José Mas, España
Querido y temido 2010:
Debajo de las faldas festivas de diciembre,
se sienten ya tus lloros y tus risas.
Se dice que la luna, ¡tan coqueta!
ha abierto innumerables mirillas
en el hielo congénito
de los mares del norte y del sur,
para verse más hondo y, sobre todo,
para que puedan verla y disfrutarla
los peces abisales que ignoran desde siempre
el nombre titilante de la luz.
Anuncian los periódicos
que tienen catalepsia los ríos y las fuentes,
y hay que resucitarlos destruyendo
las centrales eléctricas.
Las fábricas contaminantes
habrán de trasladar sus turbulencias
a los desiertos en vías de extinción
o a las montañas altas, más de niebla que de nieve.
En reuniones que han dejado de ser secretas,
se comenta que los bancos no son
sino edificios de ladrillo y sospecha,
ya que las cajas fuertes
son solo cajas por la forma
y fuertes por las deudas.
Según los brokers, de ahora en adelante,
solo cotizarán en bolsa
el dólar del dolor y la extorsión
y el euro poderoso de la impotencia.
La muerte ya prepara sus colores mejores
para la ceremonia de la devastación:
desde el negro, austero y elegante,
al blanco suntuoso de hueso, pasando
por el más encendido púrpura de la sangre,
y el gris humo de la asfixia.
Pero después de todo, puede ser
que no haya motivos para tanta alarma:
desde que los hombres aprendieron
a contar los años
por el espejo giratorio de los cielos,
no se sabe de ningún año en blanco,
aunque tantos debieran haber sido tachados
con tachadura irreparable.
Por ello alcemos nuestra copa
con pasión efímera y eterna,
y brindemos
por la vida,
que es solo intensa porque en ella
cabrillea la espuma de la muerte.
Sonata para adolescente y padres
TENER en casa un adolescente
es una hecatombe
-también en su sentido etimológico-
y una maravilla
-o si queremos nuevamente aludir a lo helénico-
una taumaturgia.
Tener en casa un adolescente
es tener en un modesto tiesto de geranios
el naranjo que alcanza quince metros de altura
en la selva argentina.
Tener en casa un adolescente
es exhibir bajo la lluvia
el tigre de brillantes rayas amarillas
feroz en su mutismo y su belleza,
con la tensión eléctrica y felina
de la caricia y del zarpazo.
Hablarle de futuro a un adolescente
es hacer disquisiciones acerca del hielo
recién descubierto en la luna.
¿Y el pasado? ¿Qué será el pasado?
fragmentos de sueño o anécdotas
-algunas graciosas, las más ridículas-
que siempre le han pasado a otro;
también son, desde luego, trozos de muerte pequeñita.
Sólo vale el presente:
inseguro, absorbente, como una ciénaga
o intenso como el rayo que amenaza hacer trizas
alguna antena parabólica o tal vez un bosque
-a lo mejor también televisado-
pues los bosques, ya se sabe,
están en vías de extinción.
La experiencia, sobre todo si es de los padres,
es un pozo cegado del que ya no mana el agua.
Si alguna vez almacenó rumores de garrucha,
frescor de temblorosa arquitectura,
color reseco o cautivante de la sed,
ya sólo es el grafito indescifrable,
sobre un muro de tiempo,
de una lengua que bien pudiera ser el dálmata
[que, como se sabe,
hace cien años justos dejó de existir].
Pero al fin y a la postre,
en este esplendoroso banquete de ruinas
que es nuestra convivencia,
¿quién es más existente?
¿El obediente y programado,
que con sus pies y sus manos de músico
va sacándole registros uniformes
-que él cree matizados y variados-
al órgano de la nada?
¿O el que no admite consejos ni enseñanzas
y se aburre en las aulas que él ve como jaulas,
y disfruta en la nada de no hacer nada,
uniformando el caos
con la aventura de los ordenadores
y las nuevas palmeras altísimas de los decibelios?
Pero a pesar de todo es
aterradoramente bello y conmovedor
tener en casa un adolescente,
porque ha perdido -a veces sin saberlo,
otras sabiéndolo, de forma irreparable-
aquel velero azul de los años dichosos.
Y hoy va bogando y vagando
por un mar voraz de tiburones,
rumbo a lo desconocido.
Tras la indolencia o la insolencia
late en sus gritos y en su silencio
más que un anhelo de libertad,
el ansia impostergable
de que alguien lo acepte en sus contradicciones:
pues en la soledad busca la compañía
y está perdido en la multitud,
aunque ponga la cara de todos
y se exprese en la jerga de todos,
porque su lenguaje es único
y aunque ni siquiera lo sospeche,
el bote salva-muertes del amor
está brincando ya sobre las olas,
a millas procelosas de distancia
o a detenidas horas de calma chicha...
Bajo la superficie gris y tersa
de los días iguales y el arenal del insomnio
existe mucha mar de fondo.
A mi padre
Ahora que el papa ha definido,
con precisión de viajero teológico,
que el infierno y el cielo no tienen geografía,
¿dónde ubicar los muertos?
Al menos, los católicos.
Será conveniente, por si acaso,
revisar también las expresiones:
el más allá, que en tiempos ya aludía
a una lejana vaguedad difusa,
debería cambiarse por el aquí-aún
que será siempre en la proximidad de la memoria
y nunca más cuando el recuerdo acabe.
Un muerto ahora podrá acompañarnos
como el crujido de un sillón de mimbre,
el rastro intenso que deja una loción de afeitar,
(casi modernamente puede llamarse after shave)
el raudo deslizarse de unas zapatillas,
o un apretón de manos poderoso,
cuyo destino era ser caricia.
Alguno de estos rasgos,
que he presentado voluntariamente
de forma genérica,
puede, a veces, dibujar en escorzo
el perfil vivo de mi padre.
Pero su vida y su vinculación conmigo
son harina de un saco de emociones
que, sin duda, no van a caber en este poema.
Tú fuiste, junto a la bisabuela humilde y sufrida,
cargada de llagas que ella transformaba
en amuletos mágicos
ante los niños embobados que la escuchábamos,
quien me contó los primeros cuentos.
Tú apenas fuiste a la escuela:
con un maestro de los de antes,
de aquellos pioneros de la deforestación,
que gastaban más varas de olivo que libros
porque el escozor del golpe tiene una ventaja:
hacer que no se olvide,
si no lo que se aprende,
al menos sí lo que se recibe.
A pesar de tu escasa formación
y de tu palabra balbuciente,
te sabías todos los relatos de la huerta,
(también los inventabas)
Y nunca traicionaste ni en un solo detalle
-pese a los muchos años transcurridos-
a los autores que leíste:
Víctor Hugo y Blasco Ibáñez, sobre todo.
Tus hombros conocieron el peso de las aclamaciones
y de la muerte
del novelista que tenía por féretro
uno de sus libros proféticos:
Los muertos mandan.
A pesar de la guerra,
de la que audazmente desertaste,
y la desgracia, a la que parecías abonado,
y de las enfermedades de los últimos tiempos,
nunca, nadie, ni nada,
pudo quitarte el sueño,
(que te podía asaltar, incluso, de pie)
las ganas de vivir y el amor al trabajo.
Tres atributos míticos jalonaron tu vida:
el fuego de Hefesto,
más modesto e higiénico,
indispensable en la fabricación del jabón)
la velocidad de Aquiles
(quien, a juzgar por la Iliada,
no parece que corriera mucho:
incluso Héctor o su miedo fueron más rápidos)
Tu marcha, en cambio, rebasaba
la de los carros y los tranvías.
Y el gozo natatorio de Poseidón:
la espuma final de tus días conscientes.
Tú que, te avenías mal con las voces esdrújulas,
y que, en bastantes ocasiones hacías llanas,
nos has dejado a todos
huérfanos y desérticos,
íngrimos...
CARTA AL AÑO ENTRANTE
Querido y temido 2010:
Debajo de las faldas festivas de diciembre,
se sienten ya tus lloros y tus risas.
Se dice que la luna, ¡tan coqueta!
ha abierto innumerables mirillas
en el hielo congénito
de los mares del norte y del sur,
para verse más hondo y, sobre todo,
para que puedan verla y disfrutarla
los peces abisales que ignoran desde siempre
el nombre titilante de la luz.
Anuncian los periódicos
que tienen catalepsia los ríos y las fuentes,
y hay que resucitarlos destruyendo
las centrales eléctricas.
Las fábricas contaminantes
habrán de trasladar sus turbulencias
a los desiertos en vías de extinción
o a las montañas altas, más de niebla que de nieve.
En reuniones que han dejado de ser secretas,
se comenta que los bancos no son
sino edificios de ladrillo y sospecha,
ya que las cajas fuertes
son solo cajas por la forma
y fuertes por las deudas.
Según los brokers, de ahora en adelante,
solo cotizarán en bolsa
el dólar del dolor y la extorsión
y el euro poderoso de la impotencia.
La muerte ya prepara sus colores mejores
para la ceremonia de la devastación:
desde el negro, austero y elegante,
al blanco suntuoso de hueso, pasando
por el más encendido púrpura de la sangre,
y el gris humo de la asfixia.
Pero después de todo, puede ser
que no haya motivos para tanta alarma:
desde que los hombres aprendieron
a contar los años
por el espejo giratorio de los cielos,
no se sabe de ningún año en blanco,
aunque tantos debieran haber sido tachados
con tachadura irreparable.
Por ello alcemos nuestra copa
con pasión efímera y eterna,
y brindemos
por la vida,
que es solo intensa porque en ella
cabrillea la espuma de la muerte.
Sonata para adolescente y padres
TENER en casa un adolescente
es una hecatombe
-también en su sentido etimológico-
y una maravilla
-o si queremos nuevamente aludir a lo helénico-
una taumaturgia.
Tener en casa un adolescente
es tener en un modesto tiesto de geranios
el naranjo que alcanza quince metros de altura
en la selva argentina.
Tener en casa un adolescente
es exhibir bajo la lluvia
el tigre de brillantes rayas amarillas
feroz en su mutismo y su belleza,
con la tensión eléctrica y felina
de la caricia y del zarpazo.
Hablarle de futuro a un adolescente
es hacer disquisiciones acerca del hielo
recién descubierto en la luna.
¿Y el pasado? ¿Qué será el pasado?
fragmentos de sueño o anécdotas
-algunas graciosas, las más ridículas-
que siempre le han pasado a otro;
también son, desde luego, trozos de muerte pequeñita.
Sólo vale el presente:
inseguro, absorbente, como una ciénaga
o intenso como el rayo que amenaza hacer trizas
alguna antena parabólica o tal vez un bosque
-a lo mejor también televisado-
pues los bosques, ya se sabe,
están en vías de extinción.
La experiencia, sobre todo si es de los padres,
es un pozo cegado del que ya no mana el agua.
Si alguna vez almacenó rumores de garrucha,
frescor de temblorosa arquitectura,
color reseco o cautivante de la sed,
ya sólo es el grafito indescifrable,
sobre un muro de tiempo,
de una lengua que bien pudiera ser el dálmata
[que, como se sabe,
hace cien años justos dejó de existir].
Pero al fin y a la postre,
en este esplendoroso banquete de ruinas
que es nuestra convivencia,
¿quién es más existente?
¿El obediente y programado,
que con sus pies y sus manos de músico
va sacándole registros uniformes
-que él cree matizados y variados-
al órgano de la nada?
¿O el que no admite consejos ni enseñanzas
y se aburre en las aulas que él ve como jaulas,
y disfruta en la nada de no hacer nada,
uniformando el caos
con la aventura de los ordenadores
y las nuevas palmeras altísimas de los decibelios?
Pero a pesar de todo es
aterradoramente bello y conmovedor
tener en casa un adolescente,
porque ha perdido -a veces sin saberlo,
otras sabiéndolo, de forma irreparable-
aquel velero azul de los años dichosos.
Y hoy va bogando y vagando
por un mar voraz de tiburones,
rumbo a lo desconocido.
Tras la indolencia o la insolencia
late en sus gritos y en su silencio
más que un anhelo de libertad,
el ansia impostergable
de que alguien lo acepte en sus contradicciones:
pues en la soledad busca la compañía
y está perdido en la multitud,
aunque ponga la cara de todos
y se exprese en la jerga de todos,
porque su lenguaje es único
y aunque ni siquiera lo sospeche,
el bote salva-muertes del amor
está brincando ya sobre las olas,
a millas procelosas de distancia
o a detenidas horas de calma chicha...
Bajo la superficie gris y tersa
de los días iguales y el arenal del insomnio
existe mucha mar de fondo.
A mi padre
Ahora que el papa ha definido,
con precisión de viajero teológico,
que el infierno y el cielo no tienen geografía,
¿dónde ubicar los muertos?
Al menos, los católicos.
Será conveniente, por si acaso,
revisar también las expresiones:
el más allá, que en tiempos ya aludía
a una lejana vaguedad difusa,
debería cambiarse por el aquí-aún
que será siempre en la proximidad de la memoria
y nunca más cuando el recuerdo acabe.
Un muerto ahora podrá acompañarnos
como el crujido de un sillón de mimbre,
el rastro intenso que deja una loción de afeitar,
(casi modernamente puede llamarse after shave)
el raudo deslizarse de unas zapatillas,
o un apretón de manos poderoso,
cuyo destino era ser caricia.
Alguno de estos rasgos,
que he presentado voluntariamente
de forma genérica,
puede, a veces, dibujar en escorzo
el perfil vivo de mi padre.
Pero su vida y su vinculación conmigo
son harina de un saco de emociones
que, sin duda, no van a caber en este poema.
Tú fuiste, junto a la bisabuela humilde y sufrida,
cargada de llagas que ella transformaba
en amuletos mágicos
ante los niños embobados que la escuchábamos,
quien me contó los primeros cuentos.
Tú apenas fuiste a la escuela:
con un maestro de los de antes,
de aquellos pioneros de la deforestación,
que gastaban más varas de olivo que libros
porque el escozor del golpe tiene una ventaja:
hacer que no se olvide,
si no lo que se aprende,
al menos sí lo que se recibe.
A pesar de tu escasa formación
y de tu palabra balbuciente,
te sabías todos los relatos de la huerta,
(también los inventabas)
Y nunca traicionaste ni en un solo detalle
-pese a los muchos años transcurridos-
a los autores que leíste:
Víctor Hugo y Blasco Ibáñez, sobre todo.
Tus hombros conocieron el peso de las aclamaciones
y de la muerte
del novelista que tenía por féretro
uno de sus libros proféticos:
Los muertos mandan.
A pesar de la guerra,
de la que audazmente desertaste,
y la desgracia, a la que parecías abonado,
y de las enfermedades de los últimos tiempos,
nunca, nadie, ni nada,
pudo quitarte el sueño,
(que te podía asaltar, incluso, de pie)
las ganas de vivir y el amor al trabajo.
Tres atributos míticos jalonaron tu vida:
el fuego de Hefesto,
más modesto e higiénico,
indispensable en la fabricación del jabón)
la velocidad de Aquiles
(quien, a juzgar por la Iliada,
no parece que corriera mucho:
incluso Héctor o su miedo fueron más rápidos)
Tu marcha, en cambio, rebasaba
la de los carros y los tranvías.
Y el gozo natatorio de Poseidón:
la espuma final de tus días conscientes.
Tú que, te avenías mal con las voces esdrújulas,
y que, en bastantes ocasiones hacías llanas,
nos has dejado a todos
huérfanos y desérticos,
íngrimos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario