Marián Raméntol Serratosa, España
UNA MEJILLA COMO ÚLTIMO SERVICIO AL SUFRIMIENTO ANÓNIMO DE MIS LETRAS INTERMITENTES
La sombra de trapo que me nace en las encías
es como un iceberg en la boca de mi sexo.
La joroba de la frente, la espalda de la cavidad más oscura,
el subsidio en el que me sucedo
hasta besar el nombre subrayado, prometido
en todos los desiertos.
Para olvidar la estimulación del clítoris en mis zapatos,
como lo hago con el abecedario de repuesto
que llevo en mis paisajes,
me abandono a la infección traviesa de los ojos
a la mancha en el cuello de la frase
el día de su graduación.
Me rindo a la honestidad del semen indeclinable,
ese que apenas respira
bajo la hipérbole del adjetivo que nos observa desde la tumba,
para que se apodere de mi ropa,
de la corteza de todos los labios, de la virginidad del verso,
y me haga polizonte de la delicadeza de los cadáveres
cuando se prestan las palabras, los párpados
y el vello repetido en la memoria.
Más que el viento calle abajo,
necesito una mejilla como último servicio
al sufrimiento anónimo de mis letras intermitentes,
y la dimensión panorámica
sobre el abismo que llueve a fogonazos.
SOLO PUEDO DARTE EL AZUL CAPAZ DE MATAR
He visto el color de tu alma
como estigmas de plástico blando
intentando envolver para regalo
un amanecer de libro,
de orilla con dedicatoria ilegible,
de beso oculto en un pasado de día sereno,
apaciblemente húmedo y solo.
Te he visto escaparte de la línea,
amarrado al borde del verso,
con todo el planeta bajo el brazo,
provocando un sarpullido en la sintaxis
de cada uno de mis cajones partidos.
Sólo puedo darte el dolor de mis ojos,
la rosa donde revientan mis edades,
cada vez más pequeñas,
un par de sueños
durmiendo sobre papel de periódico,
la mirada anónima
de la farola que me vio morir, hace ya tanto,
el ladrido de los perros,
el vértigo de un dios desnudo
al saberse sin huellas dactilares,
el azul capaz de matar,
y la luz que me acompaña, indefensa.
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