Fotografía: río Duero
Con usted a las orillas del Duero
Al poeta Antonio Machado
Rostro iluminado por las soledades
De la tarde y la inquietud de los espejos;
Al fondo de los sueños, hinchado de luz,
Vaga en la vereda sigilosa del camino;
Los días pasan polvorientos por el aliento.
También los ataúdes y los sepultureros.
No sé qué hace a orillas del Duero, pregunto;
Me lo imagino: oír las campanas del agua,
Soñar los caminos del día y los ojos del estío.
Cuerpo a solas dibujando astros en las manos,
Pupila del sol sobre hierbas rojas:
Luz en las cuerdas de la garganta. Sonido al fondo
Del viento. Soledades y galerías en los lienzos de la sangre.
Viento solo de un cuerpo herido abriéndose al azogue
De las ventanas, a la sombra ciega de las moscas.
Los ojos cuelgan como un salmo en la pared;
La alfombra de la conciencia atraviesa máscaras:
La soledad habla, habita nombres inexistentes;
Quema el puñal la diadema de los deseos:
El sueño ciego del mar de Manrique. Su sombra.
Su noche. Sus cristales donde un nace solo,
Y Dios, apenas lo atisba a uno con el incienso de las parábolas.
¡Qué destino!
Caminar en la memoria del sueño, evocando sueños
De ese patio del pájaro, hoy vidrio;
De ese relámpago, hoy sed y asombro y piedra…
Lento tren silbando a las hojas del otoño…
Barataria, 2005
Con usted a las orillas del Duero
Al poeta Antonio Machado
Rostro iluminado por las soledades
De la tarde y la inquietud de los espejos;
Al fondo de los sueños, hinchado de luz,
Vaga en la vereda sigilosa del camino;
Los días pasan polvorientos por el aliento.
También los ataúdes y los sepultureros.
No sé qué hace a orillas del Duero, pregunto;
Me lo imagino: oír las campanas del agua,
Soñar los caminos del día y los ojos del estío.
Cuerpo a solas dibujando astros en las manos,
Pupila del sol sobre hierbas rojas:
Luz en las cuerdas de la garganta. Sonido al fondo
Del viento. Soledades y galerías en los lienzos de la sangre.
Viento solo de un cuerpo herido abriéndose al azogue
De las ventanas, a la sombra ciega de las moscas.
Los ojos cuelgan como un salmo en la pared;
La alfombra de la conciencia atraviesa máscaras:
La soledad habla, habita nombres inexistentes;
Quema el puñal la diadema de los deseos:
El sueño ciego del mar de Manrique. Su sombra.
Su noche. Sus cristales donde un nace solo,
Y Dios, apenas lo atisba a uno con el incienso de las parábolas.
¡Qué destino!
Caminar en la memoria del sueño, evocando sueños
De ese patio del pájaro, hoy vidrio;
De ese relámpago, hoy sed y asombro y piedra…
Lento tren silbando a las hojas del otoño…
Barataria, 2005
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