Edel Morales, Cuba
Un poco de amor en la mano izquierda
Estoy sentado en la misma piedra que mi mano quiso.
No pregunto, ni blasfemo, ni escojo nada.
Sonrío como un héroe de novelas triste y solo.
Fumo para quemar las semillas más terribles del miedo.
Y miro en silencio a través de la ventana.
En los círculos que las luces dejan sobre los parques abiertos
alcanzo a ver un rostro que sostiene el fuego.
Cerca los perros muerden este diciembre blanco y mudo.
Nada recuerda esta noche el tiempo feliz.
Por esa helada quietud se han marchado los amigos,
luego también las escasas muchachas.
No pregunto, ni blasfemo, ni escojo nada.
Sonrío con la bondad y dureza que he visto sonreír a mis héroes
y espero en silencio la próxima lectura.
Afuera pasan los días de Navidad.
Entrañablemente azul tras la muda hojarasca de diciembre,
el fuego de los creadores sostiene mi cielo.
©Edel Morales
1983 no era un año triste
Guarda esas fotos en el forro de tu abrigo,
y guarda esa cara de circunstancia:
1983 no era un año triste,
lo sabes tú y lo saben las paredes del Club.
Deja que el tiempo arrastre esas nubes.
Deja tu rabia vagar en esta carne blanca y suelta,
la carne que el cielo te dio.
No trates de explicar el color de las luces.
Escoge una pregunta
cercana a la claridad de las voces más jóvenes,
y guarda esa cara de circunstancia.
Lo sabes tú y lo saben las paredes del Club:
1983 no era un año triste.
©Edel Morales
Mar Atlántico
Como en las fotos del Mar Atlántico,
que Enrique guarda en el forro de su abrigo,
ahora todos
miramos al cielo fijamente.
Con su guitarra y su silencio
Fran arpegea en las botellas, y quiere llegar,
y la vida vale o no, pero aquí estamos.
Tere afirma su manía de nubes en la boca
y sus príncipes mendigos
que nunca quisimos comprender,
porque la amábamos tanto;
la amaba yo soñando en el muro
de espaldas a las preguntas de mi cuerpo;
todos, alguna vez, fuimos su insomnio verdadero.
Si todavía Mandy fuese el mejor anfitrión,
Monsieur Zaping in Zaping's Club,
descorcharíamos otra vez la Havana,
y el pasitrote de Fernan perdido en las minas
sería el más fantástico juego,
la mayor felicidad para los golpes de Ale.
Eran otros años, nosotros demasiado jóvenes
para entender esa historia
de gente dispersa en el mundo.
Nosotros demasiado jóvenes pero muy seguros
de que Fillo no mintió,
de que a medio paso del dos mil no se regalan islas.
Como en los rostros del Mar Atlántico,
murales del Zaping's Club
jamás borrados por el peso de la bruma,
cada uno es el genio,
todos latiendo en un mismo corazón,
vigías de un tiempo
que nos costó la infancia.
©Edel Morales
Con el muro a la espalda
Murió el tiempo de los cómplices.
Felicidad de las horas girando hacia el día
de llamarnos cómplices
—relámpago, aproximación, tiempo de los cómplices
ya muerto.
Cómo querría encontrar ese alguien
que confirme la inasible nostalgia
en su retorno y escape.
No he pedido que aparezcas igual,
con el muro a la espalda
y una lealtad más fiel que los brazos pactados.
Pronto es para engañarse.
Sólo por hacer algo fija las estrellas ganadas,
los años que ardieron
como el aire fuerte en la dispersión del fuego.
No olvides tú ese rumor que escapa.
Murió el tiempo de los cómplices,
ha muerto.
Y miro la ciudad volver de sus mejores días.
Y miro la gente que va y viene despacio junto al mar.
Y me pregunto con el muro a la espalda:
¿Tan solo será la vida
un tiempo posible?
©Edel Morales
Un poco de amor en la mano izquierda
Estoy sentado en la misma piedra que mi mano quiso.
No pregunto, ni blasfemo, ni escojo nada.
Sonrío como un héroe de novelas triste y solo.
Fumo para quemar las semillas más terribles del miedo.
Y miro en silencio a través de la ventana.
En los círculos que las luces dejan sobre los parques abiertos
alcanzo a ver un rostro que sostiene el fuego.
Cerca los perros muerden este diciembre blanco y mudo.
Nada recuerda esta noche el tiempo feliz.
Por esa helada quietud se han marchado los amigos,
luego también las escasas muchachas.
No pregunto, ni blasfemo, ni escojo nada.
Sonrío con la bondad y dureza que he visto sonreír a mis héroes
y espero en silencio la próxima lectura.
Afuera pasan los días de Navidad.
Entrañablemente azul tras la muda hojarasca de diciembre,
el fuego de los creadores sostiene mi cielo.
©Edel Morales
1983 no era un año triste
Guarda esas fotos en el forro de tu abrigo,
y guarda esa cara de circunstancia:
1983 no era un año triste,
lo sabes tú y lo saben las paredes del Club.
Deja que el tiempo arrastre esas nubes.
Deja tu rabia vagar en esta carne blanca y suelta,
la carne que el cielo te dio.
No trates de explicar el color de las luces.
Escoge una pregunta
cercana a la claridad de las voces más jóvenes,
y guarda esa cara de circunstancia.
Lo sabes tú y lo saben las paredes del Club:
1983 no era un año triste.
©Edel Morales
Mar Atlántico
Como en las fotos del Mar Atlántico,
que Enrique guarda en el forro de su abrigo,
ahora todos
miramos al cielo fijamente.
Con su guitarra y su silencio
Fran arpegea en las botellas, y quiere llegar,
y la vida vale o no, pero aquí estamos.
Tere afirma su manía de nubes en la boca
y sus príncipes mendigos
que nunca quisimos comprender,
porque la amábamos tanto;
la amaba yo soñando en el muro
de espaldas a las preguntas de mi cuerpo;
todos, alguna vez, fuimos su insomnio verdadero.
Si todavía Mandy fuese el mejor anfitrión,
Monsieur Zaping in Zaping's Club,
descorcharíamos otra vez la Havana,
y el pasitrote de Fernan perdido en las minas
sería el más fantástico juego,
la mayor felicidad para los golpes de Ale.
Eran otros años, nosotros demasiado jóvenes
para entender esa historia
de gente dispersa en el mundo.
Nosotros demasiado jóvenes pero muy seguros
de que Fillo no mintió,
de que a medio paso del dos mil no se regalan islas.
Como en los rostros del Mar Atlántico,
murales del Zaping's Club
jamás borrados por el peso de la bruma,
cada uno es el genio,
todos latiendo en un mismo corazón,
vigías de un tiempo
que nos costó la infancia.
©Edel Morales
Con el muro a la espalda
Murió el tiempo de los cómplices.
Felicidad de las horas girando hacia el día
de llamarnos cómplices
—relámpago, aproximación, tiempo de los cómplices
ya muerto.
Cómo querría encontrar ese alguien
que confirme la inasible nostalgia
en su retorno y escape.
No he pedido que aparezcas igual,
con el muro a la espalda
y una lealtad más fiel que los brazos pactados.
Pronto es para engañarse.
Sólo por hacer algo fija las estrellas ganadas,
los años que ardieron
como el aire fuerte en la dispersión del fuego.
No olvides tú ese rumor que escapa.
Murió el tiempo de los cómplices,
ha muerto.
Y miro la ciudad volver de sus mejores días.
Y miro la gente que va y viene despacio junto al mar.
Y me pregunto con el muro a la espalda:
¿Tan solo será la vida
un tiempo posible?
©Edel Morales
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