miércoles, 30 de diciembre de 2009

poemas de otto rené castillo

Otto René Castillo, Guatemala



Viudo del mundo







Compañeros míos
yo cumplo mi papel
luchando
con lo mejor que tengo.
Que lastima que tuviera
vida tan pequeña,
para tragedia tan grande
y para tanto trabajo

No me apena dejaros.
Con vosotros queda mi esperanza.

Sabéis,
me hubiera gustado
llegar hasta el final
de todos estos ajetreos
con vosotros,
en medio de jubilo
tan alto. Lo imagino
y no quisiera marcharme.
Pero lo se, oscuramente
me lo dice la sangre
con su tímida voz,
que muy pronto
quedare viudo del mundo.








Distante de tu rostro






Pequeña patria mía, dulce tormenta,
un litoral de amor elevan mis pupilas
y la garganta se me llena de silvestre alegría
cuando digo patria, obrero, golondrina.
Es que tengo mil años de amanecer agonizando
y acostarme cadáver sobre tu nombre inmenso,
flotante sobreo todos los alientos libertarios,
Guatemala, diciendo patria mía, pequeña campesina.

Ay, Guatemala,
cuando digo tu nombre retorno a la vida.
Me levanto del llanto a buscar tu sonrisa.
Subo las letras del alfabeto hasta la A
que desemboca al viento llena de alegría
y vuelvo a contemplarte como eres,
una raíz creciendo hacia la luz humana
con toda la presión del pueblo en las espaldas.
¡Desgraciados los traidores, madre patria, desgraciados!
¡Ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte!
Por que nacieron hijos tan viles de madre cariñosa?

Así es la vida de los pueblo, amarga y dulce,
pero su lucha lo resuelve todo humanamente.
Por ello patria, van a nacerte madrugadas,
cuando el hombre revise luminosamente su pasado.

Por ello patria,
cuando digo tu nombre se rebela mi grito
y el viento se escapa de ser viento.
Los ríos se salen de su curso meditando
y vienen en manifestación para abrazarte.
Los mares conjugan en sus olas y horizontes
tu nombre herido de palabras azules, limpio,
para lavarte hasta el grito acantilado del pueblo,
donde nadan los peces con aletas de auroras.
La lucha del hombre te redime en la vida.

Patria, pequeña, hombre y tierra y libertad
cargando la esperanza por los caminos del alba.
Eres la antigua madre del dolor y el sufrimiento.
La que marcha con un niño de maíz entre los brazos.
La que inventa huracanes de amor y cerezales
y se da redonda sobre la faz del mundo
para que todos amen un poco de su nombre:
un pedazo brutal de sus montañas
o la heroica mano de sus hijos guerrilleros.

Pequeña patria, dulce tormenta mía,
canto ubicado en mi garganta
desde los siglos del maíz rebelde:
tengo mil años de llevar tu nombre
como un pequeño corazón futuro
cuyas alas comienzan a abrirse a la mañana.







Tu hombre se despide, amor mío






Me voy
pero no te preocupes
si antes del otoño
no he vuelto todavía.
Es lejos mi país
y sufre tanto,
que uno es incapaz
de ser feliz,
lejos de sus torres.
Aquí lo tengo todo.
Nada me falta,
ni siquiera mi soledad.
De todos lo guatemaltecos
pobres, yo soy quizá
una excepción ahora.
Y como mi vida entera
luché contra toda excepción,
porque quiero siempre
que la misma sea la regla,
tengo que irme, así de común,
barato de egoísmos.
Me voy,
pero no te preocupes
si tardo un poco en el regreso.
Un día en otoño me verás llegar.
De lejos, con polvo aún en los cabellos.
Y muchos golpes recibidos, mucha hambre.
Por ese simple día, amor mío,
habré luchado muchos años.
Por ese simple día, amor mío,
habré esperado muchos días.
En lo alto de mis ojos
verás que aún persigo
una estrella lejana
y que no he podido volver
sobre mis pasos,
porque la luz del alba
me sigue seduciendo.
Amor mío,
tu hombre se va de nuevo
a los combates por la dicha.

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