jueves, 31 de diciembre de 2009

poemas de pablo menacho

Pablo Menacho, Panamá









Una Tarde en Ítaca








1.

Ya contemplarás
la vastedad del agua
desde las entalladuras,
agrestes y amorosas,
de los Picos de Europa,
allí donde descansó la mirada
saturada de palmeras
de los navegantes
que desandaban asombrados
el camino de occidente,
templadas como el éxtasis
de un druida
que aún persigue las esencias
en la huidiza luz del otoño
que busca refugio
entre las ruinas
de un monumento circular
y milenario.




2.

Pero hacia el este,
donde una mujer
sentada en el umbral
cuenta los días
cansada de tejer
y destejer los recuerdos
y las embestidas del olvido,
en tanto que observa el mar
con ojos tristes
(arrasados tal vez por el agua
que humedeció la incertidumbre
de un abrazo que tarda
la longitud del infinito),
a la espera de que llegue la esperanza
curtida por los años de derrotas;
los argonautas remontan
las encrespaduras
de la aurora
arropados en los vientos
de una mitología inconquistable.

Se les vio partir sin ruta prefijada,
navegando siempre a barlovento,
siguiendo las sutiles señales
trazadas en el aire
recién lavado con la clepsidra
iluminada por una claridad ambigua.




3.

La tarde última
en que contemplamos
los pelícanos,
alguien venía detrás
de los cristales
empañados por el agua
del invierno.

En su piel afloraban
las cicatrices
de los antiguos lances
en que el amor,
vestido con el resplandor acogedor
del regazo de la ninfa,
tendía sus trampas ancestrales
aferrado a viejos demonios
y odaliscas.


4.

Puede ser que hoy
transitemos las mismas horas
de costumbre,
enfrentados al minotauro transparente
que enmascara la coherencia,
el que elabora verdades irreversibles,
el que invoca las certezas
y los circunloquios,
el que traza oscuros mapas
que nos lleven despistados
al futuro,
el que no deja resquicios
para que moren allí
el escepticismo
y las incertidumbres.



5.

Con este nuevo advenimiento,
mientras tus ojos se llenan
del azul de los océanos
y alguien planifica la caminata
hacia la ciudad prohibida
donde las señales
son tenues hilos
de un pasado que reencarna,
donde un concilio
de maravillosos espejismos
irradia la pureza
en la extrema delgadez del aire,
prefiguramos el crepúsculo:
la invocación
de una barbarie inconfesable.



6.

Siempre queda espacio
para reiniciar
el viaje que presagia
los reencuentros,
alimentados por las llamas
de un brillantísimo resplandor
de velas apagadas,
abrigados por un himno
musitado por gaviotas asustadas,
esas que emanan
al final de tus cabellos
cuando desaparecen las ciudades
en la bruma plomiza
de los horizontes.



7.

Hemos aprendido claramente,
al leer los cuadernos azules
de Kavafis,
que lo importante no es llegar
al difuso puerto que te aguarda
al final del recorrido
que se emprende,
todo es un peregrinaje singular
de las mariposas
que se disuelven en el tiempo
para transfigurarse
en un ángel sin alas
que se desplomó del paraíso.

Y si el destino
es encontrar la isla
que pintaba en los cuadernos,
quizás nunca alcancemos
los bordes de lo onírico
mientras nos acosen
los fantasmas del apocalipsis
rondando la atmósfera perforada
del planeta.

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