Adriano Corrales Arias, Costa Rica
La crónica existencial de Adriano Corrales *
Por Alfonso Peña
[Entrevista]
Una conversa con Adriano Corrales, no es una labor sencilla, ni puede ser complaciente, porque Adriano, se desliza en un doble, o triple andarivel creativo y sociocultural. Esto hace que el método a utilizar requiera una alta dosis de maduración.
En sus diversos matices, Adriano es ante todo escritor: poeta, ensayista, narrador. Se desempeña como Investigador de las culturas populares y de la dramaturgia en el Instituto Tecnológico de Costa Rica. A lo largo de varios años fue el timonel de Fronteras, dinámica revista de Arte y Literatura centroamericana con 15 entregas bien cimentadas. Es editor del sello Arboleda, cuyo cometido es dar a conocer la nueva poesía regional. Como agitador cultural, lleva a cabo una infatigable tarea Los miércoles de poesía, en la Casa Amón del Instituto Tecnológico, por donde desfilan poetas y escritores, noveles y consolidados. Es el provocador que dirige el Encuentro Internacional de Escritores con ocho convocatorias realizadas en territorio costarricense. Es, además, un andariego, siempre bien informado del acontecer centroamericano.
Denota un temperamento acelerado y enérgico. Francotirador y reflexivo. Poseedor de un ardoroso discurso que muchas veces lo lleva a confrontaciones inverosímiles; en algunos espacios culturales o a través de Internet, donde sus polémicas son bien conocidas.
Su poesía no es la del cantor melancólico, más bien se sitúa en los parámetros de lo cotidiano. La palabra está plagada de imágenes concretas y con una posición vertical que lo emparenta con lo simple, lo práctico, con los desposeídos; es como un detonante de lo habitual, y desarrolla esa práctica con una lente mundana y profunda. Sus propuestas poéticas están salpicadas de elementos coloquiales y disquisiciones políticas, con algunos destellos eróticos. No se detiene demasiado en los contenidos.
En el trabajo de este creador es posible encontrar trazos donde el lenguaje y algunas invenciones proponen una ruptura con las formas y paradigmas balsámicos. Hace acopio de símbolos y aspectos urbanos con el propósito de dar a su palabra tintes innovadores y plenos de actualidad. [AP]
En sus diversos matices, Adriano es ante todo escritor: poeta, ensayista, narrador. Se desempeña como Investigador de las culturas populares y de la dramaturgia en el Instituto Tecnológico de Costa Rica. A lo largo de varios años fue el timonel de Fronteras, dinámica revista de Arte y Literatura centroamericana con 15 entregas bien cimentadas. Es editor del sello Arboleda, cuyo cometido es dar a conocer la nueva poesía regional. Como agitador cultural, lleva a cabo una infatigable tarea Los miércoles de poesía, en la Casa Amón del Instituto Tecnológico, por donde desfilan poetas y escritores, noveles y consolidados. Es el provocador que dirige el Encuentro Internacional de Escritores con ocho convocatorias realizadas en territorio costarricense. Es, además, un andariego, siempre bien informado del acontecer centroamericano.
Denota un temperamento acelerado y enérgico. Francotirador y reflexivo. Poseedor de un ardoroso discurso que muchas veces lo lleva a confrontaciones inverosímiles; en algunos espacios culturales o a través de Internet, donde sus polémicas son bien conocidas.
Su poesía no es la del cantor melancólico, más bien se sitúa en los parámetros de lo cotidiano. La palabra está plagada de imágenes concretas y con una posición vertical que lo emparenta con lo simple, lo práctico, con los desposeídos; es como un detonante de lo habitual, y desarrolla esa práctica con una lente mundana y profunda. Sus propuestas poéticas están salpicadas de elementos coloquiales y disquisiciones políticas, con algunos destellos eróticos. No se detiene demasiado en los contenidos.
En el trabajo de este creador es posible encontrar trazos donde el lenguaje y algunas invenciones proponen una ruptura con las formas y paradigmas balsámicos. Hace acopio de símbolos y aspectos urbanos con el propósito de dar a su palabra tintes innovadores y plenos de actualidad. [AP]
AP Adriano, en tu vida y en tu propuesta estética, hay una palabra clave: frontera. Es una constante tanto en el plano sociocultural como en tu creación poética. En la actualidad, en el mundo se da un amplio debate sobre las diversas connotaciones de ese vocablo. Cuéntanos como se inicia en vos ese importante elemento semántico e ideológico.
AC Ciertamente, como bien decís, la frontera, o lo fronterizo si querés, ha sido una constante en mi vida y en mi trabajo; siempre va y viene, para allá y para acá, y por eso, generalmente, he estado nadando entre dos aguas. O probablemente porque desde mi infancia me sentía dividido, separado, como alguien que no era del lugar donde estaba, o no quería estar. Nací en el campo, en Venecia de San Carlos de Costa Rica, y crecí en un pueblo de montaña, Marsella; era tan aldeano en aquél tiempo que solamente se podía ingresar a caballo o en carreta con bueyes. Cuando inauguraron la escuela me matricularon con cinco años, por eso siempre fui el menor en los demás grados escolares y colegiales. Mis hermanos y hermanas viajaban a la escuela de Venecia a caballo. Sin embargo, siempre quise salir; había una especie de intuición que me decía que debía salir, que yo no pertenecía a ese lugar. Además, cierto temor, quizás atávico, a las bestias, a las serpientes, en fin, a algo inexplicable ahora para mí, pero era una suerte de comprensión de la necesidad de emigrar, de viajar… Luego mi familia se trasladó a Ciudad Quesada, una pequeña ciudad entonces, y me sentía dividido entre lo seudourbano y sus novedades, y lo campesino o montañés. ¡Cómo me gustaría ahora volver a vivir en ese pueblo, alejado del bullicio urbano!
Luego me vine a la universidad, con la huella de ser un campesino descampesinado, un “maicero”, como a veces me decían. Y allí de nuevo la indecisión. Me debatía entre los estudios y la bohemia, entre la universidad y la cantina. Ingresé a estudiar educación física porque entonces era medio atleta, aunque indisciplinado y sin muchas perspectivas, pero con muy buena actividad física. Obviamente, no era lo mío. Luego pasé por filosofía, literatura, educación, sociología, etc. Hasta que me fue ganando la militancia política en la izquierda de los setenta y, de pronto, me vi más allá de la frontera, en la guerra contra la dictadura somocista, en el frente sur, en la entrada histórica a Managua el 20 de julio de 1979. Luego se profundizó la militancia, casi en la clandestinidad hicimos mucho trabajo de solidaridad, no en las universidades ni en las sodas o cantinas, sino muy concreto, en actividades de apoyo a organizaciones guerrilleras de Centroamérica y de más allá. Y siempre con la pequeña culpa de que, de alguna manera, traicionaba a mi familia, en especial a mi madre, que había trabajado muy duro para enviarme a la universidad, porque éramos una familia sin recursos. Después vino el desencanto, con un par de tortas que nos jalamos y tuve que refugiarme en San Carlos. Volví a la casa paterna. Empecé a trabajar como maestro de primaria en educación física, luego en un colegio de monjas. Hasta que apareció la oportunidad de estudiar en la antigua Unión Soviética y, tras conseguir una beca del Ministerio de Relaciones Exteriores, me largué para allá; estaba deseando irme del país, me asfixiaba. Fue muy complicado la consecución del pasaje, que era lo único que uno debía poner, uno de mis hermanos me ayudó y con una amiga logramos un préstamo, y me fui.
Hice la Preparatoria en Voronezh, una pequeña ciudad en el centro de Rusia que tenía la dudosa reputación de que, durante el stalinismo, desterraban allí a intelectuales y políticos que se oponían al régimen. Allí estuvo exiliado el extraordinario poeta Osip Mandelstam. Todas las semanas iba al decanato de extranjeros a entregar mi pasaporte para que me consiguieran mi pasaje de regreso. Y todas las semanas me convencían de que me quedara. El desarraigo y la cabanga eran totales.. Me sentía entre dos mundos, absolutamente dividido. Y entonces, no sé cómo, porque me la pasaba en bares, parques, plazas y museos, y por eso aprendí un ruso muy coloquial, callejero, logré sacar la Prepa. Luego me enviaron a Leningrado, hoy, como antes de la revolución de octubre, San Petersburgo, San Piter como le decimos. Inmediatamente me enamoré de la enorme ciudad, es un gran museo, una ciudad portuaria con una historia impresionante y con una belleza inigualable. Allí pasé muchos días felices, aunque también muchas amarguras. Yo era muy crítico del régimen soviético, era muy libertario, y eso siempre me acarreó problemas con la seguridad, con la (KGB, “cajita loca”, como le decíamos, y con la burocracia universitaria y partidaria. Pero en esa ciudad hice mis mejores armas en la formación artística e intelectual, le debo mucho a la educación soviética. Imaginate que recibíamos clases de historia del arte en El Ermitasch. Me gradué en Bellas Artes, con énfasis en dirección escénica. Y regresé a Costa Rica, según yo a trabajar en teatro, pero ya el boom teatral de los setenta y ochenta había pasado. La escena empezaba a comercializarse. No encontré nada; además nadie me conocía ni yo conocía a nadie, era un doble desarraigo, el país que había dejado era otro, mis amigos no aparecían, en fin, llegué como un extranjero. Regresé a San Carlos y empecé a dar clases en un colegio nocturno. Luego me contrataron en la Sede Regional del Instituto Tecnológico (TEC) y allí me he quedado, aunque luego me trasladé a San José. Fijate, mi formación es en teatro; sin embargo, terminé dedicándome a la literatura, aunque sigo “haciendo teatro” como investigador.
Cuando empecé a trabajar en el TEC, en San Carlos, me tropecé con la gran figura de José Coronel Urtecho, el poeta de la frontera. Me identifiqué de inmediato. Era el prototipo fronterizo; abandonó la ciudad para venirse al campo, a la “terra incognita” como dice en uno de sus poemas, a su hacienda y la de María Kautz, su esposa, en Medio Queso de Los Chiles. Y, por supuesto, con su poesía. Entonces me dio por organizar un encuentro de poetas tico-nicas emulando un poco el Coloquio internacional de escritores que él mismo organizara en Los Chiles en 1976. Preparé el primer encuentro en 1999, pero no llegó ni un poeta nica. Como había tanto problema fronterizo, causado por los gobernantes de Managua y su eco en San José, eco que a veces me parece cómplice, se negaron a venir, a pesar de que se lo dedicábamos a Coronel Urtecho, un poeta insignia en Nicaragua, o tal vez por eso mismo, no sé. Ernesto Cardenal, quien entonces era Presidente del Centro Nicaragüense de Escritores, me envió una carta diciendo que declinaban participar porque el evento era una trampa del gobierno tico para hacerlos firmar un manifiesto donde se diría que el río San Juan era costarricense. Daba risa, era un tremendo disparate. Pero el encuentro se dio exitosamente con participación de unos 25 poetas ticos. Entonces organizamos el segundo en San José con gran presencia, ahora sí, de colegas nicas, tanto que el tercero lo hicimos en Managua, pues el encuentro se declaró centroamericano. La idea era realizarlo en cada capital centroamericana cada año, pero los salvadoreños no se pusieron de acuerdo para producirlo allá y se suspendió como por cuatro años. Hoy vamos por el octavo Encuentro Internacional de Escritores contra viento y marea, y lo realizamos anualmente acá en San José.
Por lo demás, otro asunto fronterizo en el que cabalgo es el de poseer conciencia de que en nuestros países, por las condiciones objetivas, no se puede ser un escritor profesional como uno quisiera, a tiempo completo digamos; por tanto hay que ganarse la vida en otras actividades. En mi caso, a través de la docencia, la extensión y la investigación. Pero entendiendo que acá, además de escritor, hay que convertirse en promotor, en gestor cultural, porque no hay instancias, ni oficiales ni privadas, o las que hay son mínimas, que permitan la circulación de los productos literarios o artísticos, que hagan fluir la actividad cultural. Y en eso hay que matricularse también… Finalmente, Alfonso, supongo que en mi poesía, en mi narrativa y en mi trabajo docente e intelectual, hay bastante de ese trajinar fronterizo, de esas fronteras culturales y literarias, intelectuales y espirituales, metafísicas y vitales, supongo…
AP Parafraseando a Marc Augé, hoy en día sería necesario reconsiderar el concepto de frontera, esta realidad que no deja de negarse por un lado y, por el otro, de reafirmarse, aunque adoptando formas radicalizadas, consideradas como prohibidas y que conllevan la exclusión. Por tanto, para llegar a comprender las contradicciones que afectan a la historia contemporánea, la noción de frontera debería ser replanteada. ¿De qué manera podemos entender esto?
AC A mí me parece que frontera es un concepto muy amplio y muy complejo, la crítica literaria lo está utilizando mucho, igual que la antropología y los estudios culturales. Por lo demás, vivimos en una época fronteriza, entre una modernidad no acabada ni realizada y una posmodernidad imaginada por el pensamiento europeo, especialmente francés. Esa posmodernidad, en tintas fuertes, no es más que la globalización bajo esquema neoliberal que pretende hacer tabula rasa de nuestras culturas para imponer un solo modelo consumista y depredador; por tanto, deshumanizado. Ese modelo ciertamente es excluyente y, para nosotros, los latinoamericanos, es importante siempre la frontera entre metrópoli y periferia, aunque sería mejor decir entre metrópoli y colonia. Hablando de colonia, es ineludible enfrentar las fronteras ficticias que los europeos construyeron en nuestros territorios. Hoy son fronteras que nos dividen estúpidamente. Por eso hay que reconsiderar el término y colocarlo en una vía de interculturalidad, donde lo importantes es construir puentes sin aduanas, es decir, caminos de doble vía sin policías de ningún tipo. Un poco el sueño bolivariano y morazanista pero en términos culturales, donde el intercambio igualitario sea la constante. Eso, por supuesto, precisa estrategias para enfrentar creativamente la globalización y resistir ante su embate. Pero la resistencia debe ser a partir de nuestras fortalezas, sin desdeñar ni desconocer los aportes de las metrópolis y de los otros, es decir, de las otras culturas también excluidas y amenazadas, como las africanas o las asiáticas.
Si quisiéramos graficarlo, podríamos hacerlo con un concepto del mismo Augé, el antropólogo que citabas; él habla de los “no lugares”. Esos no lugares son los sitios globalizados. A nivel de la arquitectura, si a eso podemos llamar arquitectura, podemos ejemplificar con los aeropuertos, los mall, los centros comerciales, los fast food, las embajadas gringas, etc., donde todo sigue el mismo patrón, el mismo diseño. Por lo demás son lugares que invitan a consumir y nada más; ya no son sitios de encuentro sino supermercados transnacionalizados. La idea, entonces, es construir “lugares”, o sea, sitios para el encuentro, para el descanso, para la tertulia, para la creación; sitios donde circulen las ideas y la personas libremente, sin obstáculos ni visas. Se trata de descontaminar y de hacer más vivible nuestro entorno. Y, para ello, se deben transitar las fronteras con un sentido de intercambio y no de imposición.
Por otra parte, toda sociedad vive procesos de frontera porque no hay ninguna cultura pura, todas están entrecruzadas, entremezcladas, y siempre estamos realizando intercambios. Las migraciones, las invasiones, los conflictos políticos y socioculturales, etc., provocan esos procesos fronterizos. Igualmente los choques generacionales, combinados con los conflictos mencionados, insertan la discusión entre tradición y renovación, entre conservación y ruptura, entre reacción y revolución. Lo anterior, llevado al nivel estético y del conocimiento, significa que las fronteras conceptuales se están difuminando, igual la de los géneros y la de los modelitos. Los mundos se develan y las distancias se acortan. Todo nos sirve hoy para la producción artística y para la generación de sentido, pues se rompen las concepciones tradicionales, las academias hacen el ridículo, el canon se da el color. En términos de saberes y prácticas culturales, hay una reivindicación de los saberes populares, de lo que se consideraba acientífico, del mito, porque allí se encuentran milenarios aspectos de conocimiento fundamentales para la época que atravesamos. En otras palabras, se visibiliza lo invisibilizado, lo prohibido, se presenta lo impresentable, se escribe lo que no se dice, o se dice lo que no se escribe, o lo que nos dé la gana, de tal manera que un poema puede ser un ensayo y viceversa, y una pintura puede estar en la pantalla, en una pared o en la piel.
AP Por algún sendero llegamos a la temible “globalización”; queda la impresión de que es un concepto de que el mundo se acaba y se paraliza el tiempo. Los propulsores de esta corriente denotan falta de imaginación y una permanencia en el presente. Ante esto, ¿cuál debería ser la posición o respuesta del artista?
AC Creo, Alfonso, que la actitud del artista, sobre todo del periférico, del tercermundista como nosotros, debe ser la resistencia activa. Esa resistencia debe apertrecharse de lo mejor del conocimiento occidental, pero también debe regresar a los sectores populares y a nuestras comunidades, no como iluminados, que es lo que pensaban los intelectuales y artistas de izquierda que deseaban ilustrar al pueblo; no, se trata de hacer alianzas con los artistas e intelectuales populares, respetando sus procesos y sus prácticas culturales para producir un nuevo arte, una creación de frontera compartida. Es que allí en los sectores populares se conservan formas y materiales de suma importancia, que bien pueden reformular el arte contemporáneo. Pero no hay que ir en el sentido del huaquerismo cultural, como hacen algunos músicos gringos y europeos con nuestros productores musicales, o con los africanos, por ejemplo, a quienes les expropian sus ritmos y melodías. No, no, se trata de una nueva actitud donde se vea al artista popular, al narrador oral, al productor de imágenes de las comunidades como un aliado, del cual podemos aprender mucho y con el cual podemos compartir lo que sabemos. Para ello debemos conocer sus historias y sus formas de vida, sin llegar a “disciplinar” o a “guiar” nada. Todo lo anterior, sin olvidar los procesos de imposición global de los cuales hablábamos antes, y evitando ese tremendismo del fin de la historia y toda la mitología posmoderna. Porque en América Latina, en “Nuestra América”, por ejemplo, los tiempos son diferentes, conviven diferentes ritmos y tiempos en espacios comunes. Quiero decir que en Costa Rica vos vas a San Carlos, a algún pueblo, y te encontrás con que el tiempo transcurre de otra manera, no es el de la gran ciudad ni el de la parafernalia posmoderna; allí se encuentran otros modos de entender la vida, aunque, claro, la masiva globalización está desestructurando esos modos y visiones. Pero debemos hacer el intento de reconstruir y deconstruir eso de una manera consciente y diferenciada, porque somos todos diferentes. Se trata de reinterpretarnos en la diversidad, en el maremágnum de la globalización, pero siempre desde nosotros mismos, desde nuestras propias posibilidades, desde nuestras propias historias y contextos socioculturales.
AP Vayamos a la revista Fronteras, que editaste y dirigiste por espacio de 15 números. Conversemos en relación con la idea de llevar adelante una revista de arte y literatura que se catapultaba y cimentaba en Centroamérica.
AC La revista Fronteras fue el intento de crear una publicación cultural a nivel centroamericano, precisamente a partir de mis inquietudes con respecto a la frontera tico-nica y la labor de José Coronel Urtecho. Recordemos que una de los acuerdos del Coloquio de escritores centroamericanos celebrado en 1976 en Los Chiles, (frontera norte), fue la creación de una revista literaria centroamericana. Se editaron varios números de la Prensa Literaria Centroamericana pero luego, lastimosamente, no se pudo continuar con ese hermoso proyecto. Fronteras nació en San Carlos con el apoyo de la Sede Regional del Instituto Tecnológico de Costa Rica, y con aquélla precariedad logramos hacer 15 números dignos convocando a escritores, artistas e intelectuales centroamericanos y de más allá. Desafortunadamente, con mi traslado a San José en el 2003, y con la amenaza de la burocracia universitaria y de la ignorancia, (porque no creás, en las universidades hay mucha ignorancia y lo peor, mucha insensibilidad), me quitaron el presupuesto y no me permitieron seguirla editando. Un par de personas envidiosas destruyeron el proyecto alegando que ellos lo continuarían y luego no pudieron hacer ni un boletín. Eso me deprimió mucho. Sin embargo, sigo haciendo esfuerzos a ver si la colocamos en la red y continuamos su ruta por otras vías. En todo caso, creo que Fronteras cumplió un papel aglutinador y se convirtió en una de las publicaciones culturales más importantes de la época en Costa Rica.
AP La dinámica de la revista Fronteras, te permitió realizar otros proyectos paralelos: la antología de los poetas de la frontera y centroamericanos y los encuentros de poetas, que continúas realizando. ¿Vivencias? ¿Experiencias?
AC Cierto, y es eso lo que no lograron entender nunca los burócratas tecnológicos ni los envidiosos, que Fronteras era más que una publicación. Junto a la revista marchaban los encuentros de escritores, los talleres literarios, otras publicaciones, los congresos de las culturas populares, las visitas de intelectuales y escritores, es decir, el intercambio de producciones y experiencias a nivel centro y latinoamericano. En el segundo encuentro, en San José, editamos la antología Poesía de fin de siglo Nicaragua-Costa Rica y se establecieron vínculos importantísimos a nivel de editoriales y publicaciones. Pero nada de eso era importante para algunos “académicos”.
En ese orden de cosas, las vivencias y experiencias son muchas y variadas. El proyecto me ha permitido conocer de cerca los movimientos literarios y artísticos centroamericanos, así como a sus principales protagonistas, con quienes hemos establecido lazos de amistad suficientemente fuertes. Podría narrarte muchas de esas vivencias pero creo que correríamos el riesgo de abusar de la paciencia de los posibles lectores de esta entrevista. Lo que sí puedo decirte es que ha habido experiencias muy gratificantes, pero también incomprensiones y desencuentros. En nuestros países centroamericanos, y latinoamericanos en general, todavía priva mucho el nacionalismo de provincia colonial y el chauvinismo se expresa de diversas maneras; nos enconchamos en esas fronteras ficticias y nos vemos con recelo, casi como adversarios. Justamente el propósito era romper con ese enconchamiento y con esa desconfianza para realizar proyectos comunes. Además, como bien sabés, lo más difícil es lidiar con el ego de algunos escritores y artistas; muchos de ellos están tan necesitados de que se les visibilice que, cuando se les toma en cuenta, abusan y se convierten en vedettes, es decir en pequeños monstruos. Pero uno trata de olvidar esos sinsabores y de recuperar los mejores momentos, los que te nutren y te hacen crecer y continuar.
AP No podemos pasar por alto los Miércoles de poesía; una labor ininterrumpida de varios años que estimula y promociona a poetas establecidos y a los emergentes. La Casa Cultural Amón del Instituto Tecnológico, es un ámbito de gran fuerza cultural. ¿Cómo lograr el equilibrio para que los “asistentes” a las lecturas no pierdan el interés?
AC Bueno, Miércoles de poesía es la continuación, en pleno centro de San José, de la actividad iniciada con Fronteras. Abrimos un espacio a la poesía costarricense, en especial para la joven y alternativa, en la Casa Cultural Amón, proyecto de extensión sociocultural del ITCR en ese estupendo barrio que es Amón, barrio histórico y corazón de Chepe; lleva ya cuatro años ininterrumpidamente. Creo, si no me equivoco, que es el espacio más duradero que ha tenido la poesía en San José. Y no solamente la poesía, porque hemos incorporado la narrativa y la dramaturgia en algunas de sus lecturas. Tenemos un público muy fiel, que siempre responde y acude. Paralelamente, funciona el taller literario del mismo nombre, donde ya figuran nombres importantes de la nueva poesía tica y que edita la revista literaria del mismo nombre. Y allí va creciendo el proyecto. Casa Amón también es el centro del Encuentro internacional de escritores y punto de referencia de jóvenes talentos costarricenses y centroamericanos.
Ese equilibrio por el cual preguntás se logra, creo, principalmente con la calidad y la frescura de los poetas y escritores participantes. Por lo demás, el espacio es informal, no tiene esa tiesura de los eventos académicos o “culturosos” que siempre se ponen demasiado serios. Y un aspecto importante es la tertulia. Nosotros estimulamos el diálogo de los creadores con el público y eso enriquece el espacio. Se han generado polémicas y discusiones muy interesantes. Y al final, compartimos un vasito de vino entre los asistentes, lo cual ya se ha vuelto tradicional. El otro elemento importante es tener abierto el espacio a todas las tendencias y generaciones, tratar de no ser excluyentes ni optar por ninguna línea estética o de grupo. Somos muy abiertos. Por último, privilegiamos la presentación de libros y distintas publicaciones, desde editoriales oficiales hasta editoriales emergentes. En fin, propiciamos un ambiente tolerante y fresco donde lo acartonado abandone la escena.
AP Adriano, no hay que ser demasiado analítico para comprender que eres un “expertólogo” en poesía centroamericana. Podrías ampliar conceptos acerca de este tema.
AC Eso de “expertólogo” –un interesante neologismo nacido en la órbita de Andrómeda– creo que me queda demasiado grande. Lo que sí puedo decirte es que conozco más o menos bien, no todo por supuesto, porque es imposible; además, hay una gran ebullición literaria en Centroamérica y no es posible conocer todo que se publica, sino los principales representantes de la poesía contemporánea de la región. Uno trata de estar informado y, afortunadamente, hemos tejido una red importante donde se intercambian textos y experiencias. El Encuentro internacional nos permite también el contacto necesario.
Creo que, después de las guerras en Nicaragua, El Salvador y Guatemala, nuestros países se han ido asentando y van logrando, poco a poco, digerir esa parte tan tremenda de la historia. Porque Honduras, Costa Rica y Panamá no estuvieron exentos de esos traumas. En menor o mayor medida, fueron guerras que ampliaron las fronteras. En medio de ese proceso, nació Belice el país más nuevo en la región. Con la globalización, la posguerra es un espacio que se va transnacionalizando y se va acuerpando con los designios estadounidenses y europeos de dominación regional y planetaria. Todo ello va produciendo una serie de asimetrías y descontento en grandes sectores de la población centroamericana, que genera otro tipo de violencia, una violencia social al lado de la delincuencial, organizada por el narcotráfico, tal vez peor que la causada por la guerra. Las causas de las guerras siguen intactas y más bien se profundizan. Las nuevas generaciones, con mayor acceso a la cultura universal a través de la red electrónica, asumen ese descontento y esa exclusión con nuevos insumos para producir. Y se produce el boom.
Creo que asistimos a un verdadero boom en la literatura centroamericana. La poesía es una de las puntas visibles de ese boom. Aparecen nuevas figuras, nuevas editoriales, nuevos espacios, encuentros y festivales, y la actividad crece. A mí, particularmente, me llama la atención la producción poética de Honduras, país casi invisibilizado y que ahora, desafortunadamente, adquiere protagonismo gracias a la ofensiva letal de los militares y a una oligarquía primitiva que no quiere perder sus privilegios. La producción poética hondureña no deja de sorprenderme. Igual me sucede con la salvadoreña y la guatemalteca. No así la nicaragüense, la cual, bajo serias excepciones, siento que se ha estancado. Panamá vive un proceso interesante, pero no despega aún. Y en Costa Rica asistimos a una verdadera eclosión poética, nunca como hoy hemos visto tanto joven escribiendo y publicando, tanta actividad literaria, ya no solo en San José, sino en diferentes puntos del país.
Obviamente, esos procesos deberán ir decantándose; no todo lo que se publica sobrevivirá, ni todo el que publica se consolidará como poeta. El tiempo tendrá la última palabra. Pero si por la víspera se saca el día, la nueva poesía centroamericana pugna con denuedo y rigor por ocupar el lugar que le corresponde en la poesía de lengua española y de más allá.
AP Estamos de acuerdo –como afirma Octavio Paz–, que el artista jamás debe plegarse a los intereses de los partidos políticos o a las componendas con las Iglesias. El arte y la literatura están plagados de ejemplos nebulosos, incluso con tristes y abominables desenlaces para muchos artistas. De qué modo se puede conciliar el hecho de que un artista tenga “debilidades morales” y acepte las concesiones y prebendas de los poderosos, llámense, partidos, sectas o campañas mediáticas indecorosas. En Latinoamérica se repite esto con mucha insistencia. Costa Rica, no es la excepción. ¿Deberían tener los escritores y poetas una actitud crítica cuando se da un caso de éstos?
AC Has puesto el dedo en una llaga que nunca termina de sanar. Sin embargo, creo que primero debemos tratar de entender la relación entre arte y política, es decir, la relación del intelectual con la política. En América Latina ha sido una constante, es casi inevitable, –el mismo Octavio Paz es un buen ejemplo, ocupó cargos diplomáticos y participó con partidos políticos–. En Centroamérica, Rubén Darío es el personaje más significativo, no solo en la poesía sino en el aspecto de ser funcionario y representante de varios gobiernos. Es decir, que nosotros hemos tenido una historia larga de escritores, artistas e intelectuales comprometidos con ideologías, o más aún, como funcionarios gubernamentales o políticos que ocuparon altos cargos, incluso la presidencia de la república. O de poetas e intelectuales militantes en procesos revolucionarios que ofrendaron su vida como Leonel Rugama, Otto René Castillo, Roberto Obregón, el mismo Roque Dalton, etc. Es lo que conocemos como el intelectual orgánico y/o comprometido.
Ahora bien, lo que pienso es que ha variado el tipo de compromiso y la organicidad del trabajo intelectual, literario y artístico. Quiero decir que una cosa es identificarse con ciertas luchas políticas y sociales como ciudadano, y otra es plegar el trabajo intelectual a un partido, a determinada corriente ideológica, o a ciertas capillas, lo que se conocía antes como el hecho de poner al servicio de la “causa” el arte o la literatura. Hay algunos trasnochados que todavía hacen ese tipo de prédicas. Pero está claro, y Julio Cortázar, por ejemplo, lo tuvo muy claro, el compromiso del escritor y del intelectual, del artista en general, ha variado. Hoy tenemos plena certeza de que el mayor compromiso que uno tiene es con su propio trabajo, con el rigor, con la disciplina, con la seriedad de lo que hacés. Cosa diferente es participar, como ciudadano, de movimientos sociales, políticos o religiosos. Y, peor aún, –y es lo que señalabas– es aceptar dádivas del poder y de los círculos económicos y socioculturales hegemónicos. Eso es otra cosa. Lo terrible de ello es aceptar esas dádivas con el lomo inclinado, o negociar tu trabajo para recibir favores, porque al final te convertís en un peón de esas fuerzas y de esos intereses.
No sé si te referías a que hay mucho artista, escritor e intelectual, que anda negociando puestos y cargos en consejos directivos de editoriales públicas o en ministerios o, lo peor, negociando premios en certámenes o con los mal llamados “premios nacionales”, porque desgraciadamente hay muchos, pululan. Y también hay que decir que muchos nombres enquistados en el canon y en la ambigua “fama”, esa mezcla de publicidad con la farándula, son nombres y reputaciones que se han labrado gracias a esas maquinaciones y no a su trabajo intelectual, literario o artístico. Yo considero que, en ese sentido, el intelectual, el escritor, el artista, debe ser independiente, debe lograr cierta autonomía, porque de lo contrario se pierde en ese berenjenal de negocios y compromisos con ciertos círculos y personajes oscuros. Se debe guardar distancia de esos oscuros contubernios y, si se tiene la posibilidad, denunciarlos y hacerlos visibles para que se conozcan las matráfulas que solamente daño pueden hacer a la actividad artística y cultural. Por supuesto, no soy tan ingenuo como para creer que eso no se seguirá repitiendo mientras haya premios, cargos, empresarios desalmados, editoriales cooptadas y políticos necesitados de sobalevas; especialmente en un período donde lo que priva es el mercado y la consigna de ¡!sálvese como pueda!
AP Recientemente leí unas declaraciones de la escritora nica/salvadoreña Claribel Alegría, en la cuidada edición de Versos comunicantes, bajo el sello editor Alforja de México. Ante la pregunta de cómo sentía ella, la actual creación centroamericana, contestó que está sin brújula, experimenta una gran falta de rigor poético (“temblor poético”) y, con un tono nostálgico, expresó que en décadas pasadas, con las insurrecciones y las luchas populares los poetas centroamericanos contaban con una temática épica que los disparaba a ser protagonistas en el mapa contemporáneo de la poesía y que en la actualidad, por falta de ese espoleo, la poesía pareciera que vive una etapa de baja frecuencia. Sin embargo, sostiene la poeta Alegría, ella, detesta el panfleto, prefiere la poesía social.
AC No estoy muy de acuerdo con la respetable opinión de la poeta Alegría. Es cierto que mucha poesía de la que se produce en la región padece de diletantismo y de falta de rigor poético, y que se hace una poesía muy globalizada a veces, muy alfaguara o visor, es decir pensada para las metrópolis y no para y desde nosotros mismos. También hay mucha actividad poética de bar y grupos de amigos con muchos impostores. Pero eso no indica que todo lo que se está haciendo esté sin brújula. Por otra parte, no comparto la idea de que la coyuntura épica y social dispare la buena poesía. El caso de Roque Dalton es un buen ejemplo: vos le quitás toda la parte militante, la presencia de lo político, lo acusadamente social, y te encontrás con verdadera poesía, con la esencia poética, es decir con lo que, seguramente, el poeta no se propuso conscientemente, o tal vez sí, no lo sabemos. Lo que trato de decir es que lo político no necesariamente es lo fundamental en Dalton, lo básico en su obra es justamente el temblor poético. En el caso de Ernesto Cardenal es un poco al revés, cuando le quitás esos componentes queda una poesía bastante floja, contrariamente a la del gran poeta Carlos Martínez Rivas que posee una obra profunda y redonda sin acudir a la temática político-social, mejor dicho, acudiendo a esa temática pero de manera más oblicua, más indirecta, sin militancia partidaria. Lo épico no debe entenderse solamente en tiempo de guerra. La verdad es que continuamos en la guerra, solamente que por otros medios, y las luchas populares son tan intensas y dramáticas como entonces, porque, como ya dijimos, la globalización neoliberal es excluyente, eso de alguna manera se difracta en la nueva poesía. Repito, no puedo negar que haya una poesía liviana, edulcorada, incluso escapista y refractaria de lo que se produce en las metrópolis, pero a su vez se produce una poesía con garra, no solo con temblor sino con furia, huracanada y seria, con logros formales importantes y visibles. Negarla sería injusto.
AP Vos tenés varios poemarios publicados, después de repasarlos me queda la impresión de que tu poesía tiene matices coloquiales, argot urbano y una descarga emotiva de erotismo. ¿Cuáles son las similitudes, diferencias y recurrencias entre Caza del poeta y Hacha encendida?
AC Esos aspectos que apuntás me parecen muy interesantes, es una generosa lectura. Ciertamente en mi poesía hay algo de todo eso. Caza del poeta es un libro más épico, es una metáfora de la casa centroamericana pero desde mi humilde postura y visión, es decir, desde una Costa Rica globalizada y desencantada. Hay un juego entre la casa y la cacería, ese juego semántico remite a las búsquedas del poeta en casa ajena, o en una casa que de repente se va haciendo ajena porque la empiezan a habitar otros personajes y especies. Y posee una carga nostálgica profunda, justamente por esa Centroamérica que pudo haber sido y no fue. En cambio Hacha encendida es un ejercicio más íntimo. Es un poema largo divido en 23 secciones. Un poema amoroso, erótico, con una carga de ausencia y pena apreciable, dedicado a una mujer extraordinaria. Seguramente no alcanza la dimensión de esa dedicatoria. Es un poema que escribí y guardé y luego decidí publicarlo para compartirlo con mis amigos y conocidos; realmente no estaba pensado como libro, sino como una plaquette sencilla para regalar a personas allegadas.
AP ¿Tienes alguna fórmula chamánica para iniciar el poema… utilizas conjuros o investigas el tema, o sos del tipo de poeta que dejas buena parte de la creatividad en la inspiración…?
AC No, no dejo nada a la inspiración, aunque a veces llega el ramalazo, una especie de rayo que te ilumina. Confío más en la intuición, si a eso se le puede comparar con la inspiración. Generalmente los poemas llegan a partir de imágenes vistas o escuchadas, o de sueños, o recuerdos, o a partir de golpes emocionales. Pero también de una lectura, de una pieza musical, de una película, en fin, de diversas fuentes. En mi caso, lo que hago es el boceto y lo guardo. Es como el dibujo a mano alzada y luego, con el paso de los días lo saco y si vale la pena lo trabajo y, si no, se va al mejor amigo del escritor: el basurero. Creo que en esa segunda fase está el quid de un poema, allí se reelabora y se pule sin que pierda el temblor… Allí se demuestra el oficio, porque la poesía no es asunto de inspiración, como ya te señalaba, o no solamente de inspiración, sino básicamente de oficio, como en toda labor. Y el oficio se aprende con la práctica continuada, con la disciplina, con el rigor, con el estudio, con la investigación, que en nuestro caso tiene que ver con la forma, con el lenguaje, con el ritmo. Debo confesar que en algunos casos hay poemas que he dejado intactos, pero ahora estoy arrepentido, son los que no me gusta ver, aunque al final quien tiene la última palabra es el lector.
Y si hay algo chamánico en la poesía es el estado de vigilia que el poeta asume, es esa actitud de alerta que se debe tener, como el buen cazador o el guerrero. Cuando se vigila suceden cosas extraordinarias, aparecen imágenes sorprendentes y la vida te muestra esquinas, personajes y matices que no podés ver cotidianamente. En ese sentido, lo chamánico también es un proceso de largo aprendizaje y de limpieza interior para acceder a elementos de la realidad que no alcanzás con lo puramente racional.
AP Vos también tenés una veta social en tu poesía… y se rastrea en tu novela Los ojos del antifaz. Esta novela se inscribe en los ochenta, época dolorosa y convulsa para los inquilinos de la frontera Costa Rica/Nicaragua…
AC Pienso, Alfonso, que toda producción artístico-literaria está mediada por lo social, aunque el autor no se lo proponga. Y en mi poesía esa veta es importante, claro que sí. En mi narrativa, mucho más. Los ojos del antifaz es una novela que hube de escribir porque ya no podía más, me iba a asfixiar, me iba a consumir. Tenía mucho odio acumulado, mucha rabia. Es una especie de ajuste de cuentas con una época y con una experiencia cargada de victorias y de derrotas, más las segundas que las primeras. Y de muerte. Es el esfuerzo por novelar una experiencia bélica y militante pero sin hacer crónica social o histórica, sino tratando de poner puntos sobre las íes, a la vez que iba experimentando con el lenguaje y con las formas. Allí hay de todo, como en mi bolso. No sé si el esfuerzo fue literariamente recompensado, pero desde mi perspectiva sí, pues me desahogué. Con Los ojos del antifaz aprendí que la literatura tiene un poderoso mecanismo terapéutico; realmente su escritura me sanó, me sosegó. Con la escritura de esa novela me liberé de una serie de fantasmas y demonios.
Supongo que, sin proponérmelo, logré hacer un fresco de la época de los finales de los 70 y de los 80, de la insurrección sandinista y la participación de muchos ticos en ella, con un gran contenido social y político, con una perspectiva menos partidaria y más lúdica, más dentro del artificio literario. Tardé mucho escribiéndola, pues escribía partes y las abandonaba; de hecho la reescribí toda luego de tirar a la basura el primer manuscrito, es que me causaba mucho dolor. Por eso al final no la revisé mucho, quería deshacerme rápido de ella y que otros se encargaran de esas energías. Lo que sí puedo decirte es que tiene una profunda carga energética, porque me consumí de lleno en su escritura, visceralmente, con rabia, con odio, con desamor.
AP De ese trasiego fronterizo, quedó una especie de “mitomanía” entre algunos poetas y diletantes de la poesía. En algunas sobremesas josefinas, casi siempre después de algún vernissage, lanzamiento de libro o recital poético, de repente, entre los animados diálogos y “guaruceras”, emergen unos personajes que se autodenominan Comandantes, Sargentos, Coroneles, y que (ellos) narran sus propias “odiseas castrenses” en los recovecos de la frontera, ¿esquizofrenia, humor negro?
AC Creo que las dos cosas, es decir mucha esquizofrenia con humor negro, por la pose de esos personajes. Pero fíjate que esto no sucedió solamente en Costa Rica, también en otros países que sí tuvieron guerra. Luego de las firmas por la paz, resulta que muchos aparecen como excombatientes y comandantes, o responsables ideológicos, o sencillamente colaboradores de la guerrilla. Es una fauna interesante y variopinta que reclama su lugar en los nuevos escenarios políticos y culturales. Claro, en el caso de nuestro país es mucho más patético, porque seguramente es gente que nunca estuvo en el frente, o que tal vez colaboró con los sandinistas o los salvadoreños, pero tangencialmente, y luego se pavonean con poses militares en una realidad más tranquila, menos asfixiante y represiva. Son escenas un tanto goyescas que dan para buenos cuentos o para una novela de humor negro, como señalabas.
En honor a la verdad, debo decir que en Costa Rica hubo muchísimas personas que colaboraron con los sandinistas, directa o indirectamente. Esta fue la retaguardia de la insurrección y el pueblo tico en su amplia mayoría era antisomocista y solidario con la lucha del Frente Sandinista. Tampoco son pocos los ticos caídos en combate, no solamente en la insurrección sino después, en la lucha con la contra apoyada por el gobierno de Estados Unidos. Pero vos sabés que siempre la historia se tiñe de personajes que pretenden figurar y vanagloriarse.
AP Me has comentado en recientes conversaciones, por las vistosas calles de Barrio Amón, en San José, que preparas otro poemario. ¿Podrías adelantarle a nuestros lectores de que trata esta nueva incursión por la palabra?
AC Sí, es un poemario precisamente dedicado a San José. Se llama “San José varia” y espero que salga pronto. Lo he venido preparando durante algunos años; tiene algunos poemas viejos no publicados, de 10 años atrás y otros más recientes. Es poesía urbana y un tanto socarrona, pero también espesa, creo. Es un homenaje crítico a la ciudad, un homenaje y un grito, pienso. Y tengo en preparación otro poemario, pero no hablaré de él por ahora, porque creo que no se debe hablar de lo que aún no está listo.
AP Hace pocas semanas se realizó la Feria del Libro en Guatemala. Fuiste convidado a participar en varias actividades culturales. Entiendo que hubo un Encuentro centroamericano de escritores, en donde se firmó un manifiesto de repudio por el golpe de estado en Honduras. Conversemos sobre lo que sucede en Tegucigalpa con el llamado golpe de estado perpetrado por Gorileti y sus secuaces.
AC Sí, en el marco del Encuentro de escritores centroamericanos que organizó la Feria del Libro guatemalteca, dedicada a Costa Rica, por cierto, firmamos un manifiesto repudiando el golpe y exigiendo la vuelta a la democracia restringida de ese país. Es doloroso y lamentable lo de Honduras, es un giro violento hacia las cadenas coloniales. La oligarquía hondureña es de las más retrógradas de Centroamérica y quiere perpetuarse en el poder por siempre, no importan los métodos. No me cabe la menor duda de que detrás de ellos está el gobierno de Estados Unidos, al menos la parte más dura de ese gobierno, lo que se conoce como los halcones, es decir los designados por los Bush que, de alguna manera, siguen gobernando. Cada vez tengo más la impresión de que Obama es un adornito para calmar al pueblo norteamericano, enfrascado en una terrible crisis, con un manto de tolerancia étnica. Pero el poder detrás del trono lo ejercen las transnacionales y los militares con la industria armamentista. Ellos deben estar detrás del golpe, porque sin ellos nada se mueve en estos países que, al parecer volverán a ser “bananas republics”, o mejor digámoslo globalizadamente, “maquilas republics”.
Tengo la esperanza de que las fuerzas sociales de ese hermano país venzan el oprobio y la imposición y abran un merecido camino democrático y de justicia social, para un pueblo que clama desde hace mucho tiempo por reformas profundas, dados los niveles de pobreza y exclusión que exhibe. De lo contrario, volveríamos a las primeras décadas del siglo pasado.
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Alfonso Peña (Costa Rica, 1950). Narrador, ensayista y editor. Autor de libros como Noches de celofán (1996), La novena generación (1991), y Labios pintados de azul (2004). Actualmente dirige las Ediciones Andrómeda y la revista Matérika (www.materika.org). Contacto: manija05@yahoo.es.
*La presente entrevista fue publicada en AGULHA HISPÂNICA-REVISTA DE CULTURA; fue enviada a André Cruchaga por el entrevistado.