Qué lucidez temible es asentarse, súbitamente…
Qué lucidez temible es asentarse, súbitamente,
en el nadir: captar a Gnosis cuando baila en las gradas
del sentido, y en los cóncavos
salones de la frente. Qué resplandor
de cometa hacia lo hondo del follaje.
Uno pasa labrando, con círculos concéntricos,
dentro de los asuntos de la propia vida,
una atención: como quien alza un vidrio
y adivina el betún poderoso que fulge en el nácar.
Sentir, de súbito, que la visión alcanza.
Instante en que el viajero flecha el enigma
y hacia el final de las arenas
habla, con labios líquidos, la Esfinge.
Al fin, tras los ramajes, crece la luna.
Se cosen las tablillas con agujas leales.
En una uña del mundo canta el dominio.
Para entonces el sueño ya tiene otro cenit,
ya tiene otro cenit la intuición, petrel del entendimiento.
Ya va, con potros rápidos, de ribera a ribera, la duda.
Ya suena, timbre de árbol más glorioso, la osadía.
Y entonces, hacia el fondo, cuál es el fondo?
Y hacia la altura, dónde está la cúspide?
Y hacia el costado, dónde está la linde?
Esos remos que reman en lo oscuro, oh Colón,
van entrando en los deltas más escogidos de la luz!
Y bien está que yo, que soy un pobre diablo…
Y bien está que yo, que soy un pobre diablo,
me cante un salmo: Loado sea el día cuando aparece
en las jambas gastadas, cuando se va
con pañuelos oscuros por las tapias,
y sea para siempre ensalzado en los caminos,
en los recesos de los escolares, en las meriendas
de los obreros, en las curvas blancas
de las cariátides, y entre los mármoles del bosque.
Loada sea el alba cuando lee febril su partitura
y cuando el soldador baja su máscara,
en el instante mismo en que aquel gladiador de la orilla
vio nacer de su casco cuatro águilas caudales.
Loada sea cuando la niña trenza su trenza
y el pequeño varón traza el navío absorto de la noche.
Loada cuando el tímpano asordó las campanas
y la leche cerró su rostro con la nata.
Loada sea la mañana cuando partimos hacia la penuria
sin botones, sin suelas, con cucharas de ácido.
Loada sea cuando el limón fermenta al cemento
y nos satura la melancolía de la sed y del hambre.
Loada porque estamos vivos, latiendo en el espacio,
fluyendo con Heráclito hacia todos los capítulos.
Está muy bien que yo me cante un salmo, que yo sea
el arpista, el que oye, el que dice las gracias
y el deseo. Yo voy por entre el polvo,
y soy de polvo, y urdo mi destino con manos polvorientas.
Si me desmemoriara, a dónde iría…
Si me desmemoriara, a dónde iría!
A dónde, sin memoria, sino a un aire sin soplo,
a unas libras de tierra ya dispersa,
hacia un pozo sin bordes ni gravedad instantánea.
Si me desmemoriara estallaría infértil, sin aviso.
Quién pondría por mí las letras en la página?
Quién saldría o entraría por los portillos?
Sobre qué silla se sentaría el alma?
Yo tengo que venir de lejos, porque vengo de lejos.
Tengo que acicalar los círculos.
Tengo que sostener estas figuras contra el viento.
Y tengo que pasarlas, en su luz, a los hijos.
Tan sólo así, pasando estas visiones por el hilo,
estaré un día junto a ellos, ya incluido.
Yo he pisado la hierba que aquellos pies pisaron.
He encendido las brasas que otros encendieron.
Brindé alzando los mismos frascos,
con los mismos silencios, con los mismos bullicios.
Y me senté a torcer unas pocas palabras
en idénticos quicios.
Volví y volví, volviendo siempre:
junté y junté, juntando siempre:
surqué y surqué, surcando siempre:
cuando se cierre, sólido de sombra y de esperanza,
el horizonte para alcanzar otros horizontes fugitivos,
estaré dentro del nuevo espacio, acordándome de todo.
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