hasta la altura insigne
de los hombres comunes”.
Seguidamente, el hablante invoca a la eternidad de la poesía: “mientras me fui gastando/ tú continuaste”, con frescura e ímpetu, es decir, con vida, con verdad telúrica.
El yo lírico conoce los límites de su finitud, pero sabe, con certeza, las de su pasión poética. Se plantea, aquí, el tópico del río, su discurrir eterno, la extensión del agua como propuesta de canto eternamente terrestre:
“como si el tiempo
que poco a poco se convierte en tierra
fuera a dejar corriendo eternamente
las aguas de mi canto”.
Pablo Neruda, nuestro chileno universal, quien tanto le cantó a nuestro continente, con el compromiso humano de ser, con la visión planetaria del hacer y con una cernida propuesta solidaria en el decir, es uno de los creadores mayormente universales, porque desarrolló una concepción amante de su poesía, un magisterio abierto con su palabra y una vocación inclusiva con los desheredados, con los menos favorecidos, con los miles de millones, desde todos los acentos de la piel.
Su poesía es un testimonio de lo interior y de lo exterior humano. No fue neutral, tuvo la valentía de creer en el ser y en el hacer, por esa razón, vibra en el archivo escritural que es su poesía, una profunda adhesión con las filiaciones del individuo, con la tradición, el conocimiento y la renovación permanentes. Con el imprescindible José Martí, creyó en que el hacer es la mejor manera de decir, como una responsabilidad estelar que nos compete a todos sobre la faz de nuestro tránsito terrestre, como dijera la escritora costarricense Eunice Odio.
Este acercamiento a su “Oda a la Poesía” es un homenaje, a quien tanto debemos, desde múltiples facetas: como ser humano, luchador, ideólogo. Al poeta, al maestro, al cantor de siempre…
Concluyo esta suscinta mirada en la órbita poética del gran Pablo Neruda, y hago mías las convicciones de sus propias palabras:
“Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias (…) solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.
Así la poesía no habrá cantado en vano”.
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N. d. E: Ponencia presentada por el Lic. Miguel Fajardo Korea, en el auditorio José Eustacio Rivera, de Corferias, durante el XII Festival Internacional de Poesía de Bogotá, Colombia.